lunes, 31 de enero de 2022

Los endemoniados de Gerasa (Mc 5, 1-20)

 P. Carlos Cardó SJ

Curación del poseído por el demonio, ilustración de la Biblia de Ottheinrich (1425 – 1430), conservada la Biblioteca Estatal de Baviera, Alemania 

Llegaron a la otra orilla del lago, que es la región de los gerasenos. Apenas había bajado Jesús de la barca, un hombre vino a su encuentro, saliendo de entre los sepulcros, pues estaba poseído por un espíritu malo.
El hombre vivía entre los sepulcros, y nadie podía sujetarlo, ni siquiera con cadenas. Varias veces lo habían amarrado con grillos y cadenas, pero él rompía las cadenas y hacía pedazos los grillos, y nadie lograba dominarlo. Día y noche andaba por los cerros, entre los sepulcros, gritando y lastimándose con piedras.
Al divisar a Jesús, fue corriendo y se echó de rodillas a sus pies. Entre gritos le decía: «¡No te metas conmigo, Jesús, Hijo del Dios Altísimo! Te ruego por Dios que no me atormentes».
Es que Jesús le había dicho: «Espíritu malo, sal de este hombre».
Cuando Jesús le preguntó: «¿Cómo te llamas?», contestó: «Me llamo Legión, porque somos muchos».Y rogaban insistentemente a Jesús que no los echara de aquella región.
Había allí una gran piara de cerdos comiendo al pie del cerro. Los espíritus le rogaron: «Envíanos a esa piara y déjanos entrar en los cerdos».
Y Jesús se lo permitió.
Entonces los espíritus malos salieron del hombre y entraron en los cerdos; en un instante las piaras se arrojaron al agua desde lo alto del acantilado y todos los cerdos se ahogaron en el lago. Los cuidadores de los cerdos huyeron y contaron lo ocurrido en la ciudad y por el campo, de modo que toda la gente fue a ver lo que había sucedido.
Se acercaron Jesús y vieron al hombre endemoniado, el que había estado en poder de la Legión, sentado, vestido y en su sano juicio. Todos se asustaron.
Los testigos les contaron lo ocurrido al endemoniado y a los cerdos, y ellos rogaban a Jesús que se alejara de sus tierras.
Cuando Jesús subía a la barca, el hombre que había tenido el espíritu malo le pidió insistentemente que le permitiera irse con él. Pero Jesús no se lo permitió, sino que le dijo: «Vete a tu casa con los tuyos y cuéntales lo que el Señor ha hecho contigo y cómo ha tenido compasión de ti».
El hombre se fue y empezó a proclamar por la región de la Decápolis lo que Jesús había hecho con él; y todos quedaban admirados.

La escena se desarrolla en Gerasa, ciudad de la Decápolis pagana, lugar donde no se conoce a Dios y el mal actúa libremente. Aun en lugares como ese la acción salvadora de Cristo obtiene victoria. Jesús destruye de raíz el mal y disipa nuestros miedos porque ha vencido al príncipe de este mundo, que tenía el poder de la muerte.

Le salió al encuentro un endemoniado. Fue hacia Él, no esperó a que lo llamara. Seguramente ha oído que libera a quienes el espíritu del mal esclaviza, separándolos de Dios (porque es espíritu de esclavitud), de los demás (porque es espíritu de violencia y división – el demonio en la Biblia es el que divide), y de su yo auténtico (porque enajena, es espíritu de mentira). Este pobre desgraciado viene del cementerio donde habita, es decir, sale del lugar de la muerte, busca la vida. Simboliza a todos aquellos que viven sometidos a fuerzas o poderes hostiles a Dios, “poseídos” por realidades de este mundo que se les han vuelto verdaderos ídolos a los que se someten (cf. 1 Cor 8,5), esperando conseguir con ellos seguridad y felicidad pero se esclavizan y deshumanizan.

Llama la atención el contraste tan marcado que se da entre la primera actitud del endemoniado: se postró ante él, y el grito que da a continuación: ¿Qué tengo que ver contigo, Jesús, Hijo del Altísimo? No me atormentes. La explicación la da el mismo texto: Es que Jesús le estaba diciendo: Espíritu inmundo sal de este hombre. Hay, pues, una inconsecuencia en el endemoniado. Ha buscado a Jesús, pero la irracionalidad del espíritu que lo posee le impide hacer lo que podría liberarlo. Tendría que dejar la violencia y la mentira a la que vive sometido, pero le resulta una tortura, se siente incapaz.

Nada, absolutamente nada en común hay entre Cristo y el mal. No hay lugar para componendas. Pero el endemoniado se contenta con que no lo echen fuera de esa región. El nombre que se da –Legión– sugiere la idea de que se trata de una colectividad, incluso quizá representa a todos aquellos que, víctimas de cualesquiera demonios, viven una vida deshumanizada y no ponen los medios para dejarla. Reconocen que su vida les hace vivir angustias de muerte, pero no dan el paso a la victoria final que Cristo les ofrece. Prefieren suplicarle: Envíanos a los cerdos para que entremos en ellos.    

Se subraya la condición de vencido de Satán. Los demonios rogaban a Jesús. Y al mismo tiempo se señala que los puercos, animales impuros, inmundos, eran digna morada para ellos. Jesús les permitió entrar en ellos, pero queda claro que el destino último de esas fuerzas del mal es el abismo: los cerdos se lanzaron al lago desde el barranco… y se ahogaron.

A continuación ocurre algo sorprendente: mientras los demonios suplican a Jesús que no los saque de aquel lugar y que los deje en los cerdos, los gerasenos fueron donde Jesús y comenzaron a suplicarle que se alejara de su territorio. La presencia de Jesús trae cambios en la vida que pueden contradecir los propios intereses. Entonces se le puede decir a Jesús como los gerasenos: mejor vete, déjanos tranquilos.

Las curaciones, en particular, las expulsiones de demonios son signos del poder de Dios en Jesús sobre todas las fuerzas del mal que trastornan el orden de su creación y dañan a sus criaturas. Por eso son signos de la presencia de su reino. Si expulso los demonios con el dedo de Dios, es que el reino de Dios ha llegado a ustedes” (Mc 3).

