jueves, 31 de enero de 2019

Luz del mundo y saber escuchar (Mc 4, 21-25)

P. Carlos Cardó SJ
Samuel comenta la llamada de Dios con Elí, óleo sobre lienzo de John Singleton Copley (1780), Museo de Arte Wadsworth Atheneum, Hartford, Connecticut, Estados Unidos 
En aquel tiempo, Jesús dijo a la multitud: "¿Acaso se enciende una vela para meterla debajo de una olla o debajo de la cama? ¿No es para ponerla en el candelero? Porque si algo está escondido, es para que se descubra; y si algo se ha ocultado, es para que salga a la luz. El que tenga oídos para oír, que oiga".Siguió hablándoles y les dijo: "Pongan atención a lo que están oyendo. La misma medida que utilicen para tratar a los demás, esa misma se usará para tratarlos a ustedes, y con creces. Al que tiene, se le dará; pero al que tiene poco, aun eso poco se le quitará".
El ser luz puede ser la conclusión de la parábola del sembrador: cuando la semilla-Palabra cae en tierra buena, produce fruto y lo oculto y secreto de la semilla-Palabra ha de hacerse público y notorio. La identidad cristiana cuando está asimilada se deja ver, se trasluce, resalta. Cristo es la luz, es quien ilumina y damos su luz.
¿Acaso se trae una lámpara para cubrirla con una vasija o ponerla debajo de la cama? ¿No es para ponerla sobre el candelero? En alto, que todos los vean. Responsabilidad grande es el impacto que producimos. Pensemos qué debemos hacer para que la palabra se transmita de modo creíble, sea respetada, tenida en cuenta.
No es buscar sobresalir, brillar, hacernos ver. Jesús advierte: “Cuidado con practicar las buenas obras para ser vistos por la gente…, no vayas pregonándolo como lo hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles para que los alaben los hombres” (Mt 6, 1-2). Seamos con sencillez lo que debemos ser: auténticos, con identidad clara y manifiesta.  No se puede esconder la identidad. Y la identidad brillará; es consecuencia.
Nada hay oculto que no llegue a descubrirse ni nada secreto que no llegue a conocerse. Jesús es luz, pero oculta, como semilla en tierra. En medio de dificultades se recibe y acoge la luz, misterio del Señor y del reino.
Por eso pongan atención a cómo escuchan. Si escuchamos con atención, descubrimos el sentido de la palabra y la luz en medio de la realidad oscura. Lo oculto queda al descubierto. En la medida de nuestra fe, sabemos escuchar y se nos da el conocimiento del misterio. Quien tiene capacidad de escucha recibirá más y más luz. Pero a quien no sabe escuchar se le quitará aun lo que tiene, en el sentido de que no será capaz de acoger el don que se le ofrece y lo perderá por no saber acogerlo.
El pueblo judío no aceptó la plenitud de la revelación en Jesucristo, no tuvo fe; por ello lo que tenía (elección, alianza, obras maravillosas en su favor, promesa), lo perdió. En cambio los seguidores de Jesús, aun los paganos, tuvieron fe y recibieron el don de lo alto.
Lámpara para mis pasos es tu palabra, luz en mi camino (Sal 119, 105). 

miércoles, 30 de enero de 2019

La parábola del sembrador (Mc 4, 1-20)

P. Carlos Cardó SJ

La parábola del sembrador, ilustración de Jan Luyken (1685) para la Biblia del Navegante, Museo Belgrave Hall Leicester, Inglaterra

En aquel tiempo, Jesús se puso a enseñar otra vez junto al lago, y se reunió una muchedumbre tan grande, que Jesús tuvo que subir en una barca; ahí se sentó, mientras la gente estaba en tierra, junto a la orilla.Les estuvo enseñando muchas cosas con parábolas y les decía:"Escuchen. Salió el sembrador a sembrar. Cuando iba sembrando, unos granos cayeron en la vereda; vinieron los pájaros y se los comieron. Otros cayeron en terreno pedregoso, donde apenas había tierra; como la tierra no era profunda, las plantas brotaron enseguida; pero cuando salió el sol, se quemaron, y por falta de raíz, se secaron. Otros granos cayeron entre espinas; las espinas crecieron, ahogaron las plantas y no las dejaron madurar. Finalmente, los otros granos cayeron en tierra buena; las plantas fueron brotando y creciendo y produjeron el treinta, el sesenta o el ciento por uno".
Y añadió Jesús: "El que tenga oídos para oír, que oiga".Cuando se quedaron solos, sus acompañantes y los Doce le preguntaron qué quería decir la parábola.Entonces Jesús les dijo: "A ustedes se les ha confiado el secreto del Reino de Dios; en cambio, a los que están fuera, todo les queda oscuro; así, por más que miren, no verán; por más que oigan, no entenderán; a menos que se arrepientan y sean perdonados".Y les dijo a continuación: "Si no entienden esta parábola, ¿cómo van a comprender todas las demás? `El sembrador’ siembra la palabra. ‘Los granos de la vereda’ son aquellos en quienes se siembra la palabra, pero cuando la acaban de escuchar, viene Satanás y se lleva la palabra sembrada en ellos. ‘Los que reciben la semilla en terreno pedregoso’, son los que, al escuchar la palabra, de momento la reciben con alegría; pero no tienen raíces, son inconstantes, y en cuanto surge un problema o una contrariedad por causa de la palabra, se dan por vencidos. `Los que reciben la semilla entre espinas’ son los que escuchan la palabra; pero por las preocupaciones de esta vida, la seducción de las riquezas y el deseo de todo lo demás, que los invade, ahogan la palabra y la hacen estéril. Por fin, los que reciben la semilla en tierra buena’ son aquellos que escuchan la palabra, la aceptan y dan una cosecha: unos, de treinta; otros, de sesenta; y otros, de ciento por uno".
A pesar de la oposición de sus parientes, que se lo han querido llevar por creerlo loco, y de los expertos de la religión, que han dicho de Él que está endemoniado, Jesús retoma la actividad a orillas del lago de Galilea. Se junta tanta gente que tiene que subirse a una barca y predicar desde allí. Enseña con parábolas que todos entienden, concretamente de la faena de la siembra, que todos conocen.
Pero la parábola tiene su misterio: subraya la pérdida que sufre el sembrador de tres cuartas partes de su semilla para contrastar con el fruto, paradójicamente abundante, de treinta y sesenta por uno, y hasta de ciento por uno al final, lo cual resulta extraordinario.
En Palestina, según los entendidos, lo máximo que se conseguía en una cosecha era el 7,5 por ciento; las tierras no eran buenas y el agua escasa. Como la parábola tiene que ver con el reino de Dios, quedaba claro que Jesús quería hacer ver que el establecimiento de la justicia, la paz y la fraternidad, propias del plan de Dios, tendría un desarrollo difícil, con  logros débiles y precarios hasta alcanzar el triunfo pleno del amor salvador de Dios al final de la historia.
Este “misterio” del desarrollo lento pero irreversible del reino de Dios será revelado a los discípulos y, por su predicación, será anunciado a todas las naciones para que todos, judíos y cristianos, lleguen a ser buena tierra y formen el único cuerpo de Cristo. Así explicó Jesús su parábolas a los discípulos y Pablo desarrollará la idea del “misterio” del reino refiriéndolo en definitiva a la incalculable riqueza que es conocer a Jesucristo y hacerse merecedor de la salvación que Él trae (Ef 3, 5-8.18).
Jesús explica la parábola a los suyos, es decir, a los que están a su alrededor junto con los doce apóstoles. No son sus parientes sino los que se han  hecho discípulos suyos. Los de fuera son los que no tienen disposición para creer y seguirlo. Estos por más que miren y oigan no verán ni entenderán, a no ser que se conviertan.
El mensaje del reino no puede quedarse únicamente como una doctrina que se escucha (y se aprende), debe recibirse con fe y adhesión libre de modo que suscite una actitud de cambio personal progresivo, con la consiguiente superación de dificultades, resistencia e incomprensiones propias o venidas del exterior.
El campo en el que se realiza la labor del anuncio del reino es el mundo, la humanidad, y es también la comunidad cristiana y la disposición de cada persona para acoger la palabra evangélica. La explicación alegórica de la parábola hace referencia a cuatro situaciones que pueden darse en la comunidad. En este sentido, es una exhortación a los cristianos para que se mantengan perseverantes en la escucha y práctica del mensaje a pesar de las dificultades interiores o exteriores que vendrán: superficialidad, inconstancia, preocupaciones mundanas, atracción de la riqueza, engaños…
Pero para que no se lea la parábola en clave moralista o induzca a un voluntarismo egocéntrico, hay que recordar que la auténtica escucha de la palabra y su consecuente fecundidad y fruto dependen siempre de la adhesión vital a la persona de Cristo, portador y realizador del reino. Sólo la relación cordial con el Señor, que permite conocerlo internamente para más amarlo y servirlo, hace posible la fidelidad aun en medio de las adversidades.

