sábado, 29 de febrero de 2020

Llamamiento de Leví y comida con pecadores (Lc 5, 27-32)

P. Carlos Cardó SJ
Llamado de San Mateo, témpera en tela de Vittore Carpaccio (1502), Escuela de Estudiantes de San Jorge, Venecia, Italia
En aquel tiempo, vio Jesús a un publicano, llamado Leví (Mateo), sentado en su despacho de recaudador de impuestos, y le dijo: "Sígueme".
El, dejándolo todo, se levantó y lo siguió.Leví ofreció en su casa un gran banquete en honor de Jesús, y estaban a la mesa, con ellos, un gran número de publicanos y otras personas.
Los fariseos y los escribas criticaban por eso a los discípulos, diciéndoles: "¿Por qué comen y beben con publicanos y pecadores?".Jesús les respondió: "No son los sanos los que necesitan al médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores, para que se conviertan".
Jesús realiza un gesto provocador. Llama a un publicano a formar parte de su comunidad. Un judío decente evitaba el trato con los publicanos, porque eran considerados pecadores públicos y descreídos por dedicarse al vil oficio de recaudar impuestos para los romanos y ejercerlo de manera fraudulenta.
La sorpresiva distinción de que ha sido objeto, provoca en el publicano Leví el deseo de celebrarlo y organiza un banquete. Quiere agradecer a ese Maestro galileo que haya tenido para con él esa deferencia tan inesperada, y tan contraria a las costumbres y creencias de los judíos, de contarlo entre sus discípulos. Naturalmente invita a muchos otros publicanos. Y Jesús acepta la invitación a sentarse a la mesa con esa gente. Sorprendente.
La expectativa del Reino de Dios como un banquete que reunirá a los justos y elegidos había cargado de simbolismo el acto natural del comer: no sólo se celebraba el memorial del éxodo con el banquete del cordero pascual, sino que el comer juntos solía ser expresión de valores compartidos, alianzas, amistades.
Pero como en la mesa del reino Dios comía sólo con sus elegidos y los otros quedaban excluidos, el judío sólo podía sentarse a la mesa con gente considerada honesta, justa, fieles a su religión. Por eso en la regla de la comunidad esenia, grupo especialmente excluyente y rigorista, estaba establecido: Que ningún pecador o gentil, ni cojo o manco o herido por Dios en su carne tenga parte en la mesa de los elegidos (regla de Qumram).
Jesús cambia esta mentalidad. Los pecadores no se han de evitar como apestados. El médico cura a los enfermos. En Jesús, Dios se acerca a los excluidos, despreciados, no practicantes, traidores –como los publicanos que trabajaban en favor de los romanos– y pecadores públicos.
La comunidad cristiana toma conciencia. El Dios de Jesús no es el dios de la sociedad judía puritana, excluyente y discriminador. Es Dios de misericordia, que ofrece a todos la posibilidad de rehabilitarse. La comunidad cristiana toma conciencia de lo que es: pecadores que han sido tocados por la gracia en Jesucristo. Cada uno puede verse en Leví, o entre los invitados al banquete. Por consiguiente, no caben las discriminaciones.
No necesitan médico los sanos sino los enfermos. No he venido a llamar a justos sino a pecadores. Pablo dirá: Miren, hermanos, a quienes eligió Dios: no hay entre ustedes sabios, ni poderosos…, lo débil del mundo escogió Dios… (1 Cor 1, 26).
En la mesa del Señor nos sentamos los pecadores. Es Él quien nos congrega de toda raza, lengua y cultura. Reúne a todos los hijos e hijas de Dios dispersos. Y le damos gracias porque nos hace dignos de servirlo en su presencia. Indignos todos; la gracia es la que nos dignifica.

viernes, 28 de febrero de 2020

El ayuno (Mt 9, 14-15)

P. Carlos Cardó SJ
Jesús en el desierto, óleo de Carl Heinrich Bloch perteneciente a la serie escenas de la vida de Jesucristo (pintadas entre 1865 y 1879  ), capilla del Castillo Frederiksborg, Dinamarca 
En aquel tiempo, los discípulos de Juan fueron a ver a Jesús y le preguntaron: "¿Por qué tus discípulos no ayunan, mientras nosotros y los fariseos sí ayunamos?".Jesús les respondió: "¿Cómo pueden llevar luto los amigos del esposo, mientras él está con ellos? Pero ya vendrán días en que les quitarán al esposo, y entonces sí ayunarán".
Antes de este pasaje aparece Jesús y sus discípulos comiendo en casa de un publicano; ahora los discípulos de Juan Bautista los sorprenden comiendo en un día de ayuno. Juan los ha enviado a seguir a Jesús, desde que lo señaló como el que era más grande que él, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Pero estas actitudes de Jesús y lo que enseña a sus discípulos los desconciertan. Por eso le preguntan: ¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos y tus discípulos no ayunan? 
Jesús responde situando la cuestión en otra esfera de pensamiento: en la esfera de la revelación del amor salvador de Dios ofrecido como gracia a todos los que escuchan su palabra y lo siguen. Su presencia señala el cumplimiento del tiempo mesiánico, la venida del reino de Dios, el tiempo nuevo de la realización de las promesas hechas por Dios a Israel, tiempo de la fiesta de la nueva humanidad reconciliada.
Se debe, por tanto, celebrar y hacer fiesta. Jesús lo dice con el proverbio: ¿Pueden acaso llevar luto los amigos del novio mientras el novio está con ellos? La situación de una fiesta nupcial excluye perentoriamente toda forma penitencial. Los profetas previeron este tiempo y su corazón se llenó de alegría. Recordemos, por ejemplo, a Isaías: “El espíritu de Yahvé sobre mí porque me ha ungido; me ha enviado... para alegrar a todos los afligidos de Sión y ponerles una corona en vez de cenizas, perfume de fiesta en vez de trajes de luto, cantos de alabanza en vez de un corazón abatido” (Is 61, 1-3).
Llegará un día en que les quitarán al novio, entonces ayunarán, añade Jesús, anunciando su final. Les quitarán al novio cuando sea levantado en la cruz y elevado al cielo. Entre la alegría primera de su presencia en la tierra y la consumación de la unión perfecta de la humanidad salvada con Dios en el banquete nupcial del reino, transcurre el tiempo de la espera.
Es tiempo de la vivencia de su presencia interior resucitada, que alienta la espera de la pascua eterna. De momento queda el símbolo de su cruz: en los crucificados. Y el signo eficaz de su presencia viva en el partir el pan. Esos símbolos nos guían a la práctica de la religión verdadera, y en particular al ayuno que quiere el Señor, que consiste en partir el pan con el hambriento, dar casa al sin techo, vestir al desnudo, romper las cadenas, quebrar todo yugo (Is 58, 6s.). Así nos encontramos con el esposo, hecho el último y el servidor de todos.
Las pequeñas parábolas sobre lo viejo y lo nuevo: no se puede coser un pedazo de tela nueva en un vestido viejo porque, al encoger, hará un desgarrón mayor, ni se puede guardar vino nuevo en odres viejos porque al seguir fermentando reventará los odres y todo se perderá, vienen a subrayar la idea de que son incompatibles la religión nueva del corazón, que Jesús enseña, y la religión legalista y puramente exterior del judaísmo.
El reino viene; a la novedad del anuncio debe responder la novedad de la respuesta humana. Ésta no puede consistir en un simple reformismo sino en una renovación radical y plena. Conviértanse, cambien de vida, porque el reino de los cielos ya está cerca (4,17): este cambio profundo implica despojarse de las seguridades del pasado y abrirse a la perspectiva de la fe que actúa en el amor.

