domingo, 30 de abril de 2023

Homilía del IV Domingo de Pascua – El Buen Pastor (Jn 10, 1-10)

 P. Carlos Cardó SJ

Jesús, el Buen Pastor, fresco de Josef Kastner (S. XIX), Iglesia de los Carmelitas, Dobling, Viena

«En verdad les digo: El que no entra por la puerta en el corral de las ovejas, sino que salta por algún otro lado, ése es un ladrón y un salteador. El que entra por la puerta es el pastor de las ovejas. El cuidador le abre y las ovejas escuchan su voz; llama por su nombre a cada una de sus ovejas y las saca fuera. Cuando ha sacado todas sus ovejas, empieza a caminar delante de ellas, y las ovejas lo siguen porque conocen su voz. A otro no lo seguirían, sino que huirían de él, porque no conocen la voz de los extraños».
.Jesús usó esta comparación, pero ellos no comprendieron lo que les quería decir.
Jesús, pues, tomó de nuevo la palabra: «En verdad les digo que yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido eran ladrones y malhechores, y las ovejas no les hicieron caso. Yo soy la puerta: el que entre por mí estará a salvo; entrará y saldrá y encontrará alimento. El ladrón sólo viene a robar, matar y destruir, mientras que yo he venido para que tengan vida y la tengan en plenitud».

La parábola del Buen Pastor condensa el modo de proceder de Jesús en su relación con los demás: en todo momento se esforzó por unir a las personas, hacerles sentir el amor de su Padre para que se trataran fraternalmente, por encima de toda diferencia natural, social o cultural. Su amor es universal, abarca también a las otras ovejas que no son de este redil. Y como el mismo evangelio de Juan señala más adelante, Jesús moriría por toda la nación y no solamente por la nación judía, sino para conseguir la unión de todos los hijos de  Dios que estaban dispersos (11,51s).

Ser pastor, para Jesús, consiste en manifestar el amor que Dios su Padre tiene a todos y cada uno de los seres humanos, sin distinción, pero mostrando al mismo tiempo una especial solicitud por las ovejas débiles, por las perdidas y descarriadas. La parábola de la oveja perdida que traen los otros evangelistas (Mt 18,12-14; Lc 15,4-7) hace ver, precisamente, de qué manera, en el comportamiento de Jesús con los pobres, con los pecadores y con los excluidos, se refleja el deseo irrenunciable de Dios de salir en busca de lo que está perdido para que no se pierda ninguno de sus hijos e hijas. Este Dios expresa una gran alegría en el cielo cuando los descarriados y excluidos son integrados realmente y pueden vivir en la comunidad el amor que Él les tiene.

Vista en dimensión eclesial, la parábola del Buen Pastor, recuerda a la comunidad de los cristianos que tiene el deber de hacer visible el estilo de Dios como Jesús lo ha manifestado y subraya la responsabilidad de sus autoridades de promover la integración de los “pequeños”, es decir de los débiles. Jesús es el pastor que nunca lucra con el rebaño. Él conoce a sus ovejas y éstas lo conocen a Él y lo siguen, porque saben que está dispuesto a todo por ellas, incluso a dar su propia vida para que tengan vida.

La convivencia social necesita de personas que velen por los intereses de todos. No se les llama pastores, como en la antigüedad grecolatina, sino líderes, jefes, representantes y, mediante la ley, se les asignan y controlan los poderes que se les delegan. Estas personas saben bien que la autoridad les viene por delegación, que no hay otra forma válida de asumirla y que en su ejercicio debe primar siempre el derecho y la justicia. Lo contrario significa suplantar a la sociedad que los elige, disponer de las personas, decidir sin contar con ellas y aun contra ellas, en una palabra, llevar la sociedad por los trágicos caminos del autoritarismo y de la corrupción moral. La historia está llena de las tragedias que todo esto ha producido a lo largo de los siglos. Pero la sociedad no puede dejar de aspirar a contar con verdaderos servidores de la comunidad.

La visión fraterna, la actitud de servicio y el respeto son componentes esenciales de la vida cristiana; más aún, son la manera de vivir humanamente en sociedad. Los valores del evangelio nos hacen salir de la cultura de la violencia, de la ambición y del libertinaje, a la cultura de la paz, del respeto a todos y de la responsabilidad social solidaria.

Todos somos pastores, todos ejercemos alguna autoridad y disponemos, mandamos, enseñamos. Desde el padre y la madre de familia, hasta el empresario, el jefe de sección, el político, cualquiera que sea el nivel de cada uno, siempre ejercemos algún influjo en un círculo de personas. Jesús Pastor nos enseña a superar errores y hacer más humana nuestra vida. Hay que aprender de Él. Sus actitudes han de inspirar el ejercicio del servicio de autoridad que nos toca cumplir. 

sábado, 29 de abril de 2023

Sólo tú tienes palabras de vida eterna (Jn 6, 60-69)

 P. Carlos Cardó SJ

Cristo y sus apóstoles, mosaico bizantino (siglo IV), Iglesia de Santa Prudenciana, Roma

Al escucharlo, cierto número de discípulos de Jesús dijeron: «¡Este lenguaje es muy duro! ¿Quién querrá escucharlo?».
Jesús se dio cuenta de que sus discípulos criticaban su discurso y les dijo: «¿Les desconcierta lo que he dicho? ¿Qué será, entonces, cuando vean al Hijo del hombre subir al lugar donde estaba antes? El espíritu es el que da vida, la carne no sirve para nada. Las palabras que les he dicho son espíritu, y son vida. Pero hay entre ustedes algunos que no creen».
Porque Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían y quién lo iba a entregar.
Y agregó: «Como he dicho antes, nadie puede venir a mí si no se lo concede el Padre.»
A partir de entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y dejaron de seguirle.
Jesús preguntó a los Doce: «¿Quieren marcharse también ustedes?».
Pedro le contestó: «Señor, ¿a quién iríamos? Tú tienes palabras de vida eterna. Nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios».

Las palabras de Jesús sobre la necesidad de comer su cuerpo y beber su sangre para tener vida eterna han escandalizado a sus oyentes judíos y han chocado también con la incomprensión de sus propios discípulos. Han quedado desilusionados al ver que la conducta de su Maestro no correspondía a lo que ellos esperaban del mesías.

La insinuación que les ha hecho de que el final de su obra consistirá en la entrega de su persona en una muerte sangrienta les ha resultado insoportable. No podían imaginar un amor que llega a la entrega de la propia vida. Y lo que les resulta aún más temible es que con sus palabras “comer su carne y beber su sangre”, Jesús les advierte que ellos también están llamados a hacer suya esa actitud de entrega, si es verdad que creen en Él y lo siguen. Entonces  se produce la deserción, el cisma. Muchos de los discípulos abandonan a Jesús, protestando: Este lenguaje es inadmisible, ¿quién puede admitirlo?

