viernes, 11 de enero de 2019

Curación de un leproso (Lc 5, 12-16)

P. Carlos Cardó SJ
La curación del leproso, fresco de Cossimo Rosselli (1481 – 1482), Capilla Sixtina, El Vaticano, Roma
En aquel tiempo, estando Jesús en un poblado, llegó un leproso, y al ver a Jesús, se postró rostro en tierra, diciendo:"Señor, si quieres, puedes curarme".Jesús extendió la mano y lo tocó, diciendo: "Quiero. Queda limpio".
Y al momento desapareció la lepra.
Entonces Jesús le ordenó que no lo dijera a nadie y añadió: "Ve, preséntate al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que Moisés prescribió. Eso les servirá de testimonio".Y su fama se extendía más y más. Las muchedumbres acudían a oírlo y a ser curados de sus enfermedades.
Pero Jesús se retiraba a lugares solitarios para orar.
Los milagros de Jesús son signos del poder de Dios que salva en Jesús y de la irrupción del reino de Dios por medio de Él. En este sentido, la curación de un leproso era particularmente significativa porque era comparable a la resurrección de un muerto. Según la ley de Moisés (Levítico 13-14), los leprosos eran impuros que volvían impuro a quien los tocaba, igual que cuando se tocaba un cadáver. Inhabilitados para la vida social, tenían que vivir en despoblado y gritar: “¡Impuro, impuro!”, a la distancia, para que la gente no se les acercase.
Uno de estos enfermos cayó rostro en tierra y le suplicaba: Señor, si quieres, puedes limpiarme. No puede ser más expresivo el texto: caer rostro en tierra es la postura de máximo abatimiento de una persona: el mal lo doblega hasta el suelo; es expresión también de total abandono en la providencia, la única que puede resolver la situación imposible.
Y Jesús extendió la mano, lo tocó y le dijo: Quiero, queda limpio. 
Lucas resalta la resolución inmediata de Jesús; sin vacilación alguna toca al enfermo y lo cura. En ese gesto ve el evangelista la eficacia de la súplica y hace ver también hasta dónde era capaz de llegar Jesús a la hora de salvar a una persona dada por perdida.
El “tocar” aparece muchas veces en los evangelios: Jesús tocaba a los niños, a los enfermos, incluso a los impuros leprosos y a los muertos. El tocar no sólo transmite salud, sino reincorporación religiosa y social porque el enfermo era un impuro excluido de la comunidad. Y aquel que según la ley era un inmundo, excluido del pueblo de Dios, queda libre de su impureza, su carne se regenera, recobra la dignidad perdida y se vuelve apto para ir a presentarse a los sacerdotes y testimoniar contra ellos.
Los sacerdotes eran los custodios y garantes de la ley mosaica; de ahí que tuvieran ellos que testificar la curación y permitir la reintegración del enfermo. Eso los hacía sentirse depositarios del poder de determinar lo que era lícito o ilícito y distinguir quién era puro o impuro, justo o pecador. Con la venida de Cristo queda destruido todo muro de separación entre los hombres porque Dios, el único Santo, se ha mostrado solidario de todos, amigo y defensor del débil, del marginado, del tenido por perdido en este mundo. 
Con su actuación Jesús hace presente el reino de Dios y muestra en la práctica cómo obra Dios, porque Él hace lo que el Padre le dicta y reproduce en su obrar el comportamiento liberador de Dios. Para ello, Jesús no duda incluso en obrar contra prescripciones establecidas en la ley, como el acercarse y tocar a un leproso. Obrando así, manifiesta una comprensión radicalmente nueva de Dios, una nueva imagen de Dios y una nueva moral.
Jesús deja traslucir simbólicamente el comportamiento de Dios con aquellos que, según la mentalidad religiosa de su tiempo, eran los perdidos y quedaban fuera del pueblo escogido de Dios. Y con esta nueva concepción de Dios, justifica su propio modo de obrar. Es como si dijera: Dios es así, hago bien en obrar como Él.
Más aún, Dios no sólo inspira el comportamiento de Jesús, sino que Dios está realmente en Jesús y actúa en Él: busca a los perdidos, los sana, los libera, los sienta a su mesa, les muestra toda su ternura y bondad.
En Jesús, los que se sienten perdidos ven que se les abre una nuevo porvenir, los que se sienten en las últimas ven que vuelven a la vida, los que han perdido su dignidad se revisten de honor, “los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la buena noticia” (Lc 7,22). Por eso, Jesús es el revelador de Dios, el que nos lo hace cercano, a nuestro alcance (Jn 1, 18: y nos lo da a conocer). En Jesús todos pueden leer quién es Dios y como actúa. Su vida está determinada a todos los niveles por la misericordia y el amor.
Termina el texto haciendo una alusión a las dos constantes que se repiten de continuo en la actuación de Jesús y que son como dos facetas de su misión: Se congregaban multitudes para oírle y para que los sanara de sus enfermedades. Pero él se retiraba a los lugares solitarios a orar.

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