Homilía para el domingo 27 noviembre 2016
P. Carlos Cardó, SJ
Hoy
comenzamos el Adviento. Junto con la Pascua, es uno de los tiempos más bellos
de la liturgia. En Adviento nos preparamos para la venida del Salvador. La
liturgia se llena de oraciones, textos y símbolos de esperanza. Tres personajes
ocupan puesto protagónico en el escenario del Adviento: el profeta Isaías, que
guía a su pueblo con la esperanza de un libertador, el Mesías de Dios; Juan
Bautista, que proclama ya próximo al Mesías y lo señala después entre los
hombres; y María, que lo concibe en su seno por obra del Espíritu Santo y
espera su nacimiento con inefable amor de madre. Los tres nos enseñan a
esperar, a convertirnos y preparar los caminos del Señor.
De
manera inmediata, el Adviento nos prepara a celebrar con alegría el nacimiento
de Jesús en Belén. Pero también nos recuerda que el Señor “de nuevo vendrá con
gloria a juzgar a vivos y muertos y su Reino no tendrá fin”. Entre su primera
venida en nuestra carne y su segunda venida en gloria, transcurre el tiempo de
nuestra espera que es, simultáneamente, tiempo de sus incesantes venidas:
porque el Señor viene de continuo a nosotros, en la Iglesia, en la Eucaristía, en
su Palabra, en los hermanos.
Se
abre el tiempo de Adviento con una visión de Isaías (2, 1-5) que infunde
en el ánimo de su pueblo abatido la esperanza de tiempos nuevos de paz y
concordia, simbolizados en la confluencia de todos los pueblos en monte del
Señor, en Jerusalén, ciudad de la paz. El profeta señala los elementos en torno
a los cuales ha de organizarse la convivencia humana pacífica y armoniosa.
No
basta con que los pueblos acudan a la Santa Ciudad para recibir las mismas
enseñanzas éticas (Subamos al monte del Señor… porque de Sión saldrá la ley
y de Jerusalén la palabra del Señor); también tienen que esforzarse por
establecer unas relaciones sociales justas y equitativas. Y hace ver que el
signo de la armonía en el género humano será la superación de la violencia: De
sus espadas forjarán arados y de sus lanzas podaderas (v. 4b), es decir,
convertirán sus armas en instrumentos para el desarrollo humano. La imagen del
tiempo nuevo, motivo de esperanza y de esfuerzo, queda completada: no se
prepararán ya para la guerra porque caminarán a la luz del Señor (v.
5).
La
segunda lectura (Rom 13, 11-14) nos recuerda que la fe no es una
anestesia que nos ponemos para soportar los males presentes. La fe nos mueve a
asumir nuestra realidad con responsabilidad si queremos que tenga un final
positivo. No podemos estar pasivos como en una noche de sueño. “Ya es hora de
que despierten del sueño… La noche está muy avanzada y el día se acerca;
despojémonos de las obras de las tinieblas y revistámonos de las armas de la luz…
Revístanse de Jesucristo”.
El
evangelio de hoy, por su parte, nos trae este mensaje: “Estén atentos porque
no saben a qué hora llegará el Señor”. Es la respuesta de Jesús a sus
discípulos que le preguntan “cuándo” será el fin del mundo. Jesús nos hace ver
que el “cuándo” es el tiempo de lo cotidiano. En nuestra existencia de todos los
días se decide nuestro destino futuro en términos de salvación o perdición, de
estar con el Señor o estar lejos de Él. Al final se recoge lo que se ha
sembrado.
Con
una comparación y una parábola, el texto del evangelio nos hace ver en qué
consiste la actitud de vigilancia. La comparación es la siguiente: En un mismo
tiempo, haciendo las mismas cosas, se puede, como Noé, construir el arca que
salva o ahogarse en las aguas del diluvio. Lo que se ha construido sobre la
palabra de Dios resiste como el arca; lo que se ha construido sobre la
insensatez, se derrumba, es arrasado por las aguas. Lo que ocurre al final no
es otra cosa que lo cotidiano: comer, beber, casarse, trabajar. Todo eso lo
podemos realizar como entrega de nosotros mismos con amor, o lo podemos vivir
como violencia, injusticia, daño de nosotros mismos o del prójimo, como vida o
como muerte.
Empleando
otra imagen propia de la cultura de su tiempo, nos dice Jesús que dos hombres
aran el campo y dos mujeres muelen granos. Se hace un mismo trabajo, pero el
resultado puede ser distinto. A uno de los hombres se lo llevarán y se salvará,
a otro lo dejarán y se perderá; a una de las mujeres se la llevarán, a otra la
dejarán. Todo depende del comportamiento que se tiene en el presente. Lo
determinante no es lo que hacemos, sino el cómo lo hacemos. No en
acontecimientos extraordinarios, sino en los de cada día construimos o echamos a
perder nuestra morada eterna.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.