jueves, 27 de febrero de 2020

Condiciones del seguimiento (Lc 9, 22-25)

P. Carlos Cardó SJ
El Cirineo, óleo sobre tabla de Luis de Morales (Siglo XVI), iglesia de Santa Catalina, Badajoz, España 
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Es necesario que el Hijo del hombre sufra mucho, que sea rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, que sea entregado a la muerte y que resucite al tercer día".Luego, dirigiéndose a la multitud, les dijo; "Si alguno quiere acompañarme, que no se busque a sí mismo, que tome su cruz de cada día y me siga. Pues el que quiera conservar para sí mismo su vida, la perderá; pero el que la pierda por mi causa, ése la encontrará. En efecto, ¿de qué le sirve al hombre ganar todo el mundo, si se pierde a sí mismo o se destruye?".
En el camino hacia Jerusalén donde iba a ser entregado, Jesús anunció a sus discípulos que “tenía que sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, los jefes de los sacerdotes y los maestros de la ley, que lo matarían y al tercer día resucitaría”. Habló de esto con claridad, haciendo ver que su misión era la del Mesías Siervo, que no se acredita con un triunfo según el mundo sino asumiendo el dolor y la culpa de sus hermanos. Con ello Jesús aceptaba como propia la voluntad de su Padre que ama tanto al mundo hasta entregar a su Hijo. Con ello demostraba que “no hay mayor amor que el que da su vida por sus amigos”.
Junto a los anuncios de su pasión, Jesús expone las opciones capitales que ha de tomar el que quiera ser su discípulo, sobre todo en los momentos difíciles que le toque vivir, cuando sienta la tentación de volverse atrás.
Y lo primero que dice Jesús es que la adhesión a su persona y a su mensaje requiere una decisión de ir en pos de él, de seguirlo. En cierto sentido era lo que hacían los discípulos de los rabinos judíos de aquel tiempo, pero el modo como Jesús plantea el seguimiento implica una disposición personal a recorrer con Él su camino hasta el final y asumir su estilo de vida con todas sus consecuencias. Lo que quiere Jesús es la identificación con Él, para que su vida se prolongue en la del discípulo. Pablo dirá: “Vivo yo, ya no yo; es Cristo quien vive en mí” (Fil 1). “Estoy crucificado con Cristo y no vivo yo, sino es Cristo quien vive en mí” (Gal 2).
El determinarse a ser como Él implica también negarse a sí mismo, es decir, negar cada uno su falso yo –deformado por la voluntad de poder, la ambición y el egoísmo–, para hacer nacer su verdadero yo y hacer posible la donación sin reservas. Morir al egoísmo es nacer al amor solidario. Hay que volver la mirada a los otros para amarlos. Como Jesús: hombre para los demás.
Cargue con su cruz cada día, añade Jesús, aludiendo a la lucha que cada uno ha de mantener contra el mal que actúa en él, la lucha contra el egoísmo. Es mi tarea diaria, que nadie puede hacer por mí. Llevar la cruz significa también asumir las cargas de sufrimiento y renuncia que la vida impone y ver la presencia de Dios en esas circunstancias. Entonces se revela el sentido que pueden tener y el bien al que pueden contribuir si se viven con Dios. No se trata de añadir sufrimientos a los que la vida misma y las exigencias del compromiso cristiano normalmente nos imponen. Se trata de aprender a llevarlo como Cristo nos enseña.
La vida es un don y se realiza dándola; encerrarse en sí mismo, en su propio amor querer e interés, es echarla a perder. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí, la salvará. La entrega de uno mismo a los demás y a Dios, en eso consiste la vida auténtica y verdadera, que no se pierde, porque pertenece ya a Dios y Él estará a su lado aun en la muerte. Es la realización plena de la persona que todos anhelamos, el tesoro escondido que uno descubre y, por la alegría que le da, vende todo para poder ganarlo.

miércoles, 26 de febrero de 2020

La religiosidad verdadera (Mt 6, 1-6.16-18)

