martes, 30 de abril de 2019

Nacer de lo alto (Jn 3, 5a.7-15)


P. Carlos Cardó SJ

La serpiente de metal, óleo sobre lienzo de Jusepe Leonardo (siglo XVII), Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, Madrid
En aquel tiempo, Jesús dijo a Nicodemo: "No te extrañes de que te haya dicho: Tienen que renacer de lo alto’. El viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así pasa con quien ha nacido del Espíritu".Nicodemo le preguntó entonces: "¿Cómo puede ser esto?".Jesús le respondió: "Tú eres maestro de Israel, ¿y no sabes esto? Yo te aseguro que nosotros hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto, pero ustedes no aceptan nuestro testimonio. Si no creen cuando les hablo de las cosas de la tierra, ¿cómo creerán si les hablo de las celestiales? Nadie ha subido al cielo sino el Hijo del hombre, que bajó del cielo y está en el cielo. Así como levantó Moisés la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea en él tenga vida eterna".
Todo el capítulo 3 de San Juan desarrolla el tema de la comprensión por la fe. Es un tema fundamental porque abraza la relación entre la razón o capacidad de conocer del ser humano, con la fe revelada que se recibe como un don o gracia. La fe no disminuye a la persona humana, ni anula la razón, sino más bien la conduce al conocimiento de la verdad plena, con la cual alcanza la realización de su humanidad.
Para Juan hay un conocimiento carnal y un conocimiento espiritual. La razón carnal, cerrada a lo trascendente y a lo sobrenatural, corre el riesgo de dañarse a sí misma, impidiéndole a la persona la posibilidad de alcanzar el conocimiento que le viene dado de lo alto y que lo eleva por encima de todo lo material de este mundo.
La razón iluminada por la fe abre al ser humano al conocimiento de Dios y hace posible la transformación (conversión), pues la persona puede comprender el amor salvador que Dios le ofrece y puede acogerlo. Por eso dirá Jesús esa palabra que recoge el evangelista San Juan: Esta es la vida eterna: que te conozcan a Ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo (Jn 17, 3).
El mismo San Juan plantea entonces las condiciones que hacen posible el comprender. Las expresa con tres términos claves: de lo alto o de nuevo, nacimiento espiritual y pneuma, espíritu. La incapacidad para salir del círculo que encierra sobre uno mismo sólo puede ser superada por gracia. Dios la otorga y con ella la persona experimenta un nuevo nacimiento. La expresión pone de relieve ambas cosas: la radical impotencia del hombre y la gratuidad-novedad del don. Nacer de lo alto, o mejor ser engendrado de lo alto, significa nacer a la vida nueva de hijos e hijas; ese es el don del Padre.
Nicodemo, el interlocutor de Jesús que oye estas palabras, entiende el nacer de nuevo simplemente como el sueño de una vida que se rejuvenece a sí misma, no como el don de Dios. No entiende aún que para estar en Dios y entrar en su reino se requiere la gracia del amor salvador que lo hace volver a nacer para encontrarse plenamente realizado en Jesucristo. La fe obra en nosotros una verdadera regeneración.
El Espíritu es el que obra esa regeneración. Fuerza misteriosa que actúa como el viento que arrebata o el agua que purifica e infunde vida, realidad imprevisible e inasible, el Espíritu es la presencia y acción de Dios en nosotros que se puede sin embargo verificar como una capacidad impensada de conocer y de amar.
Después de esto, Jesús alude a la serpiente levantada por Moisés. Esta alusión  remite a al anhelo universal de lograr una vida segura, libre de peligros, que tenga un final feliz, no una muerte funesta y sin sentido, que traería abajo nuestra esperanza. Pero ¿quién nos puede asegurar esto? ¿Quién nos garantiza que la vida no se pierde en un final inesperado?
Los israelitas se plantearon estas preguntas fundamentales cuando, en el desierto, se vieron atacados por una plaga de serpientes (Num 21, 4-9). Dios vino en su ayuda y mandó a Moisés levantar una serpiente de bronce en lo alto de un mástil; quienes la miraban quedaban libres del veneno y vivían. Haciendo una comparación, Jesús dice: Así tiene que ser levantado el Hijo del  hombre. Pero hay una distancia enorme entre la salud que obtenían los israelitas con la serpiente de bronce y la vida eterna que Jesús gana para nosotros al ser levantado en la cruz.
Para una mirada exterior, ajena a la fe, aquello no será más que el ajusticiamiento cruel de un simple condenado, un hecho irrelevante para la marcha de la historia. Pero la fe hará mirar en profundidad y captar un sentido oculto a los ojos.
El Crucificado no es un pobre judío fracasado que muere cargado de oprobios. Detrás de Él está Dios mismo. La pasión y muerte de Jesús no son sólo el punto final de su vida, sino el momento supremo en que se pone de manifiesto la relación que hay entre Jesús y Dios, la prueba de que Dios está en Él. Es Dios quien lo ha enviado y entregado por amor a la humanidad entera.
El sentido de la muerte de Jesús en la cruz es que Dios “entrega” al Hijo del hombre en manos de los pecadores (Mc 14,41; 10,33.45), y Jesús por su parte, hace suya la voluntad de su Padre y da libremente su vida, revelando así hasta dónde llega el amor de Dios al mundo y hasta dónde llega su propio amor por nosotros. Quien por la fe acepta esto, alcanza la verdad que salva, se confía a ese amor y tiene vida eterna.

lunes, 29 de abril de 2019

Nacer de lo alto (Jn 3, 1-8)


