P. Carlos Cardó SJ
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Entrada de Jesús en Jerusalén, fresco de Giotto di Bondone (siglo XII), Capilla de los Scrovegni, Museo Cívico de Padua, Italia |
Cuando
Jesús y los suyos iban de camino a Jerusalén, al llegar a Betfagé y Betania,
cerca del monte de los Olivos, les dijo a dos de sus discípulos: "Vayan al
pueblo que ven allí enfrente; al entrar, encontrarán amarrado un burro que
nadie ha montado todavía. Desátenlo y tráiganmelo. Si alguien les pregunta por
qué lo hacen, contéstenle: 'El Señor lo necesita y lo devolverá pronto"'.
"Fueron y encontraron al burro en la calle, atado junto a una puerta, y lo
desamarraron. Algunos de los que allí estaban les preguntaron: "¿Por qué
sueltan al burro?". Ellos les contestaron lo que había dicho Jesús y ya
nadie los molestó. Llevaron el burro, le echaron encima los mantos y Jesús
montó en él. Muchos extendían su manto en el camino, y otros lo tapizaban con
ramas cortadas en el campo. Los que iban delante de Jesús y los que lo seguían,
iban gritando vivas: "¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!
¡Bendito el reino que llega, el reino de nuestro padre David! ¡Hosanna en el
cielo!".
Faltaban dos días para la fiesta de Pascua y de los panes Ázimos.
Los sumos sacerdotes y los escribas andaban buscando una manera de apresar a
Jesús a traición y darle muerte, pero decían: "No durante las fiestas,
porque el pueblo podría amotinarse".
Estando Jesús sentado a la mesa, en casa de Simón el leproso, en Betania, llegó
una mujer con un frasco de perfume muy caro, de nardo puro; quebró el frasco y
derramó el perfume en la cabeza de Jesús. Algunos comentaron indignados: "¿A
qué viene este derroche de perfume? Podía haberse vendido por más de
trescientos denarios para dárselos a los pobres".
Y criticaban a la mujer; pero Jesús replicó: "Déjenla. ¿Por qué la
molestan? Lo que ha hecho conmigo está bien, porque a los pobres los tienen
siempre con ustedes y pueden socorrerlos cuando quieran; pero a mí no me
tendrán siempre. Ella ha hecho lo que podía. Se ha adelantado a embalsamar mi
cuerpo para la sepultura. Yo les aseguro que en cualquier parte del mundo donde
se predique el Evangelio, se recordará también en su honor lo que ella ha hecho
conmigo".
Judas Iscariote, uno de los Doce, se presentó a los sumos sacerdotes para
entregarles a Jesús. Al oírlo, se alegraron y le prometieron dinero; y él
andaba buscando una buena ocasión para entregarlo. El primer día de la fiesta
de los panes ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le preguntaron a
Jesús sus discípulos: "¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de
Pascua?".
Él les dijo a dos de ellos: "Vayan a la ciudad. Encontrarán a un hombre
que lleva un cántaro de agua; síganlo y díganle al dueño de la casa en donde
entre: 'El Maestro manda preguntar: ¿Dónde está la habitación en que voy a
comer la Pascua con mis discípulos?'. Él les enseñará una sala
en el segundo piso, arreglada con divanes. Prepárennos allí la cena".
Los discípulos se fueron, llegaron a la ciudad, encontraron lo que Jesús les
había dicho y prepararon la cena de Pascua.
Al atardecer, llegó Jesús con los Doce. Estando a la mesa, cenando, les dijo: "Yo
les aseguro que uno de ustedes, uno que está comiendo conmigo, me va a
entregar".
Ellos, consternados, empezaron a preguntarle uno tras otro: "¿Soy
yo?".
El respondió: "Uno de los Doce; alguien que moja su pan en el mismo plato
que yo. El Hijo del hombre va a morir, como S está escrito: pero ¡ay del que va
a entregar al Hijo del hombre! ¡Más le valiera no haber nacido!".
Mientras cenaban, Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo
dio a sus discípulos, diciendo: "Tomen: esto es mi cuerpo".
Y tomando en sus manos una copa de vino, pronunció la acción de gracias, se la
dio, todos bebieron y les dijo: "Esta es mi sangre, sangre de la alianza,
que se derrama por todos. Yo les aseguro que no volveré a beber del fruto de la
vid hasta el día en que beba el vino nuevo en el Reino de Dios".
