P. Carlos Cardó, SJ
Una vez que Jesús caminaba por la ribera del mar de Galilea, vio a dos
hermanos, Simón, llamado después Pedro, y Andrés, los cuales estaban echando
las redes al mar, porque eran pescadores. Jesús les dijo: "Síganme y los
haré pescadores de hombres". Ellos inmediatamente dejaron las redes y lo
siguieron. Pasando más adelante, vio a otros dos hermanos, Santiago y Juan,
hijos de Zebedeo, que estaban con su padre en la barca, remendando las redes, y
los llamó también. Ellos, dejando enseguida la barca y a su padre, lo
siguieron.
Según
el evangelio de Mateo, lo primero que hace Jesús en su actividad pública,
después de ser bautizado por Juan y ser tentado en el desierto, es llamar,
formar un grupo de discípulos. Caminando Jesús por la orilla del mar de
Galilea, vio a dos hermanos, Simón llamado Pedro, y Andrés… y les dijo: Vengan
conmigo… Es una invitación personal la que nos hace en la persona de esos
pescadores de Galilea. Cuenta con nosotros.
La
vida cristiana es la respuesta a esta invitación. Seguirlo significa
convertirse, volverse a Dios, vivir conforme a los valores de su Reino. Seguirlo
es también vivir con Él en comunión de vida: una forma de ser, un solo sentir y
pensar. Es identificación con Él. No nos llama ante todo para aprender una
doctrina o llevar a cabo un programa de acción. Nos llama para establecer una
relación personal con Él. Nos hace sentir que Él nos ha amado primero y que
cuenta con nosotros.
Es
amor personal lo que le debemos, no un gusto o interés, ni una pasión de orden
intelectual, o una admiración estética, o un entusiasmo de orden
político-social; todo eso vendrá a consecuencia y según la capacidad de cada
uno. Lo que despierta Jesús en quien lo sigue es una relación mucho más
profunda y total: se le entrega no sólo la cabeza y la sensibilidad, sino el
corazón, el fondo del alma.
Y no
nos imaginemos cosas extraordinarias. La llamada de Jesús se siente en la
cotidianidad, por profana que sea: llamó a Simón y a su hermano Andrés cuando
estaban pescando; llamó a Mateo cuando detrás de su mesa de cambista juntaba y
contaba plata. Incluso podemos estar haciendo cosas que van contra Cristo y
contra los cristianos, como hacía Saulo. Hagamos lo que hagamos, la luz se abre
camino y brilla en nuestro interior, desvelando nuestra verdad más profunda. Vente
conmigo, me dice.
Y
ellos, dejadas sus redes, lo siguieron. Lo
dejaron todo. Jesús pasó a ser lo más importante en sus vidas, el valor supremo
frente al cual todo resulta relativo.