lunes, 15 de abril de 2019

La Unción en Betania (Jn 12, 1- 8)

P. Carlos Cardó SJ
Tríptico de Nicolás Froment (1461) que muestra en el panel central a Jesús con Lázaro resucitado; a la izquierda, su hermana María está arrodillada ante Jesús, suplicando el milagro; y a la derecha, se muestra la Unción en Betania. 
Técnica: óleo sobre tabla; Galería de los Uffici, Florencia
Seis días antes de la Pascua, fue Jesús a Betania, donde vivía Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. Allí le ofrecieron una cena; Martha servía y Lázaro era uno de los que estaban con Él a la mesa. María tomó entonces una libra de perfume de nardo auténtico, muy costoso, le ungió a Jesús los pies con él y se los enjugó con su cabellera, y la casa se llenó con la fragancia del perfume.Entonces Judas Iscariote, uno de los discípulos, el que iba a entregar a Jesús, exclamó: "¿por qué no se ha vendido ese perfume en trescientos denarios para dárselos a los pobres?". Esto lo dijo, no porque le importaran los pobres, sino porque era ladrón, y como tenía a su cargo la bolsa, robaba lo que echaban en ella.Entonces dijo Jesús: "Déjala. Esto lo tenía guardado para el día de mi sepultura; porque a los pobres los tendrán siempre con ustedes, pero a mí no siempre me tendrán".
Mientras tanto, la multitud de judíos, que se enteró de que Jesús estaba allí, acudió, no sólo por Jesús, sino también para ver a Lázaro, a quien el Señor había resucitado de entre los muertos. Los sumos sacerdotes deliberaban para matar a Lázaro, porque a causa de él, muchos judíos se separaban y creían en Jesús.
Jesús vuelve a Betania, donde ha hecho volver a Lázaro a la vida. Hay un banquete de acción de gracias, banquete por la vida. Es figura y anticipo de lo que vendrá con el triunfo de Cristo sobre la muerte.
El banquete es un símbolo primordial en el cristianismo. Remite en primer lugar al banquete escatológico, que el Señor preparará para los suyos al final de los tiempos (Is 25,6). Y tiene también un significado eclesial porque remite a la eucaristía, memorial del Señor, en el que Él se nos da como alimento. Marta, María, Lázaro y los invitados, con Jesús como centro, simbolizan la Iglesia que celebra el triunfo de la resurrección y hace presente al Señor por los siglos.
María es la única que entiende al Señor. Los discípulos siguen con Él pero sin entenderlo. Los judíos lo han rechazado ya y condenado a muerte. Jesús por su parte es el único que comprende a esa mujer y el gesto significativo-profético que va a tener con Él de ungir sus pies con un perfume carísimo de nardo puro.
El perfume ocupa un lugar importante en el relato. Así como el pan es para ser partido y consumido, así también el perfume es para que se expanda. Un pan que se guarda no alimenta, ni sirve para nada; un perfume que se guarda sin más no es perfume. Por eso es símbolo de Dios cuya esencia, el amor, es expansivo, siempre dándose. Es símbolo de Cristo que se entrega totalmente, que pasó haciendo el bien, dando de sí a los demás. Y es símbolo del cristiano, hecho para la donación generosa, a imitación del Señor.
Toda la casa se llenó de la fragancia del perfume. A todos en la comunidad les llega el espíritu del Señor, espíritu del amor. Pablo dirá que Dios, valiéndose de nosotros esparce en todo lugar la fragancia de su conocimiento. Porque nosotros somos para Dios el buen olor de Cristo…, olor de vida que lleva a la vida (2 Cor 2, 15-16). No se puede guardar la fe como algo privado. Como el perfume, la fe auténtica se expande.
Judas protesta. Encarna al mundo que rechaza el don del amor salvador que Dios ofrece y el camino hacia la realización humana por el amor de donación y servicio. Este mundo no aprecia el valor de la entrega sacrificada que da más de lo que es preciso; actitudes así le parecen despilfarro, derroche inexplicable.
Pero, además, Judas aparece designado específicamente como el que lo iba a traicionar, y su protesta, mentirosa, que no busca el bien de los pobres sino obtener provecho de la venta del perfume, deja ver la razón última de su traición: no ha aceptado al Señor, nunca lo ha comprendido, lo ha seguido, pero por su propio interés y le molesta su mensaje del amor que salva.
La respuesta que da Jesús a la reacción de Judas encierra una exhortación a amar a los pobres y a amar y honrar al Señor. Indudablemente los pobres ocupan un lugar privilegiado en el evangelio y de ahí brota naturalmente nuestro amor y opción preferencial por ellos, pero hay en el texto una advertencia: se puede servir y ayudar a los pobres sin que esta actitud provenga de la fe y puede incluso degenerar en búsqueda de uno mismo.
La constatación y advertencia que hace Jesús: los pobres los tendrán siempre con ustedes, supone obviamente que siempre habrá que servirlos y luchar para que se supere toda forma de pobreza y miseria. La frase siguiente: a mí no siempre me tendrán, recuerda a los discípulos que la presencia del Señor será continua entre ellos y en ellos por el Espíritu que les comunicará, pero que su presencia física concluirá con su muerte. Como discípulos y seguidores suyos, su relación con  el Señor ha de ser siempre la de una comunión amorosa con Él, que se extiende a la comunión fraterna en la comunidad como fuente y principio del amor verdadero, generoso y desinteresado.
Finalmente, tal como el mismo Jesús lo interpreta, el gesto de María de Betania es una acción simbólica que anticipa el misterio de su muerte y sepultura. El aceite con que unge los pies de su Maestro es una proclamación de su realeza mesiánica, pero queda claro que Jesús es el rey Mesías que va a su pasión para redimir a su pueblo con la entrega de su vida. Prepara mi cuerpo para la sepultura. Anticipa la experiencia pascual de las mujeres que irán con perfumes de mirra y áloe a embalsamar su cuerpo. Pero a diferencia de ellas que irán a honrar a un difunto, María honra al que está vivo y da la vida, al gran Viviente que vencerá a la muerte.
Queda como resumen del pasaje la lección de la generosidad plena, que demostrará Jesús con entrega en la cruz y María simboliza con su regalo carísimo. No perdemos lo que entregamos. El amor generoso, que da sin llevar cuenta, será siempre el distintivo del verdadero discípulo.

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