Después de cantar el himno, salieron hacia el monte de los Olivos y Jesús les
dijo: "Todos ustedes se van a escandalizar por mi causa, como está
escrito: 'Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas'; pero cuando resucite,
iré por delante de ustedes a Galilea".
Pedro replicó: "Aunque todos se escandalicen, yo no".
Jesús le contestó: "Yo te aseguro que hoy, esta misma noche, antes de que
el gallo cante dos veces, tú me negarás tres".
Pero él insistía: "Aunque tenga que morir contigo, no te negaré".
Y los demás decían lo mismo. Fueron luego a un huerto, llamado Getsemaní, y
Jesús dijo a sus discípulos: "Siéntense aquí mientras hago oración".
Se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan; empezó a sentir terror y angustia, y les
dijo: "Tengo el alma llena de una tristeza mortal. Quédense aquí,
velando".
Se adelantó un poco, se postró en tierra y pedía que, si era posible, se
alejara de él aquella hora. Decía: "Padre, tú lo puedes todo: aparta de mi
este cáliz. Pero que no se haga lo que yo quiero, sino lo que tú quieres".
Volvió a donde estaban los discípulos, y al encontrados dormidos, dijo a Pedro:
"Simón, ¿estás dormido? ¿No has podido velar ni una hora? Velen y oren,
para que no caigan en la tentación. El espíritu está pronto, pero la carne es
débil".
De nuevo se retiró y se puso a orar, repitiendo las mismas palabras.
Volvió y otra vez los encontró dormidos, porque tenían los ojos cargados de
sueño, por eso no sabían qué contestarle. Él les dijo: "Ya pueden dormir y
descansar. ¡Basta! Ha llegado la hora. Miren que el Hijo del hombre va a ser
entregado en manos de los pecadores. ¡Levántense! ¡Vamos! Ya está cerca el
traidor".
Todavía estaba hablando, cuando se presentó Judas, uno de los Doce, y con él,
gente con espadas y palos, enviada por los sacerdotes, los escribas y los
ancianos. El traidor les había dado una contraseña, diciéndoles: “Al que yo
bese, ése es. Deténganlo y llévenselo bien sujeto".
Llegó, se acercó y le dijo: "Maestro". Y lo besó.
Ellos le echaron mano y lo apresaron. Pero uno de los presentes desenvainó la
espada y de un golpe le cortó la oreja a un criado del sumo sacerdote. Jesús
tomó la palabra y les dijo: "¿Salieron ustedes a apresarme con espadas y
palos, como si se tratara de un bandido? Todos los días he estado entre
ustedes, enseñando en el templo y no me han apresado. Pero así tenía que ser
para que se cumplieran las Escrituras".
Todos lo abandonaron y huyeron.
Lo iba siguiendo un muchacho, envuelto nada más con una sábana y lo detuvieron;
pero él soltó la sábana y se les escapó desnudo.
Condujeron a Jesús a casa del sumo sacerdote y se reunieron todos los
pontífices, los escribas y los ancianos. Pedro lo fue siguiendo de lejos hasta
el interior del patio del sumo sacerdote y se sentó con los criados, cerca de
la lumbre, para calentarse. Los sumos sacerdotes y el sanedrín en pleno
buscaban una acusación contra Jesús para condenarlo a muerte y no la
encontraban. Pues, aunque muchos presentaban falsas acusaciones contra él, los
testimonios no concordaban. Hubo unos que se pusieron de pie y dijeron: "Nosotros
lo hemos oído decir: 'Yo destruiré este templo, edificado por hombres, y en
tres días construirá otro, no edificado por hombres'". Pero ni aun en esto
concordaba su testimonio.
Entonces el sumo sacerdote se puso de pie y le preguntó a Jesús: "¿No
tienes nada que responder a todas esas acusaciones.
Pero él no le respondió nada. El sumo sacerdote le volvió a preguntar: "¿Eres
tú el Mesías, el Hijo de Dios bendito?".
Jesús contestó: "Sí lo soy. Y un día verán cómo el Hijo del hombre está
sentado a la derecha del Todopoderoso y cómo viene entre las nubes del
cielo".
El sumo sacerdote se rasgó las vestiduras exclamando: "¿Qué falta hacen ya
más testigos? Ustedes mismos han oído la blasfemia. ¿Qué les parece?". y
todos lo declararon reo de muerte.
