P.
Carlos Cardó SJ
Emaús, óleo sobre lienzo de Diego Velásquez (1620), Museo
Metropolitano de Arte de Nueva York, Estados Unidos
Dos discípulos de Jesús iban andando aquel mismo día, el primero de la semana, a una aldea llamada Emaús, distante unas dos leguas de Jerusalén; iban comentando todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo. Él les dijo: "¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?".Ellos se detuvieron preocupados. Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le replicó: "¿Eres tú el único forastero en Jerusalén, que no sabes lo que ha pasado allí estos días?".Él les preguntó: "¿Qué?".Ellos le contestaron: "Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; como lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel. Y ya ves: hace ya dos días que sucedió esto. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado: pues fueron muy de mañana al sepulcro, no encontraron su cuerpo, e incluso vinieron diciendo que habían visto una aparición de ángeles, que les habían dicho que estaba vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron."
Entonces Jesús les dijo: "Qué poco entienden ustedes y qué lentos son sus corazones para creer todo lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria?". Y, comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura.
Ya cerca de la aldea donde iban, él hizo ademán de seguir adelante; pero ellos le apremiaron, diciendo: "Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída."
Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció.
Ellos comentaron: "¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?".Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo: "Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón."Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
Este texto, uno de los más bellos de la Biblia, nos ayuda a
descubrir la presencia viva del Señor en circunstancias concretas: cuando dos o
tres nos reunimos en su nombre; cuando meditamos la Palabra de Dios que ilumina
nuestra vida; cuando llevamos a la práctica la Palabra y acogemos al sin techo
o compartimos el pan con el hambriento; y cuando celebramos la eucaristía.
Era el mismo día de la Pascua, cuando dos discípulos, abatidos por
la decepción y la pena que les causó verlo morir en cruz, se marcharon a su
vida de antes, sin ilusión, sin esperanza.
No obstante, algo inexplicable hace que se reúnan para hacer el
camino juntos. Y conversan y discuten sobre lo que ha pasado, cuando en realidad
no tendrían ya nada de qué hablar una vez que lo enterraron y el grupo se
disolvió. De pronto, sin embargo, sin que ellos se dieran cuenta, Jesús en
persona se puso a caminar con ellos.
Y aquí está lo primero que el texto evangélico dice a nuestra realidad:
¿hacemos eso nosotros, nos buscamos unos a otros cuando nos ocurre algo que no
esperábamos y estamos tentados a pensar que Dios no ha sido buenos con
nosotros? ¡Ay del solo si cae: no tiene
quien lo levante! dice también la Escritura (Ecl 4,10). En cambio quien reacciona contra la crisis por la que
esté pasando y busca la comunidad, hallará allí mismo la compañía del Señor.
¿Qué conversación es esa que traen en el camino?,
les dice, mostrando interés por lo que les pasa. Ellos se detuvieron con la
cara triste. La tragedia vivida se refleja en sus rostros y, con ella, la
tristeza que es mala consejera. Uno de ellos, llamado Cleofás, confiesa: Nosotros
esperábamos que Jesús iba a ser el libertador de Israel. Y, sin embargo, ya
hace tres días que ocurrió esto... ¡Cuántas veces lo que esperamos no
resulta y es duro reconocer que los caminos del Señor no son nuestros caminos!
Y lo que uno planifica o proyecta, ¿saldrá finalmente? Siempre
puede haber motivo para la decepción y el desánimo. ¿Pero buscamos entonces, una
y otra vez, en la Escritura la Palabra que puede iluminar lo que ha ocurrido?
Eso fue lo que hizo Jesús con los discípulos de Emaús, los remitió a la
Escritura: ¡Qué torpes son y qué lentos para creer!... y comenzando
por Moisés y siguiendo por los Profetas, les explicó lo que se refería a él en
toda la Escritura.
Como el reconocer a Cristo resucitado es un proceso progresivo,
ellos lo ven todavía como un extranjero. Y llegan así a Emaús, donde Él hace
ademán de seguir adelante, pero ellos lo
presionaron: Quédate con nosotros…
porque cae la noche ¿Es éste el deseo que brota en nosotros cuando nos
encaminamos a nuestro “Emaús” y nos cae la noche? Lo presionaron, dice el texto. ¿Insistimos, imploramos? Ellos
pensaban huir, abandonándolo todo, pero Él les ha dado alcance. Ahora lo
invitan a sentarse a la mesa y ocurre lo sorprendente: Él, de invitado, se
convierte en anfitrión, se hace el centro de la mesa.
Entonces Jesús tomó el pan, pronunció la bendición
[euxaristeia], lo partió y se lo dio. Son las mismas palabras centrales de la eucaristía, que seguimos
repitiendo en el momento de la consagración. Y a ellos se les abrieron los
ojos y lo reconocieron. De modo que es en la eucaristía donde le
encontramos y reconocemos mediante la fe.
Pero él desapareció. Lo hace tal como se lo había
advertido: Voy a prepararles un lugar
(Jn 14,2). Conviene que yo me vaya (Jn
16,7). Por eso su desaparición física no los vuelve a hacer caer en la
tristeza. Ellos tienen ya la certidumbre de que no los abandona nunca, pues les
ha dejado su Espíritu que les hace ver al Señor en toda circunstancia, sobre
todo en la práctica de la caridad para con el prójimo y en la celebración de la
eucaristía.
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