P. Carlos Cardó SJ
El
recaudador de impuestos, óleo sobre lienzo de Jan Massys (1539), Galería de
Pintura de los Maestros Antiguos, Dresde, Alemania
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En aquel tiempo, Jesús salió de nuevo a caminar por la orilla del lago; toda la muchedumbre lo seguía y Él les hablaba.Al pasar, vio a Leví (Mateo), el hijo de Alfeo, sentado en el banco de los impuestos, y le dijo: "Sígueme".
Él se levantó y lo siguió.Mientras Jesús estaba a la mesa en casa de Leví, muchos publicanos y pecadores se sentaron a la mesa junto con Jesús y sus discípulos, porque eran muchos los que lo seguían. Entonces unos escribas de la secta de los fariseos, viéndolo comer con los pecadores y publicanos, preguntaron a sus discípulos: "¿Por qué su maestro come y bebe en compañía de publicanos y pecadores?".Habiendo oído esto, Jesús les dijo: "No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Yo no he venido para llamar a los justos, sino a los pecadores".
Jesús ha venido a formar una comunidad unida, que incluya a todos,
que no permita que nadie se sienta excluido ni nadie se sienta superior a los
demás; todos unidos, con Él en el centro, en la misma casa, en la misma mesa.
Leví estaba en su banco de publicano, inmóvil como el paralítico
(del pasaje anterior, Mc 2, 1-12), inmerso en su trabajo sucio: cobraba
impuestos y se enriquecía haciendo trampas. Es difícil que un rico entre el
reino. Pero para Dios nada es imposible. La mirada de Jesús rehabilita a Leví,
le hace sentirse valioso, que cuenta con él.
Pero este gesto de Jesús, tan humano, resulta provocador. Ningún judío decente se juntaba
con publicanos. Sin embargo, Jesús no sólo se acerca a Leví sino que lo llama a
formar parte de su grupo de íntimos. Y, lo que es peor, va a aceptar ir, junto
con sus discípulos, a sentarse a la mesa con “muchos publicanos y gente de mal
vivir”. Los seguidores de Jesús toman conciencia de que el Dios que viene a
ellos en la persona de Jesús no es el dios excluyente y discriminador del
judaísmo fariseo. El Dios revelado en Jesús es un Dios de misericordia, que
acoge a los perdidos y los rehabilita.
El relato se centra luego en el símbolo del banquete. El anuncio profético del reino como un
banquete que Dios tendrá preparado para sus elegidos había cargado de
simbolismo el acto natural del comer en la cultura judía: no sólo celebraban
anualmente la comida del cordero como el memorial de la liberación de Egipto, sino
que los
banquetes festivos, en general, eran expresión de valores compartidos; en ellos
se oraba, se establecían alianzas, se restablecían amistades, se forjaba la
unión y, sobre todo, se hacía presente el reino mesiánico. En él Dios comía con
sus elegidos, lo otros quedaban excluidos.
Pensando en esto, el judío sólo podía
sentarse a la mesa con aquellos que podían ser contados entre los elegidos por
Dios para su banquete. “Que ningún pecador o gentil, ni cojo o manco o herido
por Dios en su carne tenga parte en la mesa de los elegidos”, decía la regla puritana
de los esenios de Qumram.
Jesús cambia esta mentalidad. Los
pecadores no se han de evitar como si fuesen apestados. Jesús es enviado para
reconciliar, integrar y unir. Más aún, en su forma de actuar se ve que Dios se
acerca a los excluidos, incluso a los pecadores públicos. Entre estos últimos
destacan sin duda los publicanos por su odioso oficio de recaudadores de los
impuestos para los romanos y porque, generalmente, lo practicaban de manera
fraudulenta.
Los seguidores de Jesús toman conciencia:
la comunidad cristiana está formada por pecadores que han sido tocados por la
misericordia de Dios en Jesucristo. Cada miembro de la comunidad puede verse en
Leví el publicano, o entre los pecadores invitados a la mesa. La comunidad, por
tanto, no puede excluir ni hacer discriminaciones; debe revelar siempre el
rostro misericordioso del Dios de Jesús.
El relato acaba con estas palabras: Yo no he venido a llamar a los justos sino a
los pecadores. Los “justos”, satisfechos de sí mismos, no quieren cambiar. Los
pecadores, que reconocen que su pasado los oprime, y se muestran dispuestos a iniciar
una nueva vida, a esos los busca el Señor.
El contenido simbólico del banquete lo
revive el cristiano en la Eucaristía, en la que Cristo se hace presente, y se anticipa
de manera eficaz la nueva humanidad reconciliada.
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