sábado, 3 de junio de 2023

Controversia con los jefes judíos (Mc 11, 27-33)

 P. Carlos Cardó SJ

Escribas y sumos sacerdotes, detalle del óleo sobre lienzo titulado: Jesús niño discute con los maestros del templo, de William Holmant Hunt (1848), Museo de Birmingham, Reino Unido

Y llegaron de nuevo a Jerusalén.
Mientras Jesús caminaba por el Templo, los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos se acercaron a él y le dijeron: "¿Con qué autoridad haces estas cosas? ¿O quién te dio autoridad para hacerlo?".
Jesús les respondió: "Yo también quiero hacerles una sola pregunta. Si me responden, les diré con qué autoridad hago estas cosas. Díganme: el bautismo de Juan, ¿venía del cielo o de los hombres?".
Ellos se hacían este razonamiento: "Si contestamos: 'Del cielo', él nos dirá: '¿Por qué no creyeron en él?'.¿Diremos entonces: "De los hombres'?". Pero como temían al pueblo, porque todos consideraban que Juan había sido realmente un profeta, respondieron a Jesús: "No sabemos".
Y él les respondió: "Yo tampoco les diré con qué autoridad hago estas cosas".

La estadía de Jesús en Jerusalén está cargada de enfrentamientos y polémicas con los dirigentes judíos. Sus adversarios se ubican en el templo, lugar santo que ellos han convertido en lugar de comercio y de ejercicio de una autoridad abusiva.

Forman tres grupos, sobre los cuales Marcos hará caer la mayor responsabilidad en la muerte de Jesús: los sumos sacerdotes, los escribas o doctores de la ley y los ancianos. Los tres grupos constituyen el Sanedrín, asamblea suprema de la nación judía. Los primeros son los jefes del templo, los escribas son juristas y guías del pueblo y los ancianos son personas respetables que participan por derecho del Sanedrín.

En varias ocasiones, directamente o por medio de enviados suyos, han interpelado a Jesús, sobre lo que enseña al pueblo y las acciones que hace; les irrita el modo como maneja las traiciones antiguas y que se atreva a violar el descanso del sábado por atender las necesidades de la gente, sobre todo de los enfermos. En esta ocasión lo interpelan directamente sobre su autoridad, le exigen que acredite quién le ha nombrado para las funciones que desempeña, que muestre, por así decir, sus “credenciales”.

Es muy probable que lo que más les haya irritado sea la expulsión de los mercaderes del templo que Jesús ha realizado poco antes. Fue una acción profética, simbólica. Con ella Jesús purificó el templo y lo declaró casa de oración abierta a todos. Al hacerlo, se puso en la línea de los grandes profetas: Amós, Miqueas, Jeremías, que criticaron la religiosidad de su tiempo, fueron hostigados por sus representantes oficiales y dieron su vida por la verdadera religión.

Pero además los sumos sacerdotes se enardecen contra Jesús porque desenmascara el comercio que mantienen en el templo con la venta de los animales para los sacrificios y el pago de impuestos para el santuario.

¿Quién te ha dado autoridad para actuar así?, le preguntan. Jesús les responde con otra pregunta, como solían hacer los rabinos en sus discusiones, y deja al descubierto la mala intención de sus interlocutores. Los deja en un aprieto. El bautismo de Juan ¿era del cielo?, respóndanme.

Al no querer responder, quedan obligados a admitir la santidad del bautismo de Juan y a tener que reconocer igualmente que la obra de Jesús es de origen divino. Han sido más que suficientes las enseñanzas que Él ha impartido y los signos que ha realizado para darse cuenta de su identidad de enviado; pero el reconocimiento de esta identidad implica un grave riesgo para ellos pues les desestabiliza su seguridad, el poder que detentan y las riquezas que han acumulado.

