P.
Carlos Cardó SJ
Cristo
resucita a la hija de Jairo, óleo sobre lienzo de Johann Friedrich Overbeck
(1815), Pinacoteca de los Museos Estatales de Berlín, Alemania
En
aquel tiempo, Jesús atravesó de nuevo en barca a la otra orilla, se le reunió
mucha gente a su alrededor, y se quedó junto al lago.
Se
acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo, y, al verlo, se echó a sus
pies, rogándole con insistencia: "Mi niña está en las últimas; ven, pon
las manos sobre ella, para que se cure y viva."
Jesús
se fue con él, acompañado de mucha gente que lo apretujaba.
Había
una mujer que padecía flujos de sangre desde hacia doce años. Muchos médicos la
habían sometido a toda clase de tratamientos, y se había gastado en eso toda su
fortuna; pero, en vez de mejorar, se había puesto peor. Oyó hablar de Jesús y,
acercándose por detrás, entre la gente, le tocó el manto, pensando que con sólo
tocarle el vestido curaría.
Inmediatamente
se secó la fuente de sus hemorragias, y notó que su cuerpo estaba curado.
Jesús, notando que había salido fuerza de él, se volvió en seguida, en medio de
la gente, preguntando: "¿Quién me ha tocado el manto?".
Los
discípulos le contestaron: "Ves como te apretuja la gente y preguntas:
"¿Quién me ha tocado?".
Él
seguía mirando alrededor, para ver quién había sido. La mujer se acercó
asustada y temblorosa, al comprender lo que había pasado, se le echó a los pies
y le confesó todo.
Él
le dijo: "Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y con salud."
Todavía
estaba hablando, cuando llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle:
"Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al maestro?".
Jesús
alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga: "No temas;
basta que tengas fe".
No
permitió que lo acompañara nadie, más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de
Santiago.
Llegaron
a casa del jefe de la sinagoga y encontró el alboroto de los que lloraban y se
lamentaban a gritos.
Entró
y les dijo: "¿Qué estrépito y qué llantos son éstos? La niña no está
muerta, está dormida".
Se
reían de él. Pero él los echó fuera a todos y, con el padre y la madre de la
niña y sus acompañantes, entró donde estaba la niña, la cogió de la mano y le
dijo: "Talitha qumi" (que significa: "Contigo hablo, niña,
levántate").
La
niña se puso en pie inmediatamente y echó a andar; tenía doce años. Y se
quedaron viendo visiones. Les insistió en que nadie se enterase; y les dijo que
dieran de comer a la niña.
Se trata de dos mujeres, que además de la
exclusión de que eran objeto en aquella sociedad patriarcal, padecían la
impureza que su enfermedad les transmitía a ellas y a quien las tocase. Pero
nada de ello fue impedimento para que Jesús las tratara con una solicitud
cargada de sentimiento. Sin temer ser criticado por transgredir normas y
prejuicios, Jesús rompió –en éste y en otros casos– con el androcentrismo de su
sociedad y mantuvo un trato solidario y liberador con las
mujeres y los niños, que no sin motivo buscaban su proximidad.
La primera mujer del relato lleva doce años padeciendo una larga
enfermedad, que los médicos no han podido curar. En la cultura hebrea la sangre
es la vida (Gen 9, 4-5). La mujer
pierde sangre, se le va la vida. Representa toda situación crítica de la que el
creyente no sabe cómo salir mientras no sienta que la gracia de Dios lo toque y
lo sane.
La otra mujer es una niña de 12 años, que en Oriente equivale a la
edad del noviazgo; pero está enferma de muerte. Esta niña-mujer, por ser, además,
hija de Jairo, jefe de la sinagoga, podría simbolizar al pueblo de Israel, que la
Biblia presenta como la esposa de Yahvé.
Mientras Jesús va a casa de Jairo, aparece en escena la mujer que
sufre de hemorragias. Tiene una enfermedad que hacía impura a la mujer desde el
punto de vista legal (Lev 15, 19-24) y
tenía que permanecer apartada el tiempo que durara su hemorragia porque volvía
impuro lo que tocaba. Humillada física y moralmente, la pobre mujer sólo puede acercarse
a Jesús desde atrás, sin dejarse ver,
sin poder tocar.
Experiencias similares pueden darse en el camino de la fe: sucede algo
lamentable y la persona se siente alejada, inhabilitada para la vida cristiana.
Su fe entonces sólo logra expresarse como el deseo de que Dios la tenga en
cuenta, como dice el salmo 80: Vuelve a
nosotros tu rostro y seremos salvos.
¿Quién
me ha tocado?, pregunta Jesús, al sentir que la mujer le ha rozado el manto. No
es un reproche, es una invitación: la fe interior de la mujer tiene que hacerse
pública. Y es lo que hace ella con un gesto cargado de sentimiento: asustada y temblorosa… se postró ante él y le
contó toda su verdad. Contarle toda su verdad es poner su vida en manos del
Señor, reconocer que no hay nada oculto entre los dos, y dejar que Él disponga
las cosas según su voluntad. Por eso Jesús, después de tranquilizarla, le dice
con afecto: Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz, estás liberada de tu mal.
Todavía estaba hablando, cuando vienen a anunciar al jefe de la
sinagoga que su hija ha muerto: ¿Para qué
seguir molestando al Maestro? Jairo ya había expresado su fe, pero el
anuncio que le traen hace que le sobrecoja el miedo a la muerte, la sensación
de impotencia frente a lo irremediable. Pero Jesús lo reanima: No tengas miedo, basta con que sigas
creyendo.
Lo que viene después es una predicación en acción sobre el sentido
cristiano de la muerte. Jesús le quita dramatismo, le arranca su aguijón (como
dice san Pablo en 1Cor 15,55), la reduce a un sueño: la niña no está muerta, está dormida. El mensaje de su victoria
sobre la muerte ha de ser comunicado a “los que se afligen como quienes no
tienen esperanza” (1 Tes 4,13), y que
en el relato aparecen simbolizados en el tumulto, el llanto y los gritos en la
casa mortuoria.
Jesús, entonces, tomó la
mano de la niña y la sacó del sueño, con palabras llenas de ternura: Talita Kumi (que significa: Muchacha,
a ti te hablo, levántate). Conviene advertir que el mandato de Jesús, ¡Levántate! ¡Ponte de pie!, significa
también ¡Resucita!, y es el verbo que
se emplea en los relatos de la resurrección: “Cuando resucite (cuando sea levantado), iré delante de ustedes a Galilea” (14,28). “Ha resucitado, no está aquí” (16,6).
La
niña se levantó y se puso a caminar. Y ellos se quedaron llenos de estupor,
con el mismo sentimiento que tendrán las mujeres ante el sepulcro vacío (16,8):
temor y desconcierto. Y les mandó que le
dieran de comer. Porque todavía queda camino por andar... A lo que Dios hace en nuestro favor,
corresponde nuestra colaboración.
Todos
podemos vernos en situaciones extremas en las que ya nada se puede hacer. Las
palabras de Jesús a Jairo: No tengas
miedo, basta con que sigas creyendo, nos ayudarán a no dejarnos dominar por
el miedo y la desesperación. Sabremos infundir ánimo a quien lo necesita.
Procuraremos, además, que “que la Iglesia sea un recinto de paz, de justicia y
de amor para que todos encuentren en ella un motivo para seguir esperando”.
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