En esos momentos, Jesús, que conoce el interior de cada hombre y es consciente de la situación, se vuelve a sus más íntimos, a los Doce, y les hace ver que ha llegado la hora de la verdad, tienen que decidir si aceptan o rechazan su oferta: ¿También ustedes quieren irse?

Como en otras ocasiones, Pedro toma la palabra. Su respuesta contiene una profesión de fe y quedará para siempre como el recurso de todo creyente que, en su camino de fe, experimente –como los discípulos– la dificultad de creer, el desánimo en el compromiso cristiano, la sensación de estar probado por encima de sus fuerzas.

Entonces, como Pedro, el discípulo se rendirá a su Señor con una confianza absoluta: Señor, ¿a quién vamos a acudir? Sólo Tú tienes  palabras de vida eterna y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por  Dios. La confianza de Pedro en su Señor se basa en la convicción, que resuelve toda duda e inseguridad, de que sólo la forma de vida que Jesús ofrece dignifica la existencia, porque en Él se muestra la santidad a la que todos estamos llamados.

Lo que aconteció en la comunidad de los Doce acontece también en nuestra vida personal y en nuestra comunidad. Llega un momento en que la crisis se hace presente y no hay más remedio que optar y asirse con la más entera confianza a ese amor incondicional e indefectible de Dios por nosotros que se nos ha revelado en Jesús, la persona más digna de confianza, autor y perfeccionador de nuestra fe (Hebr 12, 2). Y sea cual sea la dificultad o crisis por la que pasemos, surgirá de nosotros la confianza de Pedro: Señor, ¿a quién iremos? Sólo tú tienes palabras de vida eterna y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios.

Venir a la Eucaristía, recibir en ella el cuerpo del Señor, nos compromete a hacer sentir a todos aquellos con quienes tratamos la misma confianza que nos da la entrega de Jesucristo por nosotros. En un mundo afectado cada vez más por la desconfianza en las relaciones interpersonales, la eucaristía nos compromete a crear espacios en los que sea posible confiar por la credibilidad a la que todos aspiran con su vida coherente, honesta y virtuosa. La eucaristía hace que la Iglesia sea realmente un recinto de verdad y de amor, de libertad, de justicia y de paz para que todos encuentren en ella un motivo para seguir confiando. 

viernes, 28 de abril de 2023

Yo soy el pan vivo bajado del cielo (Jn 6, 52-59)

 P. Carlos Cardó SJ

Adoración del nombre de Jesús, óleo sobre lienzo de Domenikos Theotokópoulus “el Greco” (1577 – 1580), Palacio de El Escorial, Madrid, España

Los judíos discutían entre sí: «¿Cómo puede éste darnos a comer carne?».
Jesús les dijo: «En verdad les digo que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tienen vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre vive de vida eterna, y yo lo resucitaré el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Como el Padre, que es vida, me envió y yo vivo por el Padre, así quien me come vivirá por mí. Este es el pan que ha bajado del cielo. Pero no como el de vuestros antepasados, que comieron y después murieron. El que coma este pan vivirá para siempre.
Así habló Jesús en Cafarnaún enseñando en la sinagoga.

Los judíos no entienden. Llamarse Jesús “pan del cielo” les parece una blasfemia: se hace Dios. Decir que quien lo come tiene vida eterna les resulta inadmisible porque se pone así por encima de la Ley de Moisés, del templo, del sábado, es decir de aquello que, según la fe judía, les obtiene la salvación. Además, eso de comer les resulta demasiado chocante y lo de beber sangre va directamente en contra de lo establecido en el libro del Levítico (Lev 17, 10-12).

Pero Jesús no da marcha atrás, antes bien refuerza su afirmación: Yo les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán vida en ustedes. Expresiones duras, crudas, incluso chocantes, por medio de las cuales Jesús afirma que la fe verdadera consiste en alimentarse de su persona, nutrirse de sus actitudes y de su modo de vivir. Eso es lo que da al hombre la vida plena, que consiste en la participación de la misma vida-amor de Dios.

El que come mi carne y bebe mi sangre vive en mí y yo en él. Lo propio del amor entre las personas es que las hace vivir en comunión. Es un recíproco permanecer en el otro, como vivir el uno en el otro, comprobando que uno ya no se entiende a sí mismo sino en su relación con la persona a la que ama. Ya no dos sino uno solo, como en el amor conyugal. Ya no vivo yo, es Cristo que vive en mí, dirá San Pablo (Gal 2,20).

La terminología eucarística de este discurso de Jesús es clara. La comunidad que escribió el evangelio y los primeros cristianos tenían por cierto que lo que Jesús les mandó realizar en la Última Cena antes de padecer fue el memorial de su muerte y resurrección, en el que comían la carne y bebían la sangre del Hijo de Dios, hecho presente de manera real, activa y eficaz. Proclamaban su muerte y resurrección, y el anhelo más profundo que orientaba sus vidas: Marana-tha! Ven, Señor Jesús.

San Juan en su evangelio no trae el pasaje de la institución de la Eucaristía como lo hacen los otros evangelistas y Pablo; pero trae a cambio este discurso sobre el pan de vida y el pasaje del lavatorio de los pies de los discípulos, en los que está explicado el significado de la eucaristía en toda su profundidad. Por eso, no cabe duda que Jesús dio a este discurso, pronunciado después de la multiplicación de los panes, un  sentido eucarístico total. Y es que la fe desemboca necesariamente en la eucaristía.

Los cristianos aceptamos por la fe que en la eucaristía Jesucristo se nos da, haciéndose eficazmente presente y actuante de modo salvador. En ella está el Señor con todo lo que Él es y todo lo que Él hace por nosotros: su encarnación, su muerte y su resurrección. Las palabras del Señor en su discurso sobre el Pan de Vida y en su Última Cena nos llevan, pues, a apreciar el don del amor del Hijo de Dios, que por nosotros se hizo hombre, se inmoló en la cruz y resucitó para que también nosotros resucitemos con  Él.

Es importante redescubrir la conciencia que tenían los primeros cristianos de la unión tan peculiar que se establece con Cristo y en Cristo. Comulgamos con Cristo, con todo lo que Él es, su persona y su misión; y comulgamos en Cristo con todos los que Él ama, miembros de su cuerpo, a los que entrega su vida.