En suma, Jesús desinstala; quien reconoce a Jesús como lo que es, enviado del Padre, sabe que su vida debe cambiar y, sobre todo, debe despojarse de sus falsas seguridades e intereses personales ilícitos y no intentar defenderse con la respuesta de los jefes judíos: No sabemos…

Ocurre así muchas veces cuando no se está dispuesto a arriesgar la posición o ganancia lograda para mantener los valores en los que se cree. La raíz de toda incredulidad práctica está en el miedo al riesgo y a las consecuencias del obrar honesto. Creer es vivir con transparencia y rectitud.

viernes, 2 de junio de 2023

La higuera estéril y la purificación del templo (Mc 11, 11-26)

 P. Carlos Cardó SJ

La higuera maldecida por Jesús, óleo sobre lienzo de Giulio Cesare Procaccini (siglo XVII), Palacio Real Riofrío, Segovia, España

Jesús llegó a Jerusalén y fue al Templo; y después de observarlo todo, como ya era tarde, salió con los Doce hacia Betania.
Al día siguiente, cuando salieron de Betania, Jesús sintió hambre. Al divisar de lejos una higuera cubierta de hojas, se acercó para ver si encontraba algún fruto, pero no había más que hojas; porque no era la época de los higos. Dirigiéndose a la higuera, le dijo: "Que nadie más coma de tus frutos". Y sus discípulos lo oyeron.
Cuando llegaron a Jerusalén, Jesús entró en el Templo y comenzó a echar a los que vendían y compraban en él. Derribó las mesas de los cambistas y los puestos de los vendedores de palomas, y prohibió que transportaran cargas por el Templo. Y les enseñaba: "¿Acaso no está escrito: Mi Casa será llamada Casa de oración para todas las naciones? Pero ustedes la han convertido en una cueva de ladrones".
Cuando se enteraron los sumos sacerdotes y los escribas, buscaban la forma de matarlo, porque le tenían miedo, ya que todo el pueblo estaba maravillado de su enseñanza.
Al caer la tarde, Jesús y sus discípulos salieron de la ciudad.
A la mañana siguiente, al pasar otra vez, vieron que la higuera se había secado de raíz.
Pedro, acordándose, dijo a Jesús: "Maestro, la higuera que has maldecido se ha secado".
Jesús le respondió: "Tengan fe en Dios. Porque yo les aseguro que si alguien dice a esta montaña: 'Retírate de ahí y arrójate al mar', sin vacilar en su interior, sino creyendo que sucederá lo que dice, lo conseguirá. Por eso les digo: Cuando pidan algo en la oración, crean que ya lo tienen y lo conseguirán. Y cuando ustedes se pongan de pie para orar, si tienen algo en contra de alguien, perdónenlo, y el Padre que está en el cielo les perdonará también sus faltas. Pero si no perdonan, tampoco el Padre que está en el cielo los perdonará a ustedes.

El episodio de la higuera estéril y el de la purificación del templo aparecen unidos en el evangelio de Marcos. La razón es que el templo material daba al judío la falsa seguridad de su salvación. Se llenaban de orgullo exclamando: ¡Ah, el templo del Señor! ¡Ah, el templo del Señor! Les gustaba celebrar en él ceremonias solemnes y sacrificios costosos, pero al mismo tiempo se lo profanaba con toda clase de injusticias y se llevaba una vida de espaldas a los valores que en el templo se proclamaban. Por esta razón, esa religiosidad centrada en el templo no ha dado frutos, es la hojarasca engañosa de la higuera que esconde su esterilidad.

Jesús recurre a una acción simbólica que lo presenta como el Mesías-Rey que juzga. La higuera que es Israel y el judaísmo oficial no ofrecen los frutos deseados y engañan a la gente, por eso merecen la condena de Jesús.

Al día siguiente, los discípulos vieron que la higuera se había secado. Jesús aprovecha la ocasión para instruirlos sobre la fe verdadera, que se expresa en la oración auténtica y el perdón, frutos que estaban ausentes en la religiosidad de Israel. Es la razón por la que Jesús, haciendo uso de su autoridad mesiánica realiza a continuación, según Marcos, el gesto simbólico de purificar el templo y el culto: Mi casa es casa de oración para todos los pueblos. Ustedes sin embargo la han convertido en cueva de ladrones.

Juan (2, 13-22) sitúa el episodio al comienzo, en una fiesta de pascua. Es más prolijo en detalles descriptivos. Habla del látigo que hace Jesús y del trato que da a unos vendedores y a otros. Y, sobre todo, incluye la profecía: Destruyan este templo y en tres días lo levantaré de nuevo.