martes, 29 de enero de 2019

La verdadera familia de Jesús (Marcos 3, 31-35)

P. Carlos Cardó SJ
Cristo y sus discípulos, mosaico del ábside de basílica de Santa Pudenciana, Roma, Italia, autor anónimo, año 390 D.C. 
En aquel tiempo, llegaron a donde estaba Jesús, su madre y sus parientes; se quedaron fuera y lo mandaron llamar.En torno a Él estaba sentada una multitud, cuando le dijeron: "Ahí fuera están tu madre y tus hermanos, que te buscan".Él les respondió: "¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?".Luego, mirando a los que estaban sentados a su alrededor, dijo: "Éstos son mi madre y mis hermanos. Porque el que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre".
Hay en el texto una clara contraposición entre los parientes de Jesús que se quedan fuera de la casa y los que están dentro, sentados a su alrededor. Estar sentados en torno a Jesús equivale a “estar con Él”, que fue la finalidad para la que Jesús convocó a los Doce: llamó a los que quiso para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar (Mc 3,14). La constitución de los doce apóstoles correspondió al nacimiento del nuevo Israel. Aquí, los que están sentados a los pies del Maestro, escuchando su palabra, representan a todos aquellos que siguen a Jesús con la actitud propia del discípulo.
Probablemente estos de dentro son la misma gente que llenó la casa hasta el punto de no dejarle a Jesús ni tiempo para comer (Mc 3,20). Son venidos de todas partes, gente sencilla, muchos de ellos enfermos que han venido para ser curados de sus dolencias. No son fariseos ni expertos en la ley y la religión. Lo cual quiere decir que todos pueden acercarse al Señor, hacerse discípulos suyos y seguirlo, basta tener fe y disposición para recibir su palabra y hacerla vida en sus personas.
Llegaron su madre y sus hermanos y, quedándose afuera, lo mandaron llamar… Jesús recibe el aviso: ¡Oye! Tu madre y tus hermanos están afuera y te buscan. No se dice el nombre de su madre ni de sus hermanos. Tienen aquí una función representativa, son los que están vinculados a Él por lazos de consanguinidad, la comunidad de la que procede, en la que se ha criado.
Jesús respondió: ¿Quiénes son mi madre y mis hermanos? Y mirando entonces a los que estaban sentados a su alrededor, añadió: Estos son mi madre y mis hermanos.
Antes el evangelista Marcos captó una mirada de Jesús: cuando en la sinagoga, antes de curar al hombre de la mano seca, miró a los fariseos. Fue una mirada de ira. Ahora vuelve a fijarse en el detalle de la mirada. Pero, sin duda, esta vez es de amor y de acogida a toda esa gente pobre y sencilla que se ha acercado a Él y forman su círculo, y Él los quiere como su familia verdadera.
A ese grupo podemos pertenecer. Pero hay que dar el paso de una fe imperfecta a una fe íntima, hecha de adhesión cálida y profunda a la persona de Jesús, cuyo mayor interés en todo era hacer la voluntad de su Padre. Así mismo, el discípulo, sentado a sus pies, aprende de Él a hacer de la voluntad de Dios la norma de su propio obrar. Y se forja entre el Señor y sus discípulos un auténtico parentesco, una familia: Estos son mi madre y mis hermanos.
Se puede estar dentro o estar fuera. Puede uno estar relacionado con Cristo por vínculos humanos, sociales, culturales, ser contado incluso entre los que llevan su nombre, cristianos, pero no tener su parecido, su aire familiar: porque el rasgo más saltante de Jesús, su pasión por hacer en todo la voluntad del Padre, no se refleja en su persona.
Esta posibilidad está abierta a todos, pues a todos llega la misericordia de Dios en Jesús, incluso a los que se sienten alejados de “la casa de Dios”. No es privilegio de unos cuantos el estar cerca del Señor. Se entra al grupo de su familia mediante la escucha obediente de su palabra.
Hay quienes utilizan injustamente este texto sobre los parientes de Jesús para atacar el culto que los católicos damos a María. Lo que admiramos en ella y es motivo de nuestra veneración es precisamente su fe: María es modelo de creyente y figura de la Iglesia que acoge la palabra y la lleva a cumplimiento.
Ella es bienaventurada porque cree y su maternidad se origina en su fe que la hace escuchar la Palabra y darle su asentimiento para que se encarne en su seno por obra del Espíritu Santo. Lo importante, pues, es pasar como María de un parentesco físico a un parentesco “según el Espíritu”, fundado en la escucha y puesta en práctica de la palabra: “Aunque hemos conocido a Cristo según la carne, ahora no lo conocemos así, sino según el Espíritu” (2 Cor 5,16).