Estas acciones de Jesús se nos confían. Designó a Doce, a los que llamó apóstoles, para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar con poder de expulsar demonios (Mc 3,15). Como Iglesia, todos debemos contribuir en la medida de nuestras posibilidades a exorcizar los demonios que en nuestra sociedad atentan contra la integridad de las personas, recortan su libertad, afectan su salud y despersonalizan. Quien experimenta la salvación no puede sino despertar en otros la experiencia de ser salvado. 

domingo, 30 de enero de 2022

Homilía del IV Domingo del Tiempo Ordinario - Jesús es rechazado en Nazaret (Lc 4, 21-30)

 P. Carlos Cardó SJ

Jesús en la sinagoga, ícono de la iglesia ortodoxa rusa de fines del siglo XIX (conocido como el ícono del viejo creyente), Museo Estatal Ruso de San Petersburgo

Y empezó a decirles: «Hoy les llegan noticias de cómo se cumplen estas palabras proféticas». Todos lo aprobaban y se quedaban maravillados, mientras esta proclamación de la gracia de Dios salía de sus labios.
Y decían: «¡Pensar que es el hijo de José!».
Jesús les dijo: «Seguramente ustedes me van a recordar el dicho: Médico, cúrate a ti mismo. Realiza también aquí, en tu patria, lo que nos cuentan que hiciste en Cafarnaún».
Y Jesús añadió: «Ningún profeta es bien recibido en su patria. En verdad les digo que había muchas viudas en Israel en tiempos de Elías, cuando el cielo retuvo la lluvia durante tres años y medio y un gran hambre asoló a todo el país. Sin embargo Elías no fue enviado a ninguna de ellas, sino a una mujer de Sarepta, en tierras de Sidón. También había muchos leprosos en Israel en tiempos del profeta Eliseo, y ninguno de ellos fue curado, sino Naamán, el sirio».
Todos en la sinagoga se indignaron al escuchar estas palabras; se levantaron y lo empujaron fuera del pueblo, llevándolo hacia un barranco del cerro sobre el que está construido el pueblo, con intención de arrojarlo desde allí. Pero Jesús pasó por medio de ellos y siguió su camino.

Jesús ha iniciado su actividad pública en la sinagoga de Nazaret, pueblo en el que se ha criado, y lo ha hecho proclamando la buena noticia de la liberación ofrecida por Dios por medio de su persona y de su mensaje. Muchos al oírlo han quedado admirados de las palabras de gracia que salían de su boca. Pero no llegan verdaderamente a comprender quién es Jesús porque se quedan en lo que saben de él: que es el hijo de José, el carpintero del pueblo.

Por eso Jesús les interpela su falta de fe; les hace ver que no lo reconocen como el enviado de Dios ni creen el anuncio que les ha hecho del comienzo de una era nueva que les exige nuevas actitudes. Conocían a Jesús demasiado para aceptar una novedad tan radical y, por otra parte, se resistían a cambiar sus propias vidas y sus costumbres de siempre. Jesús los exhorta a la conversión. Les recuerda que con su incredulidad y desconfianza están repitiendo el comportamiento de sus antepasados con los profetas Elías y Eliseo, que encontraron mejor acogida entre los paganos que entre sus oyentes del pueblo elegido de Dios.

Así, Jesús sufre la suerte de los profetas, que fueron rechazados por los suyos y sólo pudieron actuar entre quienes no exigían milagros para creer, ni pretendían saber cómo debía actuar Dios.

Los de Nazaret pasan entonces de la furia a la violencia y deciden quitarlo de en medio, eliminarlo. Lo empujan fuera de la ciudad e intentan despeñarlo desde el barranco del monte donde se alzaba su pueblo. Lo ven como un blasfemo y debe morir. Pero Jesús, de forma imponente, abriéndose paso entre ellos, se alejó.

La oposición de los nazarenos ha sido un adelanto del rechazo que va a sufrir en su actividad pública y que culminará en su condena a muerte. Llegará el momento en que las autoridades judías lo entreguen a los romanos y acabe su vida en la cruz. Pero aquello vendrá a su debido tiempo. Ahora la libertad soberana con que vence el furor de sus enemigos prefigura su resurrección. Jesús está por encima de la maldad humana. Jesús sigue haciendo el bien, a pesar de la malignidad del mundo.

En el plano eclesial, el texto de hoy le recuerda a la Iglesia que siempre ha habido y habrá necesariamente dentro de ella profetas movidos por el espíritu de Dios que interpelan a la sociedad y conmueven las conductas. Estos hombres y mujeres llaman también la atención de la misma Iglesia para que en sus instituciones humanas y en los hombres que la forman no tienda a acomodarse a ningún orden de cosas injusto, no se doblegue ante los poderosos, no siga otro interés que el de Jesucristo y no deje de defender los justos intereses de los necesitados si quiere seguir siendo fiel al evangelio.

La libertad del profeta la necesita la Iglesia para denunciar las injusticias y anunciar el evangelio del amor, para invitar al cambio de conducta y pensar el futuro desde la justicia y el amor. Verdaderos ejemplos de inspiración profética los podemos apreciar en las actitudes y gestos que está demostrando el Papa Francisco para promover la renovación la Iglesia y la reforma de sus instituciones.

Mientras Jesús está lleno del Espíritu Santo, los nazarenos están llenos de ira. También esto encuentra aplicación hoy si miramos los graves conflictos que se libran en el terreno de las religiones. La mayor dureza del corazón humano, capaz de llevar a las peores violencias, es la que proviene de las pretensiones religiosas, que se expresan en conductas intolerantes, excluyentes y condenatorias, y sustentan todo tipo de fundamentalismo o sectarismo del signo que sea.

Para nosotros hoy, el mensaje de este evangelio mantiene plena vigencia. Todos nos podemos ver retratados en la sinagoga de Nazaret. Como los nazarenos, también nosotros en un primer momento acogemos con entusiasmo el mensaje del evangelio. Pero cuando comprendemos que la propuesta de Jesús nos exige cambios importantes en nuestro modo de vivir aparecen nuestras resistencias.

Por otra parte, tampoco a nosotros nos agrada que alguien nos haga ver nuestras incoherencias y deje al descubierto nuestra incredulidad... El pasaje evangélico de hoy nos invita, pues, a no repetir el error de los paisanos de Jesús: en vez de echarlo fuera, salgamos nosotros fuera de los estrechos límites en que nos encerramos y vayamos con Él. Sigamos sus itinerarios imprevisibles y demos los pasos que nos proponga dar, aunque inicialmente no entren en nuestros cálculos.

sábado, 29 de enero de 2022

La tempestad calmada (Mc 4,35-40)

 P. Carlos Cardó SJ

Cristo dormido en la barca, óleo sobre lienzo de Jules Joseph Meynier (1826), Museo de Bellas Artes de Cambrai, Alta Francia

Al atardecer de aquel mismo día, Jesús dijo a sus discípulos: «Crucemos a la otra orilla del lago».
Despidieron a la gente y lo llevaron en la barca en que estaba. También lo acompañaban otras barcas. De pronto se levantó un gran temporal y las olas se estrellaban contra la barca, que se iba llenando de agua. Mientras tanto Jesús dormía en la popa sobre un cojín.
Lo despertaron diciendo: «Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?».
Él, entonces, se despertó. Se encaró con el viento y dijo al mar: «Cállate, cálmate».
El viento se apaciguó y siguió una gran calma. Después les dijo: «¿Por qué son tan miedosos? ¿Todavía no tienen fe?».

