P. Carlos Cardó SJ
Jesús subió al monte y llamó a los que él quiso, y se reunieron con él.
Así instituyó a los Doce (a los que llamó también apóstoles), para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar, dándoles poder para echar demonios.
Estos son los Doce: Simón, a quien puso por nombre Pedro; Santiago y su hermano Juan, hijos de Zebedeo, a quienes puso el sobrenombre de Boanerges, es decir, hijos del trueno; Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago, el hijo de Alfeo, Tadeo, Simón el Cananeo, y Judas Iscariote, el que después lo traicionó.
Subió al monte – Tanto en Israel como en las culturas paganas,
el monte era lugar teofánico: en él actuaba la divinidad o tenía su morada. En
el monte Sinaí se reveló Dios a Moisés y le dio la Ley. En el monte Sión se
construyó el templo, habitación de Dios y lugar de su culto. Con Jesús, el
monte (cuya localización geográfica no aparece) adquiere un significado
teológico más específico: Jesús, sustituyendo a Moisés, sube al monte para
traernos la revelación última de Dios, la nueva Ley, y fundar el nuevo Israel,
que renovará al antiguo. Moisés subía al monte para encontrarse con Dios;
ahora, los que Jesús llama subirán a donde Él está, pues encontrarse con Él es
encontrarse con Dios, Dios-con-nosotros, Dios en lo humano.
Llamó
a los que quiso.
La llamada es iniciativa del Señor. Nace del amor con que ama al pueblo que
Dios escogió como instrumento para darse a conocer a la humanidad y ofrecer a
todos su salvación. Ahora, en Jesús, esa misma llamada se hace extensiva a todos,
por encima de su origen racial o su ubicación social. A todos ama el Señor y
para todos tiene una llamada especial que da a sus vidas un sentido. Les marca
el camino.
Y
se vinieron donde él.
La respuesta implica cambio de ubicación, reorientación. Quien
siente la llamada del Señor ve que se le ofrece una nueva forma de ser, que
consiste en imitarlo. Ve, por ello, que lo importante es estar con Él, en
comunión de vida, aspiraciones y trabajo. Jesús llama de esta manera plena e
incondicional porque quiere prolongarse en el mundo por medio de sus
discípulos, los de ayer y los de hoy: Como el Padre me ha enviado, así los
envío yo (Jn 20,21). Serán sus
enviados (apóstoles).
Designó
Doce.
El verbo que emplea el evangelista Marcos es solemne: constituyó. Los primeros llamados por Él
en número de doce, como eran doce las
tribus de Israel, representan al Israel definitivo que Jesús va a fundar y que
nace de la nueva alianza de Dios con los hombres.
Esos
doce primeros varones son figura o expresión de todos los seguidores y
seguidoras de Jesús que escucharán su llamada a estar con él y enviarlos a predicar. Ambas cosas, porque una lleva
a la otra. La identificación con Él y el colaborar con Él en su obra
evangelizadora. El amor se pone en obras, pero éstas han de ser las mismas que
el Señor realiza y al modo como Él las realiza. En el evangelio de Juan la
llamada del Señor se define como permanecer
en Él, en su amor (Jn 15,9) porque sin
mí no pueden hacer nada (Jn 15, 5).
Para
su misión, que es la de Jesús, reciben sus mismos poderes: les dio poder de expulsar a
los demonios. La predicación de la buena noticia del Reino tendrá
que ir siempre acompañada de las obras liberadoras que Jesús realizaba para dar
vida y crear una sociedad nueva en la que se manifieste el reinado de Dios.
Son
pocos para llevar el mensaje a toda la tierra. Pero es el estilo de Dios que actúa
en la debilidad y pequeñez, y no se impone porque quiere que se le ame
libremente. Es además un grupo heterogéneo y difícil: Simón, llamado “Pedro”, Santiago
y su hermano Juan, conocidos como los “violentos”, Andrés y Felipe, Bartolomé y
Mateo que era un publicano, Santiago hijo de Alfeo, Tadeo, Simón apodado el “fanático”
y finalmente el tristemente célebre Judas
Iscariote que traicionó a Jesús.
Ellos
y toda la multitud de testigos, que a lo largo de los siglos se identificarán
con Jesús en la vida y en la muerte, no sólo empeñarán sus personas en su obra,
sino que buscarán que sus palabras, su modo
de pensar y actuar pase a hacerse carne y sangre en ellos, hasta poder adoptar
en toda circunstancia el modo de proceder de Jesús; más aún, hasta ser hallados
dignos de compartir también su destino redentor, dando como Él su propia
vida por la salvación del mundo.
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