martes, 31 de enero de 2023

Curación de la mujer enferma y resurrección de la hija de Jairo (Mc 5, 21-43)

 P. Carlos Cardó SJ

Cristo con Jairo, óleo sobre lienzo de Jean Francois Millet (1642), Galería de Arte York, Inglaterra

En aquel tiempo, cuando Jesús regresó en la barca al otro lado del lago, se quedó en la orilla y ahí se le reunió mucha gente.
Entonces se acercó uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo. Al ver a Jesús, se echó a sus pies y le suplicaba con insistencia: "Mi hija está agonizando. Ven a imponerle las manos para que se cure y viva".
Jesús se fue con él, y mucha gente lo seguía y lo apretujaba.
Entre la gente había una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años. Había sufrido mucho a manos de los médicos y había gastado en eso toda su fortuna, pero en vez de mejorar, había empeorado. Oyó hablar de Jesús, vino y se le acercó por detrás entre la gente y le tocó el manto, pensando que, con sólo tocarle el vestido, se curaría. Inmediatamente se le secó la fuente de su hemorragia y sintió en su cuerpo que estaba curada.
Jesús notó al instante que una fuerza curativa había salido de él, se volvió hacia la gente y les preguntó: "¿Quién ha tocado mi manto?".
Sus discípulos le contestaron: "Estás viendo cómo te empuja la gente y todavía preguntas: '¿Quién me ha tocado?' ".
Pero él seguía mirando alrededor, para descubrir quién había sido.
Entonces se acercó la mujer, asustada y temblorosa, al comprender lo que había pasado; se postró a sus pies y le confesó la verdad.
Jesús la tranquilizó, diciendo: "Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y queda sana de tu enfermedad".
Todavía estaba hablando Jesús, cuando unos criados llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle a éste: "Ya se murió tu hija. ¿Para qué sigues molestando al Maestro?".
Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga: "No temas, basta que tengas fe". No permitió que lo acompañaran más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago.
Al llegar a la casa del jefe de la sinagoga, vio Jesús el alboroto de la gente y oyó los llantos y los alaridos que daban. Entró y les dijo: "¿Qué significa tanto llanto y alboroto? La niña no está muerta, está dormida". Y se reían de él.
Entonces Jesús echó fuera a la gente, y con los padres de la niña y sus acompañantes, entró a donde estaba la niña. La tomó de la mano y le dijo: "¡Talitá, kum!", que significa: "¡Óyeme, niña, levántate!".
La niña, que tenía doce años, se levantó inmediatamente y se puso a caminar. Todos se quedaron asombrados. Jesús les ordenó severamente que no lo dijeran a nadie y les mandó que le dieran de comer a la niña.

Se trata de dos mujeres, que además de la exclusión de que eran objeto en aquella sociedad patriarcal, padecían la impureza que su enfermedad les transmitía a ellas y a quien las tocase. Pero nada de ello fue impedimento para que Jesús las tratara con una solicitud cargada de sentimiento. Sin temer el ser criticado por transgredir normas y prejuicios, Jesús rompió –en éste y en otros casos– con el androcentrismo de su sociedad y mantuvo un trato solidario y liberador con las mujeres y los niños, que no sin motivo buscaban su proximidad.

La primera mujer del relato lleva 12 años padeciendo una larga enfermedad, que los médicos no han podido curar. En la cultura hebrea la sangre es la vida (Gen 9, 4-5). La mujer pierde sangre, se le va la vida. Representa toda situación crítica de la que el creyente no sabe cómo salir mientras no sienta que la gracia de Dios lo toque y lo sane. La otra mujer es una niña de 12 años, que en Oriente equivale a la edad del noviazgo; pero que está enferma de muerte. Esta niña-mujer, por ser, además, hija de Jairo, jefe de la sinagoga, podría simbolizar al pueblo de Israel, que la Biblia presenta como la esposa de Yahvé.

Mientras Jesús va a casa de Jairo, aparece en escena la mujer que sufre de hemorragias. Tiene una enfermedad que hacía impura a la mujer desde el punto de vista legal (Lev 15, 19-24) y tenía que permanecer apartada el tiempo que durara su hemorragia porque volvía impuro lo que tocaba. Humillada física y moralmente, la pobre mujer sólo puede acercarse a Jesús desde atrás, sin dejarse ver, sin poder tocar. Experiencias similares pueden darse en el camino de la fe: sucede algo lamentable y la persona se siente alejada, inhabilitada para la vida cristiana. Su fe entonces sólo logra expresarse como el deseo de que Dios la tenga en cuenta, como dice el salmo 80: Vuelve a nosotros tu rostro y seremos salvos.

¿Quién me ha tocado?, pregunta Jesús, al sentir que la mujer le ha rozado el manto. No es un reproche, es una invitación: la fe interior de la mujer tiene que hacerse pública. Y es lo que hace ella con un gesto cargado de sentimiento: asustada y temblorosa… se postró ante él y le contó toda su verdad. Contarle toda su verdad es poner su vida en manos del Señor, reconocer que no hay nada oculto entre los dos, y dejar que Él disponga las cosas según su voluntad. Por eso Jesús, después de tranquilizarla, le dice con afecto: Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz, estás liberada de tu mal.

Todavía estaba hablando, cuando vienen a anunciar al jefe de la sinagoga que su hija ha muerto: ¿Para qué seguir molestando al Maestro? Jairo ya había expresado su fe, pero el anuncio que le traen hace que le sobrecoja el miedo a la muerte, la sensación de impotencia frente a lo irremediable. Pero Jesús lo reanima: No tengas miedo, basta con que sigas creyendo.

Lo que viene después es una predicación en acción sobre el sentido cristiano de la muerte. Jesús le quita dramatismo, le arranca su aguijón (como dice san Pablo en 1Cor 15,55), la reduce a un sueño: la niña no está muerta, está dormida. El mensaje de su victoria sobre la muerte ha de ser comunicado a “los que se afligen como quienes no tienen esperanza” (1 Tes 4,13), y que en el relato aparecen simbolizados en el tumulto, el llanto y los gritos en la casa mortuoria.

Jesús, entonces, tomó la mano de la niña y la sacó del sueño, con palabras llenas de ternura: Talita Kum (que significa: Muchacha, a ti te hablo, levántate). Conviene advertir que el mandato de Jesús, ¡Levántate! ¡Ponte de pie!, significa también ¡Resucita!, y es el verbo que se emplea en los relatos de la resurrección: “Cuando resucite (cuando sea levantado), iré delante de ustedes a Galilea” (14,28). “Ha resucitado, no está aquí” (16,6).

