jueves, 30 de septiembre de 2021

Pesca milagrosa y llamamiento de primeros apóstoles (Lc 5, 1-11)

P. Carlos Cardó SJ

La pesca milagrosa, óleo sobre lienzo de Peter Paul Rubens (1618 – 1619), Galería Nacional de Londres, Inglaterra

Cierto día la gente se agolpaba a su alrededor para escuchar la palabra de Dios, y él estaba de pie a la orilla del lago de Genesaret. En eso vio dos barcas amarradas al borde del lago; los pescadores habían bajado y lavaban las redes.
Subió a una de las barcas, que era la de Simón, y le pidió que se alejara un poco de la orilla; luego se sentó y empezó a enseñar a la multitud desde la barca. Cuando terminó de hablar, dijo a Simón: «Lleva la barca mar adentro y echen las redes para pescar».
Simón respondió: «Maestro, por más que lo hicimos durante toda la noche, no pescamos nada; pero, si tú lo dices, echaré las redes».
Así lo hicieron, y pescaron tal cantidad de peces, que las redes casi se rompían. Entonces hicieron señas a sus compañeros que estaban en la otra barca para que vinieran a ayudarles. Vinieron y llenaron tanto las dos barcas, que por poco se hundían.
Al ver esto, Simón Pedro se arrodilló ante Jesús, diciendo: «Señor, apártate de mí, que soy un hombre pecador».
Pues tanto él como sus ayudantes se habían quedado sin palabras por la pesca que acababan de hacer. Lo mismo les pasaba a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, compañeros de Simón.
Jesús dijo a Simón: «No temas; en adelante serás pescador de hombres». En seguida llevaron sus barcas a tierra, lo dejaron todo y siguieron a Jesús.

Lucas pone el llamamiento de los discípulos al comienzo de la actividad pública de Jesús. Esto hace pensar que lo primero de todo en la vida cristiana es sentirse llamados. La fe cristiana, en efecto, no consiste únicamente en asimilar intelectualmente una doctrina o adoptar una actitud moral. Jesús llama a seguirlo, es decir, a aceptarlo como guía, a imitar su modo de ser y proceder y a estar dispuesto a colaborar con Él, entregando lo que uno es y lo que uno tiene. La identificación con Él puede llegar hasta poder decir con San Pablo: Ya no vivo yo, es Cristo quien vive mí (Gal 2,20).

El pasaje tiene contenido eclesial. La barca con Jesús y los apóstoles simboliza a la Iglesia. Desde ella Jesús predica, de ella baja para sanar a los enfermos, en ella atraviesa el lago de Galilea con sus discípulos y, cuando Él no está, la barca zozobra zarandeada por los vientos y las olas. La barca no puede estar sin Jesús; cuando eso ocurre la envuelve la oscuridad de la noche y queda expuesta a la tempestad.

Y puede ocurrir también que Jesús esté en ella pero como ausente, dormido en el cabezal, y ellos tengan miedo porque su fe es escasa. Hay aquí una invitación a reconocer a Cristo en  la Iglesia tal como es: comunidad de pecadores, solidaridad de debilidades. En la Iglesia aparece lo que somos y lo que Él hace por nosotros: nos congrega, sana y alimenta, nos hace comunidad abierta a los que sufren, y a ellos nos envía para repetir sus gestos, signos de su reino.

Los pescadores estaban lavando las redes. La llamada se recibe en la vida ordinaria. No hay que imaginarse cosas extraordinarias. El Señor nos habla en nuestra propia Galilea, en nuestra vida cotidiana, por profana o prosaica que nos parezca: mientras se está pescando como Simón y sus compañeros, o se está contando dinero como Mateo en su mesa de recaudador de impuestos. Incluso se puede estar haciendo cosas contra Cristo y contra los cristianos, como hacía Saulo. Hagamos lo que hagamos, llega a nosotros su palabra que nos cambia, desvelando nuestra verdad más profunda.

Dice Jesús a Pedro: - Rema mar adentro y echa las redes para pescar. Han pasado una mala noche de fatiga inútil. La orden de Jesús a pescadores profesionales podría parecerles ofensiva; ellos saben cuándo y dónde se echa la red, por eso su respuesta: Maestro toda la noche nos la hemos pasado bregando sin pescar nada… La noche simboliza la ausencia de Jesús.

Sin el Señor, la actividad es infecunda. Porque sin mí, no pueden hacer nada (Jn 15,5). También resulta así cuando sólo se confía en los propios medios y habilidades. Ellos serán muy diestros pescadores, pero el hecho es que no saben dónde echar la red en esas circunstancias. Tendrán que aprender a no confiar sólo en sí mismos. Pronto revelarán su impotencia para la tarea que el Señor les va a encomendar. Cuando, como Pedro, reconozcan que es el Señor quien hace crecer y fructificar, entonces producirán frutos. Sobre tu palabra echaré la red. Sólo con los medios de que dispone, no podrá obtener los resultados que se esperan; basándose en la palabra del Señor, confiando en ella y obrando como ella enseña, el cristiano y la comunidad pueden estar seguros del fruto de su empeño.

Capturaron gran cantidad de peces… La abundante pesca, expuesta de forma enigmática por el empleo del término multitud, alude a la entera comunidad de fieles, reunidos por medio de la predicación y de los esfuerzos apostólicos. Y a pesar de ser tantos los ganados para la causa de Cristo en la Iglesia, la red no se rompe, porque cuenta con las promesas de Jesús

Al ver esto Simón Pedro se postró a los pies de Jesús diciendo: -Apártate de mí, Señor, que soy un pecador. Ante la magnitud del favor recibido, Pedro reconoce su propia condición de pecador. La magnanimidad del Señor le lleva a apreciar su propia pequeñez. Expresa su gratitud en forma de deseo de conversión y de perdón.

-No temas, desde ahora serás pescador de hombres, le dice Jesús. La comunidad, representada por Pedro, recibe la llamada a la misión. En la pesca está prefigurada la misión que se inicia en Galilea y que ha de llegar hasta el confín del mundo.