P. Carlos Cardó SJ
Visita de Nicodemo a Cristo, óleo sobre lienzo de John La Farge (1880), Museo Smithsoniano de Arte Americano, Washington DC, Estados Unidos
Entre los fariseos había un personaje judío llamado Nicodemo. Este fue de noche a ver a Jesús y le dijo: «Rabbí, sabemos que has venido de parte de Dios como maestro, porque nadie puede hacer señales milagrosas como las que tú haces, a no ser que Dios esté con él.»Jesús le contestó: «En verdad te digo que nadie puede ver el Reino de Dios si no nace de nuevo desde arriba».Nicodemo le dijo: «¿Cómo renacerá el hombre ya viejo? ¿Quién volverá al seno de su madre?».Jesús le contestó: «En verdad te digo: El que no renace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne, y lo que nace del Espíritu es espíritu. No te extrañes de que te haya dicho: Necesitan nacer de nuevo desde arriba. El viento sopla donde quiere, y tú oyes su silbido, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Lo mismo le sucede al que ha nacido del Espíritu.»
El texto desarrolla uno de los temas más característicos del evangelio de Juan, el de la comprensión del misterio de Jesús como revelador de la verdad de Dios y de la verdad del ser humano. Por sí solo, el hombre no comprende; necesita la gracia, don de lo alto, que lo hace salir de la inteligencia carnal o “de aquí abajo” y lo lleva a la comprensión por medio del espíritu. La condición para ello queda expuesta claramente: hay que nacer de lo alto o de nuevo, por medio del espíritu. La fe obra en nosotros una regeneración.
Un hombre llamado Nicodemo va a ver a Jesús. Pertenece al partido de los fariseos (separados), que promueven la renovación moral del pueblo mediante el cumplimiento estricto de la ley mosaica, como medio para acelerar la llegada del Mesías y del reino de Dios. Gozaban de prestigio en el pueblo, al que querían ganar para una vida separada del mundo impuro.
En los evangelios aparecen como los principales enemigos de Jesús, pero muchos pasajes fueron interpolados más tarde, porque a partir del año 70 d.C. persiguieron a los cristianos. Fueron los interlocutores críticos más importantes de Jesús, quien tuvo amigos entre ellos (Lc 11; 14; 19; Mc 15). Los tomó en serio y ellos a él, porque él y ellos tomaban en serio la voluntad de Dios. Pero rechazó la concepción de la Ley que tenían y entró en conflicto con ellos (Mc 7,11-13; Lc 11,42).
Nicodemo es identificado, además, como un personaje importante, maestro de Israel, y miembro del Consejo de los ancianos (Sanedrín). Probablemente, como otros miembros del grupo, ha quedado impresionado por los signos que Jesús realiza, sobre todo por el de expulsar los mercaderes del templo y anunciar otra forma de religión, ya no basada en el templo y en las antiguas tradiciones judías. Toma la iniciativa y va a Jesús, quiere informarse directamente de la identidad de este nazareno a quien mucha gente sigue.
Y viene de noche. Se podría pensar que quiere aprovechar la tranquilidad de la noche, tiempo del descanso y también de la confidencia; pero lo hace por miedo, para no tener problemas con los de su grupo y en el Consejo. En el evangelio de Juan, además, la noche está asociada a la tiniebla y es símbolo de la situación del hombre sin fe, que se opone a Jesús, que es la luz.
Consciente de su autoridad, toma la palabra, pero el protagonista es Jesús, que rápidamente conducirá el diálogo, llevándolo por caminos impensados, que pondrán al fariseo ante su propia incapacidad de comprender.
Rabbí, le llama Nicodemo, empleando un título honorífico propio de doctores de la ley. Y añade con tono de autoridad: Sabemos que vienes de parte de Dios como maestro, porque nadie puede hacer los signos que tú haces si Dios no está con él. Lo reconoce, pues, como profeta y enviado de Dios, pero en esta seguridad con que juzga está la razón de su falta de comprensión.
Piensa haber comprendido ya a Jesús porque le han llegado informaciones y las ha interpretado según sus propios esquemas teológicos, pero no está abierto a la fuerza de renovación que la noticia sobre Jesús podía haberle transmitido. Sabe que Jesús viene de Dios, pero a diferencia de la gente sencilla que lo ha seguido, él no ha pensado acoger su invitación a renovarse.
Es el típico hombre religioso y culto, acostumbrado a interpretar los signos de Dios, pero eso solo no basta. Profesional de Dios, en el fondo es un impotente: lo que nace de la carne es carne, debilidad e inconsistencia (v.6), que debe dejarse iluminar y cambiar por la palabra. El diálogo subraya su ignorancia. En Nicodemo está Jerusalén, el pueblo, la humanidad que rechaza a Jesús, la tiniebla confrontada con la luz.
La incapacidad para salir de este círculo que encierra sobre uno mismo sólo puede ser superada por la gracia de lo alto, que hace nacer a una vida verdaderamente libre, propia de los hijos e hijas de Dios. Nicodemo entiende el nacer de nuevo, simplemente, como el sueño de una vida que se rejuvenece a sí misma, no como el don que Dios ofrece.
Tiene que aprender que no se entra en el Reino por pura voluntad propia, ni por las ideas y conocimientos que uno tiene de la religión. Se entra en él por medio del Espíritu, fuerza misteriosa que actúa como el viento que arrebata o el agua que purifica e infunde vida. Su realidad imprevisible e inasible, infunde en nosotros una capacidad impensada de conocer el amor de Dios y de actuar movidos por el mismo amor.

domingo, 28 de abril de 2019

Homilía del II Domingo de Pascua - Felices los que sin ver, han creído (Jn 20, 19-31)