lunes, 28 de enero de 2019

El poder de expulsar demonios (Mc 3, 22-30)

P. Carlos Cardó SJ
Satanás, derrotado, huye de Jesús. ilustración de William Hole (1906) en La Vida de Jesús de Nazareth, ochenta pinturas. Publicada por Fine Art Society, Londres, 1906.
En aquel tiempo, los escribas que habían bajado de Jerusalén decían: "Tiene dentro a Belzebú y expulsa a los demonios con el poder del jefe de los demonios."Él los invitó a acercarse y les puso estas parábolas: "¿Cómo va a echar Satanás a Satanás? Un reino en guerra civil no puede subsistir; una familia dividida no puede subsistir. Si Satanás se rebela contra sí mismo, para hacerse la guerra, no puede subsistir, está perdido. Nadie puede meterse en casa de un hombre forzudo para arrebatarle sus cosas, si primero no lo ata; entonces podrá saquear su la casa. Creedme, todo se les podrá perdonar a los hombres: los pecados y cualquier blasfemia que digan; pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás, cargará con su pecado para siempre".
Se refería a los que decían que tenía dentro un espíritu inmundo.  
Antes de este pasaje, sus parientes habían dicho que estaba loco y pretendieron llevárselo para controlarlo. Ahora, los expertos en religión elaboran contra Él una denuncia más peligrosa para que la gente lo repudie: ¡Tiene a Belzebú!
Pero Jesús no se amedrenta. Obligado a defenderse, reivindica para sí la plena posesión del Espíritu divino, a cuyo poder se deben atribuir las acciones liberadores que realiza y que demuestran, además, que el reinado de Dios ha comenzado. Si yo expulso los demonios con el poder del Espíritu de Dios… es que ha llegado a ustedes el reino de Dios (Mt 12,28).
En la acción de expulsar demonios se concentra de la manera mas gráfica el poder de Dios que actúa en Jesús venciendo al mal. Hoy no se tiene la misma creencia que se tenía entonces acerca de una eventual presencia física y una acción maciza del demonio en el mundo y en las personas, pero no por ello estos textos evangélicos han perdido el valor profundo y el contenido teológico que tienen como testimonios del poder divino de Jesús.
Gracias a Él, las fuerzas temibles del mal y de la muerte han dejado ya de ser invencibles. Jesús exorciza, “desdemoniza” el mundo, liberando al ser humano de todo demonio personal o social, de toda sumisión fatalista a poderes, energías o fuerzas naturales o sobrenaturales que amenazan la vida y, finalmente, de sistemas y estructuras que generan injusticias, odio, exclusión y división en la vida social.
Viene otro que es más fuerte que él y lo vence… Jesús es el más fuerte. Su victoria está asegurada. Si algo está claro en el Evangelio es que con Cristo todo tipo de mal, cualquiera que sea su índole y su poder nocivo en la marcha de nuestra historia, no importa cuán esclavizante y corruptor, sutil y oculto pueda parecer, ha sido derrotado y conquistado definitivamente en la cruz de nuestro Señor Jesucristo. Hablando de ella dice Jesús en el evangelio de Juan: Ahora el Príncipe de este mundo será echado fuera (Jn 12,31).
Con muy mala fe, los maestros de la ley y los fariseos difunden entre la gente que Jesús es un agente de Satanás, cuando no podía ser más evidente que estaba en abierta lucha contra él. Jesús los increpa severamente, haciéndoles ver que incurren en el único pecado imperdonable. La calumnia premeditada que han lanzado contra Él es un insulto al Espíritu Santo, les dice.
El Espíritu de Dios es el que lo mueve a obrar en todo con amor, como el mismo Dios actúa. Quien afirme lo contrario, es decir, que es el espíritu de Satán, espíritu de odio y de violencia, el que mueve a Jesús, niega con mala fe la evidencia e insulta al Espíritu Santo.
Este comportamiento malintencionado, que no es un hecho aislado sino una actitud corrompida, les hace optar obstinadamente contra la verdad por secretas intenciones, cerrar toda posibilidad de cambio y, por ello, toda posibilidad de recibir el perdón. Simplemente no reconocen que hacen mal, niegan tener necesidad de perdón, impiden al Espíritu su obra liberadora.
La misericordia de Dios no tiene límites, pero quien se niega deliberadamente a aceptar la salvación y el perdón que Dios le ofrece, transita un camino de oscuridad que conduce a la perdición. Ésta puede producirse no porque el Señor y su Iglesia no puedan perdonarlo, todo lo contrario, sino porque la persona misma se cierra a la gracia que se le ofrece. 
Obrando así insulta al Espíritu Santo porque rechaza como inútiles sus inspiraciones a la conversión, al reconocimiento del autoengaño (cf. Jn 16, 8-9) y a la acción de su amor que cambia los corazones. 

domingo, 27 de enero de 2019

Homilía del III Domingo del Tiempo Ordinario - Inicio de la actividad de Jesús (Lc 1,1-4; 4,14-21)

P. Carlos Cardó SJ

Jesús lee en la sinagoga, acuarela opaca sobre grafito en papel tejido gris de James Tissot (entre 1886 y 1894), Museo de Brooklyn, Nueva York