Ellos, dejándolo todo, lo siguieron.

miércoles, 29 de septiembre de 2021

Los ángeles de Dios (Jn 1, 47-51)

P. Carlos Cardó SJ

Los tres arcángeles con Tobías, témpera sobre tabla de Francesco Botticini (1470), Galería Uffizi, Florencia,Italia

En aquel tiempo, cuando Jesús vio que Natanael se acercaba, dijo: "Éste es un verdadero israelita en el que no hay doblez".
Natanael le preguntó: "¿De dónde me conoces?".
Jesús le respondió: "Antes de que Felipe te llamara, te vi cuando estabas debajo de la higuera".
Respondió Natanael: "Maestro, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el rey de Israel".
Jesús le contestó: "Tú crees, porque te he dicho que te vi debajo de la higuera. Mayores cosas has de ver".
Después añadió: "Yo les aseguro que verán el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre
".

En la fiesta de los Santos Arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael, la liturgia propone este texto de Juan, en el que aparecen los ángeles subiendo y bajando sobre el Hijo del hombre. Es una promesa que hace Jesús a sus discípulos en el diálogo con Natanael y está relacionada con la visión que tuvo Jacob en Betel (Gen 28,12).

En ella, Jacob –que después se llamará Israel– contempló una escalera que unía al cielo con la tierra y a unos ángeles de Dios que subían y bajan por ella. El cielo y los ángeles significan la esfera de lo divino, donde refulge la gloria de Dios. Dicha esfera ha dejado de ser inaccesible; por Jesús, los cielos se abren y Dios desciende para morar entre nosotros. Dios no habita en un confín infinitamente lejano, la persona humana de Jesús nos lo ha acercado. Es éste un tema muy querido para Juan desde el prólogo de su evangelio. Jesús es el auténtico Betel, la casa de Dios y puerta del cielo; en Él puede contemplarse la presencia de Dios con nosotros, en Él se manifiesta su gloria que es plenitud de gracia y verdad; por eso Jesús es el verdadero templo y los ángeles lo rodean.

En los escritos bíblicos aparecen con cierta frecuencia los ángeles, seres espirituales  que cumplen de parte de Dios funciones diversas pero complementarias. En primer lugar aparecen como mensajeros de Yahveh y tal es el significado de su nombre. En el Génesis, el ángel transmite a Agar, la esclava, la promesa de que será madre de una descendencia numerosa (Gen 16, 7-12), y la protege después en el desierto para que su hijo no muera de sed (Gen 21, 18).

El ángel del Señor detiene la mano de Abraham para que no hiera a Isaac y le anuncia las bendiciones que le vendrán por su obediencia (Gen 22, 12. 15-18). El ángel del Señor, bajo la apariencia de una llama de fuego que ardía en una zarza, llamó a Moisés (Ex 3, 2), dando inicio a su vocación y misión de libertador de Israel. El nacimiento de Sansón fue anunciado por el ángel a su madre Sorá, mujer estéril (Jue 13, 3-5), y el profeta Elías, amenazado de muerte y desfalleciente en su huida por el desierto, es fortalecido con el pan que le da el ángel, para poder andar su largo camino hasta la montaña de Dios (1 Re 19, 5-8).

Otra función que cumplen los ángeles es la de ayudar a percibir las intervenciones de Dios en la realidad en determinados momentos históricos. Donde están ellos, está Dios con su poder benévolo, providente y liberador. Por eso un ángel muestra a los hebreos en el éxodo la gloria y poder de Dios (Éx 14, 19), es enviado para guardar y conducir al pueblo a la tierra prometida (Ex 23, 20), y exterminará a sus enemigos, los asirios (2Re 19, 35).

Pero será en el Nuevo Testamento donde el mensajero de Dios anunciará la mayor de las maravillas de Dios en favor de la humanidad: la encarnación y el nacimiento del Hijo de Dios (Lc 1, 26-38; 2, 9-12). Finalmente, serán los ángeles del sepulcro vacío los anunciadores del triunfo de Cristo sobre la muerte (Lc 24, 4) y de su vida nueva, resucitada y eterna.

Los nombres mismos de los ángeles sugieren atributos y acciones de Dios en favor de la humanidad. Adquieren así un perfil más personalizado y un carácter marcadamente benévolo, son ángeles custodios, guardianes del bien y de la vida. Rafael significa Dios ha curado, o “medicina de Dios”: sana a Tobit y a Sara, acompaña y protege a Tobías en su viaje (Tob 3;5) y acaba presentándose como enviado de Dios, como uno de los siete ángeles que llevan ante Dios las plegarias de los hombres (Tob 12).

Miguel, (Mika-El) significa quién como Dios, manifiesta su grandeza y su poder, aparece en el libro de Daniel como el protector de Israel y príncipe de los ejércitos angélicos (Dan 10, 5ss; 12,1). Miguel vence, según el Apocalipsis, al dragón que aparece como Satán, tentador del mundo (Ap 12, 7s). Gabriel es  fuerza de Dios, que interpreta y muestra el curso de la historia (Dan 8, 16ss; 9, 21ss; 10, 10ss). Es el mensajero divino que anuncia el nacimiento de Juan Bautista y de Jesús (Lc 1, 5-19; 26-38).

Les aseguro que verán el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre, dijo Jesús a Natanael. Por la fe sabemos que los cielos están abiertos para nosotros. Sabemos también que la bondad y providencia de Dios nos envuelve y protege con sus ángeles. El futuro humano está asegurado porque el Hijo del hombre muerto en la cruz por toda la humanidad ha hecho posible que triunfemos con Él sobre el pecado; resucitado y ascendido a los cielos llevó consigo a la humanidad y en Él todos hemos resucitado. Nuestro destino es estar con Él, contemplando su rostro, y en compañía de los ángeles cantar para siempre las misericordias de Dios.

martes, 28 de septiembre de 2021

Tolerancia y respeto (Lc 9, 51-56)

P. Carlos Cardó SJ

Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, óleo sobre lienzo del Maestro de la Ventosilla (siglo XVI), Museo de Santiago y los Peregrinos, Santiago de Compostela, La Coruña, España

Cuando ya se acercaba el tiempo en que tenía que salir de este mundo, Jesús tomó la firme determinación de emprender el viaje a Jerusalén. Envió mensajeros por delante y ellos fueron a una aldea de Samaria para conseguirle alojamiento; pero los samaritanos no quisieron recibirlo, porque supieron que iba a Jerusalén. Ante esta negativa, sus discípulos Santiago y Juan le dijeron:
"Señor, ¿quieres que hagamos bajar fuego del cielo para que acabe con ellos?".
Pero Jesús se volvió hacia ellos y los reprendió. Después se fueron a otra aldea.