Sea como fuere, no es un simple arrebato de ira. Jesús adopta la actitud valiente de los profetas (Amós, Miqueas, Isaías, Jeremías) que habían denunciado la injusticia y dado su vida por la verdadera religión. Su conciencia crítica lo lleva a denunciar aquella perversión insoportable que consiste en usar a Dios para lucrar y oprimir. Por eso, el templo es vez de reflejar la gloria de Dios, se ha convertido en una cueva en la que se rinde culto a Mammon, el dios del dinero, que sustituye a Dios. Por eso Jesús tiene que purificarlo y llenarlo de la gloria que resplandece en su persona y en su palabra. Así aparece Jesús como el verdadero templo del Dios-con-nosotros, que hace entrar en comunión con Dios.

Sólo después de la resurrección los discípulos llegarán a entender que el templo de piedra podía caer (como de hecho cayó el año 70), pero que el cuerpo de Cristo, destruido en la cruz, pero resucitado y levantado por Dios, es el templo nuevo en el que habita toda la plenitud de la divinidad corporalmente (Col 2,9). Cristo resucitado es el lugar definitivo de la presencia de Dios en su pueblo, santuario de la auténtica adoración en espíritu y en verdad (Jn 4,23), la perfecta “casa del Padre”.

La actuación de Jesús en el templo será la causa de su muerte. Su palabra acerca de la destrucción del templo será el motivo de su condena. Jesús es perseguido por los poderosos. Pero a diferencia de los poderosos, el pueblo sencillo le escucha. Quien escucha la Palabra y la pone en práctica, se convierte en piedra vida del nuevo templo.

San Pedro dirá: Ustedes como piedras vivas, van construyendo un templo espiritual dedicado a un sacerdocio santo, para ofrecer, por medio de Jesucristo, sacrificios espirituales agradables a Dios (1 Pe 2,4-5). La comunidad eclesial es “el nuevo templo”. Y la ofrenda de nuestras vidas entregadas a la causa de Jesús y su Reino es el sacrificio espiritual agradable a Dios (Rom 12,1-3). El simbolismo de la higuera vale, pues, también para nosotros: el mundo es la viña del Señor y cada uno de nosotros una higuera, destinada a dar fruto.  

jueves, 1 de junio de 2023

Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote (Mt 26, 36-42)

 P. Carlos Cardó SJ

Oración de Cristo en el Monte de los Olivos, óleo sobre lienzo de Bernhard Strigel (1535 – 1540), Galería de Arte Estatal, Karlsruhe, Alemania

Llegó Jesús con ellos a un lugar llamado Getsemaní y dijo a sus discípulos: «Siéntense aquí, mientras yo voy más allá a orar.»
Tomó consigo a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo y comenzó a sentir tristeza y angustia. Y les dijo: «Siento una tristeza de muerte. Quédense aquí conmigo y permanezcan despiertos».
Fue un poco más adelante y, postrándose hasta tocar la tierra con su cara, oró así: «Padre, si es posible, que esta copa se aleje de mí. Pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú».
Volvió donde sus discípulos, y los halló dormidos; y dijo a Pedro: «¿De modo que no pudieron permanecer despiertos ni una hora conmigo? Estén despiertos y recen para que no caigan en la tentación. El espíritu es animoso, pero la carne es débil».
De nuevo se apartó por segunda vez a orar: «Padre, si esta copa no puede ser apartada de mí sin que yo la beba, que se haga tu voluntad».

La oración de Jesús en el Huerto de los Olivos debió significar para los primeros cristianos uno de los episodios de la vida de Jesús más difíciles de comprender y aceptar. Si lo consignaron en los evangelios esto es una prueba más de la credibilidad que merecen sus autores, pues obraron con absoluta honestidad, consignando todo el contenido del mensaje que recogieron de los primeros testigos, sin deformarlo ni reducirlo.

Si al relato de Getsemaní se unen otros textos del Nuevo Testimonio como el de Juan: Ahora mi alma está turbada, ¿y qué voy a decir? ¿Padre, líbrame de esta hora? De ningún modo, pues precisamente para esta hora he venido (Jn 12,26), y el de Hebreos: El mismo Cristo en los días de su vida mortal, presentó oraciones y súplicas con grandes gritos y lágrimas al que podía salvarlo de la muerte, y fue escuchado en atención a su actitud reverente (Hebr 5,7), se puede concluir que el episodio de Getsemaní es histórico, testimoniado por diversas fuentes, y que ciertamente hubo un momento en la vida de Jesús en que, consciente del drama que le esperaba, pidió a Dios que lo librara.