Algunos se pusieron a escupirle, y tapándole la cara, lo abofeteaban y le
decían: "Adivina quién fue", Y los criados también le daban de
bofetadas.
Mientras tanto, Pedro estaba abajo, en el patio. Llegó una criada del sumo
sacerdote, y al ver a Pedro calentándose, lo miró fijamente y le dijo: "Tú
también andabas con Jesús Nazareno".
Él lo negó, diciendo: "Ni sé ni entiendo lo que quieres decir".
Salió afuera hacia el zaguán, y un gallo cantó. La criada, al verlo, se puso de
nuevo a decir a los presentes: "Ése es uno de ellos". Pero él lo
volvió a negar.
Al poco rato, también los presentes dijeron a Pedro: "Claro que eres uno
de ellos, pues eres galileo".
Pero él se puso a echar maldiciones y a jurar: "No conozco a ese hombre
del que hablan".
En seguida, cantó el gallo por segunda vez. Pedro se acordó entonces de las
palabras que le había dicho Jesús: "Antes de que el gallo cante dos veces,
tú me habrás negado tres", y rompió a llorar.
Luego que amaneció, se reunieron los sumos sacerdotes con los ancianos, los
escribas y el sanedrín en pleno, para deliberar. Ataron a Jesús, se lo llevaron
y lo entregaron a Pilato. Éste le preguntó: “¿Eres tú el rey de los
judíos?".
El respondió: "Sí lo soy".
Los sumos sacerdotes lo acusaban de muchas cosas. Pilato le preguntó de nuevo: "¿No
contestas nada? Mira de cuántas cosas te acusan".
Jesús ya no le contestó nada, de modo que Pilato estaba muy extrañado. Durante
la fiesta de Pascua, Pilato solía soltarles al preso que ellos pidieran. Estaba
entonces en la cárcel un tal Barrabás, con los revoltosos que habían cometido
un homicidio en un motín. Vino la gente y empezó a pedir el indulto de
costumbre. Pilato les dijo: “¿Quieren que les suelte al rey de los
judíos?". Porque sabía que los sumos sacerdotes se lo habían entregado por
envidia.
Pero los sumos sacerdotes incitaron a la gente para que pidieran la libertad de
Barrabás. Pilato les volvió a preguntar: "¿Y qué voy a hacer con el que
llaman rey de los judíos?".
Ellos gritaron: "Crucificalo!".
¡Pilato les dijo: "Pues ¿qué mal ha hecho?".
Ellos gritaron más fuerte: "¡Crucificalo!".
Pilato, queriendo dar gusto a la multitud, les soltó a Barrabás; y a Jesús,
después de mandarlo azotar, lo entregó para que lo crucificaran. Los soldados
se lo llevaron al interior del palacio, al pretorio, y reunieron a todo el
batallón. Lo vistieron con un manto de color púrpura, le pusieron una corona de
espinas, que habían trenzado, y comenzaron a burlarse de él, dirigiéndole este
saludo: "¡Viva el rey de los judíos!". Le golpeaban la cabeza con una
caña, le escupían y, doblando las rodillas, se postraban ante él.
Terminadas las burlas, le quitaron aquel manto de color púrpura, le pusieron su
ropa y lo sacaron para crucificarlo. Entonces forzaron a cargar la cruz a un
individuo que pasaba por ahí de regreso del campo, Simón de Cirene, padre de
Alejandro y de Rufo, y llevaron a Jesús al Gólgota (que quiere decir
"lugar de la Calavera"). Le ofrecieron vino con mirra, pero él no lo
aceptó. Lo crucificaron y se repartieron sus ropas, echando suertes para ver
qué le tocaba a cada uno. Era media mañana cuando lo crucificaron. En el
letrero de la acusación estaba escrito: "El rey de los judíos".
Crucificaron con él a dos bandidos, uno a su derecha y otro a su izquierda. Así
se cumplió la Escritura que dice: Fue contado entre los malhechores. Los que
pasaban por ahí, lo injuriaban meneando la cabeza y gritándole: "¡Anda!
Tú, que destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo
y baja de la cruz".
Los sumos sacerdotes se burlaban también de él y le decían: "Ha salvado a
otros, pero a sí mismo no se puede salvar. Que el Mesías, el rey de Israel,
baje ahora de la cruz, para que lo veamos y creamos". Hasta los que
estaban crucificados con él también lo insultaban.