Con este texto comienza una parte muy significativa del evangelio de San Lucas, que corresponde al viaje de Jesús a Jerusalén (9,51-19,28).

El camino más rápido y directo de Galilea a Jerusalén atraviesa de norte a sur el centro de Palestina, que corresponde a la región de Samaría. Pero desde la división de Israel en los reinos de Judea y Samaría, los judíos trataban a los samaritanos de réprobos, herejes y cismáticos y había hostilidad e intolerancia entre los dos grupos. Por eso, al decidir Jesús pasar por esa región y enviar por delante a unos mensajeros para prepararle alojamiento en un pueblo, no los recibieron porque se dirigía a Jerusalén.

La reacción de Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, conocidos como los violentos (Boanerges) o hijos del trueno, es inmediata y concentra el odio racial, religioso y político que se tenían ambos pueblos: ¿Quieres que mandemos que baje fuego del cielo y los consuma?, proponen a Jesús. Apelan a la violencia en nombre de Dios para resolver las diferencias y problemas de la convivencia humana. Jesús reacciona como lo hizo frente al tentador en el desierto.

Su camino no coincide con las expectativas humanas de éxito y supremacía, que generan muchas veces hostilidad entre los grupos humanos. No admitió ninguna forma de violencia. Al contrario, quiso eliminarla de raíz. Él no trae un fuego que extermina a los enemigos y adversarios, sino el amor que perdona y une a las personas. El celo sin discernimiento es el principio de todas las hogueras de todos los tiempos, contradice al espíritu de Cristo y destruye su obra. Hay aquí, por tanto, una clara llamada de Jesús a la tolerancia, a la amplitud de miras y a lo que hoy llamamos el espíritu de ecumenismo.

Probablemente Lucas escribe este texto pensando en las dificultades y polémicas que surgieron en la primitiva Iglesia. Quiere exhortarnos a evitar que las diferencias se conviertan en causa de división y a que procuremos forjar la unión verdadera, que se da con el respeto a las diferencias. Jesús es el único Maestro y todos somos discípulos. Es Él quien debe crecer y no mi grupo, mi corriente, mi modo de pensar.

Apropiarse de Cristo, creer que sólo quienes piensan como nosotros lo hacen rectamente, eso suele ser causa de actitudes de intolerancia, exclusión y acepción de personas, que dañan profundamente el ser de la Iglesia. El evangelio nos cura de toda tendencia al ghetto, al círculo cerrado, a la crispación sectaria, a la postura intransigente y al gesto discriminador. Libre, por encima de todo aquello que a los hombres nos apasiona y divide en bandos, Jesús alienta en nosotros la verdadera tolerancia, que es amplitud de corazón, espíritu universal para abrazar, respetar y estimar a todos los que, aun sin pensar como yo, buscan servir con buena voluntad.

Tolerancia, amplitud de miras, respeto, diálogo, colaboración…, son pues virtudes eminentemente eclesiales, constituyen el ser íntimo de la comunidad de la Iglesia. Y no debemos olvidar que: «Sólo hay una cosa que en el plano humano puede establecer la unidad en la Iglesia: el amor, que permite al otro ser de otra manera, aunque no logre “comprenderlo”» (Karl  Rahner).

El mensaje del texto es claro y conciso. Si la norma básica de la comunidad cristiana es el amor fraterno universal, porque todos son hijos o hijas de Dios, automáticamente queda anulado todo integrismo intolerante y excluyente frente a “los otros”. El

cristiano, que rige su conducta con el mandamiento del amor, se muestra libre para reconocer y apreciar con agrado los valores y talentos que ve en los miembros de otros grupos o familias religiosas y, sobre todo, para dar gracias a Dios por el bien que hacen.

lunes, 27 de septiembre de 2021

Quién es el más importante (Lc 9, 46-50)

P. Carlos Cardó SJ

Jesús y los niños, óleo sobre lienzo de Leopold Flumeng (siglo XX), Catedral de San Pedro, Lovaina, Bélgica

Un día, surgió entre los discípulos una discusión sobre quién era el más grande de ellos. Dándose cuenta Jesús de lo que estaban discutiendo, tomó a un niño, lo puso junto a sí y les dijo: "El que reciba a este niño en mi nombre, me recibe a mí; y el que me recibe a mí, recibe también al que me ha enviado. En realidad el más pequeño entre todos ustedes, ése es el más grande".
Entonces, Juan le dijo: "Maestro, vimos a uno que estaba expulsando a los demonios en tu nombre; pero se lo prohibimos, porque no anda con nosotros".
Pero Jesús respondió: "No se lo prohíban, pues el que no está contra ustedes, está en favor de ustedes".

Los dos últimos episodios de la actividad de Jesús en Galilea que pone el evangelio de San Lucas, se centran en la enseñanza sobre el comportamiento de los discípulos entre sí y las condiciones para entrar en el reino de Dios.

Jesús habla a sus discípulos de su camino de cruz, que sólo se entiende como la culminación de una vida entregada al bien de los demás; pero sus palabras caen en el vacío porque ellos andan preocupados por saber quién es el más importante en el grupo. Entonces Jesús toma a un niño y lo pone a su lado para que sus discípulos entiendan que la grandeza a la que deben aspirar no es la que el mundo les enseña, sino la propia de la condición del niño, que representa lo más débil en la sociedad. Con él Jesús se identifica y le confiere la más alta distinción.

Hijo de Dios, enviado del Padre, no ha buscado para realizar su misión el prestigio y el poder de este mundo, sino que se ha identificado con la condición de los niños, que en la sociedad judía de entonces formaban parte de la categoría social de los sin derechos y de los que no contaban.

