P. Carlos Cardó SJ
Vayan y prediquen, vitral de la catedral de San
Patricio, El Paso, Texas, Estados Unidos
En aquel tiempo, Jesús reunió a los Doce y les dio poder y autoridad para expulsar toda clase de demonios y para curar enfermedades. Luego los envió a predicar el Reino de Dios y a curar a los enfermos.
Y les dijo: "No lleven nada para el camino: ni bastón, ni morral, ni comida, ni dinero, ni dos túnicas. Quédense en la casa donde se alojen, hasta que se vayan de aquel sitio. Y si en algún pueblo no los reciben, salgan de ahí y sacúdanse el polvo de los pies en señal de acusación".
Ellos se pusieron en camino y fueron de pueblo en pueblo, predicando el Evangelio y curando en todas partes.
No
se puede seguir a Jesús y escuchar su llamamiento
si no se está dispuesto a colaborar con Él en su obra. Los discípulos están
llamados a realizar la misma misión de su Maestro y a continuarla en la
historia. La Iglesia existe para evangelizar: anunciar con hechos y palabras la presencia del amor salvador de
Dios.
Ya
Jesús había dicho a sus discípulos que a ellos se les había concedido el
privilegio de conocer los secretos del reino
de Dios (Lc 8,10) y que no hay nada oculto
que no deba manifestarse (Lc 8,17). Ahora les da poder y autoridad para
proclamar el reino y para ayudar a la gente en sus necesidades, tanto físicas
como mentales. Se ve claramente lo que Jesús pretendía al escoger a los doce:
hacerlos participar de su propia misión.
No
los envía a exponer una vasta y compleja doctrina, sino a transmitir una forma
de vida: reproducir el modo de ser del Maestro, que manifiesta el reino. Por
eso, sus instrucciones no dicen lo que tendrán que decir, sino cómo deben presentarse
para reproducir su estilo.
La
orden que Jesús les da: No lleven nada
para el camino, significa que no pueden poner como valor central de su vida
los bienes materiales. Éstos son medios y deberán usarlos o dejarlos cuanto
convenga. Si se olvida esto, los bienes en vez de ayudar a la misión
evangelizadora, la estorban y desvían.
El
lucro pervierte al discípulo. La gratuidad, en cambio, hace patente la acción
de lo alto. Los discípulos se unen con Jesús compartiendo su vida pobre y su
confianza en el Padre providente. Nada debe distraerlos de la misión. El no
llevar bastón ni morral, ni pan ni dinero, ni dos túnicas podría parecer una
actitud ascética de desprendimiento, pero es más que eso, es confianza en el
amor providente de Dios para que la propia vida y el éxito de la tarea
evangelizadora no dependa de los medios materiales sino de Dios, de quien
provienen todos los bienes y es quien realiza en definitiva la obra de su
reino.
Con
esa libertad frente a todas las cosas, los apóstoles deberán aceptar la
hospitalidad que les brinden y mostrarse agradecidos y contentos, sin estar
pensando dónde podrían estar más cómodos. La acogida vale más que la comodidad
y la casa siempre es importante para la puesta en práctica de la misión. En ella
se crean lazos afectivos y se construye la fraternidad, que es signo del reino.
Jesús no tenía dónde reclinar la cabeza, pero aceptaba de buen grado alojarse
en la casa que lo recibía, aprovechándola para anunciar desde allí la buena
noticia y educar a los
discípulos en profundidad.
Pero
así como deben aceptar la hospitalidad, deben también estar preparados al
rechazo.
Jesús
respeta la libertad. No se puede obligar a nadie a aceptar el mensaje del evangelio.
Éste sólo se acepta por el testimonio personal de quien lo anuncia y por el
poder de la palabra misma que toca el corazón y promueve convencimiento
interior.
Habrá
quienes no acepten; éstos contraerán una culpa que sólo Dios conoce. Frente a
esto, la reacción del apóstol ha de ser tajante: sacúdanse el polvo de los pies. Se trata de una acción simbólica,
profética, que expresa corte, separación clara y definida de todo lo que va
asociado a esa ciudad y, a la vez, testimonio
contra ellos, es decir, prueba de que esa ciudad ha rechazado la buena
noticia que se le ha anunciado. Lo que pase con esa ciudad, si se retracta o
mantiene su rechazo del evangelio, eso ya no dependerá de los apóstoles.
Fue
lo que hizo Pablo en Corinto: procuró con todos sus medios convencer a los
judíos de que Jesús era el Mesías, pero
como ellos se oponían y no dejaban de
insultarlo, sacudió su ropa en señal de protesta y les dijo: Ustedes son los
responsables de cuando les suceda. Mi conciencia está limpia. En adelante,
pues, me dedicaré a los paganos (Hech 18, 5s). No obstante, siempre cabe
esperar el tiempo propicio que el Señor dispondrá para que se conviertan
porque, como dice el apóstol Pedro: No es
que el Señor se retrase en cumplir su promesa (del retorno) como algunos creen, sino que simplemente
tiene paciencia con ustedes, porque no quiere que nadie se pierda sino que
todos se conviertan (2 Pe 3, 9).
Los apóstoles partieron
y fueron recorriendo los pueblos, anunciando la buena noticia y sanando
enfermos por todas partes. Todos recibimos este encargo dado
a los Doce de proclamar el reino, liberar a la sociedad de los poderes
demoníacos y curar las enfermedades. Los valores del evangelio y la fuerza
eficaz que Jesús transmite a los que continúan su obra hacen posible la
construcción de un mundo más humano. El cristiano cree en la eficacia del bien
y en las posibilidades de mejorar la calidad de la vida humana en todo orden;
por eso apoya todo lo que se emprende en esa dirección porque por allí viene a
nosotros el reino de Dios.
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