La niña se levantó y se puso a caminar. Y ellos se quedaron llenos de estupor, con el mismo sentimiento que tendrán las mujeres ante el sepulcro vacío (16,8): temor y desconcierto. Y les mandó que le dieran de comer. Porque todavía queda camino por andar...  A lo que Dios hace en nuestro favor, corresponde nuestra colaboración.

El mensaje es sencillo y claro: todos podemos vernos en situaciones extremas, propias o de otros, en las que ya nada se puede hacer. Las palabras de Jesús a Jairo: No tengas miedo, basta con que sigas creyendo, nos ayudarán a no dejarnos dominar por el miedo y la desesperación. Sabremos infundir ánimo a quien lo necesita. Procuraremos, además, que “que la Iglesia sea un recinto de paz, de justicia y de amor para que todos encuentren en ella un motivo para seguir esperando”. 

lunes, 30 de enero de 2023

Los endemoniados de Gerasa (Mc 5, 1-20)

 P. Carlos Cardó SJ

Cristo cura al hombre poseído, grabado de Georg Pencz publicado en La Historia de Cristo (1534 – 1535), Museo Metropolitano de Arte, Nueva York

En aquel tiempo, después de atravesar el lago de Genesaret, Jesús y sus discípulos llegaron a la otra orilla, a la región de los gerasenos.
Apenas desembarcó Jesús, vino corriendo desde el cementerio un hombre poseído por un espíritu inmundo, que vivía en los sepulcros. Ya ni con cadenas podían sujetado; a veces habían intentado sujetado con argollas y cadenas, pero él rompía las cadenas y destrozaba las argollas; nadie tenía fuerzas para dominarlo. Se pasaba días y noches en los sepulcros o en el monte, gritando y golpeándose con piedras.

Cuando aquel hombre vio de lejos a Jesús, se echó a correr, vino a postrarse ante él y gritó a voz en cuello: "¿Qué quieres tú conmigo, Jesús, Hijo de Dios altísimo? Te ruego por Dios que no me atormentes".
Dijo esto porque Jesús le había mandado al espíritu inmundo que saliera de aquel hombre.
Entonces le preguntó Jesús: "¿Cómo te llamas?".
Le respondió: "Me llamo Legión, porque somos muchos". Y le rogaba con insistencia que no los expulsara de aquella comarca.
Había allí una gran piara de cerdos, que andaban comiendo en la falda del monte. Los espíritus le rogaban a Jesús: "Déjanos salir de aquí para meternos en esos cerdos". Y él se lo permitió.
Los espíritus inmundos salieron del hombre y se metieron en los cerdos; y todos los cerdos, unos dos mil, se precipitaron por el acantilado hacia el lago y se ahogaron.
Los que cuidaban los cerdos salieron huyendo y contaron lo sucedido, en el pueblo y en el campo. La gente fue a ver lo que había pasado. Se acercaron a Jesús y vieron al antes endemoniado, ahora en su sano juicio, sentado y vestido. Entonces tuvieron miedo. Y los que habían visto todo, les contaron lo que le había ocurrido al endemoniado y lo de los cerdos. Ellos comenzaron a rogarle a Jesús que se marchara de su comarca.
Mientras Jesús se embarcaba, el endemoniado le suplicaba que lo admitiera en su compañía, pero él no se lo permitió y le dijo: "Vete a tu casa a vivir con tu familia y cuéntales lo misericordioso que ha sido el Señor contigo". y aquel hombre se alejó de ahí y se puso a proclamar por la región de Decápolis lo que Jesús había hecho por él. Y todos los que lo oían se admiraban.

La escena se desarrolla en Gerasa, una ciudad de la Decápolis pagana, lugar donde no se conoce a Dios y el mal actúa libremente. El mensaje del texto será que aun en lugares como ese la acción salvadora de Cristo obtiene victoria. Jesús destruye de raíz el mal y disipa nuestros miedos porque ha vencido al príncipe de este mundo, que tenía el poder de la muerte.

Le salió al encuentro un endemoniado. Fue hacia Él, no esperó a que lo llamara. Seguramente ha oído que libera a aquellos a quienes el espíritu del mal esclaviza, separándolos de Dios (porque es espíritu de esclavitud), de los demás (porque es espíritu de violencia y división –el demonio en la Biblia es el que divide), y de su yo auténtico (porque enajena, es espíritu de mentira). Este pobre desgraciado viene del cementerio donde habita, es decir, sale del lugar de la muerte, busca la vida. Simboliza a todos aquellos que viven sometidos a fuerzas o poderes hostiles a Dios, “poseídos” por realidades de este mundo que se les han vuelto verdaderos ídolos a los que se someten (cf. 1 Cor 8,5), esperando conseguir con ellos seguridad y felicidad pero se esclavizan y deshumanizan.

Llama la atención el contraste tan marcado que se da entre la primera actitud del endemoniado: se postró ante él, y el grito que da a continuación: ¿Qué tengo que ver contigo, Jesús, Hijo del Altísimo? No me atormentes. La explicación la da el mismo texto: Es que Jesús le estaba diciendo: Espíritu inmundo sal de este hombre. Hay, pues, una inconsecuencia en el endemoniado. Ha buscado a Jesús, pero la irracionalidad del espíritu que lo posee le impide hacer lo que podría liberarlo. Tendría que dejar la violencia y la mentira a la que vive sometido, pero le resulta una tortura, se siente incapaz. Nada, absolutamente nada en común hay entre Cristo y el mal. No hay lugar para componendas.

Pero el endemoniado se contenta con que no lo echen fuera de esa región. El nombre que se da –Legión– sugiere la idea de que se trata de una colectividad, incluso quizá representa a todos aquellos que, víctimas de cualesquiera demonios, viven una vida deshumanizada y no ponen los medios para dejarla. Reconocen que su vida les hace vivir angustias de muerte, pero no dan el paso a la victoria final que Cristo les ofrece. Prefieren suplicarle: Envíanos a los cerdos para que entremos en ellos.    

Se subraya la condición de vencido de Satán. Los demonios rogaban a Jesús. Y al mismo tiempo se señala que los puercos, animales impuros, inmundos, eran digna morada para ellos. Jesús les permitió entrar en ellos, pero queda claro que el destino último de esas fuerzas del mal es el abismo: los cerdos se lanzaron al lago desde el barranco… y se ahogaron.