P. Carlos Cardó SJ
La incredulidad de Santo Tomás, óleo sobre lienzo de Matthias Stom (1641 – 1649), Museo Nacional del Prado, Madrid, España
Ese mismo día, el primero después del sábado, los discípulos estaban reunidos por la tarde, con las puertas cerradas por miedo a los judíos.Llegó Jesús, se puso de pie en medio de ellos y les dijo: «¡La paz esté con ustedes!». Dicho esto, les mostró las manos y el costado.
Los discípulos se alegraron mucho al ver al Señor.Jesús les volvió a decir: «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envío a mí, así los envío yo también». Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Reciban el Espíritu Santo: a quienes descarguen de sus pecados, serán liberados, y a quienes se los retengan, les serán retenidos». Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le dijeron: «Hemos visto al Señor». Pero él contestó: «Hasta que no vea la marca de los clavos en sus manos, no meta mis dedos en el agujero de los clavos y no introduzca mi mano en la herida de su costado, no creeré».Ocho días después, los discípulos de Jesús estaban otra vez en casa, y Tomás con ellos. Estando las puertas cerradas, Jesús vino y se puso en medio de ellos. Les dijo: «La paz esté con ustedes». Después dijo a Tomás: «Pon aquí tu dedo y mira mis manos; extiende tu mano y métela en mi costado. Deja de negar y cree».Tomás exclamó: «Tú eres mi Señor y mi Dios».Jesús replicó: «Crees porque me has visto. ¡Felices los que no han visto, pero creen!».Muchas otras señales milagrosas hizo Jesús en presencia de sus discípulos que no están escritas en este libro. Estas han sido escritas para que crean que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios. Crean, y tendrán vida por su Nombre.
La experiencia de Jesucristo Resucitado tuvo para los discípulos una fuerza transformadora que cambió sus vidas para siempre. El evangelio hace ver que esa fuerza transformadora sigue disponible para nosotros y puede cambiarnos también a nosotros.
Después que Jesús fue crucificado, muerto y sepultado, el grupo de sus discípulos se disolvió. Y ninguno de ellos creyó a los primeros anuncios de su resurrección. De pronto, sin embargo, algo en su interior los llevó a reunirse de nuevo en Jerusalén, aunque a puertas cerradas, por miedo. Entonces, cumpliendo la promesa que había hecho: donde estén dos o tres reunidos en mi Nombre, allí estaré yo, Jesucristo se les hace presente, atraviesa los muros del miedo y la desilusión, y les da la paz.
Se presentó en medio de ellos (v.19), en el centro de la comunidad. Jesús es y debe ser el centro de todo lo que la Iglesia –allí representada– realiza o proclama, es el centro íntimo de nuestras personas y el centro de convergencia al que debemos apuntar si queremos darle una orientación segura y fecunda a nuestra vida.
Y les dijo: La paz esté con ustedes… (vv. 19 y 21). La paz es la señal cierta de la presencia del Resucitado, es su saludo característico, el fruto primero de su Espíritu que actúa en los corazones. La paz, shalom, que en la Biblia es el conjunto de los bienes prometidos por Dios y esperados por la humanidad, fundamenta las relaciones de las personas y de los pueblos en la justicia. La paz es signo de la gracia de Dios en nuestros corazones y del orden social basado en la justicia. La paz restablece al creyente en la confianza, es garantía de la esperanza.
Entonces, el Señor Jesús les mostró las manos y el costado (v. 20): se les dio a conocer haciéndoles referencia a su historia, a lo que hizo por nosotros. Siempre podemos reconocerlo por lo que él hace por nosotros. Los discípulos comprendieron al mismo tiempo que el Resucitado allí presente era el mismo Jesús de Nazaret, Galilea, Judea y el Calvario, no otro.
Y se llenaron de alegría, de la alegría que el mismo Jesús les había anunciado antes de partir: volveré y de nuevo se alegrarán con una alegría que ya nadie les podrá quitar (Jn 16,22). La Iglesia vive de esa alegría, la necesitamos, no se puede vivir sin ella. Ella demuestra que confiamos en la presencia continua del Señor en la Iglesia: el Señor no la abandonará; salvada, nadie ni nada prevalecerá contra ella.
Viene luego un gesto simbólico: Sopló sobre ellos. Y les dijo: Reciban el Espíritu Santo. Este gesto evoca el soplo creador de Dios sobre Adán y sugiere que la obra que el Padre realiza con la resurrección de su Hijo equivale a una nueva creación, al nacimiento de una humanidad nueva liberada, capaz de vivir según su Espíritu y de demostrar que el pecado, el mal de este mundo, pierde su fuerza opresora cuando se sigue a Cristo y se acepta su perdón.
Al domingo siguiente Jesús se vuelve aparecer. Esta vez está en el grupo Tomás, que no estaba en la casa, cuando Jesús se les apareció. Como todos los demás, Tomás había pasado por la dura crisis de la muerte del Señor. Se aisló, rechazó el testimonio dado por María Magdalena y las otras mujeres, no quiso creer tampoco a lo que decían sus compañeros: que era verdad, que el Señor había resucitado y se había aparecido a Simón.
Pero a pesar de todo, Tomás siente la necesidad de vivir él también la experiencia de la presencia viva del Señor para poder dar testimonio y colaborar en su obra. Pero supedita su fe a lo que pueda ver con sus ojos. El Señor se muestra dispuesto a responder a su deseo: Acerca tu dedo y comprueba mis manos; acerca tu mano y métela en mi costado. Y no seas incrédulo sino creyente. La duda de Tomás queda resuelta y ya, sin necesidad de comprobaciones físicas, su respuesta resuelta demuestra el reconocimiento de quien está dispuesto a cambiar y seguir al Señor hasta las últimas consecuencias: ¡Señor mío y Dios mío!
Con estas palabras –que han pasado a ser una síntesis de la confesión de fe cristiana– Tomás confiesa su fe en la divinidad y humanidad de Jesucristo. En el agujero de los clavos y en la herida de su costado, Tomás ha reconocido a su Señor, a quien vio clavado en la cruz, y ha reconocido también al Dios a quien nadie ha visto nunca, y que en la cruz nos reveló su amor extremado.
Un gran teólogo, Romano Guardini, escribió a este propósito: “Tomás pudo creer porque la misericordia de Dios le tocó el corazón y le dio la gracia del ver interior, la apertura y la aceptación del corazón. Es más, el ver y tocar exterior no le hubiera valido para nada. Lo hubiera considerado una ilusión”.
Las palabras finales de Jesús, “Dichosos los que crean sin haber visto”, están dirigidas a los cristianos de todos los tiempos, a nosotros, para que creamos en la resurrección de Jesús, fiados en la fe de la Iglesia. Entonces, cuando creemos sin haber visto, se cumple en nosotros lo que San Pedro decía a los destinatarios de su carta: Ustedes no lo han visto, pero lo aman; creen en él aunque de momento no puedan verlo; y eso les hace rebosar de una alegría inefable y gloriosa, porque obtienen  el resultado de su fe, la salvación personal” (1Pe 1, 8-9).