P. Carlos Cardó SJ
Miércoles de ceniza, óleo sobre lienzo de Julian Falat (1881), Museo Nacional de Varsovia, Polonia
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Tengan cuidado de no practicar sus obras de piedad delante de los hombres para que los vean. De lo contrario, no tendrán recompensa con su Padre celestial.Por lo tanto, cuando des limosna, no lo anuncies con trompeta, como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, para que los alaben los hombres. Yo les aseguro que ya recibieron su recompensa. Tú, en cambio, cuando des limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha, para que tu limosna quede en secreto; y tu Padre, que ve lo secreto, te recompensará.Cuando ustedes hagan oración, no sean como los hipócritas, a quienes les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que los vea la gente. Yo les aseguro que ya recibieron su recompensa. Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora ante tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve lo secreto, te recompensará.
Cuando ustedes ayunen, no pongan cara triste, como esos hipócritas que descuidan la apariencia de su rostro, para que la gente note que están ayunando. Yo les aseguro que ya recibieron su recompensa. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que no sepa la gente que estás ayunando, sino tu Padre, que está en lo secreto; y tu Padre, que ve lo secreto, te recompensará.
La cuaresma, tiempo de preparación para la gran fiesta de la Pascua, es tiempo de oración, ayuno y obras buenas. Son como los tres pilares de la religión y por eso han de ser practicados sin nada de hipocresía ni de dobles intereses. Definen las relaciones con los otros (limosna), con Dios (oración) y con las cosas (ayuno).
Del modo como se vivan se deduce la solidaridad, que consiste en ver unos por otros, o el egoísmo individualista, que se desentiende del prójimo que pasa necesidad; la búsqueda de la justicia de Dios o la búsqueda de autocomplacencia y reconocimiento; la libertad para usar o dejar las cosas cuanto convenga, o la esclavitud a ellas.
Lo que se dice de la limosna se repetirá para la oración y el ayuno: las prácticas religiosas han de ser en secreto, no para ser visto y recibir gloria vana de los hombres. Que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha.
Limosna: El dar al necesitado no es una buena acción que está por encima o va más allá de lo obligatorio (supererogación), sino una obligación de justicia. Somos hijos de un mismo Padre, somos hermanos, la suerte de mi hermano me tiene que afectar. No podemos amar a Dios si no amamos a quien vemos (1Jn 4). El Hijo nos reconocerá o no si lo atendemos o no en el hermano que pasa necesidad. La solidaridad con los pobres –sean marginados, desocupados, sin techo, enfermos o ancianos– es expresión de la justicia social distributiva mediante la cual se da cumplimiento a la destinación social que tienen los bienes de este mundo para que sirvan al sostenimiento de todos.
La solidaridad impulsa a buscar el bien de todas las personas, por el hecho mismo de que todos son iguales en dignidad gracias a la realidad de la filiación divina. Sin ello, no hay fraternidad. El Antiguo Testamento está lleno de las bendiciones y recompensas que acompañan a la limosna: Quien da al pobre le hace un préstamo a Dios (Pr 19,17). El que da al pobre nunca sufrirá necesidad, pero el que cierra sus ojos tendrá muchas maldiciones (Pr 28,27).
La oración. La vida espiritual se expresa y alimenta por medio de la oración. Ese tiempo “perdido” que detiene las actividades y corta con el bullicio cotidiano es un reconocimiento de que el Señor es el dueño, el centro de todo, y el que realiza lo que debemos hacer por encima de cuanto podemos. No somos asalariados sino amigos, y debemos aprender a combinar trabajo y descanso. No todo se ha de guiar por criterios de eficacia y productividad, hay que aprender el sentido de lo gratuito.
Concretamente, debemos aprender a estar con el Señor, como un amigo con su amigo, o un hijo con su padre. Y para que este diálogo sea verdadero, el Señor nos alienta a presentarnos ante Él tal como somos. No es un encuentro verdadero el que se hace para ser vistos por los demás; no podemos ir a la oración para parecer buenos ante la gente o ante Dios, ni siquiera ante mí mismo; ni puedo orar para sentir que cumplo con lo que está mandado. Nada de esto tiene sentido en la amistad y el amor.
El ayuno en la tradición espiritual judía estaba asociado al estudio de la Torá (Dt 8), porque agudiza el ingenio y hace ver que no sólo de pan vive el hombre. Aparte del  ayuno obligatorio en el día de expiación (Yom Kippur), los judíos practicaban ayunos privados por devoción. Daban fama de persona piadosa.
A Jesús le preguntan: por qué tus discípulos no ayunan (9,14). Jesús les contesta que su venida inaugura la fiesta anunciada por los profetas (Is 61, 1.3) y no tiene sentido entristecerse. El perdón no depende del ayuno penitencial y expiatorio, sino de la adhesión personal a Él, porque ocupa el lugar de Dios, y porque seguirlo es entrar en el tiempo de la nueva alianza de Dios prometida para la venida del Mesías.
Ese tiempo ha venido y en él, la religión de las normas y prácticas exteriores da paso a la religión del corazón. Por eso, la práctica del ayuno, concretamente, se convierte en lo que Dios había dicho por medio del profeta Isaías: El ayuno que yo quiero es éste: que sueltes las cadenas injustas, que desates las correas del yugo, que dejes libres a los oprimidos, que acabes con todas las opresiones, que compartas tu pan con el hambriento, que hospedes a los pobres sin techo, que proporciones ropas al desnudo y que no te desentiendas de tus semejantes. Entonces brillará tu luz como aurora… y te seguirá la gloria del Señor” (Is 58, 6-8).

martes, 25 de febrero de 2020

Enseñanza sobre el servicio (Mc 9,30-37)

