sábado, 27 de abril de 2024

Vayan por todo el mundo (Mt 28, 16-20)

 P. Carlos Cardó SJ 

La ascensión de Cristo, óleo sobre tabla de Benvenuto Tisi da Garofalo (1510-20), Galería Nacional de Arte Antiguo, Roma

"Los once discípulos partieron para Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Cuando vieron a Jesús, se postraron ante él, aunque algunos todavía dudaban. Jesús se acercó y les habló así: «Me ha sido dada toda autoridad en el Cielo y en la tierra. Vayan, pues, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos. Bautícenlos en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enséñenles a cumplir todo lo que yo les he encomendado a ustedes. Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin de la historia.»" 

La última voluntad del Señor es que sus discípulos se conviertan en “testigos”, capaces de anunciar al mundo que el pecado, la carga opresora del hombre, ha perdido su fuerza mortífera por la muerte y resurrección del Señor. Cristo resucitado es la garantía de la victoria sobre el mal de este mundo. En su Nombre se anuncia el perdón del pecado. Ya no hay lugar para el temor porque Dios es amor que salva. Los discípulos han de llevar este anuncio a todas las naciones. La fuerza para ello les viene del Espíritu Santo, don prometido por el Padre de Jesucristo. Así como el Espíritu descendió sobre María, descenderá sobre ellos. La encarnación de Dios en la historia llega así a su estado definitivo. 

Se trata, según Mateo, de hacer discípulos, no simplemente de anunciar, ni sólo de instruir y, menos aún, de adoctrinar, sino de crear las condiciones para que la gente tenga una experiencia personal de Cristo, que los lleve a seguirlo e imitarlo como la norma y ejemplo de su vida. Esto significa entrar en su discipulado, hacerse discípulos para asumir sus enseñanzas y también asimilar su modo de ser. 

La comunidad eclesial, representada en el monte, aparece como el lugar para el encuentro con el Resucitado. Jesucristo permanece en ella, con su palabra y sus acciones salvadoras. Las Iglesia hace visible el poder salvador de su Señor. 

La comunidad cristiana no puede quedar abrumada por la acción del mal en el mundo en la etapa intermedia entre la pascua del Señor y su segunda venida. La acción triunfadora de Cristo Resucitado sigue presente como el trigo en medio de la cizaña. Con mirada de fe/confianza, el cristiano discierne los signos de esa presencia y acción de Cristo vencedor, que se lleva a cabo por medio de los creyentes. Por eso, antes de partir, los dotó de poderes carismáticos para enfrentar el mal y vencerlo. 

Jesucristo resucitado es el verdadero fundamento de la fe de la comunidad cristiana y por medio de ella continúa anunciándose y manifestándose el reinado de Dios y la salvación para el que crea y se bautice.

viernes, 26 de abril de 2024

Voy a prepararles un lugar (Jn 14, 1-6)

 P. Carlos Cardó SJ 

Santo Tomás (el apóstol Tomás), óleo sobre lienzo de Diego Velásquez (1619 – 1620), Museo de Orleans, Francia

«No se turben; crean en Dios y crean también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas habitaciones. De no ser así, no les habría dicho que voy a prepararles un lugar. Y después de ir y prepararles un lugar, volveré para tomarlos conmigo, para que donde yo esté, estén también ustedes. Para ir a donde yo voy, ustedes ya conocen el camino».
Entonces Tomás le dijo: «Señor, nosotros no sabemos adónde vas, ¿cómo vamos a conocer el camino?».
Jesús contestó: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí». 

Cuando se escribió el Evangelio de Juan, los cristianos de la primera comunidad de Jerusalén vivían momentos muy críticos. Su fe se hallaba puesta a prueba por las persecuciones que sus conciudadanos judíos habían desencadenado contra ellos. Jesús había dejado de estar físicamente con ellos y necesitaban su apoyo. En ese contexto recordaron las palabras que Jesús había dicho en su última cena: No se angustien. Creen en Dios, crean también en mí. A partir de entonces, los cristianos de todos los tiempos atravesarán por crisis similares y tendrán que reavivar su confianza de que el Señor, por su resurrección, sigue entre ellos y no los abandona nunca. La confianza es componente esencial de la fe. Y la razón de la confianza cristiana es la convicción de que, a partir de su resurrección, Jesús ha iniciado una nueva forma de existencia y que la vía para experimentar su compañía consiste en amarse unos a otros, orar juntos, vivir según el Espíritu Santo que él ha enviado. 

Jesús va a volver a su Padre, pero no se desentiende de los suyos que quedan en el mundo. En la casa de mi Padre hay muchas estancias, les dice. “Casa de mi Padre” había llamado al templo cuando lo purificó expulsando a los mercaderes. Ahora habla del lugar donde habita su Padre, que no es un espacio físico, sino el amor perfecto. El que me ama se mantendrá fiel a mis palabras. Mi Padre lo amará y vendremos a él y viviremos (pondremos nuestra morada) en él (14,23). 