Por eso, quien comulga con Jesús vive la inquietud por crear comunión, deseo supremo suyo. El hacer comunidad se convierte en la piedra de toque de nuestra comunión con Cristo, con todas sus consecuencias prácticas en todos los órdenes de la vida humana, personal y social. Sacramento de unidad, la Eucaristía incita a las comunidades a superar las divisiones. Por eso pedimos: “Reúne en torno a Ti, Padre misericordioso, a todos tus hijos dispersos por el mundo”. Nos acercamos a comulgar y pronunciamos nuestro Amén a lo que significa el sacramento del Cuerpo de Cristo, que el sacerdote nos muestra y nos entrega. Dicho “amén” proclama nuestra disposición para ser transformados en lo que recibimos. 

jueves, 27 de abril de 2023

Vayan por todo el mundo (Mt 28, 16-20)

 P. Carlos Cardó SJ

Toda la creación se regocija en ti, ícono ruso, temple al huevo sobre tabla de autor anónimo (S. XVII), Galería de Arte Religioso, Renania, Alemania

Por su parte, los Once discípulos partieron para Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Cuando vieron a Jesús, se postraron ante él, aunque algunos todavía dudaban.
Jesús se acercó y les habló así: «Me ha sido dada toda autoridad en el Cielo y en la tierra. Vayan, pues, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos. Bautícenlos en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enséñenles a cumplir todo lo que yo les he encomendado a ustedes. Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin de la historia».

La última voluntad del Señor es que sus discípulos se conviertan en “testigos”, capaces de anunciar al mundo que el pecado, la carga opresora del hombre, ha perdido su fuerza mortífera por la muerte y resurrección del Señor. Cristo resucitado es la garantía de la victoria sobre el mal de este mundo. En su Nombre se anuncia el perdón del pecado. Ya no hay lugar para el temor porque Dios es amor que salva. Los discípulos han de llevar este anuncio a todas las naciones. La fuerza para ello les viene del Espíritu Santo, don prometido por el Padre de Jesucristo. Así como el Espíritu descendió sobre María, descenderá sobre ellos. La encarnación de Dios en la historia llega así a su estado definitivo.

Se trata, según Mateo, de hacer discípulos, no simplemente de anunciar, ni sólo de instruir y, menos aún, de adoctrinar, sino de crear las condiciones para que la gente tenga una experiencia personal de Cristo, que los lleve a seguirlo e imitarlo como la norma y ejemplo de su vida. Esto significa entrar en su discipulado, hacerse discípulos para asumir sus enseñanzas y también asimilar su modo de ser.

La comunidad eclesial, representada en el monte, aparece como el lugar para el encuentro con el Resucitado. Jesucristo permanece en ella, con su palabra y sus acciones salvadoras. Las Iglesia hace visible el poder salvador de su Señor.

La comunidad cristiana no puede quedar abrumada por la acción del mal en el mundo en la etapa intermedia entre la pascua del Señor y su segunda venida. La acción triunfadora de Cristo Resucitado sigue presente como el trigo en medio de la cizaña. Con mirada de fe/confianza, el cristiano discierne los signos de esa presencia y acción de Cristo vencedor, que se lleva a cabo por medio de los creyentes. Por eso, antes de partir, los dotó de poderes carismáticos para enfrentar el mal y vencerlo.

Jesucristo resucitado es el verdadero fundamento de la fe de la comunidad cristiana y por medio de ella continúa anunciándose y manifestándose el reinado de Dios y la salvación para el que crea y se bautice.

miércoles, 26 de abril de 2023

Quien me come no tendrá hambre (Jn 6, 35-40)

 P. Carlos Cardó SJ

La adoración de la Eucaristía, óleo sobre lienzo de Cornelio Schut (Siglo XVII), Cofradía de la Candelaria, Sevilla, España

En aquel tiempo, Jesús dijo a la multitud: "Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí nunca tendrá sed. Pero como ya les he dicho: me han visto y no creen. Todo aquel que me da el Padre viene hacia mí; y al que viene a mí yo no lo echaré fuera, porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió.
Y la voluntad del que me envió es que yo no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite en el último día. La voluntad de mi Padre consiste en que todo el que vea al Hijo y crea en él, tenga vida eterna y yo lo resucite en el último día".

Continúa el discurso de Jesús sobre el pan de vida. De todos los símbolos con que ha querido identificar lo que es y la obra que realiza (la vid, la luz, el camino, la puerta, el pastor…), el pan es el que mejor lo designa como fuerza de vida inagotable, Dios que se entrega y se une íntimamente con quien lo acoge. El pan es símbolo de la vida; así como la falta de pan, el hambre, significa muerte. Jesús es el pan que el Padre da para que, quien lo coma, tenga su vida y esté unido a Él para siempre. Esta misión de ser pan que se entrega, Jesús la acepta y la vive hasta el extremo de dar su propia vida en sacrificio para vencer la muerte con su resurrección.

Todas las características del pan se realizan en Él: es don del cielo y fruto de la tierra, humilde y disponible a la vez, sabroso y necesario, da fuerza a quien lo asimila y une entre sí a quienes lo comparten. Pan que ha bajado del cielo, Jesús es Dios que desciende para dar su vida a sus hijos. Por eso, quien se adhiere a Él y hace suyo su modo de ser por medio de la fe, vive ya la vida que durará para siempre.

Los judíos se niegan a aceptar su mensaje porque no comprenden cómo puede un hombre dar a comer su carne. Interpretan mal –quizá maliciosamente– las expresiones de Jesús, comer carne, beber sangre, y reaccionan escandalizados. Con su ejemplo de vida, Él mismo nos demuestra que nunca somos más nosotros mismos, que cuando nos hacemos disponibles para el servicio de nuestros prójimos; entonces nos volvemos como Él, pan para la vida del mundo.

La acogida de Jesús por medio de la fe se asemeja a un ir a Él, dejar la ubicación en que uno se encuentra para trasladarse a donde Él está. Más adelante, en el mismo evangelio de Juan, Jesús hablará de esto como permanecer y  habitar en Él y Él en nosotros. La fe genera un movimiento de salida que lleva a situarse en otro nivel de existencia, el nivel propio del Hijo.

En ese nuevo ámbito de la existencia ya no es necesario buscar otros panes para vivir, otro alimento para alcanzar y sostener una vida plena, realizada y feliz. No tendrá más hambre… no tendrá más sed. Con su contenido simbólico, los términos “hambre” y “sed” son de una fuerza sugestiva verdaderamente inagotable.