P. Carlos Cardó SJ
Jesús y los niños, óleo sobre lienzo de Léopold Flameng (siglo XIX), Catedral de San Pedro, Lovaina, Bélgica
Se marcharon de allí y se desplazaban por Galilea. Jesús quería que nadie lo supiera, porque iba enseñando a sus discípulos.
Y les decía: «El Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los hombres y lo harán morir, pero tres días después de su muerte resucitará».
De todos modos los discípulos no entendían lo que les hablaba, y tenían miedo de preguntarle qué quería decir.
Llegaron a Cafarnaún, y una vez en casa, Jesús les preguntó: «¿De qué venían discutiendo por el camino?».Ellos se quedaron callados, pues habían discutido entre sí sobre quién era el más importante de todos.
Entonces se sentó, llamó a los Doce y les dijo: «Si alguno quiere ser el primero, que se haga el último y el servidor de todos».
Después tomó a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: «El que recibe a un niño como éste en mi nombre, me recibe a mí; y el que me recibe, no me recibe a mí, sino al que me ha enviado».
En su camino a Jerusalén, donde va a ser entregado, Jesús instruye a sus discípulos sobre el destino de cruz del Hijo del Hombre. Pero los discípulos no entendieron lo que les decía (9,32), no cabía en sus mentes la idea de un Mesías que habría de acabar en cruz.
Esta incapacidad para entender a Jesús se pone de manifiesto en la discusión que tienen entre ellos. ¿De qué discutían por el camino?, les pregunta Jesús. Ellos discutían quién era el más importante en el grupo. El deseo de ser reconocido y apreciado es natural; su realización asegura la autoestima y la confianza básica que consolidan, a su vez, la identidad de la persona y la mueven a progresar y perfeccionarse. Más aún, Dios quiere que fructifiquen los talentos que Él nos da, que aspiremos a las más altas formas de servicio que podemos ofrecer, usando esos mismos talentos que Él ha puesto en nosotros.
Pero sobre este deseo natural y sobre esta voluntad de Dios que nos abre al más, al mayor servicio y a su mayor gloria, se puede sobreponer el afán de sobresalir por encima de los demás, la actitud arribista de quien a toda costa quiere ocupar el primer lugar, buscando ya no el mejor servicio sino su propia gloria. Esta actitud la tenían los discípulos de Jesús, acrecentada tal vez porque las distinciones, los rangos y los puestos de importancia, era un tema particularmente debatido en el ambiente judío.
Jesús aprovecha esta ocasión para transmitir una enseñanza sobre el modelo de autoridad que deberá ejercitarse en su comunidad. Será un modelo basado en una lógica diferente a la que emplean los gobernantes. Será la lógica del servicio y de la solidaridad, que invierte los valores del mundo y adquiere toda su densidad de significado en el hecho palpable de que Jesús, siendo el primero, prefiere ser el servidor de todos.
Según el evangelio sólo es lícito ejercer la autoridad como servicio, nunca como poder de dominio sobre los demás. Todo cargo se ha de ejercer para favorecer el bien común, atender y servir a las personas. Se corrompe la autoridad y se perjudica el derecho y la dignidad de las personas cuando los gobernantes utilizan el poder para lucrar y servirse a sí mismos del modo que sea. A los ojos de Dios el primero es el que mejor sirve. El servicio es la norma básica de la conducta agradable a Dios. Y si este servicio se hace a los más débiles y postergados de la sociedad, tanto mejor. Así se comportó Jesús y en su modo de actuar nos mostró la actuación misma de Dios.
El gesto que a continuación hace Jesús sirve para reforzar esta idea. Jesús coloca a un niño en medio del grupo, lo abraza y dice: El que acoge a un niño como éste en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a mí, no me acoge a mí, sino al que me ha enviado.
Este gesto simbólico pone en evidencia lo que Jesús quiere. En la sociedad judía, el huérfano, la viuda, el extranjero, el siervo, el niño estaban privados de derechos; para Jesús, son los más importantes. Los niños nada poseen. Son y llegan a ser lo que se les da. Refiriéndose a ellos, Jesús ilustra la relación que hay entre el poder y la búsqueda del reino de Dios: hay que superar el afán de posesión y de dominio (ya sea de personas o de bienes), incluso el poseerse a sí mismo, para poder entregar la vida y recibir a cambio la verdadera y feliz vida eterna.
A los niños y a quienes se les asemejan, les pertenece el Reino. Porque son los desprovistos, porque no tienen su seguridad en sí mismos y viven sin pretensiones ni ambiciones, por eso su vida está abierta –pendiente– del don de Dios. Por no tener nada y recibirlo todo, los niños son los últimos. Porque todo en sus vidas depende de Dios, son los primeros en su corazón. Nada poseen; Dios es todo para ellos. Por eso Jesús se identifica con ellos: Quien acoge a uno de estos pequeños, a mí me acoge.
La lección es clara: el discípulo ha de renunciar a toda falsa afirmación de sí mismo para poder acoger el don del Reino. La persona encuentra su verdadero valor en su actitud de amor y servicio a aquellos con los que Cristo se identifica.
La Eucaristía nos reúne a todos por igual. En ella no hay diferencias de rango ni de poder. Simples hermanos y hermanas nos juntamos en la mesa de nuestro Padre común. Al partir el pan, cobramos fuerzas para mantener nuestro rechazo a todas las concepciones de la autoridad que, desde la familia, la escuela, la empresa, el Estado y aun la misma Iglesia, generan abusos y sufrimientos.

lunes, 24 de febrero de 2020

Curación de un epiléptico sordomudo (Mc 9, 14-29)

P. Carlos Cardó SJ
Curación del niño epiléptico, acuarela opaca sobre grafito en papel tejido gris de James Tissot (entre 1886 y 1894), Museo de Brooklyn, Nueva York
Cuando volvieron donde estaban los otros discípulos, los encontraron con un grupo de gente a su alrededor, y algunos maestros de la Ley discutían con ellos.La gente quedó sorprendida al ver a Jesús, y corrieron a saludarlo.
El les preguntó: «¿Sobre qué discutían ustedes con ellos?».Y uno del gentío le respondió: «Maestro, te he traído a mi hijo, que tiene un espíritu mudo. En cualquier momento el espíritu se apodera de él, lo tira al suelo y el niño echa espuma por la boca, rechina los dientes y se queda rígido. Les pedí a tus discípulos que echaran ese espíritu, pero no pudieron».
Les respondió: «¡Qué generación tan incrédula! ¿Hasta cuándo tendré que estar con ustedes? ¿Hasta cuándo tendré que soportarlos? Tráiganme al muchacho».Y se lo llevaron. Apenas vio a Jesús, el espíritu sacudió violentamente al muchacho; cayó al suelo y se revolcaba echando espuma por la boca.
Entonces Jesús preguntó al padre: «¿Desde cuándo le pasa esto?».Le contestó: «Desde niño. Y muchas veces el espíritu lo lanza al fuego y al agua para matarlo. Por eso, si puedes hacer algo, ten compasión de nosotros y ayúdanos».Jesús le dijo: «¿Por qué dices "si puedes"? Todo es posible para el que cree».Al instante el padre gritó: «Creo, ¡pero aumenta mi poca fe!»
Cuando Jesús vio que se amontonaba la gente, dijo al espíritu malo: «Espíritu sordo y mudo, yo te lo ordeno: sal del muchacho y no vuelvas a entrar en él».El espíritu malo gritó y sacudió violentamente al niño; después, dando un terrible chillido, se fue. El muchacho quedó como muerto, tanto que muchos decían que estaba muerto.
Pero Jesús lo tomó de la mano y le ayudó a levantarse, y el muchacho se puso de pie.
Ya dentro de casa, sus discípulos le preguntaron en privado: «¿Por qué no pudimos expulsar nosotros a ese espíritu?».Y él les respondió: «Esta clase de demonios no puede echarse sino mediante la oración».
El texto tiene probablemente como trasfondo la inquietud de la primitiva Iglesia por saber cómo va a poder continuar la obra del Señor y, concretamente, cómo debe enfrentar y vencer el mal del mundo.
El tema central es la contraposición entre el poder de Dios y la impotencia de los discípulos, la no-fe contrapuesta a la fe que todo lo puede, porque comunica a los hombres el poder de Dios. La Iglesia, mediante la fe y la escucha de la Palabra, se hace capaz de vencer el mal como Jesús. Identificada con el padre del niño enfermo, implora fervientemente al Señor la salud de sus hijos.
En el relato aparece Jesús luchando contra el mal hasta en su último reducto y bastión: el de la muerte. Y se pone de manifiesto el triunfo en la resurrección. El niño epiléptico es presentado como muerto. Su padre ve en la enfermedad de su hijo la acción de poderes mortíferos, contra los cuales los hombres no pueden hacer nada.
Los discípulos han recibido de Jesús el poder de expulsar demonios en su nombre, pero no han podido hacerlo. No han sabido cumplir su labor. El grupo entra en crisis: la impotencia que sienten proviene de su falta de fe. Algo semejante les ocurrió en la tempestad: Jesús dormía y ellos se morían de miedo. Es la situación de la Iglesia después de la resurrección. Es la situación que se vive de continuo: se atraviesa por un mal momento y Jesús duerme, está como ausente. La sensación de impotencia que ahí se genera sólo es superable con la fe que se traduce en oración.
Jesús se queja de la falta de fe. Generación incrédula y perversa… Les reprocha su falta de fe que conduce a idolatría. Quien no se fía de Dios se pervierte: se vuelve a los ídolos, pone su confianza en criaturas de las que no puede venirle la salvación, pervierte su orientación a Dios, fuente de todo bien, e intenta sustituirlo inútilmente con las cosas.
Si puedes… Es una oración defectuosa, insegura del poder de Dios para cambiar la situación. Concretamente, el padre del hijo epiléptico parece no saber que Jesús no puede quedarse sin hacer nada frente al dolor de la gente, que todo su ser se conmueve y se decide de inmediato a ayudar, sanar, liberar aun yendo en contra de tradiciones y reglamentos.
Todo es posible al que cree, le responde Jesús, animándolo a dar el paso de una fe condicionada a la fe incondicionada, a la oración perfecta, a la fe que trae consigo la victoria.
El padre del niño reacciona de inmediato, reconoce su limitación y suplica: Creo, pero ayuda mi incredulidad, aumenta mi fe. Es la oración perfecta. La fe lleva a liberarse del buscar seguridad ni en sí mismo ni en nada que no sea Dios solo. La fe lleva a asumir la propia debilidad para dejar actuar al poder de Dios. Pablo integra sus propias debilidades y flaquezas en una visión de fe en el poder de Cristo, que es capaz de actuar en él, y afirma: Gustosamente seguiré enorgulleciéndome en mis debilidades, para que habite en mí la fuerza de Cristo …, porque cuando me siento débil, entonces es cuando soy fuerte (2 Cor 12, 9-10).
Esta es la paradoja: la fe, que parte de la debilidad reconocida y confesada, se hace fuerza de Dios. Es lo que los discípulos no tienen y deben pedirlo. Para que actúe la fuerza sanante, resucitadora (Jesús tomó de la mano al niño y lo levantó), hay que orar.