sábado, 27 de abril de 2019

Vayan por todo el mundo (Mc 16, 9-15)

P. Carlos Cardó SJ
Emaús, óleo sobre lienzo de Tiziano Vecellio (1530), Museo del Louvre, París, Francia
Habiendo resucitado al amanecer del primer día de la semana, Jesús se apareció primero a María Magdalena, de la que había arrojado siete demonios. Ella fue a llevar la noticia a los discípulos, los cuales estaban llorando, agobiados por la tristeza; pero cuando la oyeron decir que estaba vivo y que lo había visto, no le creyeron.Después de esto, se apareció en otra forma a dos discípulos, que iban de camino hacia una aldea. También ellos fueron a anunciarlo a los demás; pero tampoco a ellos les creyeron.Por último, se apareció Jesús a los Once, cuando estaban a la mesa, y les echó en cara su incredulidad y dureza de corazón, porque no les habían creído a los que lo habían visto resucitado.
Jesús les dijo entonces: "Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda creatura".
Este epílogo del evangelio de Marcos fue añadido hacia la mitad del siglo II. La razón que dan los exegetas es que a las primeras comunidades cristianas les causaba desazón el final tan abrupto de Marcos, que cierra su evangelio con el miedo y la huida de las mujeres del sepulcro vacío (Mc 16, 1-8). Se buscó por eso una prolongación de los relatos que condujeran a un final más adecuado, armonizando con la temática general del evangelio. Sin embargo, aunque se trate de un añadido, no deja de ser un texto inspirado y canónico, es decir, incluido en el elenco oficial de los libro de la Biblia.
Se pueden percibir en el relato las inquietudes y preocupaciones de los primeros cristianos de Roma, en donde fue escrito este evangelio. Ellos no habían visto al Señor, pero basaban su fe en el testimonio que les transmitieron los primeros testigos, los apóstoles y discípulos del Señor.
Por eso el texto enumera los sucesivos testimonios aportados a la comunidad. En primer lugar el de María Magdalena. Se alude a la acción sanante realizada por Jesús en favor de ella, liberándola de siete “demonios”, es decir, de siete males, siete enfermedades. Luego se subraya el estado de tristeza y llanto en que estaban los discípulos, que no creyeron en un primer momento en el anuncio de Magdalena: al oír que estaba vivo y que ella lo había visto, no le creyeron. Viene después la alusión a la experiencia de los discípulos de Emaús y al testimonio que dieron a los demás, y que tampoco fue aceptado. Por último, se menciona la aparición del Resucitado a los Once reunidos en torno a la mesa. Y pone aquí el redactor el envío en misión para anunciar la buena noticia a toda criatura.
Se resalta el valor que tiene la comunidad en la experiencia cristiana, por ser el lugar para el encuentro con el Resucitado. Jesucristo permanece en ella, con su palabra y sus acciones salvadoras. Su poder salvador se prolonga en ella. Y ella vive de su memoria, que actualiza en la celebración de la fracción del pan.
Los primeros cristianos vivían amenazados, obligados a la clandestinidad. Una gran preocupación debió ser para ellos cómo conjugar la victoria de Cristo Resucitado con la persistencia y actuación del misterio del mal en el mundo. Tenían que abrirse a la fe/confianza en el Señor que, no obstante, sigue actuando también por medio de los creyentes.
A través de ellos Jesucristo Resucitado continúa anunciando y manifestando el reinado de Dios y la salvación para el que crea y se bautice. Nuestra fe en Él da a nuestra vida una orientación bien definida: nos hace anunciadores del Evangelio que hemos recibido para que otros crean también en el triunfo del amor de Dios en sus vidas, por Jesucristo su Hijo.
En esto consiste el Evangelio: en que Dios envió a su Hijo para que todos tengan vida plena. Pero así como la salvación que Dios ofrece no obrará en contra de nuestra voluntad, el Evangelio no se impone a la fuerza; la tarea evangelizadora, nuestra y de la Iglesia, respeta la libertad de las personas.

viernes, 26 de abril de 2019

Aparición a los discípulos en Tiberíades (Jn 21, 1-14)