Por eso quiere hacerles comprender a sus discípulos que acogerlo y apreciarlo a Él implica acoger solidariamente a aquellos que constituyen el polo débil, indefenso e insignificante de la sociedad humana; este es el criterio para saber si realmente se acepta y acoge a Jesús, porque con ellos Él se identifica. Además, sin esta actitud, las relaciones dentro del grupo de los discípulos y con los demás no serán como deben ser, es decir, no serán un referente eficaz para la organización de la sociedad.  

La importancia de esta enseñanza se resalta dentro del contexto. Jesús ha venido advirtiendo a los Doce lo que le va a pasar en Jerusalén adonde se dirigen. Ha intentado hacerles ver la lógica diferente que le mueve a ver en la entrega de su vida la realización del plan de su Padre y su propia realización como salvador del mundo. Ha querido que esa lógica fuera asumida por ellos como su nuevo modo de pensar y de organizar la vida.

Pero mientras Él les habla de entrega y sacrificio, ellos siguen pensando en lo contrario, discutiendo sobre quién será el más importante del grupo. Están igual que Pedro, a quien –según Mateo y Marcos– le dijo Jesús: ¡Colócate detrás de mí, Satanás! Eres para mí un obstáculo, porque no piensas como Dios, sino como los hombres (Mt 16, 23; Mc 8,33). Esta dificultad para pasar de la manera de pensar de los hombres a la de Dios es la razón de fondo de la ceguera y falta de comprensión que mantuvieron los discípulos hasta el final respecto a la enseñanza de su Maestro. Había en ellos ambición, búsqueda de poder y deseo de protagonismo. Por eso su ofuscación frente a lo que Jesús les decía y la rivalidad que había entre ellos en el grupo.

Puso al niño junto a él, Marcos dice: lo puso en medio de ellos y lo abrazó (Mc 9,36; Cf. Mt 18, 2), como para que los discípulos fijen sus ojos en él y en quienes representa, porque viéndolos a ellos, lo verán a Él. Aquí entonces no se trata de hacerse niños para poder entrar en el reino de Dios, de lo cual hablará más tarde (Cf. Lc 18, 16; Mc 10, 14; Mt 19,13), sino de la condición para acoger verdaderamente a Jesús, que consiste en acoger al niño, a los pequeños y a los débiles: El que acoge a este niño a mí me acoge.

Finalmente, señalando directamente a lo que Él es y al origen de su misión, añade Jesús: El que me acoge a mí, acoge al que me ha enviado. Con estas palabras afirma la peculiar relación que le une a Dios como su Padre, de quien procede y de quien recibe –con plena adhesión y conformidad de su parte– el sentido y dirección de todo lo que Él dice y realiza, hasta la orientación de su vida hacia la muerte y resurrección.

Queda claro que sólo puede comprenderse el destino de cruz del Hijo del hombre si se parte de una lógica diferente en el modo de pensar la propia realización personal, las relaciones dentro de la comunidad cristiana y la organización de la sociedad. La persona logra una existencia plena de sentido en su entrega a los demás y en su acción solidaria en favor de los pequeños; la autoridad dentro de la Iglesia es servicio, no puede fundarse en cargos, prestigio y poder; la sociedad se ha de organizar no en función de los intereses particulares de grupo, sino en función de la integración y promoción de todos, en especial de los más necesitados. Eso es lo que quiere Dios y lo que enseña Jesucristo.

domingo, 26 de septiembre de 2021

Homilía del Domingo XXVI del Tiempo Ordinario - No ceder a la tentación (Mc 9,38-43.45.47.48)

P. Carlos Cardó SJ

Obras de misericordia: dar de beber al sediento, pintura al temple sobre tabla de Olivuccio di Ciccarello da Camerino (siglo XIV), Museos Vaticanos

En aquel tiempo, Juan le dijo a Jesús: "Hemos visto a uno que expulsaba a los demonios en tu nombre, y como no es de los nuestros, se lo prohibimos".
Pero Jesús le respondió: "No se lo prohíban, porque no hay ninguno que haga milagros en mi nombre, que luego sea capaz de hablar mal de mí. Todo aquel que no está contra nosotros, está a nuestro favor.
Todo aquel que les dé a beber un vaso de agua por el hecho de que son de Cristo, les aseguro que no se quedará sin recompensa. Al que sea ocasión de pecado para esta gente sencilla que cree en mí, más le valdría que le pusieran al cuello una de esas enormes piedras de molino y lo arrojaran al mar. Si tu mano te es ocasión de pecado, córtatela; pues más te vale entrar manco en la vida eterna, que ir con tus dos manos al lugar de castigo, al fuego que no se apaga. Y si tu pie te es ocasión de pecado, córtatelo; pues más te vale entrar cojo en la vida eterna, que con tus dos pies ser arrojado al lugar de castigo. Y si tu ojo te es ocasión de pecado, sácatelo; pues más te vale entrar tuerto en el Reino de Dios, que ser arrojado con tus dos ojos al lugar de castigo, donde el gusano no muere y el fuego no se apaga.

Los discípulos de Jesús vieron a uno expulsar demonios en su nombre y se lo prohibieron porque “no era de su grupo”. Querían tener la exclusiva. Este hecho se repite hoy. Hay personas que realizan obras buenas “en nombre de Jesús”, y hay personas que en vez de alegrarse de ello, las critican porque no pertenecen a su grupo. Como si el espíritu de Jesús actuara únicamente en ellos. Olvidan que es él quien debe crecer y no mi grupo, mi corriente, mi modo de pensar.

No se trata de que los demás piensen y actúen como nosotros, sino que sigan a Jesucristo y obren el bien. Creer que sólo quienes piensan como nosotros tienen la verdad y actúan correctamente, eso es la raíz de todas las intolerancias y exclusiones, que dañan profundamente el ser de la Iglesia. Por eso dice el Señor: Quien no está contra nosotros, está con nosotros.

El evangelio nos cura de toda tendencia al ghetto, al círculo cerrado, a la crispación sectaria, a la postura intransigente y al gesto discriminador. Libre de todo aquello que divide y enfrenta a las personas, Jesús alienta en nosotros la verdadera tolerancia, que es amplitud de corazón, espíritu universal para respetar y estimar a todos los que buscan servir a los hermanos. Tolerancia, amplitud de miras, respeto, diálogo, colaboración…, son pues virtudes esencialmente eclesiales. La unidad de la Iglesia sólo podrá lograrse si, movidos por el amor, permitimos al otro ser diferente, aunque no se logre “comprenderlo” y mientras no se demuestra que su proceder es erróneo.