Muchos han tratado de escribir la historia de las cosas que pasaron entre nosotros, tal y como nos las trasmitieron los que las vieron desde el principio y que ayudaron en la predicación. Yo también, ilustre Teófilo, después de haberme informado minuciosamente de todo, desde sus principios, pensé escribírtelo por orden, para que veas la verdad de lo que se te ha enseñado.(Después de que Jesús fue tentado por el demonio en el desierto), impulsado por el Espíritu, volvió a Galilea. Iba enseñando en las sinagogas; todos lo alababan y su fama se extendió por toda la región.
Fue también a Nazaret, donde se había criado.
Entró en la sinagoga, como era su costumbre hacerlo los sábados, y se levantó para hacer la lectura.
Se le dio el volumen del profeta Isaías, lo desenrolló y encontró el pasaje en que estaba escrito: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para llevar a los pobres la buena nueva, para anunciar la liberación a los cautivos y la curación a los ciegos, para dar libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor.Enrolló el volumen, lo devolvió al encargado y se sentó.
Los ojos de todos los asistentes a la sinagoga estaban fijos en él.
Entonces comenzó a hablar, diciendo: "Hoy mismo se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír".
El evangelio de hoy tiene dos partes. La primera es el prólogo de la obra de Lucas (1,1-4). La segunda, cuatro capítulos después, narra los inicios de la actividad pública de Jesús en Nazaret (4,14-21).
El prólogo indica que el escrito está dedicado a un cierto Teófilo, que no sabemos bien si es un personaje real o ideal. Algunos comentaristas lo consideran una persona histórica, un ayudante de Lucas en su tarea evangelizadora. Lo más acertado es decir que se trata de una figura simbólica, el discípulo de todos los tiempos.
“Teófilo” significa “amado de Dios” o “amante de Dios”. El discípulo de Jesús, que recibe su mensaje, sabe que es amado de Dios y desea llegar a amar realmente a Dios. Se puede decir que Lucas dedica su evangelio al cristiano que quiere llegar a ser un adulto en su fe, consciente de la responsabilidad que le atañe en el mundo.
A ese cristiano, lo quiere conducir a vivir una experiencia similar a la de los discípulos de Emáus, es decir, a escuchar al Señor, a reconocerlo “al partir el pan” y hallarlo presente en la comunidad, cuyos miembros dan testimonio de que “verdaderamente el Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón” (24,34).
Lucas declara que su intención al escribir su evangelio es componer un relato de los hechos que se han verificado en torno a Jesús de Nazaret. Hablará de Jesús en forma narrativa, empleando las tradiciones transmitidas por los que primero fueron testigos oculares y luego predicadores de la Palabra.
Por consiguiente, lo que está en el evangelio no son fantasías del autor, sino testimonios recogidos tal como fueron transmitidos por los que convivieron con Jesús y luego los dieron a conocer a las primeras comunidades cristianas. El evangelista comprueba todo exactamente desde el  principio y lo presenta de manera ordenada, para que los lectores puedan conocer y entender mejor a Jesús. Es la finalidad: que conozcan la solidez de las enseñanzas recibidas.
En la segunda parte del texto de hoy se relata el acontecimiento que da inicio a la vida pública de Jesús. Nos dice que Jesús, como era su costumbre, asistió un sábado a la sinagoga de su pueblo y que se levantó para hacer la lectura. Le dieron un texto del profeta Isaías y lo explicó aplicándolo a su propia persona. Hizo ver a sus oyentes que él era el Mesías esperado, portador del Espíritu de Dios, que lo había ungido para anunciar la buena noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad y conseguir la libertad a los oprimidos.
Muchos al oírlo se admiraron de “las palabras de gracia” que salían de su boca; vieron que en ellas se realizaban las promesas de Dios, proclamadas por los antiguos profetas. Al igual que aquellos primeros testigos, también la comunidad cristiana primitiva experimentaba en su quehacer diario la gracia de Dios, sentían que el mismo Jesús resucitado seguía acompañando a los suyos.
Para ellos y para nosotros –a quienes se dirige el Evangelio– las palabras de Jesús son una constante llamada a la vida, al amor y a la felicidad, que Dios quiere para todos, aunque a veces sea por caminos insospechados.
Para nosotros hoy, el mensaje de este evangelio mantiene plena vigencia: en Cristo se cumplen las promesas de Dios, se realizan las aspiraciones de todo ser humano. Jesús proclama la llegada del reino de Dios. Nos dice que ha llegado una etapa nueva en las relaciones de Dios con los hombres, en la que Dios ofrece una alianza basada en el amor, que reclama por parte de todos un amor nuevo.
En esto consiste la buena noticia: en que somos hijos e hijas de Dios y debemos, por tanto, comportarnos como hermanos y hermanas, obrando con la fuerza y motivación del amor, que es el Espíritu de Dios. Y este amor, que es lo más grande, no pasará jamás.
Asimismo, estamos llamados a trabajar por la causa de Jesús, que hoy como ayer tiene el mismo contenido y los mismos destinatarios: llevar la buena noticia a los pobres y a cuantos sufren. El sufrimiento sigue presente y seguirá a lo largo de la historia hasta el final. Para ello contamos con el Espíritu de Jesús, que se encuentra en nosotros como lo estuvo también en Él.
Ese Espíritu vivificador nos garantiza el éxito de la empresa, a pesar de los obstáculos que encontremos para su realización y a pesar de las cortapisas e incoherencias que pongamos los trabajadores en la viña del Señor. Ese es nuestro  consuelo y esa es nuestra confianza.

sábado, 26 de enero de 2019

El envío de los 72 discípulos (Lc 10, 1-9)