A continuación ocurre algo sorprendente: mientras los demonios suplican a Jesús que no los saque de aquel lugar y que los deje en los cerdos, los gerasenos fueron donde Jesús y comenzaron a suplicarle que se alejara de su territorio. La presencia de Jesús trae cambios en la vida que pueden contradecir los propios intereses. Entonces se le puede decir a Jesús como los gerasenos: mejor vete, déjanos tranquilos.

Las curaciones, en particular, las expulsiones de demonios son signos del poder de Dios en Jesús sobre todas las fuerzas del mal que trastornan el orden de su creación y dañan a sus criaturas. Por eso son signos de la presencia de su reino. Si expulso los demonios con el dedo de Dios, es que el reino de Dios ha llegado a ustedes (Mc 3).

Estas acciones de Jesús se nos confían. Designó a Doce, a los que llamó apóstoles, para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar con poder de expulsar demonios (Mc 3,15). Como Iglesia, todos debemos contribuir en la medida de nuestras posibilidades a exorcizar los demonios que en nuestra sociedad atentan contra la integridad de las personas, recortan su libertad, afectan su salud y despersonalizan. Quien experimenta la salvación no puede sino despertar en otros la experiencia de ser salvado. 

domingo, 29 de enero de 2023

Homilía del IV Domingo del Tiempo Ordinario – Las Bienaventuranzas (Mt 5, 1-12)

 P. Carlos Cardó SJ

Sermón de la montaña, dibujo a lápiz de Heinrich Hofmann, publicado en la Biblia de Bowyer (1885), Museo de Bolton, Lancashire, Inglaterra

En aquel tiempo, cuando Jesús vio a la muchedumbre, subió al monte y se sentó. Entonces se le acercaron sus discípulos. Enseguida comenzó a enseñarles y les dijo:
"Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos. Dichosos los que lloran, porque serán consolados. Dichosos los sufridos, porque heredarán la tierra. Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Dichosos los misericordiosos, porque obtendrán misericordia. Dichosos los limpios de corazón, porque verán a Dios. Dichosos los que trabajan por la paz, porque se les llamará hijos de Dios. Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos.
Dichosos serán ustedes, cuando los injurien, los persigan y digan cosas falsas de ustedes por causa mía. Alégrense y salten de contento, porque su premio será grande en los cielos".

El sermón del monte recoge los criterios según los cuales Dios juzga y actúa. Y es fácil comprobar que son criterios opuestos a los del mundo. La sociedad ofrece otros medios para fabricar la felicidad. Jesús se alegra con los desdichados porque tienen “mayor ventaja”: Dios está a su favor, con ellos, promoviendo la transformación del mundo en justicia, fraternidad y paz.

Las bienaventuranzas no pueden servir de pretexto para obrar la injusticia o resignarse a la pobreza material que es un mal social. Al contrario, ellas dejan al descubierto la raíz de toda injusticia y corrupción, que proviene del hecho de considerar dichosos al rico y al poderoso que dominan a los demás. Si éste es nuestro único criterio de valorar las cosas, es claro que continuarán las injusticias y la corrupción, y consentiremos con ellas. De ninguna manera los pobres son bienaventurados por la pobreza en que viven. Sólo el cambio de valores que Jesús enseña puede hacerles comprobar que Dios está con ellos y que el evangelio es buena noticia.

Tampoco se pueden ver las bienaventuranzas como una nueva ley, más difícil que la antigua. Son la descripción del corazón nuevo que Dios prometió por medio de los profetas. Por eso, lo que aquí afirma Jesús es lo que Él vive y lo que comunica a los que lo siguen. Sus palabras no son ley, sino evangelio; no son exigencias nobles y difíciles, sino el anuncio de la obra que quiere realizar en nosotros si lo aceptamos. Sin el don de su Espíritu del amor, las bienaventuranzas no son otra cosa que una ideología, tanto más desesperante cuanto sublime.

Estas palabras son para todo aquel que busca el sentido y verdad de su vida. Son las actitudes que mueven el trabajo para hacer realidad una nueva humanidad. Son los rasgos que podemos ver en aquellas personas y comunidades que se caracterizan por ser misericordiosas, por tener limpio el corazón y buscar la paz. Estos hombres y mujeres contribuyen a la creación de un mundo justo, solidario y feliz. Ellos reproducen los rasgos del ser humano que Dios creó “a imagen y semejanza suya”.

- Pobres de espíritu: sin codicia ni apegos materiales, son humildes de corazón, en contraposición a los de corazón duro y dura cerviz. El pobre en el espíritu es agradecido porque sabe que todo es don y gracia. Somos lo que hemos recibido. Así es Jesús, el Hijo, que todo lo recibe del Padre. El motivo de la bienaventuranza no es la pobreza sino el por qué, lo que con ella se consigue: al pobre, Dios lo llena de sus dones y está dispuesto a dársele. La pobreza es la condición para acogerlo.

- Pacientes: bondadosos, han desterrado de su alma la hostilidad. No pelean y ceden en vez de agredir. No se irritan, no intentan dominar, ni buscan la venganza. No son insensibles. Dueños de sí mismos, saben controlar y modificar sus sentimientos.

- Los afligidos: firmes frente al sufrimiento, no sacan de él ni pesimismo ni amargura. Dios los consuela y fortalece para poner amor en la adversidad y superarla.

- Los que tienen hambre y sed de justicia: convencidos de que el respeto y la equidad son la condición para poder vivir humanamente en sociedad, se empeñan en descubrir nuevos horizontes de posibilidades, nuevas alternativas de vida digna para todos, nuevos caminos para la superación de los conflictos.

- Misericordiosos: interesados en resolver el problema del otro, su empatía les lleva a sentir como propio el sufrimiento ajeno. Es la forma fundamental del amor: pasión que se hace com-pasión.

- Limpios de corazón: El corazón es el centro de la persona. En su corazón llevan a Dios, por eso lo ven en todas las cosas y a todas las cosas en Él. Carecen de malicia, son rectos y leales con Dios y con el prójimo. El corazón limpio no está dividido por conflictos de lealtades, ni mezcla de intereses, no es hipócrita ni inseguro.

- Constructores de la paz: se oponen a todo tipo de violencia, evitan los conflictos y los que son inevitables, procuran resolverlos con diálogo y concertación. Construyen fraternidad, es decir, colaboran en la obra que Dios, después de la creación, sigue realizando en el mundo. Por eso Él los acoge como sus hijos e hijas.