Después de esta enseñanza, dice Jesús: Todo el que les dé a beber un vaso de agua a ustedes en razón de que siguen a Cristo, no quedará sin recompensa. La tolerancia va siempre acompañada de la magnanimidad. Hasta los más pequeños gestos de atención y acogida del prójimo, como dar un vaso de agua, son significativos, tocan personalmente al mismo Cristo.

Viene luego una frase de gran severidad sobre aquello que constituye lo contrario del amor y del servicio: el escándalo. Escándalo es toda acción, gesto o actitud que induce a otro a obrar el mal. Los pequeños y la gente sencilla creen ya en Dios, pero las acciones y conducta de los mayores pueden hacerles difícil la fe. Nada hay más grave que inducir a pecar a los débiles. La advertencia es tajante: quienes no respetan a los pequeños y se convierten en sus seductores acaban de manera desastrosa.

Pero no solamente se puede escandalizar a otros, sino que uno puede también ser escándalo para sí mismo. En este sentido, Jesús nos exhorta a examinar dónde radican las posibles ocasiones de pecado, para evitarlas. Sus expresiones: Si tu mano, tu pie o tu ojo son ocasión de escándalo…, córtatelo”, obviamente no significan mutilación; son imágenes hiperbólicas, gráficas y de gran fuerza expresiva para movernos a una opción decisiva en favor de los valores del evangelio. Esto implica modificar el uso que damos a cosas que pueden ser muy apreciadas. Toda opción implica renunciar a otras posibilidades que no pueden mantenerse junto con el bien mayor que se ha elegido. No podemos leer estas advertencias de Jesús en clave moralista y ascética. Está de por medio la alegría que motiva y orienta hacia la plena realización de nuestra persona en Dios.

sábado, 25 de septiembre de 2021

El Hijo del hombre va a ser entregado (Lc 9, 43-45)

P. Carlos Cardó SJ

El prendimiento de Jesús, fresco de Fra Angelico (1450), Convento de San Marcos, Florencia, Italia

En aquel tiempo, como todos comentaban, admirados, los prodigios que Jesús hacía, éste dijo a sus discípulos: " Métanse bien en los oídos estas palabras: el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres".
Pero ellos no entendieron estas palabras, pues un velo les ocultaba su sentido y se las volvía incomprensibles. Y tenían miedo de preguntarle acerca de este asunto.

La gente estaba admirada por todo lo que Jesús hacía. Justamente acababa de mostrar su misericordia, liberando de las potencias del mal a un pobre niño indefenso. Pero Jesús advierte que se trata de una reacción superficial de asombro y maravilla, pero no de fe. Aprovecha entonces la oportunidad para volver a hablar a sus discípulos del destino que le aguarda, de modo que no se queden como la gente, en el carácter prodigioso de sus acciones, sino que se preparen para asumir el misterio de su inminente pasión y cruz, no como una fatalidad, sino como el medio de redención escogido por Dios en su proyecto de salvación.

Por eso les dice de manera apremiante: Métanse bien en los oídos estas palabras: el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres. Es como si les dijera: Grábense bien en la memoria lo que van a oír de mí. Cumpliendo la voluntad de mi Padre, que es voluntad mía, voy a ser entregado en manos de las autoridades y de los poderosos. 

Los Doce, por su parte, no entienden nada, las palabras del Maestro les resultan totalmente oscuras. No pueden comprender cómo ese mismo Jesús cuya autoridad y poder entusiasman a la gente tiene que acabar en el nivel más bajo de la miseria humana, entregado en manos de los hombres y muerto en una cruz.

No recordaban el destino del Siervo de Yahvé predicho por el profeta Isaías: Se entregó a la muerte y compartió la suerte de los pecadores…, por eso le daré un puesto de honor (Is 53,12). Así como Pedro, Santiago y Juan no entendieron la revelación de la gloria del Señor en el monte de la transfiguración, ninguno de los del grupo logra entender el anuncio que les hace, y hasta tienen miedo de pedirle explicaciones. Quizá empiezan a imaginar que ellos mismos podrían verse implicados en su destino trágico. Habrá que esperar a la resurrección para que una nueva luz ilumine sus mentes y les haga comprender esas palabras. Sin la resurrección, la cruz es escándalo y necedad, una realidad incomprensible y rechazable. Sólo la intervención de Dios puede cambiar la muerte en vida.

Como los Doce, también nosotros nos revolvemos contra el sufrimiento y la cruz en cualquiera de las formas que nos puedan venir. Es un instinto natural. Por eso nos cuesta entender la necesidad de la redención por el dolor, que Jesús afirma con sus palabras: El Hijo del Hombre debe padecer mucho, ser rechazado por los ancianos, los principales sacerdotes y los escribas, ser muerto… (Lc 9, 22). Es necesario que el Hijo del hombre sea entregado en manos de los pecadores, que sea crucificado… (Lc 24, 7).

Sólo un supremo acto de confianza en Dios, un abandono en manos de Aquel que puede hacer lo que a los hombres es imposible, crea en nosotros la aceptación de un misterio así y la luz puede disipar nuestras dudas. Este acto de absoluta confianza fue lo que permitió al hombre Jesús de Nazaret darle a sus padecimientos y a su muerte tan cruenta el carácter y sentido de entrega extremada que le llevó a gritar: ¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu! ¡Todo se ha cumplido!

Fiado como Él en el poder salvador de Dios, podemos también nosotros observar que es precisamente en la cruz donde más se demuestra que Dios es gracia y misericordia. Cualquier otra intervención y prodigio que Dios hiciese por mí no me demostraría más el amor que me tiene. Podría, quizá, demostrarme su poder, pero eso no cambiaría mucho la idea que de Él nos hacemos. En cambio, su impotencia y debilidad en la cruz, la cercanía en que ella le pone respecto a nosotros hasta hacerle tocar y experimentar el mal que padezco (cualquiera que sea), su solidaridad conmigo hasta la muerte, quita de mi mente todo engaño: Dios es amor y me ama a mí, pecador.  Es lo que me libra del temor a la muerte. Puedo vivir y morir en paz. Ya nunca estaré solo.

