viernes, 31 de marzo de 2017

Origen e identidad de Jesús (Jn 7, 1.10.25-30)

P. Carlos Cardó, SJ  
 
Cristo entronizado, mural atribuido a Manuel Panselinos (alrededor de 1300), iglesia del Protos, Monte Athos, Grecia
En aquel tiempo, Jesús recorría Galilea, pues no quería andar por Judea, porque los judíos trataban de matarlo. Se acercaba ya la fiesta de los judíos, llamada de los Campamentos.Cuando los parientes de Jesús habían llegado ya a Jerusalén para la fiesta, llegó también él, pero sin que la gente se diera cuenta, como de incógnito. Algunos, que eran de Jerusalén, se decían: "¿No es éste al que quieren matar? Miren cómo habla libremente y no le dicen nada. ¿Será que los jefes se han convencido de que es el Mesías? Pero nosotros sabemos de dónde viene éste; en cambio, cuando llegue el Mesías, nadie sabrá de dónde viene".Jesús, por su parte, mientras enseñaba en el templo, exclamó: "Con que me conocen a mí y saben de dónde vengo… Pues bien, yo no vengo por mi cuenta, sino enviado por el que es veraz; y a él ustedes no lo conocen. Pero yo sí lo conozco, porque procedo de él y él me ha enviado". Trataron entonces de capturarlo, pero nadie le pudo echar mano, porque todavía no había llegado su hora.
Jesús evita el conflicto. La hora de enfrentar a la maldad del mundo y vencerla en la cruz aún no ha llegado. Por eso evita ir a Jerusalén y sigue predicando en Galilea. Se acercaba la fiesta de las tiendas de campaña (fiesta de sucot o sukkot) en la que, hasta el día de  hoy, los judíos recuerdan las vicisitudes que pasaron en el éxodo, teniendo que vivir en chozas en el desierto.  Sus hermanos le sugieren que vaya para que puedan ver allí las obras que haces, pero Jesús decide ir después de ellos y en privado.
Llegado a Jerusalén, no duda en ir a predicar en el templo a la vista de todos. Los allí presentes, que saben que los dirigentes lo quieren matar, se sorprenden y se preguntan cómo le dejan hablar en público. Llegan a pensar que los fariseos y las autoridades del templo ya se convencieron de que Jesús es el Mesías, pero esto no resulta claro porque los orígenes del Mesías debían ser ocultos.
Según la concepción de la época, el Cristo tenía que permanecer escondido y desconocido antes de aparecer gloriosamente en público. Su llegada estaría precedida por la venida de Elías (el mayor de los profetas) que lo daría a conocer. Esta manera de pensar lleva a muchos a rechazar a Jesús como Mesías porque saben que viene del pueblo de Nazaret, en Galilea, y que es un carpintero convertido en un rabí itinerante. Pero se equivocan, en realidad no saben de dónde viene ni quién es. No saben que viene de Dios, que tiene en Dios su verdadero origen.
Jesús oye estos comentarios y aborda el tema de su origen e identidad. Lo hace enérgicamente, levantando la voz. Su grito resuena hasta hoy. Su palabra, sus obras y su persona interpelan, suscitan hoy como entonces las mismas reacciones a favor o en contra de él, de acogida o rechazo, de aceptación o de hostilidad.
Por un lado, la gente se admira de su autoridad y sabiduría; pero por otro, les decepciona su realidad tan humana y humilde, que no corresponde a la idea que tienen del Mesías. Por un lado están los que dictan la manera como Dios debe actuar y pretenden hacerle decir lo que les conviene; por otro están los sencillos de corazón que confían en Dios, acogen su palabra y hacen su voluntad. Los primeros no están dispuestos a renunciar a sus convicciones, no permiten que Dios les cambie sus intereses egoístas; los segundos llegan a ver en el ejemplo de Jesús el camino que los conduce a la vida verdadera.
Jesús habla de su origen. Él no ha venido por su propia cuenta, sino que ha sido enviado por aquel que dice la verdad. Es el Hijo, que está desde el principio con el Padre. La razón de no reconocerlo como el Enviado es que no conocen a Dios. Pero esta pretensión de provenir de Dios y de ser igual a Él, les resulta insoportable.
No advierten que desde el origen de la humanidad, los hombres han pretendido ser iguales a Dios (la tentación de Adán) por presunción orgullosa, mientras que Jesús llama Padre mío a Dios, porque vive un experiencia absolutamente peculiar de ser el Hijo, que todo lo recibe del Padre para darlo a los hermanos, realizando así la obra de Dios, que es ofrecer a todos el don de su amor salvador.
Esta experiencia que tiene Jesús de su cercanía e intimidad con Dios, le hace no poder entenderse a sí mismo sino como el Hijo; no poder hablar sino con la convicción de que Dios se comunica en sus palabras; no poder actuar sino realizando obras en las que es Dios mismo quien sana y perdona. En la persona de Jesús, Dios se da a conocer de un modo humano. Ningún fundador de religión se ha atrevido a considerarse así; de haberlo hecho, habría sido considerado un loco, un blasfemo o un embustero. Y esto fue lo que pensaron de Jesús sus contemporáneos. Entonces los jefes de los sacerdotes, de acuerdo con los fariseos, enviaron guardias para que lo detuvieran. 
Tocamos aquí la tesis central del evangelio de San Juan, expresada ya en su prólogo: Jesús es la Palabra, la comunicación plena de Dios a la humanidad, que estaba desde el principio en Dios y era Dios. Estaba en el mundo, pero el mundo no la reconoció. Vino a los suyos, pero los suyos no la recibieron. A cuantos la recibieron, a todos los que creen en su nombre, les dio la capacidad de ser hijos e hijas de Dios. Nosotros lo hemos conocido y creemos en Él. Nos toca demostrar nuestra capacidad de comportarnos como hijos e hijas de Dios.

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