P. Carlos Cardó SJ
Curación del paralítico, ilustración de Harold Copping publicada en The Bible Story Book (1923) |
Un día Jesús estaba enseñando, y había allí entre los asistentes unos fariseos y maestros de la Ley que habían venido de todas partes de Galilea, de Judea e incluso de Jerusalén.
El poder del Señor se manifestaba ante ellos, realizando curaciones.
En ese momento llegaron unos hombres que traían a un paralítico en su camilla. Querían entrar en la casa para colocar al enfermo delante de Jesús, pero no lograron abrirse camino a través de aquel gentío. Entonces subieron al tejado, quitaron tejas y bajaron al enfermo en su camilla, poniéndolo en medio de la gente delante de Jesús.
Viendo Jesús la fe de estos hombres, dijo al paralítico: «Amigo, tus pecados quedan perdonados».
De inmediato los maestros de la Ley y los fariseos empezaron a pensar: «¿Cómo puede blasfemar de este modo? ¿Quién puede perdonar los pecados fuera de Dios?».
Jesús leyó sus pensamientos y les dijo: «¿Por qué piensan ustedes así? ¿Qué es más fácil decir: "Tus pecados te quedan perdonados", o decir: "Levántate y anda"? Sepan, pues, que el Hijo del Hombre tiene poder en la tierra para perdonar los pecados».
Entonces dijo al paralítico: «Yo te lo ordeno: levántate, toma tu camilla y vete a tu casa».
Y al instante el hombre se levantó a la vista de todos, tomó la camilla en que estaba tendido y se fue a su casa dando gloria a Dios.
Todos quedaron atónitos y alababan a Dios diciendo: «Hoy hemos visto cosas increíbles». Pues todos estaban sobrecogidos de un santo temor.
San Lucas nos presenta a Jesús como el Salvador que continúa en la comunidad cristiana acogiendo y perdonando a todo el que lo busca con fe. Subraya, además, el hecho de que mientras los funcionarios de la religión –representados en los fariseos y doctores de le ley– no ofrecen una ayuda a la recuperación de la gente, porque se limitan a juzgar y condenar, Jesús emplea el poder de la misericordia divina para liberar a las personas y rehacerlas. El poder del Señor lo impulsaba a curar.
El poder que actúa en Jesús corresponde a la presencia en él del Espíritu que lo guía y conduce desde su bautismo en el Jordán y que lo ha ungido y enviado para anunciar la buena noticia a los pobres y sanar los corazones afligidos (Lc 4, 18; 6, 19). Es el poder de la misericordia que cura y perdona.
El perdón que sólo puede dar Dios y que Jesús, como Hijo del Hombre y enviado plenipotenciario de Dios, concede a los pecadores equivale a la salvación plena, que es la regeneración total de la persona para su participación en la vida divina.
El enfermo paralítico representa a todos aquellos a quienes el mal, en cualquier de sus formas, aprisiona, envilece o inmoviliza, dejándolos sin libertad para actuar por sí mismos, obrar de manera auténtica o conseguir lo que desean. Estos “paralíticos” tienen necesidad de otros que los ayuden a recobrar su libertad, y que en el relato son las personas buenas que cargan al enfermo con su camilla y “buscan cómo presentárselo a Jesús”.
Todos hemos tenido necesidad de estas mediaciones humanas de la gracia para nuestro encuentro con el Señor. La comunidad de la Iglesia, que anuncia el perdón y la misericordia, lleva con su fe a todos hacia la reconciliación y remisión de los pecados en Jesucristo. La comunidad es el camino abierto por Jesús para el encuentro con la misericordia que libera y salva. Sin la solidaridad, que mueve a hacerse cargo de la necesidad del hermano, no hay experiencia del Padre y de su amor. La Iglesia es el conjunto de todos aquellos que, habiendo sido tocados por la misericordia divina, se han hecho capaces de dar testimonio de ella, conduciendo a otros a la gracia que los ha curado.
Hombre, tus pecados te quedan perdonados. El pecado es una ruptura grave del tejido de relaciones que constituye a la persona humana. La descripción gráfica que hace del primer pecado el libro del Génesis (Gen 3) permite apreciar las consecuencias de esta ruptura. El hombre se aleja, lleno de temor y desconfianza. Deja de sentirse hijo y se distancia de quien es la fuente de su vida. Alienado, ajeno a sí mismo, a sus semejantes, a la naturaleza a él encomendada y a Dios, se siente invadido por el miedo a la muerte, por la culpabilidad que desgasta en la lamentación sin dar salida a la reparación y al cambio. La palabra del perdón, que sólo Dios puede pronunciar, restablece a la persona en su relación con Dios, con los semejantes, consigo mismo y con la naturaleza. Por todo esto, la palabra del perdón es la cosa más difícil, según la lógica de Jesús en su respuesta a los maestros de la ley y a los fariseos del relato. La cosa más fácil, la curación física del paralítico, vendrá después como la garantía visible del poder de salvación que actúa en Jesús. Con este signo, conduce a la gente a apreciar el deseo y voluntad verdadera que tiene Dios para nosotros: dar vida, sanar, elevar, liberar al que se siente caído y oprimido. El Dios que ama la vida interviene para eliminar el mal hasta en sus ramificaciones más extremas, que son la enfermedad y la muerte.
El paralítico
cargó su camilla a la vista de todos y se marchó alabando a Dios. La camilla,
signo palpable de su desgraciada invalidez, echada ahora a su espalda es signo
de su libertad y dignidad reconquistadas. La comunidad toma conciencia del
papel que le corresponde en la recuperación de las personas, que las haga
capaces de superar o integrar de maneras digna los males que les aquejan, para
poder moverse con libertad.