La humanidad de Jesús se estremece ante la muerte. El amor a la vida, connatural a la naturaleza humana, le hace reaccionar violentamente contra la muerte. Pero por encima de esto, obra en Él la absoluta confianza que ha puesto en su Padre, y resuelve el trance con su obediencia filial a la voluntad de quien lo ha enviado al mundo para mostrar un amor que no se detiene ni ante la muerte para salvar a todos sus hijos e hijas.

La pasión y muerte no fueron para Jesús un destino inexorable, frente al cual no le cabía otra salida que la resignación pasiva y desesperada. Jesús opta y se mantiene fiel al camino que ha seguido de demostrar al mundo que el amor es capaz de convertir la maldad en perdón, reconciliación y vida. Optó por seguir amando con el mayor amor que consiste en dar la vida por quienes ama, es decir, por todos, incluidos aquellos que, guiados por Judas, se acercan ya con espadas y palos a prenderlo.

La Iglesia contempla a su Señor en agonía, en combate interior, lleno de tristeza y angustia. También a ella como institución y al cristiano particular les toca tener que beber el cáliz amargo de pruebas y persecuciones, incomprensiones y rechazos. El ejemplo del Señor del Huerto los fortalecerá. Hay que velar con Él y orar. La oración confiada y la vigilancia atenta son el camino para superar la crisis. Velen y oren para que puedan afrontar la prueba.

Esto es sin duda lo más importante en el relato de la oración de Jesús en el Huerto de los Olivos. La intención del evangelista Mateo al redactarlo no fue inducirnos a reflexionar  conceptualmente sobre la crisis humana que Jesus vivió allí, sino iluminar los momentos oscuros que aguardan al creyente y a la comunidad cristiana.

Como preparación para ellos, el evangelio nos mueve a la empatía con Cristo, mediante el recogimiento y la meditación, que hacen posible la apropiación de los sentimientos y actitudes que Él demuestra. Sólo así el evangelio conmueve, despierta, fortalece, cuando lo leemos como la palabra viva de alguien que está a nuestro lado y nos mueve a reconocer, como decía San Bernardo en sus meditaciones sobre la pasión: «¡Cuántas veces te vuelves a nosotros y nos encuentras durmiendo!».

miércoles, 31 de mayo de 2023

La Visitación de María a Isabel (Lc 1, 39-45)

 P. Carlos Cardó SJ

La visitación, óleo sobre lienzo de Karl von Blass (1850 aprox.), Museo Estatal de Tirol, Innsbruck, Austria

En aquellos días, María se encaminó presurosa a un pueblo de las montañas de Judea y, entrando en la casa de Zacarías, saludó a Isabel. En cuanto ésta oyó el saludo de María, la criatura saltó en su seno.
Entonces Isabel quedó llena del Espíritu Santo, y levantando la voz, exclamó: "¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a verme? Apenas llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno. Dichosa tú, que has creído, porque se cumplirá cuanto te fue anunciado de parte del Señor".
Entonces dijo María: "Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se llena de júbilo en Dios, mi salvador, porque puso sus ojos en la humildad de su esclava. Desde ahora me llamarán dichosa todas las generaciones, porque ha hecho en mí grandes cosas el que todo lo puede. Santo es su nombre, y su misericordia llega de generación en generación a los que lo temen. Ha hecho sentir el poder de su brazo: dispersó a los de corazón altanero, destronó a los potentados y exaltó a los humildes. A los hambrientos los colmó de bienes y a los ricos los despidió sin nada.
Acordándose de su misericordia, vino en ayuda de Israel, su siervo, como lo había prometido a nuestros padres, a Abraham y a su descendencia, para siempre".
María permaneció con Isabel unos tres meses, y luego regresó a su casa.

San Lucas, que escribe a cristianos no judíos provenientes del paganismo, quiere con este pasaje de la visita de María a su Isabel darles a conocer el significado que tiene Israel en la historia de la salvación. Para ello, hace que los personajes tengan un carácter de símbolo de la relación que tiene el Antiguo Testamento con el Nuevo Testamento.