Si a ejemplo del Señor puedo llenar de amor el vacío del mal, la pasividad negativa de la enfermedad y del dolor y el sinsentido de la muerte, Él me revelará su presencia junto a mí y me hará oír su voz que me dice: Me he entregado a la muerte por ti. Tú estabas fuera de mí, pero he venido hasta la cruz para estar contigo y tú conmigo, en una comunión tan íntima, que ya nada podrá romper.

viernes, 24 de septiembre de 2021

Declaración de Pedro (Lc 9, 18-22)

P. Carlos Cardó SJ

San Pedro, icono del siglo VI, de autor anónimo, Monasterio de Santa Catalina, Monte Sinaí, Egipto

Un día en que Jesús, acompañado de sus discípulos, había ido a un lugar solitario para orar, les preguntó: "¿Quién dice la gente que soy yo?".
Ellos contestaron: "Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que Elías; y otros, que alguno de los antiguos profetas, que ha resucitado".

Él les dijo: "Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?".
Respondió Pedro: "El Mesías de Dios".
Entonces Jesús les ordenó severamente que no lo dijeran a nadie. Después les dijo: "Es necesario que el Hijo del hombre sufra mucho, que sea rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, que sea entregado a la muerte y que resucite al tercer día"
.

Este texto de Lucas viene a continuación del milagro de la multiplicación de los panes (9,10-17). Jesús inicia su camino a Jerusalén donde va a ser entregado. En este contexto, dice Lucas que Jesús se hallaba un día haciendo oración a solas cuando sus apóstoles se le acercaron. Él aprovecha la ocasión para prepararlos a lo que vendrá, dado que son los que han de continuar su obra. Por eso les pregunta:

¿Quién dice la gente que soy yo? Ellos responden refiriendo las distintas opiniones de la gente. Unos, impresionados por la vida austera y la muerte del precursor de Jesús, dicen que es Juan Bautista que ha resucitado. Otros creen que se trata de Elías, que ha vuelto a la tierra para consagrar al Mesías (Mal 3, 23-24; Eclo 48, 10) y preparar la llegada del Reino de  Dios (Mt 11, 14; Mc 9,11-12; cf. Mt 17, 10-11). Otros, en fin, identifican a Jesús con un profeta, sin mayor concreción.

También hoy, si hiciéramos la misma pregunta, la gente daría muchas respuestas y seguramente todas muy positivas. Es un hecho incuestionable que Jesús sigue atrayendo con su personalidad, su mensaje y su obra. Jesús, generalmente, es admirado y amado. Es verdad que muchos no saben nada de Él, o tienen una imagen muy superficial. Pero si han escuchado sus enseñanzas y conocido sus acciones en favor de la humanidad, seguramente serían capaces de admirarlo y seguirlo.

Después de oír su respuesta, Jesús hace a sus discípulos otra pregunta: Y según ustedes, ¿quién soy yo? Entonces Pedro, tomando la palabra, le contesta: Tú eres el Mesías (en griego, Cristo). Pedro declara que Jesús es el Salvador enviado por Dios al mundo. Su declaración nos invita a responder quién es Jesús para nosotros, como si la pregunta de Jesús nos fuera dirigida a nosotros, aquí y ahora: “¿Quién soy yo para ti?”. ¿Cómo es mi relación con Jesús? ¿Qué es para mí seguir a Cristo? ¿Una ideología, una doctrina, una moral? ¿O es realmente una relación personal con Alguien, a quien amamos y queremos amar como Él nos ama?

Jesús, después de ordenar a los discípulos que no hablaran de Él porque la gente tenía una idea muy distinta de lo que había de ser el Mesías, empezó a enseñarles que tenía que sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, los jefes de los sacerdotes y los maestros de la ley, que lo matarían y al tercer día resucitaría. Habló de esto con claridad, haciendo ver que su misión era la del Mesías Siervo, que no se acredita con un triunfo según el mundo sino asumiendo el dolor y la culpa de sus hermanos. Con ello Jesús aceptaba como propia la voluntad de su Padre que ama tanto al mundo hasta entregar a su Hijo. Con ello demostraba que no hay mayor amor que el que da su vida por sus amigos.

jueves, 23 de septiembre de 2021

Asombro de Herodes (Lc 9,7-9)

P. Carlos Cardó SJ

Herodes Antipas, acuarela opaca sobre grafito en papel tejido gris de James Tissot (entre 1886 y 1894), Museo de Brooklyn, Nueva York

En aquel tiempo, el rey Herodes se enteró de todos los prodigios que Jesús hacía y no sabía a qué atenerse, porque unos decían que Juan había resucitado; otros, que había regresado Elías, y otros, que había vuelto a la vida uno de los antiguos profetas.
Pero Herodes decía: "A Juan yo lo mandé decapitar. ¿Quién será, pues, éste del que oigo semejantes cosas?". Y tenía curiosidad de ver a Jesús.

El texto trata de la identidad de Jesús. Comienza con la palabra “escuchar” y termina con “ver”, los dos verbos de la experiencia de fe. La pregunta de Herodes: ¿Quién es éste de quien oigo semejantes cosas?, recuerda la que los discípulos se plantearon al ver que Jesús, con su palabra, calmó la tempestad (Lc 8,25: ¿ Quién es éste que manda incluso a los vientos y al agua, y lo obedecen?), y prepara la que Jesús hará a sus discípulos: ¿quién dice la gente que soy yo? (9, 18). Se alude también a lo que la gente pensaba de Jesús: que podía ser Juan Bautista vuelto a la vida, o Elías, cuya venida se esperaba para el final de los tiempos como preparación inmediata del día del Señor, o podía ser también alguno de los profetas antiguos.

En el caso de Herodes, él es quien se hace la pregunta, pero sin querer realmente saber la respuesta. Gente como él no busca la verdad, está ya determinada por sus propios prejuicios, intereses y miedos. El “rey” Herodes –que era un tetrarca; rey había sido su padre– había oído todo lo que estaba sucediendo y no sabía qué pensar de Jesús, es decir, estaba perplejo. Esta observación psicológica que hace el evangelista Lucas permite suponer que lo que más le preocupa a Herodes son los comentarios de la gente que el cruel asesinato que ha cometido y que reconoce diciendo: A Juan lo mandé yo decapitar; entonces, ¿quién es éste, de quien oigo tales cosas?