El “hambre” designa toda necesidad vital, todo cuanto la persona humana aspira poder realizar para vivir una vida plena y feliz. Eso sólo lo puede dar Dios que, con su sabiduría, infunde incluso el conocimiento inagotable de la verdad: Los que me comen tendrán más hambre, los que me beben tendrán más sed (Eclo 24,21). La “sed”, por su parte, designa en la Biblia el anhelo de Dios. La sed de los animales que buscan agua se hace imagen del anhelo del creyente, que tiene sed de Dios: Como suspira la cierva por corrientes de agua, así mi alma suspira por ti, mi Dios (Sal 42, 2s).

La determinación de Jesús de dar su vida a todo aquel que lo acoja y a no dejar a nadie fuera, corresponde a la voluntad salvadora del Padre, que no quiere que ninguno de sus hijos se pierda. Todos los que el Padre me dio vendrán a mí. Y yo no rechazaré nunca al que venga a mí. No dejará que se pierda ninguno de sus hermanos que creen en Él, porque el Padre se los ha dado. Es la base de nuestra más honda confianza: pertenecemos a Cristo, el Padre nos ha dado a Él y Él da su vida por nosotros. Hemos sido, pues, destinados al Hijo, predestinados, y este el sentido y dirección de nuestra vida: ir al Hijo, identificarnos con Él, hasta que Él se reproduzca en nosotros.

San Pablo dirá: Nos predestinó por decisión gratuita de su voluntad, a ser sus hijos de adopción por medio de Jesucristo (Ef 1,5)... a reproducir la imagen de su Hijo para que también fuera él el primogénito entre muchos hermanos (Rom 8,29s). Cristo, Hijo de Dios, restituye en el ser humano la imagen de Dios perdida por la culpa y lo hace imprimiéndole la imagen perfecta de hijo de Dios, con derecho a la gloria. Esta gloria, que en Juan es la propia del Hijo unigénito del Padre lleno de gracia y de verdad (Jn 1, 14), reviste cada vez más al cristiano, hasta el día en que todo él, espíritu y cuerpo, resplandezca con la imagen del hombre celeste (1Cor 15, 49). Es lo que obtendrá Cristo para cada uno de nosotros: Lo resucitaré. 

martes, 25 de abril de 2023

Vayan por todo el mundo (Epílogo de Marcos – Mc 16, 15-20)

 P. Carlos Cardó SJ

La ascensión, relieve en perfil de autor anónimo (siglo X), procedente de Metz, Francia. Se conserva en el Museo de Historia del Arte de Viena

En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once y les dijo: "Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda creatura. El que crea y se bautice, se salvará; el que se resista a creer, será condenado. Estos son los milagros que acompañarán a los que hayan creído: arrojarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos, y si beben un veneno mortal, no les hará daño; impondrán las manos a los enfermos y éstos quedarán sanos".
El Señor Jesús, después de hablarles, subió al cielo y está sentado a la derecha de Dios.
Ellos fueron y proclamaron el Evangelio por todas partes, y el Señor actuaba con ellos y confirmaba su predicación con los milagros que hacían.

Se trata indudablemente de un texto añadido al evangelio de Marcos en una época muy tardía, quizá hacia la mitad del siglo II. La razón que se da a este añadido es la desazón que causaba a las primeras comunidades el final tan abrupto de Marcos que cierra su evangelio con el miedo y huída de las mujeres del sepulcro vacío (Mc 16, 1-8). Se buscó por eso una prolongación de los relatos que condujeran a un final más adecuado.

De entre los diversos textos que se escribieron con este fin se escogió éste, por armonizar mejor con la temática general del evangelio de Marcos. Sin embargo, aunque se trate de un añadido, no deja de ser un texto inspirado y canónico, que como tal fue sancionado por el Concilio de Trento. Más aún, varios Santos Padres como Clemente Romano, Basilio, Ireneo lo citan en sus escritos como texto que según ellos no disonaba con el evangelio y contenía innegable valor para la Iglesia.

El texto refleja las inquietudes y preocupaciones de la primera comunidad cristiana de Roma, en donde fue escrito este evangelio. Son cristianos que no han visto al Señor, pero han llegado a la fe en Él por el ejemplo y predicación de los apóstoles y de los primeros testigos.

Por eso el texto enumera los sucesivos testimonios de la resurrección de Jesucristo aportados a la comunidad. En primer lugar el de María Magdalena. Se alude a la acción sanante realizada por Jesús en favor de ella, liberándola de siete demonios, es decir, de siete males, siete enfermedades. Luego se subraya el estado de tristeza y llanto en que estaban los discípulos, que no creyeron en el anuncio de Magdalena: al oír que estaba vivo y que ella lo había visto, no le creyeron.

Se menciona después la experiencia de los de Emaús y el testimonio que dieron a los demás, y que tampoco fue aceptado. Por último, se refiere la aparición del Resucitado a los Once reunidos en torno a la mesa. Y pone aquí el redactor el envío en misión para anunciar la buena noticia a toda criatura.

La comunidad aparece como el lugar para el encuentro con el Resucitado. Jesucristo permanece en ella, con su palabra y sus acciones salvadoras. Su poder salvador se prolonga en ella.

Una preocupación de la comunidad debió de ser la permanencia y actuación del misterio del mal en el mundo a pesar de la victoria de Cristo Resucitado. Tendrán que abrirse a la fe/confianza en el Cristo vencedor que, no obstante, sigue actuando también por medio de los creyentes, a quienes ha dotado de poderes carismáticos para enfrentar el mal y vencerlo.

Jesucristo Resucitado es el verdadero fundamento de la fe de la comunidad cristiana y por medio de ella continúa anunciándose y manifestándose el reinado de Dios y la salvación para el que crea y se bautice.

La ascensión del Señor, presentada según el esquema de glorificación, revela que Jesucristo reina y que extiende su soberanía a todas las naciones de la tierra por medio de la palabra de sus enviados.

lunes, 24 de abril de 2023

El pan que da vida eterna (Jn 6, 22-29)

P. Carlos Cardó SJ

Ángeles adorando la custodia, técnica mixta sobre madera del Maestro de Rottweil (1440 aprox.), parte de una serie de cuatro paneles del antiguo altar mayor de la catedral de Heiling-Kreuz, Rottweil, Alemania 

Después de la multiplicación de los panes, cuando Jesús dio de comer a cinco mil hombres, sus discípulos lo vieron caminando sobre el lago. Al día siguiente, la multitud, que estaba en la otra orilla del lago, se dio cuenta de que allí no había más que una sola barca y de que Jesús no se había embarcado con sus discípulos, sino que éstos habían partido solos. En eso llegaron otras barcas desde Tiberíades al lugar donde la multitud había comido el pan. Cuando la gente vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, se embarcaron y fueron a Cafarnaúm para buscar a Jesús.
Al encontrarlo en la otra orilla del lago, le preguntaron: "Maestro, ¿cuándo llegaste acá?".
Jesús les contestó: "Yo les aseguro que ustedes no me andan buscando por haber visto señales milagrosas, sino por haber comido de aquellos panes hasta saciarse. No trabajen por ese alimento que se acaba, sino por el alimento que dura para la vida eterna y que les dará el Hijo del hombre; porque a éste, el Padre Dios lo ha marcado con su sello".
Ellos le dijeron: "¿Qué necesitamos para llevar a cabo las obras de Dios?".
Respondió Jesús: "La obra de Dios consiste en que crean en aquel a quien él ha enviado".