El Padre y su Hijo habitan en nosotros por el Espíritu Santo. Esta verdad fundamenta la sagrada dignidad del ser humano según la visión cristiana de las cosas. Pero no se la tiene en cuenta; no se ve al ser humano como templo, casa, morada de Dios. Se ultraja el templo de Dios, se destruye su morada, cada vez que se daña o perjudica al prójimo. Sacamos a Dios de nuestra vida, lo arrojamos fuera o lo olvidamos, cada vez que intentamos vivir de espaldas a él. Nos quedamos solos y nos angustiamos por no saber asumir nuestra soledad que siempre está llena de su misteriosa presencia. 

Desde otra perspectiva, “casa del Padre” es también la meta del destino de Jesús y de nuestro destino personal. Por eso dice Jesús: Voy a prepararles un lugar, un lugar junto al Padre, para vivir con él, participando de su misma vida, que es felicidad perfecta. Ese es el lugar que nos tiene preparado Jesús. Vendrá y nos llevará consigo. Mientras tanto, hasta que él venga, el amor nos hace estar donde él está. Si antes Jesús estaba físicamente con sus discípulos, ahora está en sus discípulos. 

Tomás no entiende este lenguaje. No comprende que, aunque su Maestro vuelva a su Padre, se quedará siempre con ellos. Como él, también nosotros actuamos a veces como ignorando dónde está Dios, perdemos de vista el camino para estar con él, o buscamos nuestra realización y felicidad donde no pueden estar. En su respuesta a Tomás, Jesús nos hace ver que viviendo su forma de vida nos encontramos a nosotros mismos, y alcanzamos la felicidad que perdura, es decir, alcanzamos a Dios. Yo soy el camino, la verdad y la vida, nos dice. 

Si meditamos las palabras de Jesús y, sobre todo, las llevamos a la práctica en el amor al prójimo, veremos que nos aseguran su presencia, nos hacen encontramos con Dios. Se realiza en nosotros el deseo de Jesús: que puedan estar donde voy a estar yo.

jueves, 25 de abril de 2024

Vayan por todo el mundo. Epílogo de Marcos (Mc 16, 15-20)

 P. Carlos Cardó SJ 

La ascensión, óleo sobre lienzo de Rembrandt van Rijn (1636), Pinacoteca Antigua de Munich, Alemania

Entonces les dijo: "Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará. Y estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los curarán". Después de decirles esto, el Señor Jesús fue llevado al cielo y está sentado a la derecha de Dios. Ellos fueron a predicar por todas partes, y el Señor los asistía y confirmaba su palabra con los milagros que la acompañaban. 

Se trata indudablemente de un texto añadido al evangelio de Marcos en una época muy tardía, quizá hacia la mitad del siglo II. La razón que se da a este añadido es la desazón que causaba a las primeras comunidades el final tan abrupto de Marcos que cierra su evangelio con el miedo y huída de las mujeres del sepulcro vacío (Mc 16, 1-8). Se buscó por eso una prolongación de los relatos que condujeran a un final más adecuado. 

De entre los diversos textos que se escribieron con este fin se escogió éste, por armonizar mejor con la temática general del evangelio de Marcos. Sin embargo, aunque se trate de un añadido, no deja de ser un texto inspirado y canónico, que como tal fue sancionado por el Concilio de Trento. Más aún, varios Santos Padres como Clemente Romano, Basilio, Ireneo lo citan en sus escritos como texto que según ellos no disonaba con el evangelio y contenía innegable valor para la Iglesia. 

El texto refleja las inquietudes y preocupaciones de la primera comunidad cristiana de Roma, en donde fue escrito este evangelio. Son cristianos que no han visto al Señor, pero han llegado a la fe en él por el ejemplo y predicación de los apóstoles y de los primeros testigos. 

Por eso el texto enumera los sucesivos testimonios de la resurrección de Jesucristo aportados a la comunidad. En primer lugar, el de María Magdalena. Se alude a la acción sanante realizada por Jesús en favor de ella, liberándola de siete demonios, es decir, de siete males, siete enfermedades. Luego se subraya el estado de tristeza y llanto en que estaban los discípulos, que no creyeron en el anuncio de Magdalena: al oír que estaba vivo y que ella lo había visto, no le creyeron. Se menciona después la experiencia de los de Emaús y el testimonio que dieron a los demás, y que tampoco fue aceptado. Por último, se refiere la aparición del Resucitado a los Once reunidos en torno a la mesa. Y pone aquí el redactor el envío en misión para anunciar la buena noticia a toda criatura. 

La comunidad aparece como el lugar para el encuentro con el Resucitado. Jesucristo permanece en ella, con su palabra y sus acciones salvadoras. Su poder salvador se prolonga en ella. 

Una preocupación de la comunidad debió de ser la permanencia y actuación del misterio del mal en el mundo a pesar de la victoria de Cristo Resucitado. Tendrán que abrirse a la fe/confianza en el Cristo vencedor que, no obstante, sigue actuando también por medio de los creyentes, a quienes ha dotado de poderes carismáticos para enfrentar el mal y vencerlo. 