P. Carlos Cardó SJ
San Pedro curando a los enfermos con su sombra, fresco de Masaccio (1424 – 1425), iglesia Santa María del Carmine, Florencia, Italia
Después de esto, el Señor eligió a otros setenta y dos discípulos y los envió de dos en dos delante de él, a todas las ciudades y lugares adonde debía ir.Les dijo: «La cosecha es abundante, pero los obreros son pocos. Rueguen, pues, al dueño de la cosecha que envíe obreros a su cosecha. Vayan, pero sepan que los envío como corderos en medio de lobos. No lleven monedero, ni bolsón, ni sandalias, ni se detengan a visitar a conocidos. Al entrar en cualquier casa, bendíganla antes diciendo: La paz sea en esta casa. Si en ella vive un hombre de paz, recibirá la paz que ustedes le traen; de lo contrario, la bendición volverá a ustedes. Mientras se queden en esa casa, coman y beban lo que les ofrezcan, porque el obrero merece su salario. No vayan de casa en casa. Cuando entren en una ciudad y sean bien recibidos, coman lo que les sirvan, sanen a los enfermos y digan a su gente: El Reino de Dios ha venido a ustedes."
La mies es mucha y los obreros pocos. La frase de Jesús contiene una llamada a colaborar –cada cual en su propio estado de vida– en la misión de llevar el evangelio al mundo. De modo particular la frase hace tomar conciencia del problema de la falta de vocaciones para el sacerdocio y para los servicios que en la Iglesia requieren una dedicación especial. Sin oración al Señor de la mies, sin familias que valoren la vocación de sus hijos y sin el testimonio vivo de los propios sacerdotes, religiosos y laicos, el problema seguirá.
Para realizar su obra Jesús necesita colaboradores. Por eso designó y envió discípulos y discípulas. El número 72 simboliza una totalidad: todos los que creemos en Cristo somos apóstoles, discípulos y misioneros. La misión es cosa de todos y para todos.
Las instrucciones que da Jesús a los discípulos se abren con una sentencia  que da sentido a todo el conjunto: miren que yo los envío como corderos en medio de lobos. Las perspectivas no son halagüeñas, las circunstancias son adversas, pocos obreros, riesgos y peligros, tiempo breve. El mundo al que Jesús envía es complejo y siempre ha habido y habrá obstáculos sin fin.
Una experiencia común a muchos cristianos que se han decidido a encarnar los valores evangélicos en sus vidas, y a transmitirlos, es ver que pronto o tarde se hacen objeto de críticas e incomprensiones, se les trata con desdén y aun desprecio y se les retira la amistad. Nunca ha sido fácil vivir auténticamente el cristianismo. Cuando esto ocurre, el cristiano se acuerda de las palabras del Señor: En el mundo tendrán tribulaciones; pero tengan ánimo, yo he vencido al mundo (Jn 16,33).
Las instrucciones que dio Jesús a los 72 discípulos antes de enviarlos en misión se pueden sintetizar en dos actitudes fundamentales: vivir con sencillez y llevar la paz. A ejemplo del Señor y en solidaridad con los hermanos necesitados, el cristiano auténtico asume un estilo de vida sobrio y sencillo, porque tiene puesta su confianza no en el dinero sino en Jesucristo. Sólo así la evangelización dará fruto. Porque si nuestra oración, nuestra vida litúrgica y nuestro hablar de Dios expresan nuestra fe, el estilo de vida que llevamos la hace creíble.
No llevar bolsa ni morral ni sandalias significa desterrar la ambición que nace de pensar que el dinero es el valor supremo en la vida, para poner toda la confianza en Dios y en la promesa de su reino. Quien vive esto es capaz de servir libre y desinteresadamente: libre de todo interés temporal para no entrar en componendas ni negociaciones que contradigan los valores del evangelio; libre para dirigirse a su meta sin siquiera detenerse a saludar a nadie por el camino, libre para no buscarse a sí mismo sino a Jesucristo y el bien de los demás, ¡libre para amar, libre para servir!
La segunda actitud que han de tener los discípulos es la paz. Quien se ha identificado con el Señor siente dentro de sí una profunda paz y sabe comunicarla. Paz a esta casa, dicen los discípulos, y su palabra eficaz transmite la paz verdadera. El cristiano es pacífico y pacificador, siempre en misión de construir paz. Pero no una paz ingenua y barata, sino la que brota de la justicia y asume el nombre de solidaridad, desarrollo equitativo para todos, nuevo orden social…
La misión a la que Jesús envía, es consecuencia del bautismo. Exige una identificación personal con su estilo de vida. Sin la puesta en práctica de sus enseñanzas no se puede ser seguidores suyos y colaboradores de su misión. 

viernes, 25 de enero de 2019

Vayan por todo el mundo (Mc 16, 15-18)

P. Carlos Cardó SJ
Aparición de Cristo a los apóstoles, temple sobre tabla de Duccio di Buoninsegna (1308 – 1311) Museo dell’opera Metropolitana del Duomo, Siena, Italia
En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once y les dijo: "Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda creatura. El que crea y se bautice, se salvará; el que se resista a creer, será condenado. Éstos son los milagros que acompañarán a los que hayan creído: arrojarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos, y si beben un veneno mortal, no les hará daño; impondrán las manos a los enfermos y éstos quedarán sanos".
Se trata de un texto añadido al evangelio de Marcos en una época muy tardía, quizá hacia la mitad del siglo II. La razón que se da a este añadido es la desazón que causaba a las primeras comunidades el final tan abrupto de Marcos, que cierra su evangelio con el miedo y huída de las mujeres del sepulcro vacío (Mc 16, 1-8). Se buscó por eso una prolongación de los relatos que condujeran a un final más adecuado.
De entre los diversos textos que se escribieron con este fin se escogió éste, por armonizar mejor con la temática general del evangelio de Marcos. Sin embargo, aunque se trate de un añadido, no deja de ser un texto inspirado y canónico, que como tal fue sancionado por el Concilio de Trento. Más aún, varios Santos Padres como Clemente Romano, Basilio, Ireneo lo citan en sus escritos pues, según ellos, no disonaba con el conjunto del evangelio y contenía innegable valor para la Iglesia.
El texto refleja las inquietudes y preocupaciones de la primera comunidad cristiana de Roma, en donde fue escrito este evangelio. Son cristianos que han recibido la fe por el testimonio y la predicación de los apóstoles. Ellos no han visto al Señor, pero fundamentan su fe en Jesucristo, en el testimonio que les transmiten los primeros testigos.
Por eso el texto enumera los sucesivos testimonios aportados a la comunidad. En primer lugar el de María Magdalena. Se alude a la acción sanante realizada por Jesús en favor de ella, liberándola de siete demonios, es decir, de siete males, siete enfermedades.
Luego se subraya el estado de tristeza y llanto en que estaban los discípulos, que no creyeron en el anuncio de Magdalena: al oír que estaba vivo y que ella lo había visto, no le creyeron. Viene después la alusión a la experiencia de los de Emaús y el testimonio que dieron a los demás y que tampoco fue aceptado. Por último, se menciona la aparición del Resucitado a los Once reunidos en torno a la mesa. Y pone aquí el redactor el envío en misión para anunciar la buena noticia a toda criatura.
La comunidad aparece como el lugar para el encuentro con el Resucitado. Jesucristo permanece en ella, con su palabra y sus acciones salvadoras. Su poder salvador se prolonga en ella y por medio de ella.
Una preocupación de la comunidad debió de ser la permanencia y actuación del misterio del mal en el mundo a pesar de la victoria de Cristo Resucitado. Tendrán que abrirse a la fe/confianza en el Cristo vencedor que, no obstante, sigue actuando también por medio de los creyentes, a quienes ha dotado de poderes carismáticos para enfrentar el mal y vencerlo. 
Jesucristo Resucitado es el verdadero fundamento de la fe de la comunidad cristiana y por medio de ella continúa anunciándose y manifestándose el reinado de Dios y la salvación para el que crea y se bautice.

jueves, 24 de enero de 2019

Lo seguía una gran multitud (Mc 3, 7-12)