domingo, 23 de febrero de 2020

Homilía del VII Domingo del Tiempo Ordinario - Amar a los enemigos (Mt 5, 38-48)

P. Carlos Cardó SJ
Reconciliación de Esaú y Jacob, óleo sobre lienzo de Jacob Hogers (1655), Museo Nacional de Ámsterdam (Rijksmuseum), Países Bajos
En aquel tiempo, dijo Jesús: “Han oído que se dijo: ojo por ojo y diente por diente. Pues yo les digo: no resistan al mal; antes bien, al que te abofetee en la mejilla derecha ofrécele también la otra. Al que quiera pelear contigo para quitarte la túnica déjale también el manto; y al que te obligue a andar una milla vete con él dos. A quien te pida dale, y al que desee que le prestes algo no le vuelvas la espalda”.“Han oído que se dijo: amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pues yo les digo: Amen a sus enemigos y rueguen por los que los persiguen, para que sean hijos del Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos. Porque si aman a los que los aman, ¿qué recompensa van a tener? ¿No hacen eso mismo también los publicanos? Y si no saludan más que a sus hermanos, ¿qué hacen de particular? ¿No hacen eso mismo también los gentiles? Ustedes, pues, sean perfectos como es perfecto su Padre celestial."
Toda la enseñanza moral de Jesús se resume en: Ama a tu prójimo como a ti mismo. Ama a tu prójimo tal como es porque tú y él son iguales hijos e hijas queridos de Dios. 
Quien no ama a su hermano no ama a Dios. Esto se ve de manera particular en lo referente al respeto que se debe tener a la vida del otro. No puede nombrar a Dios como Padre ni tomar parte en el banquete de la fraternidad quien primero no perdona a su hermano o no hace lo posible para restablecer la relación que se ha roto.
Para llegar a estos principios morales Israel tuvo que recorrer un largo camino. En la Biblia Dios habla en lenguaje humano, se adapta al proceso de maduración de su pueblo y emplea una pedagogía gradual para educarlo y, por medio de él, iluminar a toda la humanidad. Se parte del principio de la reciprocidad: si Abraham, padre de la raza, fue un extranjero de origen pagano, por ello Israel tiene que abrirse al amor al extranjero.
Debe imitar a Dios en su amor misericordioso. El libro de Jonás describe vivamente lo difícil que fue para los hebreos aceptar la universalidad del mensaje de salvación. Y la culminación del largo recorrido hacia el amor universal se alcanza con la enseñanza del profeta Isaías, concretamente con el horizonte que él despliega para el deseo y el empeño práctico en favor de la paz: llegará el día en que todos los pueblos acogerán la palabra del Señor, de la que Israel es portador, aceptarán el señorío de Dios sobre todas las naciones y entonces de sus espadas forjarán arados y de sus lanzas podaderas. Ya no alzará la espada nación contra nación, ni se entrenarán más para la guerra.  (Is 2,4).
El amor universal hecho norma de vida conduce a establecer relaciones de justicia a todos los niveles, de las que nace la paz, el desarme mundial y la conversión de los gastos de guerra en inversiones para el desarrollo humano.
El amor a todos los semejantes, hasta al enemigo, es una característica esencial del cristianismo frente a otras religiones. Es una tendencia común a todo grupo social el emplear el odio y aversión al enemigo como medio para reforzar la conciencia colectiva, definir la identidad común y reforzar la solidaridad entre sus miembros: se ataca y condena a los extraños, se defiende y apoya a los que son del grupo.
Por esta razón el amor a los enemigos, predicado por Jesús, debió significar para sus contemporáneos judíos una exigencia radical. La primitiva iglesia la recogió íntegramente y con la teología de Juan dejó establecido que, conforme al pensamiento de Jesús, el amor universal, sin excepciones, significa haber conocido a Dios.  Si no se ama, no se tiene fe (Cf. 1Jn 4, 7-8; 3, 11-17).
La lenta y progresiva comprensión bíblica del amor de Dios a todos alcanza en el Nuevo Testamento su culminación: Dios no tiene enemigos sino hijos; el cristiano no tiene enemigos, sino hermanos. Una religión que no llegue a esto, aún tiene camino por recorrer. Matar en nombre de Dios es la más abominable acción criminal porque va contra el hermano y contra Dios. Lo propio del cristianismo es morir perdonando, como Esteban el primer mártir.
Todos podemos emplear mal nuestra libertad y hacer sufrir con nuestras decisiones. Más aún, todos –desde Caín– tenemos una cierta inclinación a la maldad y la hemos cometido, grande o pequeña alguna vez. Pero es innegable que el odio es una enfermedad del alma. Sin embargo, nos podemos acostumbrar al mensaje que los medios de comunicación, sobre todo, las películas, nos transmiten acerca de la venganza como virtud; se enaltece al vengador, se da por sentado que la venganza resuelve el mal cometido, y eso no es verdad porque muchas veces genera una pendiente por la que es casi inevitable deslizarse.
Allí donde se desencadena el odio y la sed de venganza como reacción a frente a una violencia, un ultraje, o una injusticia padecida, allí triunfa el mal. La víctima inocente se ha dejado afectar por la enfermedad del mal y lo devuelve, generándose la espiral de la violencia. Refiriéndose al odio y a la venganza dice Etty Hillesum, la mártir judía de Auschwitz que acogió en su corazón el mensaje del cristianismo: “No veo más solución sino que cada cual se examine retrospectivamente su conducta y extirpe y aniquile en sí todo cuanto crea que hay que aniquilar en los demás. Y convenzámonos de que el más pequeño átomo de odio que añadamos a este mundo lo vuelve más inhóspito de lo que ya es” (Journal, p. 205).
Personas así se han aventurado en “un camino que es más excelente que todos los demás” (1Cor 12,31): el del amor incondicional a este mundo, a la humanidad pecadora y sufriente y al Dios de infinita misericordia. Imitarlo a él es tender a la perfección. Sean perfectos como su Padre celestial, dice San Mateo. Sean misericordiosos como el Padre, dice San Lucas.