Por medio de María, Dios visita a su pueblo y hace que su pueblo, simbolizado en Isabel y en el hijo que lleva en su seno, lo reconozca. Llega así a su fin la larga espera de dos mil años: Israel ve cumplidos sus anhelos, Dios se demuestra fiel a su promesa. Isabel y María se saludan, promesa y cumplimiento se besan. En Cristo Salvador, Dios y la humanidad se unen. Israel (Isabel) y María (la Iglesia) se encuentran, Dios en María viene a visitar a su pueblo y en él a toda la humanidad.

Se ven también en el pasaje las dos actitudes más características de María: su servicio y su fe. Dice Lucas que María va de prisa, movida por la caridad, para ofrecer a Isabel la ayuda que en esos casos necesita una mujer en avanzado estado de gravidez, y para compartir con ella la alegría que cada una, a su modo, ha tenido de la grandeza de Dios. María va de prisa, no para comprobar las palabras del ángel, pues ella cree en lo que se le ha dicho sobre Isabel; va a ayudar. Y el servicio que María aporta a Isabel integra el anuncio de Jesús, comporta la salvación prometida: Isabel quedó llena del Espíritu Santo y el niño que llevaba en su seno saltó de gozo.

¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! es el saludo de Isabel a María.  Bendita entre las mujeres era el saludo de Israel a las grandes mujeres de su historia, que jugaron un gran papel en la victoria de Israel sobre sus enemigos (ver el caso de Yael en el libro de los Jueces, cap. 4-5, y el de Judit, cap.13). María, con su obediencia a la Palabra, contribuye a la victoria sobre el enemigo de la humanidad: lleva en su seno al fruto de la descendencia de Eva, que pisotea la cabeza de la serpiente, como estaba predicho en el relato del Génesis (cap. 3).

En su respuesta, Isabel proclama a María: ¡Bienaventurada tú, que has creído! Es la primera bienaventuranza del Evangelio, que Jesús confirmará después, cuando diga: ¡Bienaventurados los que oyen la palabra de Dios y la llevan a cumplimiento! Éstos son mi madre y mis hermanos, los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen. Pocos títulos atribuidos a María expresan mejor que éste la función tan excepcional que le tocó desempeñar dentro del plan de salvación realizado en su Hijo Jesucristo: María es la creyente, “modelo” y “referente” para hombres y mujeres creyentes. Por eso es la llena de gracia, la Madre del Salvador, y también la Madre y figura de la Iglesia, comunidad de los creyentes.

Al oír las palabras de Isabel, María dirigió la mirada a su propia pequeñez, fijó luego sus ojos en Dios, de quien procede todo bien, y entonó un cántico de alabanza: Celebra todo mi ser la grandeza del Señor... María es consciente de que toda su persona, su ser mujer, es un don de Dios y a Él lo devuelve en un canto de alabanza. Ella es consciente de que las generaciones la llamarán bienaventurada, no por sus méritos propios, sino por las obras grandes que el Poderoso ha hecho en ella al darle la vida y elegirla para ser madre del Salvador. Por eso no duda en recalcar el contraste que hay entre su pequeñez de sierva y la grandeza, poder y misericordia de Dios, a quien ve como el santo, el todopoderoso, el misericordioso.

El cántico de María, el Magníficat, se sitúa dentro de la corriente espiritual de los salmos, con el mismo estilo poético de su pueblo, henchido de fe, alegría y gratitud. Es un himno personal y a la vez universal, cósmico. En María canta toda la humanidad y la creación entera que ve la fidelidad del amor de Dios. El Magníficat es también una síntesis de la historia de la salvación, contemplada del lado de los pobres y de los humildes, a quienes se les revela el misterio del Reino y sienten a Dios a su favor. Con el pueblo fiel de Israel, en la línea de los grandes profetas, María no duda en alabar a Dios por sus preferencias, porque dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos, enaltece a los humildes, colma de bienes a los hambrientos y despide vacíos a los ricos.

María nos ayuda a descubrir a Dios en nuestra vida. Por eso, la Iglesia entona todas las tardes el Magníficat, como el reconocimiento de que Dios cumple siempre su promesa. En el canto de María laten los corazones agradecidos, que reconocen la acción de Dios  en los acontecimientos de la propia historia personal y en la historia de la humanidad.