P. Carlos Cardó SJ
Apóstoles alrededor del sepulcro vacío, mural de Annibale Carracci
y Francesco Albani (1604), Museo Nacional de Arte de Cataluña, Barcelona,
España
El primer día después del sábado, María Magdalena fue al sepulcro muy temprano, cuando todavía estaba oscuro, y vio que la piedra que cerraba la entrada del sepulcro había sido removida.Fue corriendo en busca de Simón Pedro y del otro discípulo a quien Jesús amaba y les dijo: "Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto".
Pedro y el otro discípulo salieron para el sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más que Pedro y llegó primero al sepulcro. Como se inclinara, vio los lienzos tumbados, pero no entró.
Pedro llegó detrás, entró en el sepulcro y vio también los lienzos tumbados. El sudario con que le habían cubierto la cabeza no se había caído como los lienzos, sino que se mantenía enrollado en su lugar.
Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero, vio y creyó. Pues no habían entendido todavía la Escritura: Él había de resucitar de entre los muertos!
La resurrección
de Cristo constituye un misterio de fe, un horizonte de esperanza y un
acontecimiento de amor.
Jesús, vencedor
de la muerte, ha realizado su subida al Padre y nos comunica el Espíritu por
medio del cual sigue presente en medio de nosotros.
El evangelio
nos hace ver cómo llegan los discípulos a la convicción de que Jesús ha
resucitado. Ellos toman conciencia de que la cruz no ha sido el final, sino el
inicio del retorno de Jesús al Padre y de su glorificación. Los discípulos viven
un proceso de descubrimiento, recorren un camino lleno de sorpresas, que se
inicia con la constatación de que el sepulcro está vacío, y concluye con la fe en
la resurrección.
El evangelio
muestra también que es una comunidad de personas diversas la que busca los
signos que les ayuden a superar el escándalo de la cruz. Y es, además, una
comunidad contristada, encerrada en sí misma por miedo, y que comienza a reaccionar
y a recobrar la fe. A pesar de las advertencias que les había hecho, el final
de su Maestro había significado para ellos un fracaso total que echó por tierra
sus esperanzas. No obstante, reaccionan, y buscan, indagan, disciernen los
signos.
En Magdalena,
Pedro y Juan vemos representada el ansia de la Iglesia por discernir los signos
del Resucitado sobre todo en situaciones adversas o dolorosas. Todos están en
la Iglesia y a todos mueve la misma ansia de la presencia del Señor. María
Magdalena fue muy de mañana al sepulcro y regresó corriendo adonde estaban
Simón Pedro y el otro discípulo a quien Jesús tanto quería; éstos por su parte
salieron corriendo… En ellos aparece reflejada la búsqueda del cristiano que no
se dejar abatir por las frustraciones y adversidades que conmueven su fe.
Vio y creyó. No
había comprendido la Escritura... (vv. 8-9). Juan subraya la importancia de la Sagrada
Escritura para comprender los signos en la historia. Si el discípulo hubiese
comprendido la Escritura, le habría bastado quizá el primer anuncio de la Magdalena,
para tomar conciencia de la presencia del Señor. Pero al faltarle esta
comprensión, necesita “ver y tocar”. Leer la Escritura, revisar nuestra vida a
la luz de la Palabra de Dios es el medio poderoso para advertir la presencia de
Dios en todas las circunstancias oscuras por las que atravesemos.
La tumba vacía
y las vendas vacías no son una prueba contundente (los enemigos de Jesús dirán
que sus seguidores robaron el cuerpo), pero sí son un signo de que la
resurrección es un hecho consumado: Jesús ha vencido a la muerte. Necesitamos
los ojos creyentes del discípulo para descubrir a ese Jesús que vive en el
mismo corazón del mundo y que se muestra
en múltiples presencias, todas ellas liberadoras.
El discípulo al
que Jesús quería es una figura emblemática, el relato evangélico nos invita a
identificarnos con él. Vivimos una época que exacerba el valor de los sentidos,
hasta hacernos pensar que sólo existe y cuenta lo contante y sonante, lo que
hacemos o podemos transformar. La dimensión de lo trascendente queda así a
menudo arrinconada y sofocada.
Por eso, a
muchos, incluso entre creyentes de misa dominical, les resulta difícil creer realmente
en la resurrección y, en consecuencia, demostrar en su vida práctica que no
somos seres para la muerte, ni que todo acaba en la muerte. La Pascua nos
invita a aceptar la buena noticia de que el Crucificado vive y proclamarla a
través de nuestro trabajo, en la tarea concreta que debemos ejercer, cada cual
según su vocación, pues este es realmente un medio indispensable para la evangelización.
Cristo resucitado está en
la comunidad de los que anuncian su mensaje, celebran los sacramentos y
testimonian su amor. Se encuentra, sobre todo, en lo más vivo y profundo de la
eucaristía. También en los hermanos necesitados que han de ocupar el centro de
nuestro interés, porque Cristo se identifica con cada uno de ellos. El
verdadero discípulo descubre en profundidad la presencia y acción del Resucitado
en las distintas áreas de la sociedad y se esfuerza por transparentar con la
fuerza de su testimonio el rostro luminoso y amable de Jesús en el mundo.
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