Después de una serie de parábolas sobre la presencia y actuación del reino de Dios, Marcos sitúa la tempestad calmada, que es una parábola en acción. Su intención parece ser poner de manifiesto que la falta de fe impide a los discípulos comprender la lógica del reino de Dios, tal como ha sido expuesta por Jesús en las parábolas.

Elemento central en el relato es la barca, que representa a la Iglesia. En ella los discípulos acogen la invitación de su Señor con temor y perplejidad. Al caer la tarde, les dijo: Pasemos a la otra orilla. Ellos dejaron a la gente y lo llevaron en la barca. De pronto se levanta un gran temporal, y las olas cubren la barca que parece a punto de zozobrar, lejos de la orilla a la que se dirigen. No les queda otra cosa que fijar los ojos en Jesús, fiarse de Él para poder avanzar. Si la Iglesia se queda mirando sus propias dificultades, se hunde.

Pero –hecho curioso– Jesús duerme. Su tranquilidad le viene de la absoluta confianza que tiene siempre en Dios. Los discípulos, en cambio, en el peligro, sólo perciben su propia impotencia; pero en eso mismo se les abre la posibilidad de abrirse a la fe que salva. Siempre resuena en la Iglesia el grito de la humanidad sufriente que llega hasta Aquel cuyo nombre, Jesús, significa “Dios salva”. Despertaron a Jesús y le dijeron: Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?

El miedo paraliza y confunde. Es una experiencia que todos tenemos alguna vez. Aquí el miedo tiene un contenido eclesial. Se siente a veces al no poder compaginar esas dos imágenes de la Iglesia que el evangelio emplea: la de la casa construida sobre roca, que sugiere estabilidad y seguridad, y la de la barca, que se mueve y navega no siempre por mares tranquilos sino encrespados, golpeada por las olas. La experiencia nos puede hacer sentir inseguros o llenar la mente de confusiones. Jesús nos echa en cara la falta de confianza: ¿Por qué son tan cobardes? ¿Aún no tienen fe?

Podemos también referir el texto al camino de fe del cristiano, que no es camino llano sino sembrado de agitaciones, dudas y caídas. La duda está en medio entre la incredulidad y la fe. De una u otra forma todos pasamos por ella. Y llega un momento en que nos decidimos a invocar al Señor, más allá de lo que hemos creído o no creído.

Aparte de esto, están también nuestros miedos personales y colectivos ocasionados hoy, entre otras cosas, por las crisis económicas, los escándalos, la inseguridad, el daño ecológico; amén de la carga negativa de carencias, limitaciones y debilidades que cada cual lleva consigo en su propia historia. Todo eso puede llegar a paralizar a una persona, o hacerla incurrir en depresión, abandono, desesperanza.

Frente a todo temor y miedo, el mensaje central del texto se ve en la pregunta que hace Jesús: ¿Cómo no tienen fe? San Pablo dirá: Sabemos que en todas las cosas interviene Dios para el bien de los que lo aman (Rom 8,28). Por consiguiente, es importante aprender a percibir la presencia del Señor en medio de las dificultades, a valorar lo positivo que se mezcla con lo negativo, y a discernir los signos de esperanza (por pequeños que sean) que se dan en medio de las tribulaciones. Madurez humana y cristiana es saber leer la historia a la luz de la Palabra; no dejarse vencer por el mal, sino vencer el mal a fuerza de bien; saber asimilar crisis y frustraciones de tal modo que, cuando falte lo ideal, pueda uno aferrarse a lo posible y no desfallecer jamás.

La presencia del Cristo Resucitado en su Iglesia es callada, silenciosa, como quien está ausente o dormido, aunque en realidad está activo cumpliendo su promesa: Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo. En las crisis, en las caídas, en la soledad y oscuridad, el cristiano se agarra de su Señor y alarga también la mano para ayudar a otros. 

viernes, 28 de enero de 2022

La semilla que crece día y noche y el grano de mostaza (Mc 4, 26-34)

P. Carlos Cardó SJ

La cosecha, óleo sobre lienzo de Camille Pissarro (1882), Museo Artizon, Japón

Jesús dijo además: «Escuchen esta comparación del Reino de Dios. Un hombre esparce la semilla en la tierra, y ya duerma o esté despierto, sea de noche o de día, la semilla brota y crece, sin que él sepa cómo. La tierra da fruto por sí misma: primero la hierba, luego la espiga, y por último la espiga se llena de granos. Y cuando el grano está maduro, se le mete la hoz, pues ha llegado el tiempo de la cosecha».
Jesús les dijo también: «¿A qué se parece el Reino de Dios? ¿Con qué comparación lo podríamos expresar? Es semejante a una semilla de mostaza; al sembrarla, es la más pequeña de todas las semillas que se echan en la tierra, pero una vez sembrada, crece y se hace más grande que todas las plantas del huerto y sus ramas se hacen tan grandes, que los pájaros del cielo buscan refugio bajo su sombra».
Jesús usaba muchas parábolas como éstas para anunciar la Palabra, adaptándose a la capacidad de la gente. No les decía nada sin usar parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado.

La primera parte de este texto de Marcos corresponde a la parábola de la semilla que crece por sí misma de día y de noche sin que el campesino sepa cómo. Se afirma la prioridad absoluta de Dios, frente a la cual no tiene sentido pensar que su reino depende de la actividad humana, o que se rige según los criterios mundanos que regulan las relaciones de producción.

El cristiano debe asumir que, después de poner lo que está de su parte para colaborar en el crecimiento del reino, ha de abandonarlo todo en manos de Dios, que hace mucho más que lo que nosotros podemos lograr. En este sentido es famosa la frase atribuida a San Ignacio: «Pon de tu parte como si todo dependiera de ti y no de Dios, pero confía como si todo dependiera de Dios y no de ti».

Se podría decir también: «Confía en Dios sin olvidarte jamás de hacer todo lo que puedas por ti mismo; trabaja sin olvidar jamás que, en definitiva, todo depende solamente de la gracia de Dios» (H. Rahner). Este pensamiento corresponde a lo que Jesús dice en el evangelio de Lucas: Cuando hayan hecho lo que se les había mandado digan: Siervos inútiles somos, hemos hecho lo que debíamos hacer (Lc 17,10).

Dejarle el resultado final a Dios, después de haber obrado con firmeza y perseverancia, mantenerse fiel en el buen propósito, aunque muchas veces no sea posible conocer los resultados, creer con confianza absoluta en el poder de Dios que obra muy por encima de lo que nuestras débiles fuerzas pueden lograr, éste es el modo de andar en la vida como Jesús nos enseña.

En nuestro esfuerzo diario por encarnar en nosotros, en nuestra familia y en la sociedad los valores del evangelio, la actitud de responsabilidad, que va unida a la confianza, nos libra de todo voluntarismo ingenuo y de la angustia que se siente por creer que el éxito depende únicamente de nuestra propia capacidad. Dios es quien hace germinar y crecer y fructificar la semilla que el hombre siembra.