- Perseguidos: podrán ser incomprendidos y aun perseguidos porque su sola presencia contradice a los poderosos. Quien ama a los hermanos se choca con el mal: encuentra hostilidad. Como Jesús. El discípulo sabe que su destino puede ser el de su Maestro y sabe también que si con él morimos, reinaremos con él (2Tim 2,11).

Así pensó Dios al ser humano cuando lo iba modelando con sus propias manos.

sábado, 28 de enero de 2023

La tempestad calmada (Mc 4,35-40)

 P. Carlos Cardó SJ

Tormenta en el mar de Galilea, grabado de Adrian Collaert en base al diseño de Maerten de Vos (entre 1553 y 1558), publicada en una serie sobre la vida de Cristo por Raphäel Sadeler, Rijksmuseum, Ámsterdam, Países Bajos

Un día, al atardecer, Jesús dijo a sus discípulos: "Vamos a la otra orilla del lago".
Entonces los discípulos despidieron a la gente y condujeron a Jesús en la misma barca en que estaba. Iban, además, otras barcas.

De pronto se desató un fuerte viento y las olas se estrellaban contra la barca y la iban llenando de agua. Jesús dormía en la popa, reclinado sobre un cojín. Lo despertaron y le dijeron:
"Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?".
Él se despertó, reprendió al viento y dijo al mar: "¡Cállate, enmudece!". Entonces el viento cesó y sobrevino una gran calma.
Jesús les dijo: "¿Por qué tenían tanto miedo? ¿Aún no tienen fe?".
Todos se quedaron espantados y se decían unos a otros: "¿Quién es éste, a quien hasta el viento y el mar obedecen?".

Después de una serie de parábolas sobre la presencia y actuación del reino de Dios, Marcos sitúa la tempestad calmada, que es una parábola en acción. Su intención parece ser poner de manifiesto que la falta de fe impide a los discípulos comprender la lógica del reino de Dios, tal como ha sido expuesta por Jesús en las parábolas.

Elemento central en el relato es la barca, que representa a la Iglesia. En ella los discípulos acogen la invitación de su Señor con temor y perplejidad. Al caer la tarde, les dijo: Pasemos a la otra orilla. Ellos dejaron a la gente y lo llevaron en la barca. De pronto se levanta un gran temporal, y las olas cubren la barca que parece a punto de zozobrar, lejos de la orilla a la que se dirigen. No les queda otra cosa que fijar los ojos en Jesús, fiarse de Él para poder avanzar. Si la Iglesia se queda mirando sus propias dificultades, se hunde.

Pero –hecho curioso– Jesús duerme. Su tranquilidad le viene de la absoluta confianza que tiene siempre en Dios. Los discípulos, en cambio, en el peligro, sólo perciben su propia impotencia; pero en eso mismo se les abre la posibilidad de abrirse a la fe que salva. Siempre resuena en la Iglesia el grito de la humanidad sufriente que llega hasta Aquel cuyo nombre, Jesús, significa “Dios salva”. Despertaron a Jesús y le dijeron: Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?

El miedo paraliza y confunde. Es una experiencia que todos tenemos alguna vez. Aquí el miedo tiene un contenido eclesial. Se siente a veces al no poder compaginar esas dos imágenes de la Iglesia que el evangelio emplea: la de la casa construida sobre roca, que sugiere estabilidad y seguridad, y la de la barca, que se mueve y navega no siempre por mares tranquilos sino encrespados, golpeada por las olas. La experiencia nos puede hacer sentir inseguros o llenar la mente de confusiones. Jesús nos echa en cara la falta de confianza: ¿Por qué son tan cobardes? ¿Aún no tienen fe?

Podemos también referir el texto al camino de fe del cristiano, que no es camino llano sino sembrado de agitaciones, dudas y caídas. La duda está en medio, entre la incredulidad y la fe. De una u otra forma todos pasamos por ella. Y llega un momento en que nos decidimos a invocar al Señor, más allá de lo que hemos creído o no creído.

Aparte de esto, están también nuestros miedos personales y colectivos ocasionados hoy, entre otras cosas, por las crisis económicas, los escándalos, la inseguridad, el daño ecológico; amén de la carga negativa de carencias, limitaciones y debilidades que cada cual lleva consigo en su propia historia. Todo eso puede llegar a paralizar a las personas, o hacerlas incurrir en depresión, abandono, desesperanza.

Frente a todo temor y miedo, el mensaje central del texto lo podemos ver en la pregunta que Jesús hace: ¿Cómo no tienen fe? San Pablo dirá: Sabemos que en todas las cosas interviene Dios para el bien de los que lo aman (Rom 8,28). Por consiguiente, es importante aprender a percibir la presencia del Señor en medio de las dificultades, a valorar lo positivo que se mezcla con lo negativo, y a discernir los signos de esperanza (por pequeños que sean) que se dan en medio de las tribulaciones. Madurez humana y cristiana es saber leer la historia a la luz de la Palabra; no dejarse vencer por el mal, sino vencer el mal a fuerza de bien; saber asimilar crisis y frustraciones de tal modo que, cuando falte lo ideal, pueda uno aferrarse a lo posible y no desfallecer jamás.

La presencia del Cristo Resucitado en su Iglesia es callada, silenciosa, como quien está ausente o dormido, aunque en realidad está activo cumpliendo su promesa: Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo. En las crisis, en las caídas, en la soledad y oscuridad, el cristiano se agarra de su Señor y alarga también la mano para ayudar a otros. 

viernes, 27 de enero de 2023

La semilla que crece día y noche y el grano de mostaza (Mc 4, 26-34)

P. Carlos Cardó SJ


En aquel tiempo, Jesús dijo a la multitud: "El Reino de Dios se parece a lo que sucede cuando un hombre siembra la semilla en la tierra: que pasan las noches y los días, y sin que él sepa cómo, la semilla germina y crece; y la tierra, por sí sola, va produciendo el fruto: primero los tallos, luego las espigas y después los granos en las espigas. Y cuando ya están maduros los granos, el hombre echa mano de la hoz, pues ha llegado el tiempo de la cosecha".
Les dijo también: "¿Con qué compararemos el Reino de Dios? ¿Con qué parábola lo podremos representar? Es como una semilla de mostaza que, cuando se siembra, es la más pequeña de las semillas; pero una vez sembrada, crece y se convierte en el mayor de los arbustos y echa ramas tan grandes, que los pájaros pueden anidar a su sombra".

Y con otras muchas parábolas semejantes les estuvo exponiendo su mensaje, de acuerdo con lo que ellos podían entender. Y no les hablaba sino en parábolas; pero a sus discípulos les explicaba todo en privado.