Jesucristo Resucitado es el verdadero fundamento de la fe de la comunidad cristiana y por medio de ella continúa anunciándose y manifestándose el reinado de Dios y la salvación para el que crea y se bautice. 

La ascensión del Señor, presentada según el esquema de glorificación, revela que Jesucristo reina y que extiende su soberanía a todas las naciones de la tierra por medio de la palabra de sus enviados.

miércoles, 24 de abril de 2024

Yo, la luz, no he venido a condenar sino a salvar (Jn 12, 44-50)

 P. Carlos Cardó SJ 

Cristo redentor, témpera sobre lienzo de Andrea Mantegna (Siglo XV), Congregación de la Caridad, Correggio, Italia

Jesús dijo claramente: «El que cree en mí no cree solamente en mí, sino en aquel que me ha enviado. Y el que me ve a mí ve a aquel que me ha enviado. Yo he venido al mundo como luz, para que todo el que crea en mí no permanezca en tinieblas. Si alguno escucha mis palabras y no las guarda, yo no lo juzgo, porque yo no he venido para condenar al mundo, sino para salvarlo. El que me rechaza y no recibe mi palabra ya tiene quien lo juzgue: la misma palabra que yo he hablado lo condenará el último día. Porque yo no he hablado por mi propia cuenta, sino que el Padre, al enviarme, me ha mandado lo que debo decir y cómo lo debo decir. Yo sé que su mandato es vida eterna, y yo entrego mi mensaje tal como me lo mandó el Padre». 

Alzando la voz para que todos en el templo le escuchen, Jesús proclama que quien cree en él, cree en Dios que lo ha enviado. Habla de sí mismo con toda convicción. Todo su discurso está en primera persona. Quiere hacer ver que es a él a quien hay que buscar y seguir porque en él está la fuente de aguas vivas y a su luz veremos la luz de nuestro destino eterno (cf. Sal 36, 9). Cristo es el “objeto” de nuestra fe. Quien se adhiere a él por la fe, entra en contacto directo con Dios, lo conoce, escucha sus palabras que liberan y conducen a la máxima realización de su persona. Quien cree en mí, no cree en mí sino en aquel que me envió. 

Quien me ve, ve a quien me envió. Una idea continuamente expuesta en el evangelio de Juan es que Jesús es el revelador del Padre: quien lo ve, ve a Dios, al Invisible, a Aquel a quien nadie ha visto. Jesús, el Hijo, nos hace accesible al Inaccesible. Ya no es la Ley lo que nos da acceso a Dios, como querían los fariseos. En Jesús conocemos quién es Dios y cómo ama Dios. 

Por eso, por ser revelador de Dios, Jesús es luz. Yo, la luz, he venido al mundo para que quien cree en mí no permanezca en las tinieblas. Asegura, por tanto, a quien lo sigue un camino seguro hacia la realización auténtica de su ser en Dios. Da a conocer la realidad como Dios la conoce y hace conocer y vivir la verdad de nosotros mismos. Esta luz la llevamos dentro y nos hace ver a Dios como padre y a los demás como hijos suyos y hermanos nuestros. 

Pero Jesús no se impone, no coacciona a nadie; él invita, ofrece un don, proclama una buena noticia. Escuchar y acoger sus palabras son un acto libre, que se hace desde el corazón, de lo contrario no transforman a la persona, la dejan librada a su limitada capacidad de darse a sí misma una duración eterna, o de lograr la plena realización de sus anhelos. Por eso dice: Si alguno escucha mis palabras y no las conserva, yo no lo juzgo. Es la idea expresada en el capítulo 3,19: Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para condenar al mundo sino para que el mundo se salve por él. Es verdad que su Padre no juzga a nadie, sino que le ha dado al Hijo todo el poder de juzgar (5,22). Pero este juicio que el Hijo realiza se cumple en la cruz, donde el amor máximo de Dios por nosotros enfrenta la maldad de este mundo. 

Es el propio sujeto quien se condena al rechazar este amor salvador de Dios. Al negarse a escuchar a Jesús y seguir sus enseñanzas, rechaza su propia realidad verdadera, vive de manera inauténtica, y eso se pone de manifiesto. En el evangelio de Juan eso equivale a preferir las tinieblas a la luz. Para quien me rechaza y no acepta mis palabras hay un juez: las palabras que yo he dicho serán las que lo condenen. 

Jesús termina este discurso afirmando categóricamente que ha hablado con  la autoridad de Dios: el Padre que me envió es el que me ordena lo que debo decir y enseñar. Y quiere también Jesús transmitirnos la seguridad de que todo lo que el Padre le ha ordenado decirnos es para nuestra vida. Todo lo que ha hecho y enseñado es capacitarnos y orientarnos para vivir plenamente. Por eso sus palabras: Yo sé que su enseñanza lleva a la vida eterna. Así pues, lo que yo digo es lo que me ha dicho el Padre.