P. Carlos Cardó SJ
Aparición de Cristo en el lago Tiberíades y pesca milagrosa, mural de Francisco Bayeu y Subías (siglo XVIII), Catedral de San Pedro de Jaca, Huesca, España
En aquel tiempo, Jesús se les apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Se les apareció de esta manera: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás (llamado el Gemelo), Natanael (el de Caná de Galilea), los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les dijo: "Voy a pescar". Ellos le respondieron: "También nosotros vamos contigo".Salieron y se embarcaron, pero aquella noche no pescaron nada. Estaba amaneciendo, cuando Jesús se apareció en la orilla, pero los discípulos no lo reconocieron.
Jesús les dijo: "Muchachos, ¿han pescado algo?".Ellos contestaron: "No".
Entonces Él les dijo: "Echen la red a la derecha de la barca y encontrarán peces".
Así lo hicieron, y luego ya no podían jalar la red por tantos pescados.Entonces el discípulo a quien amaba Jesús le dijo a Pedro: "Es el Señor".
Tan pronto como Simón Pedro oyó decir que era el Señor, se anudó a la cintura la túnica, pues se la había quitado, y se tiró al agua. Los otros discípulos llegaron en la barca, arrastrando la red con los pescados, pues no distaban de tierra más de cien metros.Tan pronto como saltaron a tierra, vieron unas brasas y sobre ellas un pescado y pan. Jesús les dijo: "Traigan algunos pescados de los que acaban de pescar".
Entonces Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red, repleta de pescados grandes. Eran ciento cincuenta y tres, y a pesar de que eran tantos, no se rompió la red.
Luego les dijo Jesús: "Vengan a almorzar".
Y ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: `¿Quién eres?’, porque ya sabían que era el Señor. Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio y también el pescado.
Ésta fue la tercera vez que Jesús se apareció a sus discípulos después de resucitar de entre los muertos.
El Resucitado se hace presente en la pesca, que representa la labor evangelizadora de la Iglesia, y en la comida, que sigue a la pesca y representa a la eucaristía, principio y fin de la misión.
Estaban juntos. Ya no doce, sino siete, número que simboliza totalidad y apunta a la universalidad de la Iglesia. Se menciona a Pedro que, a pesar de las negaciones, sigue siendo el apóstol destinado a guiar, en nombre de Jesús, a la comunidad. Su autoridad tendrá que estar inspirada por el amor al Señor, buen pastor (Jn 10, 1-18).
Voy a pescar, dice Pedro. Es la misión de la comunidad. Su iniciativa arrastra. Salieron, pero aquella noche no pescaron nada. Sin el Señor, y de noche, la labor es infecunda, como les había dicho: porque sin mí, no pueden hacer nada (15,5). El trabajo sin unión a Jesús no rinde. Ni siquiera saben dónde echar la red. El Señor se lo dirá y recogerán fruto abundante.
Cuando amaneció. Cristo es la luz del mundo, aurora del sol que nace de lo alto. Su resurrección es el alba de los cielos nuevos y la tierra nueva. Pero ellos, concentrados en su esfuerzo, no reconocen la obra y el triunfo del Señor.
Muchachos, hijitos (13,33), les dice con el afecto inconfundible de siempre. ¿Tienen pescado? Ellos responden secamente: No, mostrando toda su decepción.  Echen la red a la derecha, les ordena. Lograrán fruto si siguen la enseñanza del Señor.
Y obtuvieron una muchedumbre de peces. No dice una gran cantidad, sino una muchedumbre porque la pesca simboliza la comunidad de fieles, reunidos por la predicación de la Iglesia. Y a pesar de ser tantos los rescatados para Cristo, la red de la Iglesia no se rompe, porque cuenta con las promesas de Jesús (17,21-24).
La pesca concluye con una comida que, por la forma como está narrada, es una alusión clara a la eucaristía. Vengan a comer. El evangelista Juan quiere hacernos conscientes de la presencia permanente de Cristo Resucitado en el banquete de la eucaristía. Traemos a ella nuestro pan y nuestro vino pero Él es nuestro anfitrión. Iniciativa divina y acción humana se juntan. Jesús nos ofrece el don de su cuerpo, y el comerlo nos asimila a Él, en su vida y en su misión de dar vida.

jueves, 25 de abril de 2019

La comida con el Resucitado (Lc 24, 35-48)


P. Carlos Cardó SJ
La comida de Emaús, óleo sobre lienzo de Charles-Michell Ange Challe (1754 – 1759), Museo Nacional de Bellas Artes de Québec, Canadá
Cuando los dos discípulos regresaron de Emaús y llegaron al sitio donde estaban reunidos los apóstoles, les contaron lo que les había pasado en el camino y cómo habían reconocido a Jesús al partir el pan.Mientras hablaban de esas cosas, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: "La paz esté con ustedes".
Ellos, desconcertados y llenos de temor, creían ver un fantasma.Pero Él les dijo: "No teman; soy yo. ¿Por qué se espantan? ¿Por qué surgen dudas en su interior? Miren mis manos y mis pies. Soy yo en persona, tóquenme y convénzanse: un fantasma no tiene ni carne ni huesos, como ven que tengo yo". Y les mostró las manos y los pies.Pero como ellos no acababan de creer de pura alegría y seguían atónitos, les dijo: "¿Tienen aquí algo de comer?".Le ofrecieron un trozo de pescado asado; Él lo tomó y se puso a comer delante de ellos. Después les dijo: "Lo que ha sucedido es aquello de lo que les hablaba yo, cuando aún estaba con ustedes: que tenía que cumplirse todo lo que estaba escrito de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos".Entonces les abrió el entendimiento para que comprendieran las Escrituras y les dijo: "Está escrito que el Mesías tenía que padecer y había de resucitar de entre los muertos al tercer día, y que en su nombre se había de predicar a todas las naciones, comenzando por Jerusalén, la necesidad de volverse a Dios para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de esto".
Los discípulos no se inventaron la fe en la resurrección, no se les ocurrió que la vida del Señor no había acabado en el sepulcro, ni fueron víctimas de una ilusión. Lo que los evangelios nos demuestran es que, a consecuencia de la muerte de Jesús, los discípulos quedaron profundamente abatidos, con sus esperanzas por los suelos, sin nada que hacer ya, sino disolverse como grupo.
Poco después, sin embargo, movidos por el testimonio dado por unas mujeres, fueron al sepulcro y comprobaron que estaba vacío; pero aquello se prestaba a diversas interpretaciones y, por sí solo, no era un hecho contundente que los moviera a aceptar la resurrección.
Ellos la captan y comprenden, no a partir de sus propias razonamientos y deducciones, sino como una experiencia que les viene otorgada, como un don, cuya iniciativa la toma el mismo Señor, que es quien los hace reconocer su presencia en medio de sus búsquedas –como los que iban a Emaús– o en la comunidad reunida en Jerusalén. Pero les costó reconocerlo: el miedo, las dudas, la tristeza se lo impedían. Unos quedaron atónitos sin poder reconocerlo, otros aturdidos en sus dudas y otros creyeron ver un fantasma.
En el texto de hoy, Lucas relata con realismo la experiencia del Resucitado que tienen los discípulos e insiste, más que los otros evangelistas, en la corporalidad del Resucitado. La razón de esto es que los miembros de la comunidad a los que destinaba su escrito eran cristianos procedentes de un medio cultural helenista, en el que muchos creían en la inmortalidad del alma, pero no en la resurrección de los cuerpos (Hech 17,18.32; 26.8.24), aunque creían fácilmente en fantasmas.
Para evitar equívocos y disipar dudas, Jesús no sólo les demuestra su identidad, mostrándoles sus manos y sus pies, sino que se sienta a comer con ellos. Con este gesto se quiere indicar que él no es un fantasma, sino que está ante ellos de manera real y concreta. Los discípulos no han tenido una ilusión ni han visto un espíritu.
Pero la resurrección no significa que él ha vuelto a la vida terrena que antes tenía, destinada de nuevo a morir, sino todo lo contrario: Dios lo ha hecho pasar a una vida nueva, definitiva, que supera la muerte porque es una vida que se sitúa en el mismo plano de existencia que la de Dios. No sólo su espíritu ha vencido a la muerte; toda la persona de Jesús es la que ha sido salvada de la muerte y subsiste para siempre en su nueva y definitiva forma de existir en Dios.
Asimismo, Lucas pretende señalar la relación que existe entre la experiencia que tuvieron los primeros testigos y la que podemos tener hoy: ellos, a pesar de haber visto y tocado al Resucitado, tienen –al igual que nosotros– que reconocerlo y creer por la Palabra y el banquete.
El relato nos invita, pues, a sentir presente al Señor escuchando su Palabra, contenida en la Escritura. Ella nos hace ver que Dios ha demostrado todo el poder de su amor salvador en Jesús resucitándolo de la muerte. Ella nos enseña también a confiar en el Señor, seguros de que si con él morimos, viviremos con él; si con él sufrimos, reinaremos con él” (2 Tim 2,11s). Porque si Cristo resucitó, también resucitaremos (cf. 1 Cor 15).
Al mismo tiempo, el relato enseña a descubrir la presencia del Señor en la comunidad, sobre todo cuando se congrega para la eucaristía. Allí, en la mesa fraterna, en el banquete del pan único y compartido, que celebramos en memoria suya, se nos hace presente el Señor, y se realiza la fraternidad por la acción de su Espíritu.
Finalmente el Señor quiere que sus discípulos se conviertan en “testigos” de su triunfo sobre el pecado y la muerte. Llevarán este anuncio a todas las naciones, fortalecidos por la fuerza que les viene del Espíritu Santo.
Los discípulos “vieron” y “tocaron”, pero tuvieron que reconocer y creer. También nosotros tenemos que reconocer y creer. La Palabra nos abre el entendimiento para comprender lo que hizo por nosotros. El Pan que partimos nos hace comulgar en su Cuerpo y forja nuestra unidad. Comprobamos lo que nos transmitieron aquellos primeros testigos y nos animamos a llevar al mundo el mensaje de que la esperanza del ser humano está garantizada.