Al llegar el mediodía, toda aquella tierra se quedó en tinieblas hasta las tres
de la tarde. Y a las tres, Jesús gritó con voz potente: "Eloí, Eloí, ¿lemá
sabactani?". (que significa: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
abandonado?) Algunos de los presentes, al oírlo, decían: "Miren, está
llamando a Elías".
Uno corrió a empapar una esponja en vinagre, la sujetó a un carrizo y se la
acercó para que bebiera, diciendo: "Vamos a ver si viene Elías a bajarlo
".
Pero Jesús, dando un fuerte grito, expiró.
Entonces el velo del templo se rasgó en dos, de arriba a abajo. El oficial
romano que estaba frente a Jesús, al ver cómo había expirado, dijo: "De
veras este hombre era Hijo de Dios".
Había también ahí unas mujeres que estaban mirando todo desde lejos; entre
ellas, María Magdalena, María (la madre de Santiago el menor y de José) y
Salomé, que cuando Jesús estaba en Galilea, lo seguían para atenderlo; y además
de ellas, otras muchas que habían venido con él a Jerusalén.
Al anochecer, como era el día de la preparación, víspera del sábado, vino José
de Arimatea, miembro distinguido del sanedrín, que también esperaba el Reino de
Dios. Se presentó con valor ante Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. Pilato
se extrañó que ya hubiera muerto, y llamando al oficial, le preguntó si hacía
mucho tiempo que había muerto. Informado por el oficial, concedió el cadáver a
José. Éste compró una sábana, bajó el cadáver, lo envolvió en la sábana y lo
puso en un sepulcro excavado en una roca y tapó con una piedra la entrada del
sepulcro. María Magdalena y María, la madre de José, se fijaron en dónde lo
ponían.
La liturgia de hoy nos ofrece
juntos el triunfo de Jesús y su pasión.
Con los niños hebreos y la
multitud de Jerusalén, llevando ramas de olivo, salimos al encuentro del Señor
y lo aclamamos como rey salvador: “Hosanna
al Hijo de David. Bendito el que viene en nombre del Señor”. Admira el modo
como Jesús asume
su condición de rey: la humildad pacífica que le lleva a entrar en la ciudad montado sobre un burrito. Su grandeza no se
manifiesta en el dominio y la fuerza, sino en el servicio y la entrega de su
vida. Su reino no es de este mundo.
La
Pasión según San Marcos es un relato “denso” con una fuerte carga existencial.
No es una fría declaración de principios y verdades sino una narración viva del
misterio de la vida, pasión y muerte de Jesús. Es la historia de su fidelidad
hasta la muerte, de su confianza total en Dios, de su solidaridad con la
humanidad sufriente. Las tres lecturas de hoy nos hacen ver cómo se identifica Dios
con la humanidad dolorida, la de antes, la de entonces y la de ahora.
El
Siervo de Yahvé, probado en el sufrimiento, es capaz de decir una palabra
alentadora al cansado (Isaías 50,4), porque participa de su dolor.
El Siervo de Yahvé es figura de Jesús, que al compartir nuestros dolores hasta entregar
su vida por nosotros, nos da la prueba máxima de su amor por nosotros; “haciéndose
semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; se humilló a sí
mismo obedeciendo hasta la muerte y una muerte de cruz” (Flp 2,7-8) “Por eso Dios lo levantó
sobre todo”.
Hoy iniciamos la Semana Santa.
Recorreremos el mismo camino de Jesús, de dolor, amor y gloria. La muerte en
cruz es camino de victoria. Celebramos la Pascua, el triunfo del amor con que
Dios nos amó. Sin
embargo, constatamos que la Semana Santa se convierte para muchos en semana de
vacaciones… Por más que aquí y en muchas parroquias hay en estas fechas
diversos actos que ayudan a vivir el significado de estos días: oficios santos,
adoración, vía crucis… Son días para meditar. Es muy provechoso hacer una
lectura pausada de los textos litúrgicos de estos días o de alguno de los
relatos de la pasión.
Celebrar la Semana Santa es creer que
Dios en Jesús con infinito amor ama a todos sus hijos e hijas, a los que vienen
estos días a la iglesia y a los que no acudirán a ella. Todos caben en su
corazón. Es también agradecimiento por el amor «increíble» de Dios y deseo de
vivir como Jesús solidarizándonos con los crucificados.