Llegados a Cafarnaúm, después de la multiplicación de los panes, Jesús y los discípulos ven que se vuelve a reunir mucha gente. Le llevan sus enfermos para que los cure y porque han oído que ha dado de comer a cinco mil hombres. Quieren asegurarse la vida material; todavía no han comprendido que la vida verdadera consiste en estar con Él y vivir como Él, que se hace pan de vida eterna.

Sin embargo, el título de Maestro que le atribuyen refleja el respeto con que lo tratan por la autoridad con que enseña. Rabbí, sabemos que Dios te ha enviado para enseñarnos, porque nadie, en efecto, puede realizar los signos que tú haces si Dios no está con él, había declarado el maestro fariseo Nicodemo cuando lo fue a ver de noche (Jn 3, 2).

Jesús acepta el título de Rabbí y ejerce como tal. En este caso se pone rápidamente a explicar a la gente que no pueden quedarse en la admiración del aspecto físico del signo del pan, ni en el mero hecho de haber comido hasta saciarse. Eso los lleva a tratarlo como un personaje poderoso del cual dependen y a establecer con Él una relación meramente política, razón por la cual quisieron proclamarlo rey. Por eso les aclara: Les aseguro que no me buscan por los signos que vieron, sino porque comieron pan hasta saciarse. Esfuércense por conseguir no el alimento transitorio, sino el permanente, el que da la vida eterna.

Con el largo discurso sobre el Pan de Vida, que vendrá a continuación, quedará claro que la multiplicación de los panes fue un signo de su poder de dar vida, pero sobre todo fue el signo de su palabra y de su carne ofrecida como alimento que da vida eterna. Se  puede buscar a Jesús para pedirle el pan material o porque se ha visto en el “pan” el “signo” del Enviado del Padre que ha descendido del cielo para darse a sí mismo, a fin de que quien lo coma tenga vida eterna. Y que tiene poder para ello, el mismo Jesús lo explica: porque Dios su Padre lo ha acreditado con su sello.

En el diálogo con la Samaritana (Jn 4) Jesús señaló el contrate entre el agua que calma la sed temporalmente y el agua que se convertirá en el interior de quien la beba en un manantial que salta hasta la vida eterna (Jn 7). Asimismo, en el presente texto, Jesús contrapone el alimento transitorio y el permanente, el que da la vida eterna.

El agua con que Dios sacia gratuitamente a los sedientos y el alimento exquisito que no se compra con dinero aparecen en Isaías (55, 1-5) como símbolos de la alianza que une a Dios con su pueblo y del amor fiel que tiene al pueblo de David. En labios de Jesús dichos símbolos remiten a la vida divina que se transmite por medio de la fe y al don del Hijo del hombre que es su cuerpo entregado por nuestra salvación.

Jesús ha llevado a sus oyentes a comprender que deben pasar de la preocupación por el alimento que sostiene la vida material al deseo del pan que da una vida sin término al que lo coma. Le preguntan qué deben hacer para lograrlo y Él les responde que deben tener fe.

Los Hechos de los Apóstoles (16, 23-31) refieren un hecho semejante, ocurrido en la naciente Iglesia. Pablo y Silas están en la cárcel. De pronto un terremoto abre las puertas y hace saltar las cadenas de todos los presos. El carcelero al ver lo ocurrido ha querido suicidarse por miedo a las consecuencias, pero Pablo y Silas se lo han impedido. Entonces, temblando, se arroja a sus pies y les dice: Señor, ¿qué debo hacer para salvarme? Ellos le respondieron: Si crees en el Señor Jesús te salvarás tú y tu familia. Los oyentes de Jesús le preguntan ¿Qué debemos hacer para actuar como Dios quiere? Y Él les responde: Esto es lo que Dios espera de ustedes: que crean en aquel que él envió.

Creer en Jesús es adherirse a Él, asimilar su vida, su modo de proceder. Su persona se convierte en el motivo central de todas las búsquedas y proyectos personales, el horizonte de la propia realización personal y de las relaciones en sociedad. Jesús se hace el centro, lo más importante en la vida, se vive de Él. Por eso Jesús se identificó con el pan y el pan que se comparte se hace el símbolo de la vida verdadera. 

domingo, 23 de abril de 2023

Homilia del III Domingo de Pascua – Aparición a los discípulos de Emaús (Lc 24, 13-35)

 P. Carlos Cardó SJ

Cristo se aparece a dos discípulos camino a Emaús, óleo sobre lienzo de John Linnel (Siglo XIX), Museo Ashmolean de Arte y Arqueología, Oxford, Inglaterra

El mismo día de la resurrección, iban dos de los discípulos hacia un pueblo llamado Emaús, situado a unos once kilómetros de Jerusalén, y comentaban todo lo que había sucedido.
Mientras conversaban y discutían, Jesús se les acercó y comenzó a caminar con ellos; pero los ojos de los dos discípulos estaban velados y no lo reconocieron.
Él les preguntó: "¿De qué cosas vienen hablando, tan llenos de tristeza?".
Uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: "¿Eres tú el único forastero que no sabe lo que ha sucedido estos días en Jerusalén?".
Él les preguntó: "¿Qué cosa?".
Ellos le respondieron: "Lo de Jesús el nazareno, que era un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo. Cómo los sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él sería el libertador de Israel, y sin embargo, han pasado ya tres días desde que estas cosas sucedieron. Es cierto que algunas mujeres de nuestro grupo nos han desconcertado, pues fueron de madrugada al sepulcro, no encontraron el cuerpo y llegaron contando que se les habían aparecido unos ángeles, que les dijeron que estaba vivo. Algunos de nuestros compañeros fueron al sepulcro y hallaron todo como habían dicho las mujeres, pero a él no lo vieron".
Entonces Jesús les dijo: "¡Qué insensatos son ustedes y qué duros de corazón para creer todo lo anunciado por los profetas! ¿Acaso no era necesario que el Mesías padeciera todo esto y así entrara en su gloria?". Y comenzando por Moisés y siguiendo con todos los profetas, les explicó todos los pasajes de la Escritura que se referían a él.
Ya cerca del pueblo a donde se dirigían, él hizo como que iba más lejos; pero ellos le insistieron, diciendo: "Quédate con nosotros, porque ya es tarde y pronto va a oscurecer". Y entró para quedarse con ellos.
Cuando estaban a la mesa, tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. Entonces se les abrieron los ojos y lo reconocieron, pero él se les desapareció. Y ellos se decían el uno al otro: "¡Con razón nuestro corazón ardía, mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras!".
Se levantaron inmediatamente y regresaron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, los cuales les dijeron: "De veras ha resucitado el Señor y se le ha aparecido a Simón". Entonces ellos contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