La primera parte del texto corresponde a la parábola de la semilla que crece de día y de noche. Subraya el contraste entre la venida del Reino de Dios, simbolizado en la semilla sembrada, y la impotencia del labrador para hacerla germinar y crecer. El Reino es la semilla que crece por sí misma sin que el campesino sepa cómo.

Se afirma la soberanía de Dios, frente a la cual no tiene sentido pensar que su Reino depende de la actividad humana, o que se rige según los criterios que regulan las relaciones de producción. El cristiano sabe que, después de poner lo que está de su parte para colaborar en el crecimiento del Reino, ha de abandonarlo todo en manos de Dios que hace mucho más que lo que nosotros podemos realizar. Es conocida la frase atribuida a S. Ignacio: «Pon de tu parte como si todo dependiera de ti y no de Dios, pero confía como si todo dependiera de Dios y no de ti».

Dejarle el resultado final a Dios, después de haber obrado con firmeza y perseverancia,  aunque muchas veces no sea posible conocer los resultados, es el modo de proceder que Jesús enseña. La actitud de responsabilidad es imprescindible, pero no basta; tiene que ir acompañada de la confianza, de lo contrario degenera en voluntarismo. La confianza absoluta en el poder de Dios, que obra muy por encima de lo que nuestras débiles fuerzas pueden lograr, libera de todo voluntarismo ingenuo y de la angustia que proviene de creer que el éxito depende únicamente de la propia capacidad. Dios es quien hace germinar y crecer y fructificar la semilla que el hombre siembra.

En un mundo que exacerba el sentido de la propia eficacia y del éxito personal, es fácil caer en el cansancio y en el desaliento. Se vive para el trabajo y la producción, al tiempo que otras realidades de la vida humana, como la atención a la familia y el cultivo de la vida espiritual, pierden valor y se descuidan. El resultado es la incomunicación, la falta del sentido de lo gratuito, es decir, de aquellas cosas cuyo valor no es económico pero que son imprescindibles para poder mantener unas relaciones verdaderamente humanas con los demás, con nuestro propio interior y con Dios.

La segunda parte del texto es la parábola del granito de mostaza, símbolo del Reino en acción. Como la semilla de mostaza, el Reino tiene apariencia casi insignificante, casi invisible, y hay que discernir para reconocerlo. Actúa en la historia como actuó Jesús: en pobreza, sin poder religioso ni político. Su conocimiento está reservado a los pequeños y sencillos.

La parábola hace pensar en Cristo, grano caído en tierra, Dios que se abaja para asumir nuestra condición humana y se revela haciéndose un Niño que nace en un pesebre. Hay aquí una invitación a entrar por los caminos de Dios, por la lógica del Reino: según la cual, el mayor es quien se ha hecho el más pequeño de todos (Lc 9,48; 22,26ss). La parábola nos libra de todo delirio de grandeza.

De manera directa el símbolo del grano de mostaza apunta a la dinámica de la comunidad de Jesús, la Iglesia, que se inicia como un grupo pequeño, casi imperceptible, dentro de la sociedad, y se desarrolla y crece como comunidad abierta, haciéndose servidora de todos los pueblos y culturas sin exclusión, sin ambición de poder y sin búsqueda de éxito según el mundo. 

jueves, 26 de enero de 2023

Luz del mundo y saber escuchar (Mc 4,21-25)

P. Carlos Cardó SJ

El sol, óleo sobre lienzo de Giuseppe Pellizza da Volpedo (1904), Galería Nacional de Arte Moderno y Contemporáneo, Roma

En aquel tiempo, Jesús dijo a la multitud: "¿Acaso se enciende una vela para meterla debajo de una olla o debajo de la cama? ¿No es para ponerla en el candelero? Porque si algo está escondido, es para que se descubra; y si algo se ha ocultado, es para que salga a la luz. El que tenga oídos para oír, que oiga".
Siguió hablándoles y les dijo: "Pongan atención a lo que están oyendo. La misma medida que utilicen para tratar a los demás, esa misma se usará para tratarlos a ustedes, y con creces. Al que tiene, se le dará; pero al que tiene poco, aun eso poco se le quitará".

Este pasaje puede ser la conclusión de la parábola del sembrador: cuando la semilla-Palabra cae en tierra buena, produce fruto y lo oculto y secreto de la semilla-Palabra ha de hacerse público y notorio. La identidad cristiana cuando está asimilada se deja ver, se trasluce, resalta. Cristo es la luz, es quien ilumina y damos su luz.

Nadie enciende una lámpara y la cubre con una vasija o la oculta debajo de la cama, sino que la pone en un candelero, en alto, que todos los vean. Responsabilidad grande. Impacto que producimos. Pensemos qué debemos hacer para que la palabra se transmita de modo creíble, sea respetada, tenida en cuenta.

No es buscar sobresalir, brillar, hacernos ver. Jesús advierte: “Cuidado con practicar las buenas obras para ser vistos por la gente…, no vayas pregonándolo como lo hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles para que los alaben los hombres” (Mt 6, 1-2). Seamos con sencillez lo que debemos ser: auténticos, con identidad clara y manifiesta.  No se puede esconder la identidad. Y la identidad brillará; es consecuencia.

Nada hay oculto que no se descubra ni secreto que no se conozca. Jesús es luz, pero oculta, como semilla en tierra. En medio de dificultades se recibe y acoge la luz, misterio del Señor y del reino.

Por eso pongan atención a cómo escuchan. Si escuchamos con atención, descubrimos el sentido de la palabra y la luz en medio de la realidad oscura. Lo oculto queda al descubierto. En la medida de nuestra fe, sabemos escuchar y se nos da el conocimiento del misterio. Quien tiene capacidad de escucha recibirá más y más luz. Pero a quien no sabe escuchar se le quitará aun lo que tiene, en el sentido de que no será capaz de acoger el don que se le ofrece y lo perderá por no saber acogerlo.

El pueblo judío no aceptó la plenitud de la revelación en Jesucristo, no tuvo fe; por ello lo que tenía (elección, alianza, obras maravillosas en su favor, promesa), lo perdió. En cambio los seguidores de Jesús, aun los paganos, tuvieron fe y recibieron el don de lo alto.