Intenta salir de su perplejidad con los grandes deseos de ver a Jesús, pero son una pura veleidad porque lo que quiere, en realidad, es presenciar un espectáculo, ver cómo es ese nazareno de quien ha oído que obra prodigios. Había oído, sí,  y el oír es el principio de la fe, ya que creemos porque hemos oído; la fe se transmite, pero él es incapaz de alcanzar la verdad.

El modo de vivir favorece o impide la recepción de la verdad. Y él es de los que oprimen la verdad con la injusticia (Rom 1, 18). El adulterio, la prepotencia, la violencia que reinan en el mundo, y que están simbolizados en Herodes, impiden acoger el mensaje. Por eso, este rey adúltero y sanguinario, que encarcela y mata al profeta, se hace símbolo también del pueblo de Israel, que encarcela y mata a los profetas que le hablan de conversión.

Herodes, por más que escuche lo que se dice de Jesús e intente verlo, lo único que hará finalmente es procurar matarlo. Quien obra el mal siente como una amenaza las palabras de quien lo corrige. Y al no hallar razones, quiere acabar con él, pensando que así quedará tranquilo. El texto instruye sobre la manera como se hace imposible el conocimiento del Señor: a pesar de escuchar y de ver, no se reconoce el misterio cuando no se acepta la voz que invita a la conversión y se intenta sofocarla.

miércoles, 22 de septiembre de 2021

Envío de los Doce (Lc 9, 1-6)

P. Carlos Cardó SJ

Vayan y prediquen, vitral de la catedral de San Patricio, El Paso, Texas, Estados Unidos

En aquel tiempo, Jesús reunió a los Doce y les dio poder y autoridad para expulsar toda clase de demonios y para curar enfermedades. Luego los envió a predicar el Reino de Dios y a curar a los enfermos.
Y les dijo: "No lleven nada para el camino: ni bastón, ni morral, ni comida, ni dinero, ni dos túnicas. Quédense en la casa donde se alojen, hasta que se vayan de aquel sitio. Y si en algún pueblo no los reciben, salgan de ahí y sacúdanse el polvo de los pies en señal de acusación".
Ellos se pusieron en camino y fueron de pueblo en pueblo, predicando el Evangelio y curando en todas partes.

No se puede seguir a Jesús  y escuchar su llamamiento si no se está dispuesto a colaborar con Él en su obra. Los discípulos están llamados a realizar la misma misión de su Maestro y a continuarla en la historia. La Iglesia existe para evangelizar: anunciar con hechos y palabras la presencia del amor salvador de Dios.

Ya Jesús había dicho a sus discípulos que a ellos se les había concedido el privilegio de conocer los secretos del reino de Dios (Lc 8,10) y que no hay nada oculto que no deba manifestarse (Lc 8,17). Ahora les da poder y autoridad para proclamar el reino y para ayudar a la gente en sus necesidades, tanto físicas como mentales. Se ve claramente lo que Jesús pretendía al escoger a los doce: hacerlos participar de su propia misión.

No los envía a exponer una vasta y compleja doctrina, sino a transmitir una forma de vida: reproducir el modo de ser del Maestro, que manifiesta el reino. Por eso, sus instrucciones no dicen lo que tendrán que decir, sino cómo deben presentarse para reproducir su estilo.

La orden que Jesús les da: No lleven nada para el camino, significa que no pueden poner como valor central de su vida los bienes materiales. Éstos son medios y deberán usarlos o dejarlos cuanto convenga. Si se olvida esto, los bienes en vez de ayudar a la misión evangelizadora, la estorban y desvían.

El lucro pervierte al discípulo. La gratuidad, en cambio, hace patente la acción de lo alto. Los discípulos se unen con Jesús compartiendo su vida pobre y su confianza en el Padre providente. Nada debe distraerlos de la misión. El no llevar bastón ni morral, ni pan ni dinero, ni dos túnicas podría parecer una actitud ascética de desprendimiento, pero es más que eso, es confianza en el amor providente de Dios para que la propia vida y el éxito de la tarea evangelizadora no dependa de los medios materiales sino de Dios, de quien provienen todos los bienes y es quien realiza en definitiva la obra de su reino.

Con esa libertad frente a todas las cosas, los apóstoles deberán aceptar la hospitalidad que les brinden y mostrarse agradecidos y contentos, sin estar pensando dónde podrían estar más cómodos. La acogida vale más que la comodidad y la casa siempre es importante para la puesta en práctica de la misión. En ella se crean lazos afectivos y se construye la fraternidad, que es signo del reino. Jesús no tenía dónde reclinar la cabeza, pero aceptaba de buen grado alojarse en la casa que lo recibía, aprovechándola para anunciar desde allí la buena noticia y educar a los discípulos en profundidad.

Pero así como deben aceptar la hospitalidad, deben también estar preparados al rechazo.  

Jesús respeta la libertad. No se puede obligar a nadie a aceptar el mensaje del evangelio. Éste sólo se acepta por el testimonio personal de quien lo anuncia y por el poder de la palabra misma que toca el corazón y promueve convencimiento interior.

Habrá quienes no acepten; éstos contraerán una culpa que sólo Dios conoce. Frente a esto, la reacción del apóstol ha de ser tajante: sacúdanse el polvo de los pies. Se trata de una acción simbólica, profética, que expresa corte, separación clara y definida de todo lo que va asociado a esa ciudad y, a la vez, testimonio contra ellos, es decir, prueba de que esa ciudad ha rechazado la buena noticia que se le ha anunciado. Lo que pase con esa ciudad, si se retracta o mantiene su rechazo del evangelio, eso ya no dependerá de los apóstoles.