Este texto, uno de los más bellos de la Biblia, nos ayuda a descubrir la presencia viva del Señor en circunstancias concretas: cuando dos o tres nos reunimos en su nombre; cuando meditamos la Palabra de Dios que ilumina nuestra vida; cuando llevamos a la práctica la Palabra y acogemos al sin techo o compartimos el pan con el hambriento; y cuando celebramos la eucaristía.

Era el mismo día de la Pascua, cuando dos discípulos, abatidos por la decepción y la pena que les causó verlo morir en cruz, se marcharon a su vida de antes, sin ilusión, sin esperanza.

No obstante, algo inexplicable hace que se reúnan para hacer el camino juntos. Y conversan y discuten sobre lo que ha pasado, cuando en realidad no tendrían ya nada de qué hablar una vez que lo enterraron y el grupo se disolvió. De pronto, sin embargo, sin que ellos se dieran cuenta, Jesús en persona se puso a caminar con ellos. Y aquí está lo primero que el texto evangélico dice a nuestra realidad: ¿hacemos eso nosotros, nos buscamos unos a otros cuando nos ocurre algo que no esperábamos y estamos tentados a pensar que Dios no ha sido buenos con nosotros? ¡Ay del solo si cae: no tiene quien lo levante! dice también la Escritura (Ecl 4,10). En cambio quien reacciona contra la crisis por la que esté pasando y busca la comunidad, hallará allí mismo la compañía del Señor.

¿Qué conversación es esa que traen en el camino?, les dice, mostrando interés por lo que les pasa. Ellos se detuvieron con la cara triste. La tragedia vivida se refleja en sus rostros y, con ella, la tristeza que es mala consejera. Uno de ellos, llamado Cleofás, confiesa: Nosotros esperábamos que Jesús iba a ser el libertador de Israel. Y, sin embargo, ya hace tres días que ocurrió esto... Cuántas veces lo que esperamos no resulta y es duro reconocer que los caminos del Señor no son nuestros caminos. Y lo que uno planifica o proyecta, ¿saldrá finalmente? Siempre puede haber motivo para la decepción y el desánimo. ¿Pero buscamos entonces, una y otra vez, en la Escritura la Palabra que puede iluminar lo que ha ocurrido? Eso fue lo que hizo Jesús con los discípulos de Emaús, los remitió a la Escritura: ¡Qué torpes son y qué lentos para creer!... y comenzando por Moisés y siguiendo por los Profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura.

Como el reconocer a Cristo resucitado es un proceso progresivo, ellos lo ven todavía como un extranjero. Y llegan así a Emaús, donde Él hace ademán de seguir adelante, pero ellos lo presionaron: Quédate con nosotros… porque cae la noche ¿Es éste el deseo que brota en nosotros cuando nos encaminamos a nuestro “Emaús” y nos cae la noche? Lo presionaron, dice el texto. ¿Insistimos, imploramos? Ellos pensaban huir, abandonándolo todo, pero Él les ha dado alcance. Ahora lo invitan a sentarse a la mesa y ocurre lo sorprendente: Él, de invitado, se convierte en anfitrión, se hace el centro de la mesa.

Entonces Jesús tomó el pan, pronunció la bendición [euxaristeia], lo partió y se lo dio. Son las mismas palabras centrales de la eucaristía, que seguimos repitiendo en el momento de la consagración. Y a ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. De modo que es en la eucaristía donde le encontramos y reconocemos mediante la fe.

Pero él desapareció. Lo hace tal como se lo había advertido: Voy a prepararles un lugar (Jn 14,2). Conviene que yo me vaya (Jn 16,7). Por eso su desaparición física no los vuelve a hacer caer en la tristeza. Ellos tienen ya la certidumbre de que no los abandona nunca, pues les ha dejado su Espíritu que les hace ver al Señor en toda circunstancia, sobre todo en la práctica de la caridad para con el prójimo y en la celebración de la eucaristía.

sábado, 22 de abril de 2023

Jesús camina sobre el lago (Jn 6, 16-21)

 P. Carlos Cardó SJ

Jesús camina en el mar de Galilea, óleo sobre lienzo de Frederik van Valckenborch (1590), Museo Juan Pablo II, Varsovia, Polonia

Al atardecer del día de la multiplicación de los panes, los discípulos de Jesús bajaron al lago, se embarcaron y empezaron a atravesar hacia Cafarnaúm. Ya había caído la noche y Jesús todavía no los había alcanzado. Soplaba un viento fuerte y las aguas del lago se iban encrespando.
Cuando habían avanzado unos cinco o seis kilómetros, vieron a Jesús caminando sobre las aguas, acercándose a la barca, y se asustaron.
Pero él les dijo: "Soy yo, no tengan miedo".
Ellos quisieron recogerlo a bordo y rápidamente la barca tocó tierra en el lugar a donde se dirigían.

Movidos por el entusiasmo equívoco de la gente tras la multiplicación de los panes, los discípulos no fueron capaces de entender el significado del signo realizado por Jesús, vieron solo un poder que podían aprovechar para sus intereses, y pretendieron ellos también proclamarlo rey. Pero Jesús no es eso, ni puede aceptar ser un mesías así, en contradicción con su verdadera misión de servidor humilde que da su vida por la libertad y vida verdadera de su pueblo. Por eso Jesús se aparta, “huye” como quien rechaza la tentación del maligno que le ofrece la gloria y el poder de este mundo.

Los discípulos quedan desconcertados, les decepciona que su Maestro no aproveche la oportunidad que la multitud le brinda. El mesías que esperaban no concuerda con lo que Jesús pretende y puede ofrecerles. Ya no les interesa. Se montan en una barca, la primera que encuentran en la orilla –ni siquiera se dice que sea la de Pedro– y se van, solos sin Jesús, al mar, a lo de antes, sin pensar en lo que puede pasarles en su amargada soledad. Así se alejan los desertores para caer en la noche y los peligros.