miércoles, 24 de abril de 2019

Aparición a los discípulos de Emaús (Lc 24, 13-35)


P. Carlos Cardó SJ
Emaús, óleo sobre lienzo de Diego Velásquez (1620), Museo Metropolitano de Arte de Nueva York, Estados Unidos
Dos discípulos de Jesús iban andando aquel mismo día, el primero de la semana, a una aldea llamada Emaús, distante unas dos leguas de Jerusalén; iban comentando todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo. Él les dijo: "¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?".Ellos se detuvieron preocupados. Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le replicó: "¿Eres tú el único forastero en Jerusalén, que no sabes lo que ha pasado allí estos días?".Él les preguntó: "¿Qué?".Ellos le contestaron: "Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; como lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel. Y ya ves: hace ya dos días que sucedió esto. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado: pues fueron muy de mañana al sepulcro, no encontraron su cuerpo, e incluso vinieron diciendo que habían visto una aparición de ángeles, que les habían dicho que estaba vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron."
Entonces Jesús les dijo: "Qué poco entienden ustedes y qué lentos son sus corazones para creer todo lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria?". Y, comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura.
Ya cerca de la aldea donde iban, él hizo ademán de seguir adelante; pero ellos le apremiaron, diciendo: "Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída."
Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció.
Ellos comentaron: "¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?".Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo: "Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón."Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
Este texto, uno de los más bellos de la Biblia, nos ayuda a descubrir la presencia viva del Señor en circunstancias concretas: cuando dos o tres nos reunimos en su nombre; cuando meditamos la Palabra de Dios que ilumina nuestra vida; cuando llevamos a la práctica la Palabra y acogemos al sin techo o compartimos el pan con el hambriento; y cuando celebramos la eucaristía.
Era el mismo día de la Pascua, cuando dos discípulos, abatidos por la decepción y la pena que les causó verlo morir en cruz, se marcharon a su vida de antes, sin ilusión, sin esperanza.
No obstante, algo inexplicable hace que se reúnan para hacer el camino juntos. Y conversan y discuten sobre lo que ha pasado, cuando en realidad no tendrían ya nada de qué hablar una vez que lo enterraron y el grupo se disolvió. De pronto, sin embargo, sin que ellos se dieran cuenta, Jesús en persona se puso a caminar con ellos.
Y aquí está lo primero que el texto evangélico dice a nuestra realidad: ¿hacemos eso nosotros, nos buscamos unos a otros cuando nos ocurre algo que no esperábamos y estamos tentados a pensar que Dios no ha sido buenos con nosotros? ¡Ay del solo si cae: no tiene quien lo levante! dice también la Escritura (Ecl 4,10). En cambio quien reacciona contra la crisis por la que esté pasando y busca la comunidad, hallará allí mismo la compañía del Señor.
¿Qué conversación es esa que traen en el camino?, les dice, mostrando interés por lo que les pasa. Ellos se detuvieron con la cara triste. La tragedia vivida se refleja en sus rostros y, con ella, la tristeza que es mala consejera. Uno de ellos, llamado Cleofás, confiesa: Nosotros esperábamos que Jesús iba a ser el libertador de Israel. Y, sin embargo, ya hace tres días que ocurrió esto... ¡Cuántas veces lo que esperamos no resulta y es duro reconocer que los caminos del Señor no son nuestros caminos!
Y lo que uno planifica o proyecta, ¿saldrá finalmente? Siempre puede haber motivo para la decepción y el desánimo. ¿Pero buscamos entonces, una y otra vez, en la Escritura la Palabra que puede iluminar lo que ha ocurrido? Eso fue lo que hizo Jesús con los discípulos de Emaús, los remitió a la Escritura: ¡Qué torpes son y qué lentos para creer!... y comenzando por Moisés y siguiendo por los Profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura.
Como el reconocer a Cristo resucitado es un proceso progresivo, ellos lo ven todavía como un extranjero. Y llegan así a Emaús, donde Él hace ademán de seguir adelante, pero ellos lo presionaron: Quédate con nosotros… porque cae la noche ¿Es éste el deseo que brota en nosotros cuando nos encaminamos a nuestro “Emaús” y nos cae la noche? Lo presionaron, dice el texto. ¿Insistimos, imploramos? Ellos pensaban huir, abandonándolo todo, pero Él les ha dado alcance. Ahora lo invitan a sentarse a la mesa y ocurre lo sorprendente: Él, de invitado, se convierte en anfitrión, se hace el centro de la mesa.
Entonces Jesús tomó el pan, pronunció la bendición [euxaristeia], lo partió y se lo dio. Son las mismas palabras centrales de la eucaristía, que seguimos repitiendo en el momento de la consagración. Y a ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. De modo que es en la eucaristía donde le encontramos y reconocemos mediante la fe.
Pero él desapareció. Lo hace tal como se lo había advertido: Voy a prepararles un lugar (Jn 14,2). Conviene que yo me vaya (Jn 16,7). Por eso su desaparición física no los vuelve a hacer caer en la tristeza. Ellos tienen ya la certidumbre de que no los abandona nunca, pues les ha dejado su Espíritu que les hace ver al Señor en toda circunstancia, sobre todo en la práctica de la caridad para con el prójimo y en la celebración de la eucaristía.