Lámpara para mis pasos es tu palabra, luz en mi camino (Sal 119, 105). 

miércoles, 25 de enero de 2023

Vayan por todo el mundo (Mc 16, 15-18)

 P. Carlos Cardó SJ

Aparición en el lago, mosaico de Marko Iván Rupnik SJ, capilla Redemptoris Mater, Vaticano 

En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once y les dijo: "Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda creatura. El que crea y se bautice, se salvará; el que se resista a creer, será condenado. Éstos son los milagros que acompañarán a los que hayan creído: arrojarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos, y si beben un veneno mortal, no les hará daño; impondrán las manos a los enfermos y éstos quedarán sanos". Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.

Este epílogo del evangelio de Marcos fue añadido hacia la mitad del siglo II. La razón que dan los exegetas es que a las primeras comunidades cristianas les causaba desazón el final tan abrupto de Marcos, que cierra su evangelio con el miedo y la huida de las mujeres del sepulcro vacío (Mc 16, 1-8). Se buscó por eso una prolongación de los relatos que condujeran a un final más adecuado, armonizando con la temática general del evangelio. Sin embargo, aunque se trate de un añadido, no deja de ser un texto inspirado y canónico, es decir, incluido en el elenco oficial de los libros de la Biblia.

Se pueden percibir en el relato las inquietudes y preocupaciones de los primeros cristianos de Roma, en donde fue escrito este evangelio. Ellos no habían visto al Señor, pero basaban su fe en Jesucristo en el testimonio que les transmitieron los primeros testigos, los apóstoles y discípulos del Señor.

Por eso el texto enumera los sucesivos testimonios aportados a la comunidad. En primer lugar el de María Magdalena. Se alude a la acción sanante realizada por Jesús en favor de ella, liberándola de siete “demonios”, es decir, de siete males, siete enfermedades. Luego se subraya el estado de tristeza y llanto en que estaban los discípulos, que no creyeron en un primer momento en el anuncio de Magdalena: al oír que estaba vivo y que ella lo había visto, no le creyeron. Viene después la alusión a la experiencia de los discípulos de Emaús y al testimonio que dieron a los demás, y que tampoco fue aceptado. Por último, se menciona la aparición del Resucitado a los Once reunidos en torno a la mesa. Y pone aquí el redactor el envío en misión para anunciar la buena noticia a toda criatura.

Se resalta el valor que tiene la comunidad en la experiencia cristiana, por ser el lugar para el encuentro con el Resucitado. Jesucristo permanece en ella, con su palabra y sus acciones salvadoras. Su poder salvador se prolonga en ella. Y ella vive de su memoria, que actualiza en la celebración de la fracción del pan.

Los primeros cristianos vivían amenazados, obligados a la clandestinidad. Una gran preocupación debió ser para ellos cómo conjugar la victoria de Cristo Resucitado con la persistencia y actuación del misterio del mal en el mundo. Tenían que abrirse a la fe/confianza en el Señor que, no obstante, sigue actuando también por medio de los creyentes. A través de ellos Jesucristo Resucitado continúa anunciando y manifestando el reinado de Dios y la salvación para el que crea y se bautice.

Nuestra fe en Él da a nuestra vida una orientación bien definida: nos hace anunciadores del Evangelio que hemos recibido para que otros crean también en el triunfo del amor de Dios en sus vidas, por Jesucristo su Hijo. En esto consiste el Evangelio: en que Dios envió a su Hijo para todos tengan vida plena. Pero así como la salvación que Dios ofrece no obrará en contra de nuestra voluntad, el Evangelio no se impone a la fuerza; la tarea evangelizadora, nuestra y de la Iglesia, respeta la libertad de las personas.

Las acciones prodigiosas que Jesús promete a los que crean en Él son representaciones simbólicas de la salvación y tienen que ver con la superación de todo lo que oprime a los seres humanos, de todo lo que obstaculiza la comunicación y la unión entre ellos, y de toda amenaza de la vida. Tales acciones son signos de la presencia del Reino en nuestra historia, semejantes a los que Jesús realizaba. La Iglesia, y nosotros en ella, debemos manifestarlos. 

martes, 24 de enero de 2023

La verdadera familia de Jesús (Mc 3, 31-35)

P. Carlos Cardó SJ

El apóstol San Juan y la Virgen María, icono bizantino del siglo XIV, Monasterio de Poganovo, Serbia

En aquel tiempo, llegaron a donde estaba Jesús, su madre y sus parientes; se quedaron fuera y lo mandaron llamar.
En torno a él estaba sentada una multitud, cuando le dijeron: "Ahí fuera están tu madre y tus hermanos, que te buscan".

Él les respondió: "¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?".
Luego, mirando a los que estaban sentados a su alrededor, dijo: "Éstos son mi madre y mis hermanos. Porque el que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre".

Hay en el texto una clara contraposición entre los parientes de Jesús que se quedan fuera de la casa y los que están dentro, sentados a su alrededor. El estar sentados en torno a Jesús equivale a “estar con él”, que fue la finalidad para la que Jesús convocó a los Doce: llamó a los que quiso para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar (Mc 3,14). La constitución de los doce apóstoles correspondió al nacimiento del nuevo Israel. Aquí, los que están sentados a los pies del Maestro, escuchando su palabra, representan a todos aquellos que siguen a Jesús con la actitud propia del discípulo.

Probablemente estos de dentro son la misma gente que llenó la casa hasta el punto de no dejarle a Jesús ni tiempo para comer (Mc 3,20). Son venidos de todas partes, gente sencilla, muchos de ellos enfermos que han venido para ser curados de sus dolencias. No son fariseos ni expertos en la ley y la religión. Lo cual quiere decir que todos pueden acercarse al Señor, hacerse discípulos suyos y seguirlo, basta tener fe y disposición para recibir su palabra y hacerla vida en sus personas.

Llegaron su madre y sus hermanos y, quedándose afuera, lo mandaron llamarJesús recibe el aviso: ¡Oye! Tu madre y tus hermanos están afuera y te buscan. No se dice el nombre de su madre ni de sus hermanos. Tienen aquí una función representativa, son los que están vinculados a Él por lazos de consanguinidad, la comunidad de la que procede, en la que se ha criado.

Jesús respondió: ¿Quiénes son mi madre y mis hermanos? Y mirando entonces a los que estaban sentados a su alrededor, añadió: Estos son mi madre y mis hermanos.

Antes, el evangelista Marcos captó una mirada de Jesús: cuando en la sinagoga, antes de curar al hombre de la mano seca, miró a los fariseos. Fue una mirada de ira. Ahora vuelve a fijarse en el detalle de la mirada. Pero esta vez es, sin duda, de amor y de acogida a toda esa gente pobre y sencilla que se acercado a Él y forman su círculo y Él los quiere como su familia verdadera.