Pero Jesús no los deja. Buen pastor, no puede dejar de salir en su busca para rehacer el rebaño y traerlos al conocimiento verdadero del amor que salva y a la confianza de la fe que hace actuar al poder de Dios, el único capaz de resolver el problema de la vida y saciar toda hambre y toda sed. Eso es lo que el episodio de su caminar sobre el mar les va demostrar.

Repuesta de sus miedos y decepciones gracias a la luz de la resurrección del Señor, la comunidad primera, que hizo los evangelios, observará que, en efecto, Jesús de Nazaret, a quien quisieron ver como un simple liberador temporal, había sido siempre y seguía siendo para toda la humanidad la presencia de Dios con nosotros, la manifestación en carne humana de la gloria y poder salvador de Dios, y que en Él sigue obrando de manera aún más admirable la salvación plena el Dios liberador que obró prodigios en favor de su pueblo cuando erraban hambrientos y sedientos por lugares desiertos y pidieron auxilio (Sal 107, 4-5), o cuando surcaban el mar tempestuoso y, llenos de terror, gritaron el Señor (Sal 107, 23-30) y Él los puso a salvo.

En Jesús se les había revelado el Señor que se sitúa sobre las aguas torrenciales (Sal 29, 3-9), que domina el mar y se abre un camino sobre las aguas caudalosas (Sal 79, 20), y que sale al encuentro de los suyos, aunque no lo reconozcan porque el miedo es enemigo de la fe. Siempre estará con ellos dirigiéndoles las palabras: ¡Ánimo, no tengan miedo, soy  yo!, que aportan la seguridad que sólo de lo alto puede venir.

El pasaje de Jesús caminando sobre el lago remite, por tanto, a la situación que vivió la primera comunidad de seguidores de Jesús cuando sus esperanzas se les vinieron al suelo al ver al Mesías, en quien habían esperado, clavado en una cruz y enterrado. La crisis que vivieron, así como el temor y el asombro posterior que los sobrecogió al verlo resucitado, se anticipan en las sensaciones que tienen al verlo rechazar el título de rey y verlo luego caminar sobre las aguas.

viernes, 21 de abril de 2023

La multiplicación de los panes (Jn 6, 1-15)

 P. Carlos Cardó SJ

La alimentación de los cinco mil, ilustración del Códex de Predis (1476), Biblioteca Real de Turín, Italia

En aquel tiempo, Jesús se fue a la otra orilla del mar de Galilea o lago de Tiberíades. Lo seguía mucha gente, porque habían visto las señales milagrosas que hacía curando a los enfermos. Jesús subió al monte y se sentó allí con sus discípulos.
Estaba cerca la Pascua, festividad de los judíos. Viendo Jesús que mucha gente lo seguía, le dijo a Felipe: "¿Cómo compraremos pan para que coman éstos?". Le hizo esta pregunta para ponerlo a prueba, pues él bien sabía lo que iba a hacer.
Felipe le respondió: "Ni doscientos denarios de pan bastarían para que a cada uno le tocara un pedazo de pan".
Otro de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo: ''Aquí hay un muchacho que trae cinco panes de cebada y dos pescados. Pero, ¿qué es eso para tanta gente?".
Jesús le respondió: "Díganle a la gente que se siente". En aquel lugar había mucha hierba. Todos, pues, se sentaron ahí; y tan sólo los hombres eran unos cinco mil.
Enseguida tomó Jesús los panes, y después de dar gracias a Dios, se los fue repartiendo a los que se habían sentado a comer. Igualmente les fue dando de los pescados todo lo que quisieron. Después de que todos se saciaron, dijo a sus discípulos: "Recojan los pedazos sobrantes, para que no se desperdicien". Los recogieron y con los pedazos que sobraron de los cinco panes llenaron doce canastos.
Entonces la gente, al ver la señal milagrosa que Jesús había hecho, decía: "Este es, en verdad, el profeta que habría de venir al mundo". Pero Jesús, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró de nuevo a la montaña, él solo.

La acción se desarrolla en Galilea, región pobre de Palestina. Jesús atrae a una multitud de personas necesitadas que van tras Él porque han oído o visto que cura a los enfermos. Después de atravesar con la gente el mar de Tiberiades y subir a un monte, levantó los ojos y, al ver la mucha gente que acudía, dijo a Felipe: ¿Dónde podremos comprar pan para que coman estos? Lo decía para tantearlo porque él ya sabía lo que iba a hacer (vv. 5-6). Jesús se preocupa de la gente y toma la iniciativa. Su diálogo con Felipe es sólo para demostrar la incapacidad del hombre para resolver el problema de la vida, representado en el hambre.

¿Dónde podremos comprar pan para que coman estos? Esa pregunta sigue resonando hoy. Según las estadísticas de la FAO, 800 millones de personas en el mundo sufren hambre y desnutrición. 11 de cada 100 se encuentran en esta grave situación. 24.000 mueren cada día por causa del hambre, el 75% de ellas menores de 5 años. Se han venido haciendo esfuerzos para reducir la magnitud del problema, es verdad, pero aún falta mucho para remediar esta tragedia del hambre que duele y avergüenza.

Ante esta situación, el mensaje del Evangelio es un llamado a compartir. Mientras el mal uso que se hace de los recursos naturales –como nos lo ha dicho el Papa Francisco en su Encíclica Laudato Si’ sobre “El cuidado de la casa común”– siga haciendo que tales recursos sean cada vez más escasos, y mientras no esté dispuesto cada cual a contribuir al cuidado de la naturaleza y a compartir la mesa de la creación con los demás, la pregunta de Jesús seguirá impactando en nuestros oídos llamándonos a reflexión y, sobre todo, a ver cómo respondemos.

La respuesta que da Andrés  a la pregunta de Jesús, abre el camino a la solución del problema, como Jesús lo enseñará, dice: Aquí hay un muchacho con cinco panes de cebada y dos pescados secos, pero ¿qué es esto para tantos? Querría mostrar su amor repartiendo lo que hay, pero ve que no es suficiente. En su débil condición y con su escasa provisión de panes de baja calidad (pan de cebada) y pescados secos –es decir, lo más desproporcionado para la magnitud del problema– el muchacho representa a la comunidad en su impotencia para resolver el problema del hambre; pero aunque se tenga poco, hay que repartirlo. Es lo que enseña Jesús: dar de lo que se tiene. El resto lo hará Jesús y habrá de sobra.