martes, 23 de abril de 2019

Aparición a María Magdalena (Jn 20, 11-18)


P. Carlos Cardó SJ
Noli me Tangere, óleo sobre lienzo de Antonio da Correggio (1525), Museo de Prado, Madrid, España
El día de la resurrección, María se había quedado llorando junto al sepulcro de Jesús. Sin dejar de llorar, se asomó al sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados en el lugar donde había estado el cuerpo de Jesús, uno en la cabecera y el otro junto a los pies.Los ángeles le preguntaron: "¿Por qué estás llorando, mujer?".Ella les contestó: "Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo habrán puesto".Dicho esto, miró hacia atrás y vio a Jesús de pie, pero no sabía que era Jesús.
Entonces él le dijo: "Mujer, ¿por qué estás llorando? ¿A quién buscas?".Ella, creyendo que era el jardinero, le respondió: "Señor, si tú te lo llevaste, dime dónde lo has puesto".
Jesús le dijo: "¡María!".Ella se volvió y exclamó: "¡Rabuní!", que en hebreo significa ‘maestro’.
Jesús le dijo: "Déjame ya, porque todavía no he subido al Padre. Ve a decir a mis hermanos: ‘Subo a mi Padre y su Padre, a mi Dios y su Dios’ ".María Magdalena se fue a ver a los discípulos para decirles que había visto al Señor y para darles su mensaje.
María Magdalena busca afanosamente al Señor. Y es la primera a la que Él busca. Muchos la ven como figura de la la comunidad eclesial que busca a su Señor entre los signos. También puede verse un paralelismo entre el discípulo amado y Magdalena: el discípulo vio y creyó. Vio signos, no al Señor. Representa la fe que responde a la cuestión de la tumba vacía. María en cambio escucha al Señor pronunciar su nombre, y su fe, unida al amor, le hace posible ver al Señor. Por el amor la fe se convierte en experiencia personal del Resucitado. A quien me ama el Padre lo amará y yo también lo amaré y me manifestaré a él (14, 21).
El domingo de madrugada María Magdalena había ido al sepulcro y visto que la piedra que lo cubría había sido removida. Volvió donde estaban los discípulos y refirió el hecho. Pedro y el discípulo al que Jesús quería salieron corriendo. María fue tras ellos. Ellos entraron al sepulcro, ella se quedó fuera, no tuvo valor. Paralizada por la fuerte tensión que sentía, se quedó llorando.
Cuando se fueron los discípulos, María Magdalena se agachó para mirar en el sepulcro. Cobra valor para mirar en la profundidad del vacío que le ha dejado la partida del Señor. No la acepta, busca ansiosamente algo que clarifique lo que ha sucedido. Y el misterio comienza a iluminar su vida.
Dos ángeles, mensajeros de Dios, testigos de lo ocurrido, sentados en el lugar donde había estado el cuerpo del Señor, uno en la cabecera y otro a los pies, le preguntan: Mujer, ¿por qué lloras? La respuesta de Magdalena: Se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto, expresa un hondo sentido de pertenencia: mi Señor.
Cuando se está vinculado tan profundamente a alguien que de pronto desaparece, ya no se sabe cómo vivir sin él. Sólo el encuentro le hará pasar del luto a la alegría. Y es lo que los mensajeros le insinúan a Magdalena con su pregunta: Por qué. Tal vez porque considera la muerte como el final de todo, pero puede haber otra explicación.
Y la luz vino. Se volvió y vio a Jesús que estaba allí, pero no lo reconoció. No puede entender todavía. El reconocimiento es gradual. Tiene que calmarse y reconocer que los caminos del Señor pueden ser otros. Entonces recordará quizá lo que Él ya les había dicho: No los dejaré huérfanos; volveré con ustedes. El mundo ya no me verá; ustedes en cambio sí me verán (Jn 14, 19).
Entonces Jesús le dijo: ¡María! Pronunció su nombre, con su voz familiar inconfundible, con el afecto de siempre. Todo lo que Jesús ha sido para ella se concentra en esa sola palabra, su nombre. El Señor pronuncia nuestro nombre en lo más íntimo de nosotros y lo pronuncia con amor. Llama a cada uno por su nombre y eso les hace saber lo que son para él, lo que cuentan para él: Te he llamado por tu nombre y tú me perteneces (Is 43,1). Porque tú cuentas mucho para mí, eres valioso y yo te amo (Is 43,4).
Por lo demás, Jesús resucitado mantiene el mismo comportamiento de amistad y cercanía que ha tenido en todos sus encuentros (con Nicodemo, con la Samaritana, con los enfermos, con los pobres). Interesado por lo que vive cada uno, pregunta: ¿Qué buscan?, ¿Por qué lloras? Toca el corazón y se reanima la fe que hace posible reconocer su presencia.
¡Rabbubí!, responde María Magdalena en arameo. Con mucho afecto lo designa a Él como su maestro y a ella como su discípula. Ha realizado el camino del discipulado, ha pasado de la desconfianza a la confianza, de la incredulidad a la fe, de la tristeza al gozo. Como Marta de Betania, ella también reconoce en Jesús a la resurrección y la vida y sabe que creer en él es tener vida eterna (Jn 11,25).
El encuentro con Él por la fe lleva ya el germen de nuestra feliz resurrección. Ésta se actualiza en toda situación difícil y oscura que puede parecer sin remedio, pero que vista a la luz de la fe puede revelar en sí misma la presencia del Señor resucitado, vencedor de la muerte.
No me retengas, continua Jesús... ve y di a mis hermanos que voy a mi Padre y Padre de ustedes, a mi Dios y Dios de ustedes. Cumple la promesa de ir a prepararnos un lugar. Invita a pensar en lo que nos aguarda. Esta espera traza la perspectiva fundamental de nuestra orientación en la vida, su sentido y su meta.
María Magdalena fue corriendo donde estaban los discípulos y les anunció. Se torna anunciadora, pregonera de la resurrección, apóstol, figura y modelo de discípulo de Jesucristo.