En un mundo que exacerba el sentido de la eficacia y del éxito personal, es muy fácil caer en el cansancio y el desaliento. Se vive para el trabajo y la producción, y otras realidades de la vida, como la atención de la familia y el cultivo de nuestra vida espiritual, pierden valor y se descuidan. El resultado tantas veces comprobado es la incomunicación, la falta del sentido de lo gratuito, es decir, de aquellas cosas cuyo valor no es económico, pero que son imprescindibles para poder mantener unas relaciones verdaderamente humanas con los demás, con nuestro propio interior y con Dios.

No hay tiempo para nada, porque no se valora ese tiempo “perdido” que es la dedicación al hogar, el simple estar a gusto con las personas queridas, la expresión del afecto y, en el plano religioso, la oración, la meditación, la lectura de la Biblia, el silencio interior y exterior. Incluso para todo cristiano maduro, que orienta su vida profesional a la construcción de un país más humano y justo para todos, es una necesidad el recordar que no siempre sus esfuerzos obtendrán el éxito esperado y que el reino de Dios es mucho más que una construcción humana, razón por la cual hay que mantener la confianza en el Padre y no olvidar nunca que Dios es siempre más.

La segunda parte del texto es la parábola del granito de mostaza, símbolo del reino en acción. Como la semilla de mostaza, el reino tiene apariencia casi insignificante, casi invisible, y hay que discernir para reconocerlo. Actúa en la historia como actuó Jesús: en pobreza, sin poder religioso ni político. Su conocimiento está reservado a los pequeños y sencillos.

La parábola hace pensar en Cristo, grano caído en tierra, en Dios que se abaja para asumir nuestra condición humana y se revela haciéndose un Niño que nace en un pesebre. Hay aquí una invitación a entrar por los caminos de Dios, por la lógica de su reino: según la cual, el mayor es quien se ha hecho el más pequeño de todos (Lc 9,48; 22,26ss). La parábola nos libra de todo delirio de grandeza. 

jueves, 27 de enero de 2022

Luz del mundo y saber escuchar (Lc 8, 16-18)

 P. Carlos Cardó SJ

Magdalena penitente de la lamparilla, óleo sobre lienzo de Georges de La Tour (1642 – 1644), Museo del Louvre, París

“Nadie enciende una lámpara para cubrirla con una vasija o para colocarla debajo de la cama. Por el contrario, la pone sobre un candelero para que los que entren vean la luz. No hay nada escondido que no deba ser descubierto, ni nada tan secreto que no llegue a conocerse y salir a la luz. Por tanto, fíjense bien en la manera como escuchan. Porque al que produce se le dará, y al que no tiene se le quitará hasta lo que cree tener”.

En Lucas, el ser luz puede ser la conclusión de la parábola del sembrador: cuando la semilla-Palabra cae en tierra buena, produce fruto y lo oculto y secreto de la semilla-Palabra ha de hacerse público y notorio. La identidad cristiana cuando está asimilada se deja ver, se trasluce, resalta. Cristo es la luz, es quien ilumina y damos su luz.

Nadie enciende una lámpara y la cubre con una vasija o la oculta debajo de la cama, sino que la pone en un candelero, en alto, que todos los vean. Responsabilidad grande. Impacto que producimos. Pensemos qué debemos hacer para que la palabra se transmita de modo creíble, sea respetada, tenida en cuenta.

No es buscar sobresalir, brillar, hacernos ver. Jesús advierte: “Cuidado con practicar las buenas obras para ser vistos por la gente…, no vayas pregonándolo como lo hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles para que los alaben los hombres” (Mt 6, 1-2). Seamos con sencillez lo que debemos ser: auténticos, con identidad clara y manifiesta.  No se puede esconder la identidad. Y la identidad brillará; es consecuencia.

Nada hay oculto que no se descubra ni secreto que no se conozca. Jesús es luz, pero oculta, como semilla en tierra. En medio de las dificultades se recibe y acoge la luz, misterio del Señor y del reino.

Por eso pongan atención a cómo escuchan. Si escuchamos con atención, descubrimos el sentido de la palabra y la luz en medio de la realidad oscura. Lo oculto queda al descubierto. En la medida de nuestra fe, sabemos escuchar y se nos da el conocimiento del misterio. Quien tiene capacidad de escucha recibirá más y más luz. Pero a quien no sabe escuchar se le quitará aun lo que tiene, en el sentido de que no será capaz de acoger el don que se le ofrece y lo perderá por no saber acogerlo.

El pueblo judío no aceptó la plenitud de la revelación en Jesucristo, no tuvo fe; por ello lo que tenía (elección, alianza, obras maravillosas en su favor, promesa), lo perdió. En cambio los seguidores de Jesús, aun los paganos, tuvieron fe y recibieron el don de lo alto.

Lámpara para mis pasos es tu palabra, luz en mi camino (Sal 119, 105). 

miércoles, 26 de enero de 2022

El envío de los 72 discípulos (Lc 10, 1-12.17-20)

 P. Carlos Cardó SJ

Parte de 70 discípulos (Sóstenes, Apolo, Cefas, Tíquico, Epafrodito, César y Onésimo), ilustración del manuscrito El Menologion de Basilio II (Siglo I D.C.), Biblioteca del Vaticano

Después de esto, el Señor eligió a otros setenta y dos discípulos y los envió de dos en dos delante de él, a todas las ciudades y lugares adonde debía ir.
Les dijo: «La cosecha es abundante, pero los obreros son pocos. Rueguen, pues, al dueño de la cosecha que envíe obreros a su cosecha. Vayan, pero sepan que los envío como corderos en medio de lobos. No lleven monedero, ni bolsón, ni sandalias, ni se detengan a visitar a conocidos. Al entrar en cualquier casa, bendíganla antes diciendo: La paz sea en esta casa. Si en ella vive un hombre de paz, recibirá la paz que ustedes le traen; de lo contrario, la bendición volverá a ustedes. Mientras se queden en esa casa, coman y beban lo que les ofrezcan, porque el obrero merece su salario. No vayan de casa en casa. Cuando entren en una ciudad y sean bien recibidos, coman lo que les sirvan, sanen a los enfermos y digan a su gente: El Reino de Dios ha venido a ustedes. Pero si entran en una ciudad y no quieren recibirles, vayan a sus plazas y digan: Nos sacudimos y les dejamos hasta el polvo de su ciudad que se ha pegado a nuestros pies. Con todo, sépanlo bien: el Reino de Dios ha venido a ustedes. Yo les aseguro que, en el día del juicio, Sodoma será tratada con menos rigor que esa ciudad».

Los setenta y dos discípulos volvieron muy contentos, diciendo: «Señor, hasta los demonios nos obedecen al invocar tu nombre».
Jesús les dijo: «Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Miren que les he dado autoridad para pisotear serpientes y escorpiones y poder sobre toda fuerza enemiga: no habrá arma que les haga daño a ustedes. Sin embargo, alégrense no porque los demonios se someten a ustedes, sino más bien porque sus nombres están escritos en los cielos».