Viene entonces lo central del relato. Jesús pronuncia la acción de gracias. Dar gracias es reconocer que algo que se posee es gracia recibida de Dios. La comunidad de Jesús da gracias por el pan, “fruto de la tierra y del trabajo humano, que recibimos de tu generosidad”. Se podría decir que el signo (visto en profundidad) son los bienes de la creación liberados del egoísmo humano, que alcanzan para el sustento de todos. El milagro es el amor de Dios y de nosotros: el compartir lo que soy y lo que tengo.

Por todo eso, el signo de los panes tiene un gran simbolismo, que Jesús explicará en su largo discurso sobre el Pan de Vida (Jn 6, 22-59). Jesús proporciona el pan material e invita a pensar en el pan que da vida eterna, que es su cuerpo, su vida entregada por nuestra salvación.

Jesús distribuye el pan. Se puso a repartirlos (v.11); “los repartes entre nosotros”, decimos en la Eucaristía. Con su actitud de distribuir el pan, Jesús prefigura la entrega de su vida (Pan de vida, 6,51s y lavatorio de los pies, 13,5), que se actualizará en la celebración de la Eucaristía. En ella celebramos la generosidad de Dios a través de su Hijo, que, en la comunidad multiplica lo que ésta posee para que todos tengan vida.

Quedaron todos satisfechos... recogieron doce canastas con las sobras… (vv. 12.13). La abundancia del signo realizado por Jesús llena de entusiasmo a la gente, que lo reconoce como “el Profeta”  e incluso quieren proclamarlo rey. Pero este tipo de poder Él lo rechaza. Para dar de comer a la multitud no ha partido de una posición de superioridad y fuerza, sino de debilidad y escasez de recursos. Él sólo busca servir y dar la vida. Por eso, Jesús huye, se aleja de los que pretenden cambiar su misión. Se retira solo, como Moisés después de la traición del pueblo (Ex 34, 3-4). Sólo en el monte de la cruz Jesús será rey (19,19) y entonces sus discípulos lo dejarán solo (16,32).

jueves, 20 de abril de 2023

El que cree en el Hijo tiene la vida eterna (Jn 3, 31-36)

 P. Carlos Cardó SJ

Cristo como fuente de vida, grabado de Hans Collaert, Museo Nacional de Ámsterdam (Rijks Museum), Países Bajos

El que viene de lo alto está por encima de todos; pero el que viene de la tierra pertenece a la tierra y habla de las cosas de la tierra. El que viene del cielo está por encima de todos. Da testimonio de lo que ha visto y oído, pero nadie acepta su testimonio. El que acepta su testimonio certifica que Dios es veraz. Aquel a quien Dios envió habla las palabras de Dios, porque Dios le ha concedido sin medida su Espíritu.
El Padre ama a su Hijo y todo lo ha puesto en sus manos. El que cree en el Hijo tiene vida eterna. Pero el que es rebelde al Hijo no verá la vida, porque la cólera divina perdura en contra de él.

El texto empalma con el diálogo de Jesús con Nicodemo. Jesús habla de sí mismo como venido del cielo, como el enviado definitivo y plenipotenciario de Dios que lleva a culminación su revelación y realiza su obra salvadora en favor de los que acogen su palabra y adoptan su estilo de vida.

Comienza diciendo que Él viene de lo alto, es decir, que viene de Dios. En ese sentido, no duda en presentarse como superior a Moisés y a los profetas. Moisés formó un pueblo a partir de un conjunto inconexo de tribus esclavas y las condujo hacia la libertad. Jesús, verdadero Moisés, congrega al verdadero Israel y trae la liberación plena para toda la humanidad. Los profetas anunciaron, Jesús realiza el anuncio, más aún, es el que ellos anunciaron. Jesús es la luz, es la vida eterna. Es el portador del espíritu divino y el que nos lo da, haciéndonos por medio de Él hijos e hijas de Dios. Lo que es de la tierra no puede alcanzar el cielo por sí solo; tiene que esperarlo y acogerlo. Sólo Dios nos da lo que es del cielo, y nos lo da en su Hijo Jesús.

Jesús dice también que él ha visto y ha oído. Porque es el Hijo y palabra del Padre, mantiene comunicación íntima con Él; de Él recibe todo lo que tiene que decir y hacer, por eso habla de lo que sabe y de lo que es.

Quien acoge su testimonio, reconoce que Dios dice la verdad, porque cuando habla aquel a quien Dios envió, es Dios mismo quien habla, ya que Dios le ha comunicado plenamente su Espíritu. Todo el evangelio de Juan gira en torno a esta afirmación cristológica fundamental: que Dios se nos ha comunicado encarnándose en el hombre Jesús; en Él se nos ha dicho Dios plenamente, oírlo es oír a Dios. Dice Jesús que hay que acoger su testimonio. ¿En qué consiste acoger o aceptar su testimonio? En reconocerlo como la verdad y mantenerse fiel a Él; es sellar con Él una alianza.

Reconocer y acoger su palabra es verlo como el enviado definitivo de Dios, Hijo unigénito, palabra con la que Dios mismo se nos dice. Es también reconocer en Él a Dios que se une a su pueblo y a cada uno. Más aún, se trata no sólo de verlo como un mediador de la alianza con Dios sino como la alianza misma, de modo que unirse a Él es unirse a Dios. Es confesarlo como el Emmanuel, Dios con nosotros.

Esta fe de reconocimiento y acogida de Jesucristo hace vivir la vida definitiva antes y después de la muerte: Quien cree en el Hijo tiene la vida eterna. La afirmación de Jesús está en presente: quien cree en Él tiene ya ahora la vida eterna. En el evangelio de Juan, la escatología (lo que será en el final de los tiempos) ocurre ya ahora. La fe, entendida como adhesión a Jesús, como permanecer en Él, equivale a la vida que perdura eternamente, y que consiste en la participación de la vida del mismo Dios. Es ser de Cristo, dice San Pablo (1 Cor 4,6; 12, 27; Gal 3,29; Rom 14, 7-12; Cf. 1 Jn 4, 6). Es vivir en su amor.

El texto termina con una advertencia grave, severa: Quien no lo acepta, no tendrá esa vida, sino que la reprobación de Dios queda con él. Aceptar a Jesús y el amor salvador que Él ofrece es entrar en el ámbito de la vida que perdura, vida eterna en la que reina el amor de Dios. Esta es una posibilidad que se ofrece a todos, sin excepción, y que se hace realidad por medio de la opción personal en favor de la luz.

No dar este paso, quedarse en el ámbito de una vida que no manifiesta el amor de Dios, es quedarse bajo el influjo del mal que opera en el mundo, enemigo de Dios y contrario al amor. A ese ámbito, que echa a perder la vida verdadera de sus hijos e hijas, Dios lo reprueba.