P. Carlos Cardó SJ
Manifestación, óleo sobre lienzo de Antonio Berni (1951), Centro Cultural Recoleta, Buenos Aires, Argentina

En aquel tiempo, Jesús se retiró con sus discípulos a la orilla del mar, seguido por una muchedumbre de galileos.Una gran multitud, procedente de Judea y Jerusalén, de Idumea y Transjordania y de la parte de Tiro y Sidón, habiendo tenido noticias de lo que Jesús hacía, se trasladó a donde Él estaba. Entonces rogó Jesús a sus discípulos que le consiguieran una barca para subir en ella, porque era tanta la multitud, que estaba a punto de aplastarlo.En efecto, Jesús había curado a muchos, de manera que todos los que padecían algún mal, se le echaban encima para tocarlo.Cuando los poseídos por espíritus inmundos lo veían, se echaban a sus pies y gritaban: "Tú eres el Hijo de Dios". Pero Jesús les prohibía que lo manifestaran.
Jesús se retiró con sus discípulos a orillas del lago. Podría pensarse que huye porque los fariseos y los partidarios de Herodes se han confabulado para darle muerte, pero lo hace para manifestar más claramente su identidad, su mensaje y su obra a sus discípulos y a quienes lo siguen. Por eso, será un retiro fructífero porque de ahí nacerá la Iglesia, no como un instrumento de poder, sino como una barca pequeña, desde la cual Jesús anuncia a las multitudes su mensaje. Este es el sentido de este pasaje que sintetiza la actividad de Jesús.
Se hace mención de las siete regiones de donde procede la multitud que se congrega para seguir a Jesús. Se destaca con ello, por una parte, la centralidad de la persona de Jesús, que convoca y reúne entorno a sí, y, por otra parte, la universalidad de su mensaje y acción salvadora que llega no sólo a los judíos sino también a los extranjeros de Tiro y Sidón.
Esta afluencia incontenible de gentes venidas de todas partes simboliza la humanidad necesitada de salvación y evoca también aquella multitud de diversas lenguas y culturas que, según San Lucas, confluirá en Jerusalén para Pentecostés, donde nacerá la Iglesia (Hech 2. 9-11).
La muchedumbre que ha acudido a Jesús es tan grande que Él debe subir a una barca para que no lo atropellen. El tema de la barca tiene en Marcos un gran significado teológico. Esta pequeña lancha, que no llega siquiera a la categoría de barco, será el escenario de buena parte de la actividad de Jesús. Desde ella predica a la gente por medio de parábolas que todos entienden, de ella baja para curar enfermos, en ella se reúne con los Doce para formarlos en los secretos del Reino y advertirles que no se dejen corromper por la levadura de los fariseos y de Herodes, en ella los protege contra la tempestad y puede estar dormido mientras ellos se mueren de miedo porque no tienen fe.
Pequeña como el grano mostaza que crece más que las hortalizas, o como la porción de levadura que fermenta toda la masa, la pequeña barca atrae la mirada cargada de angustia y esperanza de los pequeños y de los pobres, junto con la de quienes se saben aquejados por cualquier necesidad y se muestran dispuestos a recibir la buena noticia de la venida del Reino.
No hay en la barca de Jesús ni entre la multitud gente de las altas esferas, sabios, ricos o poderosos, todos son pequeños y sencillos campesinos, artesanos y pescadores que buscan tocarlo para ser curados de sus males.
El tocar es muy significativo. Jesús no teme tocar a los enfermos para curarlos, incluso a los leprosos, aunque estaba prohibido porque se contraía impureza; tocaba a los débiles y a los niños, demostrando su ternura; y se dejaba tocar por la gente, como la mujer enferma de hemorragias que se acercó por detrás y le tocó el manto. Todos necesitan hacerlo para sentir que les transmite vida. Todos quieren ser tocados por su misericordia.
Los espíritus impuros se postran y lo proclaman Hijo de Dios, pero Él se los prohíbe para evitar que la gente se engañe y quieran seguirlo por falsas expectativas. Para reconocerlo como Hijo de Dios se requiere la fe y la conversión personal, que mueve a seguirlo. 
La Iglesia, obligada a transitar por los caminos de este mundo, siente el influjo de los malos espíritus que tienden a alejarla de lo quiso su Señor. Santa pero necesitada de continua conversión, siente también de continuo la presencia del Señor en ella que le recuerda sus orígenes de pequeña barca que atrae a los más necesitados y ha de navegar por mares no siempre pacíficos, poniendo sólo en Él su confianza.

miércoles, 23 de enero de 2019

El hombre de la mano paralizada (Mc 3,1-6)