La cosecha es abundante, pero los obreros son pocos. La frase de Jesús contiene una llamada a colaborar –cada cual en su propio estado de vida– en la misión de llevar el evangelio al mundo. Al mismo tiempo, la frase hace tomar conciencia del problema de la falta de vocaciones para el sacerdocio y para los servicios que en la Iglesia requieren una dedicación especial. Sin oración al Señor de la mies, sin familias que valoren la vocación de sus hijos y sin el testimonio vivo de los propios sacerdotes, religiosos y laicos, el problema seguirá.

Para realizar su obra Jesús necesita colaboradores. Por eso designó y envió discípulos y discípulas. El número 72 simboliza una totalidad: todos los que creemos en Cristo somos apóstoles, discípulos y misioneros. La misión es cosa de todos y para todos.

Las instrucciones que da Jesús a los discípulos se abren con una sentencia que da sentido a todo el conjunto: miren que yo los envío como corderos en medio de lobos. Las perspectivas no son halagüeñas, las circunstancias son adversas, pocos obreros, riesgos y peligros, tiempo breve. El mundo al que Jesús envía es complejo y siempre ha habido y habrá obstáculos sin fin. Una experiencia común a muchos cristianos que se han decidido a encarnar los valores evangélicos en sus vidas y a transmitirlos, es ver que pronto o tarde se hacen objeto de críticas e incomprensiones, se les trata con desdén y aun desprecio y se les retira la amistad. Nunca ha sido fácil vivir auténticamente el cristianismo. Cuando esto ocurre, el cristiano se acuerda de las palabras del Señor: En el mundo tendrán tribulaciones; pero tengan ánimo, yo he vencido al mundo (Jn 16,33).

Las instrucciones que dio Jesús a los 72 discípulos antes de enviarlos en misión se pueden sintetizar en dos actitudes fundamentales: vivir con sencillez y llevar la paz. A ejemplo del Señor y en solidaridad con los hermanos necesitados, el cristiano auténtico asume un estilo de vida sobrio y sencillo, porque tiene puesta su confianza no en el dinero sino en Jesucristo. Sólo así la evangelización dará fruto. Porque si nuestra oración, nuestra vida litúrgica y nuestro hablar de Dios expresan nuestra fe, el estilo de vida que llevamos la hace creíble.

No llevar bolsa ni morral ni sandalias significa desterrar la ambición que nace de pensar que el dinero es el valor supremo en la vida, para poner toda la confianza en Dios y en la promesa de su reino. Quien vive esto es capaz de servir libre y desinteresadamente: libre de todo interés temporal para no entrar en componendas ni negociaciones que contradigan los valores del evangelio; libre para dirigirse a su meta sin siquiera detenerse a saludar a nadie por el camino, libre para no buscarse a sí mismo sino a Jesucristo y el bien de los demás -¡libre para amar, libre para servir!

La segunda actitud que han de tener los discípulos es la paz. Quien se ha identificado con el Señor siente dentro de sí una profunda paz y sabe comunicarla. Paz a esta casa, dicen los discípulos, y su palabra eficaz transmite la paz verdadera. El cristiano es pacífico y pacificador, siempre en misión de construir paz. Pero no una paz ingenua y barata, sino la que brota de la justicia y asume el nombre de solidaridad, desarrollo equitativo para todos, nuevo orden social…

La misión a la que Jesús envía es consecuencia del bautismo. Exige una identificación personal con su estilo de vida. Sin la puesta en práctica de sus enseñanzas no se puede ser seguidores suyos y colaboradores de su misión. 

martes, 25 de enero de 2022

Vayan por todo el mundo (Mc 16, 15-18)

 P. Carlos Cardó SJ

San Pablo y San Bernabé en Lystres, óleo sobre lienzo de Michel Corneille el Viejo (1644), Arras, Museo de Bellas Artes de Arrás, Paso de Calais, Francia

Y les dijo: «Vayan por todo el mundo y anuncien la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y se bautice se salvará; el que se niegue a creer se condenará. Estas señales acompañarán a los que crean: en mi Nombre echarán demonios y hablarán nuevas lenguas; tomarán con sus manos serpientes y, si beben algún veneno, no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y quedarán sanos».

Este epílogo del evangelio de Marcos fue añadido hacia la mitad del siglo II. La razón que dan los exegetas es que a las primeras comunidades cristianas les causaba desazón el final tan abrupto de Marcos, que cierra su evangelio con el miedo y la huida de las mujeres del sepulcro vacío (Mc 16, 1-8). Se buscó por eso una prolongación de los relatos que condujeran a un final más adecuado, armonizando con la temática general del evangelio. Sin embargo, aunque se trate de un añadido, no deja de ser un texto inspirado y canónico, es decir, incluido en el elenco oficial de los libro de la Biblia.

Se pueden percibir en el relato las inquietudes y preocupaciones de los primeros cristianos de Roma, en donde fue escrito este evangelio. Ellos no habían visto al Señor, pero basaban su fe Jesucristo en el testimonio que les transmitieron los primeros testigos, los apóstoles y discípulos del Señor.

Por eso el texto enumera los sucesivos testimonios aportados a la comunidad. En primer lugar el de María Magdalena. Se alude a la acción sanante realizada por Jesús en favor de ella, liberándola de siete “demonios”, es decir, de siete males, siete enfermedades. Luego se subraya el estado de tristeza y llanto en que estaban los discípulos, que no creyeron en un primer momento en el anuncio de Magdalena: al oír que estaba vivo y que ella lo había visto, no le creyeron. Viene después la alusión a la experiencia de los discípulos de Emaús y al testimonio que dieron a los demás, y que tampoco fue aceptado. Por último, se menciona la aparición del Resucitado a los Once reunidos en torno a la mesa. Y pone aquí el redactor el envío en misión para anunciar la buena noticia a toda criatura.

Se resalta el valor que tiene la comunidad en la experiencia cristiana, por ser el lugar para el encuentro con el Resucitado. Jesucristo permanece en ella, con su palabra y sus acciones salvadoras. Su poder salvador se prolonga en ella. Y ella vive de su memoria, que actualiza en la celebración de la fracción del pan.

Los primeros cristianos vivían amenazados, obligados a la clandestinidad. Una gran preocupación debió ser para ellos cómo conjugar la victoria de Cristo Resucitado con la persistencia y actuación del misterio del mal en el mundo. Tenían que abrirse a la fe/confianza en el Señor que, no obstante, sigue actuando también por medio de los creyentes.

A través de ellos Jesucristo Resucitado continúa anunciando y manifestando el reinado de Dios y la salvación para el que crea y se bautice. Nuestra fe en Él da a nuestra vida una orientación bien definida: nos hace anunciadores del Evangelio que hemos recibido para que otros crean también en el triunfo del amor de Dios en sus vidas, por Jesucristo su Hijo. En esto consiste el Evangelio: en que Dios envió a su Hijo para todos tengan vida plena. Pero así como la salvación que Dios ofrece no obrará en contra de nuestra voluntad, el Evangelio no se impone a la fuerza; la tarea evangelizadora, nuestra y de la Iglesia, respeta la libertad de las personas.