A ese grupo podemos pertenecer. Pero hay que dar el paso de una fe imperfecta a una fe íntima, hecha de adhesión cálida y profunda a la persona de Jesús, cuyo mayor interés en todo era hacer la voluntad de su Padre. Así mismo, el discípulo, sentado a sus pies, aprende de Él a hacer de la voluntad de Dios la norma de su propio obrar. Y se forja entre el Señor y sus discípulos un auténtico parentesco, una familia: Estos son mi madre y mis hermanos.

Se puede estar dentro o estar fuera. Puede uno estar relacionado con Cristo por vínculos humanos, sociales, culturales, ser contado incluso entre los que llevan su nombre, cristianos, pero no tener su parecido, su aire familiar: porque el rasgo más saltante de Jesús, su pasión por hacer en todo la voluntad del Padre, no se refleja en su persona.

Esta posibilidad está abierta a todos, pues a todos llega la misericordia de Dios en Jesús, incluso a los que se sienten alejados de “la casa de Dios”. No es privilegio de unos cuantos el estar cerca del Señor. Se entra al grupo de su familia mediante la escucha obediente de su palabra.

Hay quienes utilizan injustamente este texto sobre los parientes de Jesús para atacar el culto que los católicos damos a María. Lo que admiramos en ella y es motivo de nuestra veneración es precisamente su fe: María es modelo de creyente y figura de la Iglesia que acoge la palabra y la lleva a cumplimiento. Ella es bienaventurada porque cree y su maternidad se origina en su fe que la hace escuchar la Palabra y darle su asentimiento para que se encarne en su seno por obra del Espíritu Santo.

Lo importante pues, es pasar como María, de un parentesco físico a un parentesco “según el Espíritu”, fundado en la escucha y puesta en práctica de la palabra: “Aunque hemos conocido a Cristo según la carne, ahora no lo conocemos así, sino según el Espíritu” (2 Cor 5,16).

lunes, 23 de enero de 2023

El poder de expulsar demonios (Mc 3, 22-30)

 P. Carlos Cardó SJ

El Espíritu Santo, óleo sobre lienzo de Conrado Giaquinto (1750), colección privada

Mientras tanto, unos maestros de la Ley que habían venido de Jerusalén decían: «Está poseído por Belzebú, jefe de los demonios, y con su ayuda expulsa a los demonios.»
.Jesús les pidió que se acercaran y empezó a enseñarles por medio de ejemplos: «¿Cómo puede Satanás echar a Satanás? Si una nación está con luchas internas, esa nación no podrá mantenerse en pie. Y si una familia está con divisiones internas, esa familia no podrá subsistir. De igual modo, si Satanás lucha contra sí mismo y está dividido, no puede subsistir, y pronto llegará su fin. La verdad es que nadie puede entrar en la casa del Fuerte y arrebatarle sus cosas si no lo amarra primero; entonces podrá saquear su casa. En verdad les digo: Se les perdonará todo a los hombres, ya sean pecados o blasfemias contra Dios, por muchos que sean. En cambio el que calumnie al Espíritu Santo, no tendrá jamás perdón, pues se queda con un pecado que nunca lo dejará.»
Y justamente ése era su pecado cuando decían: Está poseído por un espíritu malo.

Antes, sus parientes habían dicho que estaba loco y querían llevárselo para controlarlo. Ahora, los expertos en religión elaboran contra Él una denuncia mucho más peligrosa para que la gente lo repudie: ¡Tiene a Belcebú! Pero Jesús no se amedrenta. Obligado a defenderse, reivindica para sí la plena posesión del Espíritu divino, a cuyo poder se deben atribuir las acciones liberadores que Él realiza y que demuestran, además, que el reinado de Dios ha comenzado. Si yo expulso los demonios con el poder del Espíritu de Dios… es que ha llegado a ustedes el reino de Dios (Mt 12,28).

En la acción de expulsar demonios se concentra de la manera mas gráfica el poder de Dios que actúa en Jesús venciendo al mal. Hoy no se tiene la misma creencia que se tenía entonces acerca de una eventual presencia física y una acción maciza del demonio en el mundo y en las personas, pero no por ello estos textos evangélicos han perdido el valor profundo y el contenido teológico que tienen como testimonios del poder divino de Jesús.

Gracias a Él, las fuerzas temibles del mal y de la muerte han dejado ya de ser invencibles. Jesús exorciza, “desdemoniza” el mundo, liberando al ser humano de todo demonio personal o social, de toda sumisión fatalista a poderes, energías o fuerzas naturales o sobrenaturales que amenazan la vida y, finalmente, de sistemas y estructuras que generan injusticias, odio, exclusión y división en la vida social.

Viene otro que es más fuerte que él y lo vence Jesús es el más fuerte. Su victoria está asegurada. Si algo está claro en el Evangelio es que con Cristo todo tipo de mal, cualquiera que sea su índole y su poder nocivo en la marcha de nuestra historia, no importa cuán esclavizante y corruptor, sutil y oculto pueda parecer, ha sido derrotado y conquistado definitivamente en la cruz de nuestro Señor Jesucristo. Hablando de ella dice Jesús en el evangelio de Juan: Ahora el Príncipe de este mundo será echado fuera (Jn 12,31).

Con muy mala fe, los maestros de la ley y los fariseos difunden entre la gente que Jesús es un agente de Satanás, cuando no podía ser más evidente que estaba en abierta lucha contra él. Jesús los increpa severamente, haciéndoles ver que incurren en el único pecado imperdonable. La calumnia premeditada que han lanzado contra Él es un insulto al Espíritu Santo, les dice.

El Espíritu de Dios es el que lo mueve a obrar en todo con amor, como el mismo Dios actúa. Quien afirme lo contrario, es decir, que es el espíritu de Satán, espíritu de odio y de violencia, el que mueve a Jesús, niega con mala fe la evidencia e insulta al Espíritu Santo. Este comportamiento malintencionado, que no es un hecho aislado sino una actitud corrompida, les hace optar obstinadamente contra la verdad por secretas intenciones, cerrar toda posibilidad de cambio y, por ello, toda posibilidad de recibir el perdón. Simplemente no reconocen que hacen mal, niegan tener necesidad de perdón, impiden al Espíritu su obra liberadora.