P. Carlos Cardó SJ
Curaciones milagrosas de Jesús en Cafarnaúm, ilustración de William Hole (1906) en La Vida de Jesús de Nazareth, ochenta pinturas. Publicada por Fine Art Society, Londres, 1906.
En aquel tiempo entró Jesús otra vez en la sinagoga y había allí un hombre con parálisis en un brazo. Estaban al acecho, para ver si curaba en sábado y acusarlo.Jesús le dijo al que tenía la parálisis: "Levántate y ponte ahí en medio".
Y a ellos les preguntó: "¿Qué está permitido en sábado?, ¿hacer lo bueno o lo malo?, ¿salvarle la vida a un hombre o dejarlo morir?".
Se quedaron callados.
Echando en torno una mirada de enojo, y dolido de su obstinación, le dijo al hombre: "Extiende el brazo".
Lo extendió y quedó restablecido.
En cuanto salieron de la sinagoga, los fariseos se pusieron a planear con los herodianos el modo de acabar con él.
Este pasaje condensa la enseñanza de Jesús respecto a la libertad de espíritu frente al rigorismo legal y, concretamente, respecto al precepto del sábado. El sábado es para el hombre: en Jesús llega el sábado perfecto, tiempo de la gracia y amor salvador de Dios.
Jesús está en una sinagoga. Como siempre, los fariseos se ponen al acecho para acusarlo: no se muestran dispuestos a reconocer a Dios en el hombre y la defensa que hacen de la ley corresponde a la imagen que tienen de Dios: alejado, extraño a la vida y a las reales necesidades humanas.
Aparece en escena un hombre que tiene una mano atrofiada. No es un enfermo que está en las últimas, pero es un ser humano que ha quedado inhabilitado para muchas acciones. Según la mentalidad judía, además, lleva en su cuerpo la huella del pecado. Jesús invita al enfermo a ponerse de pie y a colocarse en el medio. Hace que la atención de toda la comunidad se centre en este ser humano.
La atención de Jesús al enfermo no se va a limitar a su salud física; apunta a la libertad interior que Él quiere que todos tengan respecto del sábado y de la ley. Quiere liberar de la opresión legalista a la que los fariseos y dirigentes someten a la gente.
Al mismo tiempo, por medio del signo de la curación del enfermo va a manifestar que, con su venida y por la fe en Él, el amor de Dios despliega su fuerza salvadora, la creación es liberada del mal y de la muerte y se inaugura el verdadero sábado de la presencia de Dios entre los hombres. Todo esto sugiere Jesús con su pregunta: ¿Qué está permitido en sábado salvar la vida o destruirla? El sábado, el culto, la moral y, en general, la religión auténtica, son para dar vida, no lo contrario.
Ellos no respondieron nada, se quedaron mudos. Y Jesús sintió ira. El evangelista Marcos se vale de esta expresión fuerte para afirmar que el pesar que siente Jesús es la conmoción del Hijo de Dios ante la dureza de los corazones de los hombres. Es el mismo sentimiento que, según los profetas, llevaba a Dios a lamentarse por el corazón endurecido, expresión suprema de la incredulidad (cf. Jer 3, 17; 7, 24; 9,13; 11,18; 13, 10; 16, 12; 18, 12; 23, 17; Sal 81,13; Dt 29,18).
El milagro va a ser signo del don de la vida nueva, liberada, que ya Ezequiel había prefigurado como el don del corazón nuevo, que reemplaza al corazón seco, de piedra (cf. Ez 36,26). La humanidad, representada en el hombre de la mano seca, extiende la mano para acoger el don del agua de la nueva vida, del espíritu que vivifica y hace vivir en la libertad de los hijos de Dios.
Los fariseos ven lo ocurrido y se retiran como habían venido, con todas sus resistencias a la vida y a la libertad, con su aferrarse a la ley que mata y su rechazo al espíritu de Jesús que los invita a olvidarse de sí y poner confiadamente su futuro en manos de Dios.
Ellos, a diferencia del hombre de este pasaje, no abren la mano «seca», se quedan fosilizados en sus leyes y en sus méritos; su corazón endurecido no palpita de alegría ante el don de la salvación que Jesús ofrece. Y ellos, que no permiten hacer el bien y salvar una vida en sábado, sí se permiten hacer el mal, tomando en sábado la decisión de asesinar a Jesús.
La dureza de corazón es la causa de la muerte de Jesús y del hombre. Contrapuesta a esta dureza de corazón aparecerá el gozo y maravilla de los sencillos por la autoridad con que Jesús enseñaba y por la curación de los enfermos (cf. 1,22.27). Queda claro que una religión que no abre los ojos a la fe que libera, es la peor enemiga del evangelio. Y es un peligro constante contra el que Pablo advierte a los Gálatas y a los Romanos.

martes, 22 de enero de 2019

El Hijo del hombre es señor del sábado (Marcos 2, 23-28)

P. Carlos Cardó SJ
Espigas verdes de trigo, óleo sobre lienzo de Vincent Van Gogh (1888), Museo de Israel, Jerusalén
Un sábado, atravesaba el Señor un sembrado; mientras andaban, los discípulos iban arrancando espigas.Los fariseos le dijeron: "Oye, ¿por qué hacen en sábado lo que no está permitido?".Él les respondió: "¿No habéis leído nunca lo que hizo David, cuando sintió necesidad y hambre, y también su gente? Entró en la Casa de Dios, en tiempo del sumo sacerdote Abiatar, comió de los panes presentados, que sólo pueden comer los sacerdotes, y les dio también a sus compañeros."Y añadió: "El sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado; así que el Hijo del Hombre es dueño también del sábado."  
El marco del relato es el siguiente: los discípulos de Jesús atraviesan un campo y sienten hambre. Recogen unas espigas de trigo, las restriegan entre las manos y se comen los granos. Este simple hecho escandaliza a los fariseos: ¡hacen en sábado lo que no está permitido! Jesús aprovecha la ocasión para defender la libertad y amplitud de espíritu que quiere que tengan sus discípulos.
La ley está al servicio de la persona humana, no está dada para oprimir. Por eso, ante la necesidad, la ley cede; no es un absoluto. Para demostrarlo, Jesús argumenta poniendo el ejemplo de David que entró en el santuario, tomó los panes consagrados –que sólo podían comer los sacerdotes– y comió él y sus soldados porque tenían hambre (Cf. 1Sam 21, 2-7).
Recordaba así a los fariseos que la necesidad humana estaba por encima incluso del culto y de lo referente al templo. Puede dejarse el sentido literal de la ley cuando lo exige una necesidad más elevada. Las normas son para orientar en las relaciones con Dios y con los demás, pero por encima están las necesidades vitales.
A partir de esa enseñanza, Jesús pasa a tratar el tema del sábado. Moisés, inspirado por Dios, había dejado a los israelitas este precepto: Durante seis días trabajarás y harás todos tus trabajos. Pero el día séptimo es día de descanso en honor del Señor tu Dios. No harás en él trabajo alguno ni tú, ni tus hijos, ni tus siervos, ni tu ganado, ni el extranjero que habita contigo.
El descanso, por tanto, no había sido impuesto como una prueba, como un deber riguroso, sino como un recurso humano para asegurarle a todos, judíos y no judíos, libres o esclavos, que pudieran tener un día semanal para reparar las fuerzas, estar en familia, y, sobre todo, honrar a Dios, recordando el descanso que tuvo el Creador al concluir su obra (Ex 20, 8-11), y acordándose de que fueron esclavos en Egipto y el Señor los liberó (Dt 5,12-15).
Por su significado y por su contenido de memorial, el sábado pasó a convertirse en un elemento fundamental de la religión judía, hasta hoy, la espiritualidad del Shabat. El descanso sabático es una solemne proclamación de la identidad del judío y de su nación: identidad de hijos y pueblo de la alianza, que vale no por lo que produce o posee sino por lo que es.
El sábado recuerda a los israelitas que no son simples ciudadanos, trabajadores, o consumidores. El Shabat no es una simple costumbre ni un simple medio para el ordenamiento social del trabajo mediante el descanso obligatorio, sino la afirmación pública y rotunda de que Israel es el pueblo de Dios, que obra según Dios.
Sin embargo, en tiempos de Jesús la espiritualidad del Shabat había quedado  deformada por el rigorismo y la intransigencia de los rabinos fariseos. El precepto del sábado, que en su origen había tenido un fuerte sentido liberador, al asegurar a todos el descanso semanal, y que era día santo para honrar a Dios, se había convertido en una ley opresora. Jesús no sólo devuelve a la práctica del descanso sabático su verdadero sentido, sino que con su afirmación: El sábado está hecho para el hombre, pone al sábado en relación y al servicio del hombre.
Como todas las observancias morales, ritos, celebraciones liturgias y prácticas religiosas, por medio de las cuales se expresa la fe, tampoco el sábado es un fin en sí mismo. Todo ello es un medio al servicio del ser humano.
Finalmente, la declaración: El Hijo del hombre es señor también del sábado, debió sonar a los oídos de los dirigentes del pueblo como una pretensión insoportable. En el evangelio de Juan aparece claro: perseguían a Jesús porque hacía obras como éstas (curar a un paralítico) en día sábado, pero Jesús les replicó: Mi Padre no cesa de trabajar hasta ahora y yo también trabajo.
En vista de esto trataban de matarlo porque no sólo no respetaba el sábado sino que además decía que Dios era su Padre, y se hacía igual a Dios (Jn 5,19). Jesús, por tanto, no trasgrede el sábado sino que lo supera, haciendo lo que hace Dios su padre. En adelante, Jesús es quien transmite la identidad al nuevo pueblo de Israel y quien realiza la verdadera y plena liberación. 
Queda atrás el sábado como signo y recuerdo. Se ha hecho realidad aquello de lo que el sábado era signo. Se ha inaugurado con Jesús el definitivo séptimo día, día del encuentro de Dios con sus hijos, sábado eterno, tiempo de gracia y salvación en que se cumple lo anunciado: Habitaré en ellos y caminaré junto a ellos (Lv 26,12; 2Cor 6,16). 