Las acciones prodigiosas que Jesús promete a los que crean en Él son representaciones simbólicas de la salvación y tienen que ver con la superación de todo lo que oprime a los seres humanos, de todo lo que obstaculiza la comunicación y la unión entre ellos, y de toda amenaza de la vida. Tales acciones son signos de la presencia del Reino en nuestra historia, semejantes a los que Jesús realizaba. La Iglesia, y nosotros en ella, debemos manifestarlos. 

lunes, 24 de enero de 2022

El poder de expulsar demonios (Mc 3, 22-30)

 P. Carlos  Cardó SJ

Espíritu Santo, óleo sobre lienzo de Michael Dudash (siglo XXI), Galería Legacy, Minnesota, Estados Unidos

Mientras tanto, unos maestros de la Ley que habían venido de Jerusalén decían: «Está poseído por Belzebú, jefe de los demonios, y con su ayuda expulsa a los demonios».
Jesús les pidió que se acercaran y empezó a enseñarles por medio de ejemplos: «¿Cómo puede Satanás echar a Satanás? Si una nación está con luchas internas, esa nación no podrá mantenerse en pie. Y si una familia está con divisiones internas, esa familia no podrá subsistir. De igual modo, si Satanás lucha contra sí mismo y está dividido, no puede subsistir, y pronto llegará su fin. La verdad es que nadie puede entrar en la casa del Fuerte y arrebatarle sus cosas si no lo amarra primero; entonces podrá saquear su casa. En verdad les digo: Se les perdonará todo a los hombres, ya sean pecados o blasfemias contra Dios, por muchos que sean. En cambio el que calumnie al Espíritu Santo, no tendrá jamás perdón, pues se queda con un pecado que nunca lo dejará».
Y justamente ése era su pecado cuando decían: Está poseído por un espíritu malo.

Antes de este pasaje, sus parientes habían dicho que estaba loco y pretendieron llevárselo para controlarlo. Ahora, los expertos en religión elaboran contra Él una denuncia más peligrosa para que la gente lo repudie: ¡Tiene a Belzebú! Pero Jesús no se amedrenta. Obligado a defenderse, reivindica para sí la plena posesión del Espíritu divino, a cuyo poder se deben atribuir las acciones liberadores que Él realiza y que demuestran, además, que el reinado de Dios ha comenzado. Si yo expulso los demonios con el poder del Espíritu de Dios… es que ha llegado a ustedes el reino de Dios (Mt 12,28).

En la acción de expulsar demonios se concentra de la manera mas gráfica el poder de Dios que actúa en Jesús venciendo al mal. Hoy no se tiene la misma creencia que se tenía entonces acerca de una eventual presencia física y una acción maciza del demonio en el mundo y en las personas, pero no por ello estos textos evangélicos han perdido el valor profundo y el contenido teológico que tienen como testimonios del poder divino de Jesús.

Gracias a Él, las fuerzas temibles del mal y de la muerte han dejado ya de ser invencibles. Jesús exorciza, “desdemoniza” el mundo, liberando al ser humano de todo demonio personal o social, de toda sumisión fatalista a poderes, energías o fuerzas naturales o sobrenaturales que amenazan la vida y, finalmente, de sistemas y estructuras que generan injusticias, odio, exclusión y división en la vida social.

Viene otro que es más fuerte que él y lo vence… Jesús es el más fuerte. Su victoria está asegurada. Si algo está claro en el Evangelio es que con Cristo todo tipo de mal, cualquiera que sea su índole y su poder nocivo en la marcha de nuestra historia, no importa cuán esclavizante y corruptor, sutil y oculto pueda parecer, ha sido derrotado y conquistado definitivamente en la cruz de nuestro Señor Jesucristo. Hablando de ella dice Jesús en el evangelio de Juan: Ahora el Príncipe de este mundo será echado fuera (Jn 12,31).

Con muy mala fe, los maestros de la ley y los fariseos difunden entre la gente que Jesús es un agente de Satanás, cuando no podía ser más evidente que estaba en abierta lucha contra Él. Jesús los increpa severamente, haciéndoles ver que incurren en el único pecado imperdonable. La calumnia premeditada que han lanzado contra Él es un insulto al Espíritu Santo, les dice. El Espíritu de Dios es el que lo mueve a obrar en todo con amor, como el mismo Dios actúa.

Quien afirme lo contrario, es decir, que es el espíritu de Satán, espíritu de odio y de violencia, el que mueve a Jesús, niega con mala fe la evidencia e insulta al Espíritu Santo. Este comportamiento malintencionado, que no es un hecho aislado sino una actitud corrompida, les hace optar obstinadamente contra la verdad por secretas intenciones, cerrar toda posibilidad de cambio y, por ello, toda posibilidad de recibir el perdón. Simplemente no reconocen que hacen mal, niegan tener necesidad de perdón, impiden al Espíritu su obra liberadora.

La misericordia de Dios no tiene límites, pero quien se niega deliberadamente a aceptar la salvación y el perdón que Dios le ofrece, transita un camino de oscuridad que conduce a la perdición. Ésta puede producirse no porque el Señor y su Iglesia no puedan perdonarlo, todo lo contrario, sino porque la persona misma se cierra a la gracia que se le ofrece. Obrando así insulta al Espíritu Santo porque rechaza como inútiles sus inspiraciones a la conversión, al reconocimiento del autoengaño (cf. Jn 16, 8-9) y a la acción de su amor que cambia los corazones. 

domingo, 23 de enero de 2022

Homilía del III Domingo del Tiempo Ordinario – Enviado a anunciar la buena noticia (Lc 1,1-4; 4,14-21)

 P. Carlos Cardó SJ

Cristo en la sinagoga de Nazareth, fresco de autor anónimo (alrededor de 1350), Monasterio Alto Dechany, Kosovo

Algunas personas han hecho empeño por ordenar una narración de los acontecimientos que han ocurrido entre nosotros tal como nos han sido transmitidos por aquellos que fueron los primeros testigos y que después se hicieron servidores de la Palabra. Después de haber investigado cuidadosamente todo desde el principio, también a mí me ha parecido bueno escribir un relato ordenado para ti, ilustre Teófilo. De este modo podrás verificar la solidez de las enseñanzas que has recibido.
Jesús volvió a Galilea con el poder del Espíritu, y su fama corrió por toda aquella región. Enseñaba en las sinagogas de los judíos y todos lo alababan.
Llegó a Nazaret, donde se había criado, y el sábado fue a la sinagoga, como era su costumbre. Se puso de pie para hacer la lectura, y le pasaron el libro del profeta Isaías.
Jesús desenrolló el libro y encontró el pasaje donde estaba escrito: El Espíritu del Señor está sobre mí. El me ha ungido para llevar buenas nuevas a los pobres, para anunciar la libertad a los cautivos, y a los ciegos que pronto van a ver, para despedir libres a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor.
Jesús entonces enrolló el libro, lo devolvió al ayudante y se sentó, mientras todos los presentes tenían los ojos fijos en él. Y empezó a decirles: «Hoy les llegan noticias de cómo se cumplen estas palabras proféticas».