sábado, 22 de febrero de 2020

La confesión de Pedro (Mt 16, 13-23)

P. Carlos Cardó SJ
El Primado de la Iglesia prometido a Pedro, ilustración de Willian Hole en La Vida de Jesús de Nazaret, ochenta pinturas, publicada por Fine Art Society, Londres, 1906. 
En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo Jesús preguntó a sus discípulos: "¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?".
Ellos contestaron: "Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas."
Él les preguntó: "Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?".
Simón Pedro tomó la palabra y dijo: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo."
Jesús le respondió: "¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora te digo yo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo".
Mientras suben a Jerusalén, donde va a ser entregado, Jesús pregunta a sus discípulos: ¿Quién dice la gente que soy yo? Ellos responden refiriendo las distintas opiniones que circulan: que es Juan Bautista vuelto a la vida, que es Elías, enviado a preparar la inminente venida del Mesías (Mal 3, 23-24; Eclo 48, 10; Mt 11, 14; Mc 9,11-12), que es Jeremías, el profeta que quiso purificar la religión, o que es un profeta más.
¿Quién dicen ustedes que soy yo?, les dice Jesús. De lo que sientan en su corazón dependerá su fortaleza o debilidad para soportar el escándalo que va a significar su muerte en cruz. Entonces Pedro toma la palabra y le contesta: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo. Como los demás discípulos, Pedro no es un hombre instruido. Sus palabras han tenido que ser fruto de una gracia especial. Por eso le dice Jesús: ¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque esto no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Y yo te digo: Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia.
Esta misión que Jesús confía a Pedro la expone el evangelio de Mateo con tres imágenes: la roca, las llaves y el atar y desatar. Pedro, o Cefas, que significa roca, será el fundamento del edificio que es la Iglesia. Jesús será quien levante el edificio que congregará a todos sus fieles. Pedro será el cimiento porque Dios le ha concedido la verdadera confesión. Y a esta Iglesia, fundada para mantener viva la presencia del Señor resucitado, de su palabra y de sus obras, Jesús le promete una duración perenne: los poderes de la muerte no prevalecerán contra ella.
La otra imagen son las llaves. Te daré las llaves del reino de los cielos. Este gesto no significa –como sugieren algunas representaciones gráficas de San Pedro– que sea el portero del cielo, ni tampoco que sea dueño de la Iglesia Jesús dice “mi Iglesia”. La entrega de las llaves significa que Pedro recibe la misión de ser como el administrador que representa al dueño de la casa y obra en su lugar, por delegación. Pedro podrá abrir y cerrar el nuevo templo de la Iglesia, actuar en nombre de Cristo y representarlo. Cuanto Jesús promete aquí a Pedro, más tarde lo extenderá a toda la Iglesia (Mt 18,18).
La tercera imagen es la de atar y desatar: lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo.  Corresponde al servicio de interpretar y definir lo que es conforme a la fe revelada y lo que la recorta, desvía o contradice. Jesús nos mostró lo que conduce al reino de Dios y lo que aleja de Él. Pedro tendrá que continuar esta labor. Jesús no abandona a su Iglesia, le da un guía con una gran autoridad, que actuará bajo la inspiración y asistencia continua de su Espíritu.
Siempre es oportuno reafirmar nuestra fe eclesial, renovar el sentido de Iglesia que –como enseña san Ignacio en sus Reglas para sentir con la Iglesia– nos da la certeza de que “entre Cristo nuestro Señor esposo y la Iglesia su Esposa, es el mismo Espíritu que nos gobierna y rige” (Ejercicios Espirituales, 365).

viernes, 21 de febrero de 2020

Instrucción sobre el seguimiento (Mc 8, 34-9,1)

