Lunes 28 noviembre 2016
P. Carlos Cardó, SJ
Al entrar en Cafarnaúm, un centurión se le acercó y le suplicó: "Señor, mi criado está en casa, acostado con parálisis, y sufre terriblemente". Jesús le contestó: "Yo iré a sanarlo". Pero el oficial le replicó: "Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa; con que digas una sola palabra, mi criado quedará sano. Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes; cuando le digo a uno: ‘ve, él va; al otro: `¡Ven!’, y viene; a mi criado: `¡Haz esto!’, y lo hace". Al oír aquellas palabras, se admiró Jesús y dijo a los que lo seguían: "Yo les aseguro que en ningún israelita he hallado una fe tan grande. Les aseguro que muchos vendrán de oriente y de occidente y se sentarán con Abraham, Isaac y Jacob en el Reino de los cielos".
El
protagonista del relato es un centurión romano de la guarnición de Cafarnaúm.
En la versión de Lucas (7, 1-10) y de Juan (4, 43-54) es un funcionario del rey
Herodes Antipas. En todo caso se trata de una persona importante que goza de
buena posición social y económica, pero un criado suyo, al que aprecia mucho,
ha contraído una extraña enfermedad que le ha dejado paralítico y le hace
sufrir mucho. Ha hecho lo posible por curarlo pero ha sido inútil. Recuerda
entonces lo que se dice de Jesús en Cafarnaúm: que obra signos y prodigios en
favor de los enfermos y de los que sufren. Piensa que Dios actúa en él y decide
buscarlo. Pero advierte naturalmente que no es judío, más aún es un representante
de las tropas romanas de ocupación. ¿Le querrá atender Jesús?
El
centurión depone toda actitud de superioridad, no puede exhibir nada a su
favor, se siente desesperado. Tiene que expresar su ruego con humildad y poner
toda su confianza en Jesús. La fe ha actuado en él, en un extranjero, soldado
del enemigo más odiado por la gente, y ha despertado en él tal confianza que
antes de que Jesús se ponga en marcha para hacer lo que le pide, proclama sin
vacilación: Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero basta que
digas una sola palabra y mi criado quedará sano.
Jesús
queda admirado de la actitud del centurión y lo propone a los judíos como
modelo de fe: “Les aseguro que jamás he encontrado en Israel tanta fe”. Afirma
así que todos, judíos y extranjeros, están llamados a experimentar el amor
salvador de Dios. Como Abraham que era un extranjero y, sin ver, creyó en la
palabra de Dios y fue constituido padre de todos los creyentes, así también el
centurión pagano, sin ver, cree en el poder divino de Jesús, y viene a ser
modelo de la fe que hace extensiva a todas las familias de la tierra la
bendición de Abraham.
Sea
cual sea nuestra condición o el estado en que estemos, cabe siempre la certeza
de que el Señor oirá nuestra petición. “Pidan y se les dará”. Y hay que dejar a
Dios enteramente el curso de los acontecimientos. El verdadero creyente no
necesita signos y prodigios para tener la certeza del amor del Señor; cree en
su amor por la Palabra que refiere lo que él ha hecho por nosotros, y eso le
basta. La confianza es base de la fe y del amor. No exige demostraciones para
verificar la credibilidad del otro. Cuando se exigen pruebas para poder creer
en él y serle fiel, simplemente se le ha dejado ya de amar.
Dios
nos ha mostrado su amor en la entrega de su Hijo y Jesucristo atestigua su
credibilidad con la absoluta coherencia de su mensaje y de su conducta, y sobre
todo con la entrega de su persona. “No hay mayor amor que quien da la vida por
sus amigos” (Jn 15,13).
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