El evangelio de hoy tiene dos partes. La primera es el prólogo de la obra de Lucas (1,1-4). La segunda, cuatro capítulos después, narra el inicio de la actividad pública de Jesús en Nazaret (4,14-21).

En el prólogo, San Lucas dice que su evangelio está dedicado a un cierto Teófilo, que no sabemos si es un personaje real o ideal. Algunos lo consideran una persona histórica, un ayudante de Lucas en su tarea evangelizadora. Lo más probable es que se trata de una figura simbólica que representa al discípulo de todos los tiempos. “Teófilo” significa “amado de Dios” o “amante de Dios”.

El discípulo de Jesús, que recibe el evangelio, sabe que Dios lo ama y desea llegar a amar realmente a Dios. Se puede decir que Lucas dedica su evangelio al cristiano que quiere llegar a ser un adulto en su fe, consciente de la responsabilidad que le atañe en el mundo. A ese cristiano lo quiere conducir a vivir una experiencia similar a la de los discípulos de Emaus, es decir, a escuchar al Señor, a reconocerlo “al partir el pan” y hallarlo presente en la comunidad, cuyos miembros dan testimonio de que “verdaderamente el Señor ha resucitado” (24,34)

Lucas declara que su intención al escribir su evangelio es componer un relato de los hechos que se han verificado en torno a Jesús de Nazaret. Hablará de Jesús empleando las tradiciones transmitidas por los que fueron primero testigos oculares y luego predicadores de la Palabra. Por consiguiente, lo que está en el evangelio no son fantasías del autor, sino testimonios recogidos tal como fueron transmitidos por los que convivieron con Jesús. El evangelista comprueba todo exactamente desde el  principio y lo presenta de manera ordenada, para que los lectores puedan conocer y entender mejor a Jesús. Es la finalidad: que conozcan la solidez de las enseñanzas recibidas.

En la segunda parte del texto de hoy se relata el acontecimiento que da inicio a la vida pública de Jesús. Nos dice que Jesús, como era su costumbre, asistió un sábado a la sinagoga de su pueblo y que se levantó para hacer la lectura. Le dieron un texto del profeta Isaías y lo explicó aplicándolo a su propia persona. Hizo ver a sus oyentes que Él era el enviado definitivo de Dios, portador de su Espíritu, que lo había ungido para anunciar la buena noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad y conseguir la libertad a los oprimidos.

Muchos al oírlo se admiraron de “las palabras de gracia” que salían de su boca; vieron que en ellas se realizaban las promesas de Dios, proclamadas por los profetas. Al igual que aquellos primeros testigos, también la comunidad cristiana primitiva experimentaba en su quehacer diario la gracia de Dios, sentían que el mismo Jesús resucitado seguía acompañando a los suyos. Para ellos y para nosotros –a quienes se dirige el Evangelio– las palabras de Jesús son una constante llamada a la vida plena y realmente feliz que, como la de Jesús, se realiza en el amor y el servicio, en especial a los pobres y a los que sufren.

Hay algo importante en el texto de Lucas que debemos tener en cuenta: la referencia al año jubilar. He venido a proclamar el año de gracia del Señor, dice Jesús, conforme a lo anunciado por Isaías. Toda su actividad queda definida a la luz de esta promesa, cuyo cumplimiento definitivo se daría con la venida del Mesías. El año de gracia era el año jubilar que los judíos debían celebrar cada 50 años según lo prescrito en el libro del Levítico, cap. 25.

En ese año santo, se condonaban las deudas, se prestaba dinero sin interés a quien lo necesitaba, se devolvían las tierras o propiedades tomadas por hipotecas vencidas y se pagaba el rescate de los judíos vendidos como esclavos. De este modo se devolvía a la tierra la finalidad para la que fue creada por Dios y, en la creación liberada, todos podían sentirse realmente hijos del mismo padre y hermanos entre sí. Jesús afirma que para esto ha venido, que esa meta se ha alcanzado en Él.

Más tarde, los cristianos de la primitiva Iglesia, según Hechos de los Apóstoles, se vieron como el nuevo Israel que daba cumplimiento al Año Jubilar proclamado por Jesús, por lo cual vivían unidos, lo tenían todo en común, repartían los bienes, compartían el pan (Hech 2, 42-48) y hacían todo lo posible para que no hubiera pobres entre ellos (Hech 4,32-37).

Asimismo también nosotros debemos sentirnos llamados a trabajar por la causa de Jesús, que hoy como ayer tiene el mismo contenido y los mismos destinatarios: hacer que todos se sientan hijos e hijas de Dios y vivan como hermanos y hermanas, en una creación liberada de toda injusticia y protegida como nuestra casa común. Esto se ha de traducir en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral, que será posible con la colaboración de todos. Contamos para ello con el mismo Espíritu que consagró a Jesús y que sigue disponible también para nosotros desde nuestro bautismo. 

sábado, 22 de enero de 2022

Sus parientes decían que estaba loco (Mc 3,20-21)

 P. Carlos Cardó SJ

Aparición de Cristo al pueblo, óleo sobre lienzo de Alexander Andreyevich Ivanov (1837), Museo Estatal Ruso de San Petersburgo, Rusia

Vuelto a casa, se juntó otra vez tanta gente que ni siquiera podían comer.
Al enterarse sus parientes de todo lo anterior, fueron a buscarlo para llevárselo, pues decían: «Se ha vuelto loco».

Regresó a casa. Probamente a la de Pedro en Cafarnaum, donde le curó a su suegra. En la actual Cafarnaum, pueden verse unos descubrimientos arqueológicos –aún no del todo convalidados–, designados como la casa de Pedro, que podrían haber sido el lugar donde Jesús solía alojarse, donde se reunía con sus discípulos y adonde  acudía la gente para oír sus enseñanzas y ser curados de sus enfermedades. Refrenda la autenticidad histórica del lugar el hecho de que en torno a esta casa se reunió un conjunto de familias cristianas, que formaron un núcleo de viviendas –una insula la llamaban los romanos­– con claros vestigios del modo de vida de las primitivas comunidades cristianas.

El hecho es que en el evangelio de Marcos, la “casa” se convierte en símbolo del lugar del encuentro con Dios y símbolo de la Iglesia, donde Jesús sigue realizando su obra. Por lo demás, la “casa” es el lugar donde uno encuentra a Dios próximo.