lunes, 21 de enero de 2019

Vino nuevo en odres nuevos (Mc, 2, 18-22)

P. Carlos Cardó SJ
Escultura en relieve representando una bodega con ánforas de vino (siglo II A.C), excavaciones pertenecientes al periodo Helenístico, Grecia
En una ocasión, en que los discípulos de Juan el Bautista y los fariseos ayunaban, algunos de ellos se acercaron a Jesús y le preguntaron: "¿Por qué los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos ayunan, y los tuyos no?".Jesús les contestó: "¿Cómo van a ayunar los invitados a una boda, mientras el novio está con ellos? Mientras está con ellos el novio, no pueden ayunar. Pero llegará el día en que el novio les será quitado y entonces sí ayunarán.Nadie le pone un parche de tela nueva a un vestido viejo, porque el remiendo encoge y rompe la tela vieja y la rotura se hace peor. Nadie echa vino nuevo en odres viejos, porque el vino rompe los odres, se perdería el vino y se echarían a perder los odres. A vino nuevo, odres nuevos".
Los fariseos están al acecho para ver de qué pueden acusar a Jesús. Seguramente lo han visto a Él y a sus discípulos comiendo en casa del publicano Leví. Por eso le preguntan: Por qué razón… tus discípulos no ayunan?  
Jesús les contesta indirectamente haciéndoles ver el significado de su presencia. Él trae consigo la realización de aquello que se esperaba para el tiempo del Mesías. Su venida inaugura la fiesta anunciada por los profetas: “El Espíritu del Señor está sobre mí porque me ha ungido. Me ha enviado… para consolar a los afligidos…; para cambiar su ceniza en corona, su luto en perfume de fiesta, su abatimiento en traje de gala” (Is 61, 1.3).
Jesús dice de sí mismo que es el novio y que sus seguidores son los amigos del novio. La metáfora del “novio” o del “esposo” la usaban los profetas para designar a Dios, que se había unido a su pueblo Israel con una alianza de amor y fidelidad. Jesús se la aplica. Afirma con ello que ocupa el lugar de Dios y que la antigua alianza da paso a la nueva, que consiste ahora en vincularse a Dios presente en su persona.
La relación con Dios es directa, la presencia de Dios se ha hecho inmediata. Por tanto, el perdón no depende del ayuno penitencial y expiatorio, sino de la adhesión personal a Jesús. De eso se trata, de adherirse a Él, de seguirlo por medio de una relación de amistad (como amigos del novio) y no como un sometimiento a normas venidas del exterior. Jesús pasa a ser la norma interior de vida. Su persona, su tarea, su modo de proceder, sus actitudes e ideales se convierten en el referente del cristiano en todo su comportamiento.
En esto consiste la novedad que trae consigo el evangelio. Para reforzar la idea, Marcos añade dos parábolas sobre el remiendo del vestido viejo con tela nueva, que acaba por romperlo más, y el vino nuevo que se guarda en cueros viejos y los hace reventar. La advertencia es clara: son inconciliables lo nuevo y lo viejo, es peligroso intentar acomodarlos. Los valores del reino que Jesús transmite son incompatibles con el tejido de la antigua ley y religión. Es necesaria la renovación, a la que el mismo Jesús exhorta desde el inicio de su predicación: ¡Cambien de vida y crean en el evangelio! (Mc 1, 15).
La conversión a Cristo es lo que hace posible mantener el sentido de la fiesta y de la alegría como característica de la vida del cristiano. Jesús, el Novio, nos hace imaginar un “estado permanente de boda”, una existencia en la que es posible experimentar de continuo el amor incesante del Padre por nosotros, por nuestro mundo y por nuestra historia. Además, el Novio nunca se irá. Por eso la fiesta tiene rango de valor cristiano permanente. Tendrán una alegría que nadie les podrá quitar (Jn 16,22).
Pero hay que entenderla bien. Fruto de la alegre noticia que es el evangelio, la alegría cristiana no es simplemente el sentimiento natural de optimismo, ni menos aún el cinismo o frivolidad de quien no percibe que hay muchas cosas en el mundo que deben ser negadas, suprimidas o cambiadas radicalmente porque causan dolor y sufrimiento.
Siempre la alegría cristiana, más que cualquier otra virtud, puede ser mal empleada y manipulada. Pero si es auténtica, es todo un programa de vida. La alegría del evangelio incluye afirmar que la vida humana, la propia y la de los demás, es digna de aceptación, debe ser respetada y servida, y puede así convertirse en fuente de gratitud. Por eso, no se da sin amor: la alegría sin el interés práctico propio del amor, no es más que una vana ilusión; así como el amor, sin la amabilidad de la alegría, degenera en un frío deber o en una actitud de dominio.
Por ahí es por donde adquieren sentido válido y eficiente para nosotros hoy las palabras de Jesús: ¿Pueden acaso ayunar los invitados a la boda mientras el novio está con ellos?