La misericordia de Dios no tiene límites, pero quien se niega deliberadamente a aceptar la salvación y el perdón que Dios le ofrece, transita un camino de oscuridad que conduce a la perdición. Ésta puede producirse no porque el Señor y su Iglesia no puedan perdonarlo, todo lo contrario, sino porque la persona misma se cierra a la gracia que se le ofrece. Obrando así insulta al Espíritu Santo porque rechaza como inútiles sus inspiraciones a la conversión, al reconocimiento del autoengaño (cf. Jn 16, 8-9) y a la acción de su amor que cambia los corazones. 

domingo, 22 de enero de 2023

Homilía del III Domingo delTiempo Ordinario – Anuncio del Reino y llamamiento de primeros discípulos (Mt 4, 12-24)

 P. Carlos Cardó SJ

Vocación de los apóstoles Pedro y Andrés, óleo sobre lienzo de Edouard Dantan (mediados del siglo XIX), Museo Nacional de los Avelinos, Saint-Cloud, Francia

Cuando Jesús oyó que Juan había sido encarcelado, se retiró a Galilea. No se quedó en Nazaret, sino que fue a vivir a Cafarnaún, a orillas del lago, en la frontera entre Zabulón y Neftalí. Así se cumplió lo que había dicho el profeta Isaías: Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí, en el camino hacia el mar, a la otra orilla del Jordán, Galilea, tierra de paganos, escuchen: La gente que vivía en la oscuridad ha visto una luz muy grande; una luz ha brillado para los que viven en lugares de sombras de muerte.
Desde entonces Jesús empezó a proclamar este mensaje: «Renuncien a su mal camino, porque el Reino de los Cielos está ahora cerca.»
Mientras Jesús caminaba a orillas del mar de Galilea, vio a dos hermanos: uno era Simón, llamado Pedro, y el otro Andrés. Eran pescadores y estaban echando la red al mar. Jesús los llamó: «Síganme, y yo los haré pescadores de hombres.»
Al instante dejaron las redes y lo siguieron.
Más adelante vio a otros dos hermanos: Santiago, hijo de Zebedeo, con su hermano Juan; estaban con su padre en la barca arreglando las redes. Jesús los llamó, y en seguida ellos dejaron la barca y a su padre y lo siguieron.
Jesús empezó a recorrer toda la Galilea; enseñaba en las sinagogas de los judíos, proclamaba la Buena Nueva del Reino y curaba en el pueblo todas las dolencias y enfermedades. Su fama se extendió por toda Siria. La gente le traía todos sus enfermos y cuantos estaban aquejados por algún mal: endemoniados, lunáticos y paralíticos, y él los sanaba a todos.

El evangelio de San Mateo presenta el inicio de la actividad pública de Jesús en Galilea como la aurora del sol que brilla, el alba del nuevo día. El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz.

El pueblo es Israel, figura de todos los pueblos y símbolo de toda opresión, símbolo de todos los hijos de Adán –de cualquier raza y nación– que soportan el mal, el pecado, la muerte y anhelan la libertad de los hijos de Dios. Fue como el amanecer. Una brecha se abrió en el horizonte humano.

Las tinieblas son la pervivencia del caos primordial, del que Dios sacó el cosmos con su palabra ordenadora. Los hombres desordenaron el cosmos, lo volvieron un campo de guerra de unos contra otros, y con su ambición irracional destruyeron la naturaleza, atentaron contra la vida, atentaron contra su Creador.

Las tinieblas significan también la esclavitud en Egipto, de la que Dios hizo salir a Israel su pueblo. Los hombres olvidaron pronto las acciones de Dios y volvieron a esclavizarse unos a otros, se fabricaron ídolos a los que entregaron la vida, becerros de oro que toda época se ha forjado: dinero, poder, gloria, placer…

La venida de Jesús a este mundo oscurecido es anunciada por los profetas como la luz, principio de la nueva creación, el amanecer del “día de Dios” que pone fin a la noche del mundo. Y se entabla el duelo permanente entre la luz y la tiniebla, la verdad y la mentira, la fraternidad y el odio, la vida y la muerte; duelo que perdura hasta hoy.

Conviértanse, dice Jesús: vuélvanse a la luz, abran los ojos, es posible un mundo diferente, de corazones nuevos, de paz y armonía con el prójimo, con el cosmos, con Dios. Dios sólo espera que nos volvamos a Él. En esto consiste el acto más perfecto de nuestra libertad. En Jesús podemos sentir a Dios como padre y vivir como hermanos.

El Reino de Dios está llegando. Jesús nos da motivos para vivir el presente con ilusión y empeño. El Reino ya actúa entre nosotros. Ya ha comenzado a actuar el amor salvador de Dios en favor de quienes, inspirados por Él, buscan un mundo conforme a su voluntad, en fraternidad y justicia. Aquello que esperamos ya está “aquí”, no fuera de este mundo y de mi vida, pero todavía hay que esperar su plena realización. Por eso el Reino nos hace vivir intensamente el presente y nos marca la dirección de nuestra vida.

Entonces, caminando Jesús por la orilla del mar de Galilea, vio a dos hermanos, Simón llamado Pedro, y Andrés… y les dijo: Vengan conmigo… Es una invitación personal la que nos hace Jesús en la persona de esos pescadores de Galilea. La vida cristiana es la respuesta a esta invitación. Seguirlo significa convertirse, volverse a Dios, vivir conforme a los valores de su Reino. Seguimos a Jesús para vivir con Él la experiencia que ilumina y da sentido a la existencia. Esta experiencia no es, ante todo, una doctrina, ni simplemente una praxis. Jesús despierta en quien lo sigue una relación mucho más profunda y total: una relación personal con Él, como Señor y hermano. Se le entrega no sólo la mente y la sensibilidad, sino el corazón, el fondo del alma.

Lo primero que hace Jesús, según el evangelio de Mateo, es llamar, convocar. Nos llama. Me llama por mi propio nombre para que viva en la verdad de mi existencia. Escuchar su llamada es sentir y lograr mi verdadero yo, liberado de todo lo que me impide ser yo mismo, capaz de empeñar mi vida en la tarea de realizar en mí y en torno a mí los valores del evangelio.

Y no nos imaginemos cosas extraordinarias. La llamada de Jesús se siente en la cotidianidad, por profana que sea: llamó a Simón y  a su hermano Andrés cuando estaban pescando, llamó a Mateo cuando detrás de su mesa de cambista juntaba y contaba plata. Incluso podemos estar haciendo cosas que van contra Cristo y contra los cristianos, como hacía Saulo. Hagamos lo que hagamos, la luz se abre camino y brilla en nuestro interior, desvelando nuestra verdad más profunda. Vente conmigo, me dice.

Y ellos, dejadas sus redes, lo siguieron