Fue lo que hizo Pablo en Corinto: procuró con todos sus medios convencer a los judíos de que Jesús era el Mesías, pero como ellos se oponían y no dejaban de insultarlo, sacudió su ropa en señal de protesta y les dijo: Ustedes son los responsables de cuando les suceda. Mi conciencia está limpia. En adelante, pues, me dedicaré a los paganos (Hech 18, 5s). No obstante, siempre cabe esperar el tiempo propicio que el Señor dispondrá para que se conviertan porque, como dice el apóstol Pedro: No es que el Señor se retrase en cumplir su promesa (del retorno) como algunos creen, sino que simplemente tiene paciencia con ustedes, porque no quiere que nadie se pierda sino que todos se conviertan (2 Pe 3, 9).

Los apóstoles partieron y fueron recorriendo los pueblos, anunciando la buena noticia y sanando enfermos por todas partes. Todos recibimos este encargo dado a los Doce de proclamar el reino, liberar a la sociedad de los poderes demoníacos y curar las enfermedades. Los valores del evangelio y la fuerza eficaz que Jesús transmite a los que continúan su obra hacen posible la construcción de un mundo más humano. El cristiano cree en la eficacia del bien y en las posibilidades de mejorar la calidad de la vida humana en todo orden; por eso apoya todo lo que se emprende en esa dirección porque por allí viene a nosotros el reino de Dios.

martes, 21 de septiembre de 2021

Vocación de Mateo y comida con pecadores (Mt 9, 9-13)

 P. Carlos Cardó SJ

Llamamiento de San Mateo, óleo sobre lienzo de Marinus van Reymerswale (entre 1530 – 1540), Museo de Juan Pablo II, Varsovia, Polonia

En aquel tiempo, Jesús vio a un hombre llamado Mateo, sentado a su mesa de recaudador de impuestos, y le dijo: "Sígueme".
Él se levantó y lo siguió. Después, cuando estaba a la mesa en casa de Mateo, muchos publicanos y pecadores se sentaron también a comer con Jesús y sus discípulos. Viendo esto, los fariseos preguntaron a los discípulos: "¿Por qué su Maestro come con publicanos y pecadores?".
Jesús los oyó y les dijo: "No son los sanos los que necesitan de médico, sino los enfermos. Vayan, pues, y aprendan lo que significa: Yo quiero misericordia y no sacrificios. Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores".

Tres temas importantes de la tradición cristiana aparecen unidos en un solo relato: el llamamiento de Mateo publicano (llamado Leví en Mc 9,14 y en Lc 5,27), la comida de Jesús con gente de mal vivir, y la frase que sintetiza la misión para la que ha sido enviado: No he venido a llamar a los justos sino a los pecadores.

Mateo (o Leví) ejercía un oficio despreciable: era cobrador de los impuestos (sobre el suelo y per capita) que los romanos obligaban a pagar a los pueblos dominados. Los funcionarios del Estado encargados de ello solían arrendar sus mesas al mejor postor y, generalmente eran los publicanos los que las obtenían por las ganancias que les reportaban. Se valían de artimañas para explotar al público, alteraban las tarifas oficiales, adelantaban el dinero a quienes no podían pagar, para después cobrárselo con usura. Por eso, pero sobre todo porque colaboraban con los romanos, eran tenidos por traidores y ladrones, no poseían derechos civiles entre los judíos y la gente los evitaba.

Jesús ve las cosas de otra manera, Él trae consigo la misericordia que extrae el bien de todas las formas de mal y regenera al que no tiene quien le ayude a cambiar. Pasa delante de Mateo, lo ve y le dice: Sígueme, sin más, sin siquiera esperar su cambio de profesión y, sobre todo, la reparación que debía hacer y consistía en restituir la cantidad defraudada, aumentada en una quinta parte. Pero ¿cómo puede saber Mateo a quién ha robado todo? Ciertamente ni él ni los allí presentes se lo esperaban. Y por eso, sin más trámite, se levantó y lo siguió; es decir, inició un camino de transformación que hará de él una persona nueva.

A continuación Jesús realizó un gesto público que debió resultar tanto o más chocante porque al no dudar en irse a comer con Mateo y permitir que tomaran parte también en la mesa muchos recaudadores de impuestos y pecadores públicos, estaba realizando una acción atrevida, provocadora desde el punto de vista religioso.

Era un signo profético, con el que Jesús venía a declarar que la comunión de mesa del banquete del reino de los cielos no estaba reservada únicamente a los justos cumplidores de la ley y miembros de la raza escogida, sino que está abierta también a los excluidos, a los despreciados, a los no practicantes, incluso a los traidores porque el Dios que obra en Jesús a nadie excluye, y está dispuesto a perdonar a quienes más necesitan de su misericordia. Ellos son los primeros receptores de su amor, que transforma sus vidas y los hace personas nuevas.

En consecuencia, en la comunidad cristiana no puede haber discriminaciones ni exclusiones. La frase de Jesús condensa la manera como Él ve su misión recibida del Padre y hace tomar conciencia a los cristianos de que ellos, los primeros, son los pecadores que han sido tocados por la misericordia de Dios y han sido llamados a su servicio. No he venido a llamar a los justos sino a los pecadores. Es un tema central en la predicación de Jesús y se puede ver en sus parábolas del hijo pródigo, de los viñadores homicidas, de los invitados a las bodas...

Cada miembro de la comunidad cristiana puede verse en Mateo, o entre los pecadores invitados a la mesa de Jesús. Cada uno puede sentirse objeto de misericordia, acogido a la mesa. También puede sentirse llamado a aprender qué quiere decir: misericordia quiero y no sacrificios. Lo que espera Dios de nosotros son gestos solidaridad y misericordia, más que actos religiosos externos. Jesús da ejemplo, poniéndose a la mesa con pecadores, cumple la voluntad divina de buscar a esa gente y ofrecer a todos la posibilidad de rehabilitarse.

Y esto es lo más importante del pasaje evangélico: la nueva imagen y experiencia de Dios que Jesús revela y transmite en contraposición con la idea de Dios discriminador que transmitían los rabinos fariseos. Jesús revela a un Dios que muestra su grandeza y su amor salvador como misericordia, no quiere que nadie se pierda y a todos acoge porque es padre.

Jesús aparece no sólo como maestro de misericordia sino como encarnación misma del amor misericordioso que es la esencia de Dios. Su comunidad, por tanto, no puede ser otra cosa que un espacio acogedor y fraterno en el que se refleje el rostro del Dios de Jesús.