P. Carlos Cardó SJ
Jesús cargando la cruz, óleo sobre tabla atribuido al Máster de Santa Verónica (1400 – 1420 aprox.), Museo Cristiano de Esztergom, Hungría
Luego Jesús llamó a sus discípulos y a toda le gente, y les dijo: "El que quiera seguirme, que renuncie a sí mismo, tome su cruz y me siga. Pues el que quiera asegurar su vida la perderá, y el que sacrifique su vida por mí y por el Evangelio, la salvará. ¿De qué le sirve a uno, si ha ganado el mundo entero, pero se ha destruido a sí mismo? ¿Qué podría dar para rescatarse a sí mismo? Yo les aseguro: si alguno se avergüenza de mí y de mis palabras en medio de esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del Hombre se avergonzará de él, cuando venga con la Gloria de su Padre rodeado de sus santos ángeles".Y Jesús les dijo: “en verdad se los digo: algunos de los que están aquí presentes no conocerán la muerte sin que hayan visto el Reino de Dios viniendo con poder".
Jesús ha terminado la etapa de su ministerio público en Galilea y ha comenzado su marcha a Jerusalén donde va a ser entregado. En el camino se dedica a preparar a los apóstoles para que puedan resistir la prueba que para ellos también va a significar su pasión y crucifixión. Su lenguaje les parece insoportable, tanto que Pedro, tomándolo aparte, comenzó a increparlo. Pero Jesús lo ha reprendido duramente a la vista de todos: Apártate de mi, Satanás. Tú piensas como los hombres, no como Dios.
A continuación, Jesús reúne a la gente y a sus discípulos y les da una instrucción sobre lo que significa ahora seguirlo. El que quiera ser su discípulo tendrá que estar dispuesto a asumir su estilo de vida con todas sus consecuencias. Así la vida de Jesús se prolongará en la del discípulo.
La instrucción está construida sobre cinco dichos, que son cinco opciones capitales que habrá que tomar, sobre todo en momentos difíciles, cuando se sienta la tentación de abandono. Probablemente Marcos, al escribir estas frases de Jesús está pensando en las persecuciones de Nerón que se abaten contra la comunidad cristiana a la que escribe su evangelio.
Si alguno quiere venir…, dice Jesús. No obliga a nadie. Es una decisión personal. El amor y la amistad no se imponen. Es verdad que Él es quien ha tomado la iniciativa: Llamó a los que quiso (Mc 3, 13), pero respetando siempre la libertad.
Se le sigue detrás. Era la costumbre: los discípulos seguían detrás a su rabino. Aquí es mucho más que una costumbre social. Es ir tras sus huellas, imitándolo. Aceptarlo como maestro es tenerlo por guía en la propia vida.
Niéguese a sí mismo. Es la primera condición del seguimiento. Consiste en abandonar las propias maneras de pensar que se opongan a los valores que Él encarna y propone. Concretamente, se trata de negar o superar las actitudes egoístas, la ambición, el afán de dominio, la búsqueda de privilegios materiales o sociales. Es salir del propio amor y del propio interés para que sea sólo la voluntad de su Padre la que rija las decisiones y acciones. Se niega el falso yo centrado en sí mismo, para asumir la nueva condición de hijos y de hermanos, que hace de la persona un ser para los demás.
Cargue con su cruz –y Lucas añade: cada día– hace referencia a la liberación propia que permite salir de sí mismo para hacer posible la donación sin reservas, hasta el punto de aceptar la disposición a morir por causa del seguimiento de Jesús y, en todo caso, admitir las tribulaciones y rechazos que podría acarrear la fidelidad al evangelio.
Esa liberación personal no se da sin una lucha sostenida contra los influjos del mal, en particular aquellos que más encierran a la persona en sí misma: la ambición del tener, dominar y gozar. Cargar la cruz significa también sobrellevar las enfermedades, angustias y renuncias que la vida impone, teniendo fijos los ojos en Jesús puesto en cruz, cuya compañía en tales circunstancias hace descubrir el sentido que pueden tener y llenarlas de amor como Él lo hizo. Es, en último término, la identificación plena con su Señor que hace decir a San Pablo: He sido crucificado con Cristo, y ya no soy yo el que vive, sino que Cristo vive en mí (Gal 2,20).
Cargar la propia cruz no significa, por tanto, sometimiento y resignación. Tampoco consiste en una búsqueda privada y voluntarista de dolores y padecimientos que no expresan ni dinamizan el amor, sino que encierran a la persona en el sentimiento narcisista de autojustificación y santificación.
Cuando Pablo afirma que reproduce en su cuerpo los padecimientos que faltan a la pasión de Cristo en su Cuerpo, que es la Iglesia (Col, 1.24), y cuando menciona los estigmas de Jesús que lleva en su cuerpo (Gal 6,17), no se refiere a dolores físicos o psíquicos provocados a sí mismo, sino a las fatigas, desvelos, hambre y sed, frío y desnudez que le ha acarreado su solicitud por todas las comunidades (2 Cor 11, 28).
El cristiano ya lo sabe: la vida es don y se realiza dándola. Así la vivió Jesús, así la ha de vivir el discípulo. Jesús va delante, abriendo camino, facilitándoles la marcha a sus seguidores. Porque a eso han sido llamados, pues también Cristo sufrió por ustedes, dejándoles ejemplo para que sigan sus huellas (1Pe 2, 21).

jueves, 20 de febrero de 2020

¿Quién dicen que soy yo? - Confesión de Pedro (Mc 8,27-33)

P. Carlos Cardó SJ
Detalle del Rostro de Jesús del óleo sobre lienzo de Georg Karl Cornicelius titulado Cristo tentado por Satán (1888), exhibida en la Galería Nacional de Berlín hasta la II Guerra Mundial, su ubicación actual se desconoce.
Salió Jesús con sus discípulos hacia los pueblos de Cesarea de Filipo, y por el camino les preguntó: "¿Quién dice la gente que soy yo?".Ellos contestaron: "Algunos dicen que eres Juan Bautista, otros que Elías o alguno de los profetas".
Entonces Jesús les preguntó: "Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?".Pedro le contestó: "Tú eres el Mesías".
Pero Jesús les dijo con firmeza que no conversaran sobre él.Luego comenzó a enseñarles que el Hijo del Hombre debía sufrir mucho y ser rechazado por los notables, los jefes de los sacerdotes y los maestros de la Ley, que sería condenado a muerte y resucitaría a los tres días. Jesús hablaba de esto con mucha seguridad.
Pedro, pues, lo llevó aparte y comenzó a reprenderlo.
Pero Jesús, dándose la vuelta, vio muy cerca a sus discípulos. Entonces reprendió a Pedro y le dijo: "Pasa detrás de mí, Satanás! Tus ambiciones no son las de Dios, sino de los hombres".
Termina la primera parte del evangelio de Marcos. Jesús ha recorrido de pueblo en pueblo la región de Galilea, transmitiendo el anuncio gozoso del reino de Dios y obrando signos en favor de la gente. La gente lo ha seguido entusiasmada y se ha animado incluso a ir tras Él en el desierto, sin nada que comer, con peligro de desmayar por el camino. Jesús los alimentó con los panes.
Pero ahí pasó algo desconcertante: al bendecir los panes, partirlos y mandar a sus discípulos que los repartieran, Jesús quiso hacer ver que el pan partido y compartido era el símbolo de su propia vida entregada para la vida del mundo, y que sus discípulos debían hacer otro tanto. Puso el ideal de realización humana en la donación. Pero ellos no comprendieron el significado del pan.
Ahora nos hallamos al norte de Galilea, cerca de la ciudad pagana de Cesarea de Felipe. Jesús inicia su camino a Jerusalén donde va a ser entregado. En este contexto, tiene con sus discípulos un momento de intimidad. Jesús les pregunta: ¿Quién dice la gente que soy yo?
Ellos responden refiriendo lo que se oye hablar sobre el Maestro, las distintas opiniones de la gente. Unos, impresionados por la vida austera y la muerte del precursor de Jesús, dicen que es Juan Bautista que ha resucitado. Otros creen que se trata de Elías, que ha vuelto a la tierra para consagrar al Mesías (Mal 3, 23-24; Eclo 48, 10) y preparar la llegada del Reino de Dios (Mt 11, 14; Mc 9,11-12; cf. Mt 17, 10-11). Otros, en fin, identifican a Jesús con un profeta, sin mayor concreción.
También hoy, si hiciéramos la misma pregunta, la gente daría muchas respuestas y seguramente todas muy positivas. Es un hecho incuestionable que Jesús sigue atrayendo con su personalidad, su mensaje y su obra. Jesús, generalmente, es admirado y amado. Esto pasa si las personas han oído hablar de Jesús. Actualmente, en nuestro mundo secularizado, hay muchas personas que no saben nada de Él, o tienen una imagen muy superficial. Pero si han escuchado sus enseñanzas y conocido sus acciones en favor de la humanidad, lo más seguro es que serían capaces de admirarlo y seguirlo.
Después de oír su respuesta, Jesús hace a sus discípulos otra pregunta: Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo? Quiere conocer su fe porque quiere prepararlos a lo que vendrá, dado que son los que han de continuar su obra. Entonces Pedro, tomando la palabra, le contesta: Tú eres el Mesías (en griego, Cristo). Según el evangelio de Mateo, esta confesión de fe no ha nacido de una genial perspicacia de Pedro, sino que ha sido el Padre quien se lo ha revelado. ¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque esto no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo... (Mt 16, 17).
“Cristiano” es aquel que confiesa a Jesús como el Cristo enviado por Dios para traernos la salvación de lo alto y liberarnos de nuestras miserias. Con Jesús Mesías irrumpe en la historia el reino de Dios de una forma eficaz y el cristiano queda asociado a Jesús para colaborar con Él en la extensión del Reino.
Esta confesión de Pedro nos invita a responder a la pregunta: quién es Jesús para nosotros. Es como si el mismo Jesús nos la hiciera también, aquí y ahora: “¿Quién soy yo para ti?”. Y espera nuestra respuesta. El cristianismo no es una ideología, ni solamente una doctrina o una moral, sino una relación personal con Jesucristo, que sale a mi encuentro y me muestra su obra: la instauración del reinado de Dios, de la victoria del amor de Dios sobre la injusticia y maldad del mundo. Al mismo tiempo, Jesucristo me dice que para que se extienda su obra y abrace a toda la humanidad, Él cuenta conmigo.