Se reunió mucha gente, al punto que no podían ni comer. La multitud lo necesita y Él no puede dejar de atenderla. Pero las críticas lo persiguen también. Los escribas y fariseos, guardianes de la Ley y de la religión, lo siguen, mezclados entre la gente, porque les inquieta lo que enseña y porque las autoridades de Jerusalén los envían a espiarlo. Ese Nazareno era un peligro para sus instituciones.

Aparecen de pronto sus parientes. También entre ellos hay quienes lo traicionan. A su llamada a seguirlo, ellos responden con el “sentido común” y la falsa compasión, que les hace decir: ‘está loco, pobre, es un enfermo’. Les pesa el ser parientes suyos, temen las consecuencias; por eso no se han convertido a Él ni han pasado a formar parte de sus discípulos. Son los que están fuera; en cambio, la multitud de los pobres está dentro de casa.

No se puede dejar de observar que tales ‘parientes de Jesús’ se reproducen aun hoy en quienes, perteneciendo a su Iglesia, escuchan pero no ponen en práctica su palabra, sino que pretenden “llevárselo”, en nombre del sentido común, de la prudencia, de la sensatez que el mundo les enseña. Basan su vida en la sabiduría del mundo, no en la de Dios. Olvidan que la “la locura de Dios es más sabia que los hombres y la debilidad de Dios es más fuerte que los hombres” (1Cor 1,25).

En el cuadro de la narración aparece clara la contraposición entre los prudentes de este mundo y los sencillos. Entre estos últimos, que escuchan la Palabra, Jesús hallará a sus verdaderos parientes, su verdadera familia.

La incomprensión que sufre Jesús se reproduce de algún modo en la experiencia de muchos cristianos cuyo compromiso de fe y los valores que guían su conducta resultan incómodos a sus familiares, que los critican y quieren hacerlos cambiar de vida. Personas que se mueven con criterios éticos definidos, que mantienen una conducta incorruptible o manifiestan una clara conciencia social, pueden revivir la soledad que Jesús sufrió por ser fiel a los valores del Reino.

Finalmente, quedan expuestos en el pasaje los motivos por los cuales condenarán a Jesús y los diversos comportamientos que se tienen con Él: o es un loco y hay que llevárselo, o es un mentiroso falso profeta y hay que condenarlo, o un blasfemo y es reo de muerte, o un endemoniado y hay que huir de él. Porque si es justo y veraz, no queda sino creer en Él y seguirlo. 

viernes, 21 de enero de 2022

Elección de los Doce (Mc 3, 13-19)

 P. Carlos Cardó SJ

Los doce apóstoles y discípulos, fresco de autor anónimo del siglo I, capilla de San Zenón, Basílica de Santa Práxedes, Roma

Jesús subió al monte y llamó a los que él quiso, y se reunieron con él.
Así instituyó a los Doce (a los que llamó también apóstoles), para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar, dándoles poder para echar demonios.
Estos son los Doce: Simón, a quien puso por nombre Pedro; Santiago y su hermano Juan, hijos de Zebedeo, a quienes puso el sobrenombre de Boanerges, es decir, hijos del trueno; Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago, el hijo de Alfeo, Tadeo, Simón el Cananeo, y Judas Iscariote, el que después lo traicionó.

Subió al monte  Tanto en Israel como en las culturas paganas, el monte era lugar teofánico: en él actuaba la divinidad o tenía su morada. En el monte Sinaí se reveló Dios a Moisés y le dio la Ley. En el monte Sión se construyó el templo, habitación de Dios y lugar de su culto. Con Jesús, el monte (cuya localización geográfica no aparece) adquiere un significado teológico más específico: Jesús, sustituyendo a Moisés, sube al monte para traernos la revelación última de Dios, la nueva Ley, y fundar el nuevo Israel, que renovará al antiguo. Moisés subía al monte para encontrarse con Dios; ahora, los que Jesús llama subirán a donde Él está, pues encontrarse con Él es encontrarse con Dios, Dios-con-nosotros, Dios en lo humano.

Llamó a los que quiso. La llamada es iniciativa del Señor. Nace del amor con que ama al pueblo que Dios escogió como instrumento para darse a conocer a la humanidad y ofrecer a todos su salvación. Ahora, en Jesús, esa misma llamada se hace extensiva a todos, por encima de su origen racial o su ubicación social. A todos ama el Señor y para todos tiene una llamada especial que da a sus vidas un sentido. Les marca el camino. 

Y se vinieron donde él. La respuesta implica cambio de ubicación, reorientación. Quien siente la llamada del Señor ve que se le ofrece una nueva forma de ser, que consiste en imitarlo. Ve, por ello, que lo importante es estar con Él, en comunión de vida, aspiraciones y trabajo. Jesús llama de esta manera plena e incondicional porque quiere prolongarse en el mundo por medio de sus discípulos, los de ayer y los de hoy: Como el Padre me ha enviado, así los envío yo (Jn 20,21). Serán sus enviados (apóstoles).

Designó Doce. El verbo que emplea el evangelista Marcos es solemne: constituyó. Los primeros llamados por Él en número de doce, como eran doce las tribus de Israel, representan al Israel definitivo que Jesús va a fundar y que nace de la nueva alianza de Dios con los hombres.

Esos doce primeros varones son figura o expresión de todos los seguidores y seguidoras de Jesús que escucharán su llamada a estar con él y enviarlos a predicar. Ambas cosas, porque una lleva a la otra. La identificación con Él y el colaborar con Él en su obra evangelizadora. El amor se pone en obras, pero éstas han de ser las mismas que el Señor realiza y al modo como Él las realiza. En el evangelio de Juan la llamada del Señor se define como permanecer en Él, en su amor (Jn 15,9) porque sin mí no pueden hacer nada (Jn 15, 5).

Para su misión, que es la de Jesús, reciben sus mismos poderes: les dio poder de expulsar a los demonios. La predicación de la buena noticia del Reino tendrá que ir siempre acompañada de las obras liberadoras que Jesús realizaba para dar vida y crear una sociedad nueva en la que se manifieste el reinado de Dios.

Son pocos para llevar el mensaje a toda la tierra. Pero es el estilo de Dios que actúa en la debilidad y pequeñez, y no se impone porque quiere que se le ame libremente. Es además un grupo heterogéneo y difícil: Simón, llamado “Pedro”, Santiago y su hermano Juan, conocidos como los “violentos”, Andrés y Felipe, Bartolomé y Mateo que era un publicano, Santiago hijo de Alfeo, Tadeo, Simón apodado el “fanático” y finalmente el  tristemente célebre Judas Iscariote que traicionó a Jesús.

Ellos y toda la multitud de testigos, que a lo largo de los siglos se identificarán con Jesús en la vida y en la muerte, no sólo empeñarán sus personas en su obra, sino que buscarán que sus palabras, su modo de pensar y actuar pase a hacerse carne y sangre en ellos, hasta poder adoptar en toda circunstancia el modo de proceder de Jesús; más aún, hasta ser hallados dignos de compartir también su destino redentor, dando como Él su propia vida por la salvación del mundo.