P. Carlos Cardó SJ
![]() |
El Paraíso, óleo sobre lienzo en gran formato de Jacopo Robusti (Tintoretto) (1588 aprox.), Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, Madrid |
En aquel tiempo, Jesús designó a otros setenta y dos discípulos y los mandó por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares a donde pensaba ir, y les dijo: "La cosecha es mucha y los trabajadores pocos. Rueguen, por lo tanto, al dueño de la mies que envíe trabajadores a sus campos. Pónganse en camino; yo los envío como corderos en medio de lobos. No lleven ni dinero, ni morral, ni sandalias y no se detengan a saludar a nadie por el camino.
Cuando entren en una casa digan: ‘Que la paz reine en esta casa’. Y si allí hay gente amante de la paz, el deseo de paz de ustedes se cumplirá; si no, no se cumplirá. Quédense en esa casa. Coman y beban de lo que tengan, porque el trabajador tiene derecho a su salario. No anden de casa en casa. En cualquier ciudad donde entren y los reciban, coman lo que les den. Curen a los enfermos que haya y díganles: ‘Ya se acerca a ustedes el Reino de Dios’.
Pero si entran en una ciudad y no los reciben, salgan por las calles y digan: ‘Hasta el polvo de esta ciudad que se nos ha pegado a los pies nos lo sacudimos, en señal de protesta contra ustedes. De todos modos, sepan que el Reino de Dios está cerca’. Yo les digo que en el día del juicio, Sodoma será tratada con menos rigor que esa ciudad".
Los setenta y dos discípulos regresaron llenos de alegría y le dijeron a Jesús: "Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre".
Él les contestó: "Vi a Satanás caer del cielo como el rayo. A ustedes les he dado poder para aplastar serpientes y escorpiones y para vencer toda la fuerza del enemigo, y nada les podrá hacer daño. Pero no se alegren de que los demonios se les someten. Alégrense más bien de que sus nombres están escritos en el cielo".
La frase de Jesús: “La mies es mucha y los obreros pocos” contiene una llamada a colaborar –cada cual en su propio estado de vida– en la misión de llevar el evangelio al mundo. De modo particular la frase nos debe hacer conscientes del problema de la falta de vocaciones para el sacerdocio y para los servicios y formas de vida que, en la Iglesia, requieren la entrega plena de la persona. Sin oración ferviente al Señor de la mies, sin familias cristianas que valoren la vocación de sus hijos y sin el testimonio vivo de los propios sacerdotes y religiosos, el problema seguirá.
Para realizar su obra Jesús necesita colaboradores. Por eso, dice el texto, designó y envió discípulos. El número 72 simboliza una totalidad, una gran cantidad porque apóstoles, discípulos y misioneros somos todos los que creemos en Cristo. La misión es cosa de todos y para todos. Por eso, en este domingo no pedimos solamente que envíe a algunos, sino que nos envíe, que haga de cada uno de nosotros un misionero del evangelio, un testigo de su palabra de paz y de su promesa de fraternidad.
Las instrucciones que da Jesús a los discípulos se abren con una sentencia que da sentido a todo el conjunto: miren que yo los envío como corderos en medio de lobos. Las perspectivas no son, pues, halagüeñas ni placenteras. Las circunstancias son adversas, pocos obreros, riesgos y peligros enormes, tiempo breve. El cristiano ha de asumir con realismo que el mundo al que Jesús le envía es complejo y que siempre ha habido y habrá obstáculos sin fin. Una experiencia común a muchos cristianos que se han decidido a encarnar los valores evangélicos en sus vidas, y a hablar de ellos y defenderlos, es ver que se levantan contra ellos las críticas e incomprensiones, se les trata con desdén y aun desprecio y se les retira la amistad. No es fácil ser cristiano hoy. Nunca lo fue. Las marcas que San Pablo llevaba a en su cuerpo –como hemos oído en la 1ª lectura– eran los sufrimientos padecidos en su predicación del evangelio. Ellas adelantan, por así decir, las que podemos sentir hoy a causa de nuestra fidelidad al evangelio y a nuestro compromiso cristiano.
Las instrucciones que según evangelio de Lucas da Jesús a los discípulos antes de enviarlos en misión se pueden sintetizar en dos actitudes fundamentales: vivir con sencillez y llevar la paz. A ejemplo de su Señor y en solidaridad con nuestros hermanos necesitados, el cristiano auténtico asume un estilo de vida sobrio y sencillo, porque tiene puesta su confianza no en el dinero sino en Cristo que camina a nuestro lado. Sólo así la evangelización dará fruto. Porque si nuestra oración, nuestra vida litúrgica y nuestro hablar de Dios expresan nuestra fe, el estilo de vida que llevamos la hace creíble.
No llevar bolsa ni morral ni sandalias significa desterrar la ambición que nace de pensar que el dinero es el valor supremo en la vida y hace olvidar que la seguridad última está en Dios y en la promesa de su reino. Quien vive esto, es capaz de servir desinteresadamente. Su desapego de los bienes materiales le hace ser libre frente a todo, como lo fue Jesús y como quiso que fueran sus discípulos: libres de todo interés temporal para no entrar en componendas ni negociaciones con nada ni con nadie que contradiga los valores del evangelio; libres para dirigirse a su meta “sin siquiera detenerse a saludar a nadie por el camino”, libres para no buscarse a sí mismos sino a Jesucristo y al bien de los demás -¡libres para amar, libres para servir! Esto es lo que el Papa Francisco desea para la Iglesia hoy y lo que no se cansa de pedir a todos, obispos, sacerdotes y fieles cristianos.
La segunda actitud que han de tener los discípulos es la paz. Quienes se han identificado con el Señor viven dentro de sí una profunda paz y se hacen portadores de paz. “Paz a esta casa”, dicen, y su palabra eficaz transmite la paz verdadera. El cristiano es pacífico y pacificador, es agente de paz, siempre en misión de paz, trasmitiéndola a quienes encuentra. Pero no es una paz ingenua y barata. Es la paz que brota de la justicia y asume el nombre de solidaridad, desarrollo equitativo para todos, nuevo orden social…
La segunda parte de la lectura de hoy (vv. 17-20) relata la vuelta gozosa de los 72 discípulos. Jesús concluye: “Estén alegres porque sus nombres están inscritos en el cielo”. Es la mayor alegría. “Tener escritos nuestros nombres en el cielo” es la garantía que el Señor da a nuestra esperanza. Que el Señor nos conceda vivir en la alegría de saber que contamos mucho para él y que espera mucho de nosotros.
En resumen: aceptar la
misión a la que Jesús nos envía, eso es consecuencia de nuestro bautismo. Exige
una identificación personal con su estilo de vida. Sin la puesta en práctica de
sus enseñanzas no podemos decir que somos seguidores suyos y colaboradores de su
misión. Ojalá escuchemos su voz.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.