miércoles, 19 de febrero de 2020

El ciego de Betsaida (Mc 8,22-26)

P. Carlos Cardó SJ
Jesús sana al ciego, mosaico de Marco Iván Rupnik SJ (siglo XX), capilla del Santísimo Sacramento de la Iglesia de Nuestra Señora de la Almudena, Madrid, España
En aquel tiempo, Jesús y los discípulos llegaron a Betsaida.Le trajeron un ciego, pidiéndole que lo tocase. Él lo sacó de la aldea, llevándolo de la mano, le untó saliva en los ojos, le impuso las manos y le preguntó: "¿Ves algo?".Empezó a distinguir y dijo: "Veo hombres; me parecen árboles, pero andan".
Le puso otra vez las manos en los ojos; el hombre miró: estaba curado y veía con toda claridad. Jesús lo mandó a casa, diciéndole: "No entres siquiera en la aldea".
En el pasaje anterior decía Jesús: ¿Tienen ojos y no ven, tienen oídos y no oyen? (v. 18), y concluía: ¿Y aún siguen sin comprender? (v. 21). Se refería a la ceguera de los discípulos para entender su presencia en el signo del pan y el ideal de una vida que se entrega como el pan.
El milagro del ciego de Betsaida va a señalar el paso a la iluminación. Es el milagro que Jesús debe realizar en la comunidad de los cristianos, para hacerlos capaces de reconocer en el signo del pan su presencia, y puedan así disponerse a acoger la sucesiva revelación (que se iniciará en 8,31), de un Jesús Siervo sufriente, que salva a su pueblo cargando sobre sí el pecado, el dolor y la muerte de sus hermanos.
El milagro se hace en dos etapas. Este detalle puede parecer un toque de ironía del evangelista Marcos: la ceguera de los cristianos de su comunidad es tan grave, que requiere una doble intervención de Cristo para curarla. Algunos comentaristas del evangelio de Marcos ven allí una alusión implícita al aspecto trascendente de la revelación de Cristo, que supera todo entendimiento.
En un primer momento el ciego ve de manera imprecisa: está aún a medio camino entre las sombras y la luz, confunde a los hombres con árboles (v. 24). Como los discípulos que no comprendieron el significado del pan, y confundieron a Cristo con un fantasma (6,49), o como «la gente», que identifica a  Jesús con figuras del pasado, ya muertas (Juan Bautista, Elías, los profetas).
Conviene aplicarnos la pregunta: ¿Ves algo? (v. 23b). Nos servirá de preparación para la gran pregunta que vendrá después: Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo? (vv. 27b.29a). Marcos, al igual que Pablo (cf. 1 Cor 11, 28), invita a examinarse uno mismo para ver si sabe discernir a Cristo en el signo del pan.
La respuesta que da el ciego (Veo hombres, pero me parecen árboles), demuestra lo lejos que se está aún de esto. Va ser necesaria una nueva intervención para que la comunidad, al igual que el ciego, llegue a ver de lejos perfectamente todas las cosas (v. 25). Esa es justamente la finalidad del evangelio: hacer ver claramente que en Jesús, pan de vida que se entrega libremente por amor a sus hermanos, se ofrece la realización de la vida humana más perfecta y lograda, la redención de toda forma de egoísmo que aliena la existencia, la orientación certera hacia la verdadera felicidad, antes y después de la muerte.
La repetición de la multiplicación de los panes y la doble curación del sordomudo y del ciego tienen, por tanto, la intención de dejar bien asentada esta lección fundamental que Marcos quiere dar a su iglesia: aquello que ocurrió en la vida de Jesús, debe ocurrir en la iglesia. Cristo abre los ojos de sus fieles para que entre en ellos la luz del evangelio.
Sólo después de esta iluminación, prosigue la segunda parte del evangelio, en la que Jesús se manifestará como el Hijo de Dios y nos indicará el camino a seguir para llegar con Él a su gloria.
Brota espontánea en el corazón la oración del ciego de Jericó, que vendrá después y representa al verdadero seguidor de Jesús: Maestro mío, haz que recupere la vista (10, 51). Jesús vendrá con su luz y nos marcará el camino. Nos dirá: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no anda en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida (Jn 8, 12).