lunes, 22 de abril de 2019

Las Mujeres ante el sepulcro (Mt 28, 8-15)


P. Carlos Cardó SJ
Noli Me Tangere, óleo sobre lienzo de Hans Holbein, el Joven (1524), Royal Collection Trust, Reino Unido
Después de escuchar las palabras del ángel, las mujeres se alejaron a toda prisa del sepulcro, y llenas de temor y de gran alegría, corrieron a dar la noticia a los discípulos. Pero de repente Jesús les salió al encuentro y las saludó.
Ellas se le acercaron, le abrazaron los pies y lo adoraron.Entonces les dijo Jesús: "No tengan miedo. Vayan a decir a mis hermanos que se dirijan a Galilea. Allá me verán".Mientras las mujeres iban de camino, algunos soldados de la guardia fueron a la ciudad y dieron parte a los sumos sacerdotes de todo lo ocurrido. Éstos se reunieron con los ancianos, y juntos acordaron dar una fuerte suma de dinero a los soldados, con estas instrucciones: "Digan: ‘Durante la noche, estando nosotros dormidos, llegaron sus discípulos y se robaron el cuerpo’. Y si esto llega a oídos del gobernador, nosotros nos arreglaremos con él y les evitaremos cualquier complicación".Ellos tomaron el dinero y actuaron conforme a las instrucciones recibidas. Esta versión de los soldados se ha ido difundiendo entre los judíos hasta el día de hoy.
Las mujeres han ido al sepulcro. En vez de una piedra que sella las sombras de la muerte, un resplandor como de relámpago ha dejado como muertos a los guardias y una voz celestial las invita a ellas a entrar al sepulcro vacío y comprobar que, en efecto, ¡No está aquí, ha resucitado como lo había dicho!
Vayan, les ordena. La Palabra que las anima a entrar, las impulsa también a salir para anunciar a los discípulos: Ha resucitado de entre los muertos y va camino de Galilea; allí lo verán. Y mientras obedecen con una mezcla de temor y alegría, Jesús les sale al encuentro. Ellas lo abrazan y lo adoran. Pero el Señor, reconocido al fin, las envía de nuevo a sus hermanos; porque es ahí, justamente, en la fraternidad, en la unión y en el servicio, donde se le encuentra.
El lugar definitivo de su presencia no está en los aledaños de la tumba, ni en el atrio del templo, ni en la ribera del Jordán, ni entre quienes comercian con la muerte. El Señor nos espera en Galilea, en nuestra Galilea, que es el espacio de nuestra vida cotidiana y de nuestras relaciones fraternas, sobre todo con los pobres, en quienes Él quiere ser servido.
Los guardias que custodian el sepulcro y han visto moverse la piedra, van a referir a las autoridades lo sucedido. Éstas se reúnen en consejo y deciden sobornarlos con dinero. El dinero siempre ha sido el instrumento para perversas estrategias. Ya les ha servido en el caso de Judas. Ahora lo usarán para hacer correr la ridícula historia del robo nocturno del cadáver, a fin de explicar así el sepulcro vacío y neutralizar los efectos peligrosos de lo sucedido: Digan que sus discípulos fueron de noche y robaron el cuerpo mientras ustedes dormían. Ellos toman el dinero y ejecutan la orden, y ésta es la versión que ha corrido entre los judíos hasta hoy.
Las mujeres fueron al sepulcro a honrar un cadáver y recordar. El anuncio de la resurrección del Señor las hizo buscar donde realmente Él está. Asimismo nuestra experiencia de la Pascua no puede consistir únicamente en un piadoso recuerdo o en el conocimiento de una filosofía de la vida, o de unas enseñanzas morales.
La fe en la resurrección propicia en nosotros la búsqueda y el encuentro con una persona viva que nos transforma, nos saca de nosotros mismos y nos envía a anunciar la buena noticia de que la muerte y el mal de este mundo no tienen la última palabra. ¡Alégrense...! ¡No tengan miedo!, es el mensaje que hay que transmitir. La paz y la alegría son los signos inequívocos de la resurrección de Cristo, en la que hemos sido incluidos.
Muerte y vida
trabaron singular combate
y, muerto el que es la Vida,
triunfante se levanta.