P. Carlos Cardó SJ
Otro sábado Jesús había entrado en la sinagoga y enseñaba. Había allí un hombre que tenía paralizada la mano derecha. Los maestros de la Ley y los fariseos espiaban a Jesús para ver si hacía una curación en día sábado, y encontrar así motivo para acusarlo. Pero Jesús, que conocía sus pensamientos, dijo al hombre que tenía la mano paralizada: «Levántate y ponte ahí en medio».
El se levantó y permaneció de pie. Entonces Jesús les dijo: «A ustedes les pregunto: ¿Qué permite hacer la Ley en día sábado: hacer el bien o hacer daño, salvar una vida o destruirla?».
Paseando entonces su mirada sobre todos ellos, dijo al hombre: «Extiende tu mano».
Lo hizo, y su mano quedó sana. Pero ellos se llenaron de rabia y comenzaron a discutir entre sí qué podrían hacer contra Jesús.
Otra curación en día sábado. Se insiste en el tema porque el culto
del sábado (y en particular la observancia del precepto del descanso sabático)
era central en la religión y espiritualidad judía. Hacía presente el tiempo de
la creación, y el tiempo del encuentro de Dios con su pueblo, salvando,
liberando; y del encuentro del pueblo con Él, orando, meditando su palabra,
dedicándose a la familia y a las obras buenas. Pero el respeto al sábado se había
convertido en un mero precepto legal y, en vez de dar vida, lo usaban los
fariseos y autoridades religiosas para oprimir a la gente.
Otro elemento del relato es la sinagoga, la casa de oración. Después
de la destrucción del templo de Jerusalén por los babilonios, la sinagoga pasó
a ser el lugar ordinario del culto y también el centro de la vida religiosa y
social de los pueblos y ciudades judías. En ella escuchaban y meditaban la ley,
expresaban y consolidaban los vínculos de mutua pertenencia y se mantenía la unidad
del pueblo. Pero en tiempos de Jesús, no todos recibían igual trato en las
sinagogas, muchos eran excluidos, y la ley era interpretada de manera rigorista
por los rabinos fariseos. Jesús congrega, convoca a todos, incluso a publicanos
y pecadores; interpreta la ley y la enseñanza de los profetas como quien
realiza y perfecciona lo que ellas contienen.
Todo esto –el significado del sábado y de la sinagoga– gravita
sobre el episodio que narra el evangelio: Otro
sábado entró en la sinagoga y se puso a enseñar. Había allí un hombre que tenía
atrofiada su mano derecha. Incapacitado de poder moverla, no puede obrar
con libertad, es su mayor carencia.
Los escribas y fariseos acechaban a Jesus para ver si curaba en
sábado. No advierten ni reconocen que ellos, en vez de liberar y sanar, atan
las manos de la gente, las oprimen y las incapacitan con la ley sin espíritu. Pero
Jesús, conociendo sus pensamientos, dijo al hombre de la mano atrofiada: Levántate y ponte en medio. El verbo levantarse es el que se emplea para
describir la resurrección. Aplicado al enfermo es como si le dijera: Levántate, vas a adquirir una vida nueva.
Y ponte en medio, es decir, en el
centro de la asamblea. El centro es el lugar en que deben estar los pobres en
la nueva comunidad que Jesús funda; ellos han de ser el foco de la atención. Y
la razón es que el pobre es el centro de la misericordia del Padre. Por eso, si
uno se hace pequeño y pobre, cercano a los pobres de este mundo, siempre estará
en el centro del interés de Dios.
Si antes, en el pasaje de los discípulos que arrancaban espigas,
Jesús declaró que las normas, incluso la del descanso sabático, que se
consideraba como de origen divino, tienen que ceder ante las necesidades más
perentorias, ahora hace ver que el precepto debe también ceder ante la obra de
misericordia que va a realizar en ayuda de un pobre desvalido que, aunque no se
encuentra en una situación desesperada, necesita que se le devuelva a su mano
atrofiada toda su vitalidad. Y por tratarse de la mano derecha, que se emplea
para el trabajo, se trata de devolverle al hombre su libertad de valerse por
sus medios.
La pregunta que hace Jesús a los que lo critican: ¿Qué está permitido en sábado, hacer el bien
o el mal? ¿Salvar una vida o destruirla?, declara firmemente que la
misericordia está por encima del cumplimiento literal de las normas y que se
debe tener libertad de actuación cuando se trata de hacer el bien a la gente o
de salvar una vida.
Entonces Jesús, mirándolos a todos, dice Lucas –echándoles en torno una mirada de ira,
dolido de la dureza de su corazón, dice Marcos (Mc 3,5) –, dijo al hombre de la mano atrofiada: Extiende la mano. El hombre lo hizo y su
mano quedó curada. La palabra que lo cura, le devuelve la libertad. Y así,
descrita de manera escueta, la curación da relieve a la declaración hecha por
Jesús e ilustra claramente en qué consiste el ministerio del amor
misericordioso, que ha de ser central en la vida de su Iglesia.
El final de la narración es dramático porque se desencadena allí
el clima de hostilidad contra Jesús, que irá creciendo a lo largo de su vida
pública. Los fariseos y escribas, fuera
de sí de rabia, discutían qué podían hacer contra Jesús.
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