martes, 4 de febrero de 2020

Curación de la mujer enferma y resurrección de la hija de Jairo (Mc 5, 21-43)

P. Carlos Cardó SJ
Cristo resucita a la hija de Jairo, óleo sobre lienzo de Johann Friedrich Overbeck (1815), Pinacoteca de los Museos Estatales de Berlín, Alemania

En aquel tiempo, Jesús atravesó de nuevo en barca a la otra orilla, se le reunió mucha gente a su alrededor, y se quedó junto al lago.
Se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo, y, al verlo, se echó a sus pies, rogándole con insistencia: "Mi niña está en las últimas; ven, pon las manos sobre ella, para que se cure y viva."
Jesús se fue con él, acompañado de mucha gente que lo apretujaba.
Había una mujer que padecía flujos de sangre desde hacia doce años. Muchos médicos la habían sometido a toda clase de tratamientos, y se había gastado en eso toda su fortuna; pero, en vez de mejorar, se había puesto peor. Oyó hablar de Jesús y, acercándose por detrás, entre la gente, le tocó el manto, pensando que con sólo tocarle el vestido curaría.
Inmediatamente se secó la fuente de sus hemorragias, y notó que su cuerpo estaba curado. Jesús, notando que había salido fuerza de él, se volvió en seguida, en medio de la gente, preguntando: "¿Quién me ha tocado el manto?".
Los discípulos le contestaron: "Ves como te apretuja la gente y preguntas: "¿Quién me ha tocado?".
Él seguía mirando alrededor, para ver quién había sido. La mujer se acercó asustada y temblorosa, al comprender lo que había pasado, se le echó a los pies y le confesó todo.
Él le dijo: "Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y con salud."
Todavía estaba hablando, cuando llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle: "Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al maestro?".
Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga: "No temas; basta que tengas fe".
No permitió que lo acompañara nadie, más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago.
Llegaron a casa del jefe de la sinagoga y encontró el alboroto de los que lloraban y se lamentaban a gritos.
Entró y les dijo: "¿Qué estrépito y qué llantos son éstos? La niña no está muerta, está dormida".
Se reían de él. Pero él los echó fuera a todos y, con el padre y la madre de la niña y sus acompañantes, entró donde estaba la niña, la cogió de la mano y le dijo: "Talitha qumi" (que significa: "Contigo hablo, niña, levántate").
La niña se puso en pie inmediatamente y echó a andar; tenía doce años. Y se quedaron viendo visiones. Les insistió en que nadie se enterase; y les dijo que dieran de comer a la niña.
Se trata de dos mujeres, que además de la exclusión de que eran objeto en aquella sociedad patriarcal, padecían la impureza que su enfermedad les transmitía a ellas y a quien las tocase. Pero nada de ello fue impedimento para que Jesús las tratara con una solicitud cargada de sentimiento. Sin temer ser criticado por transgredir normas y prejuicios, Jesús rompió –en éste y en otros casos– con el androcentrismo de su sociedad y mantuvo un trato solidario y liberador con las mujeres y los niños, que no sin motivo buscaban su proximidad.
La primera mujer del relato lleva doce años padeciendo una larga enfermedad, que los médicos no han podido curar. En la cultura hebrea la sangre es la vida (Gen 9, 4-5). La mujer pierde sangre, se le va la vida. Representa toda situación crítica de la que el creyente no sabe cómo salir mientras no sienta que la gracia de Dios lo toque y lo sane.
La otra mujer es una niña de 12 años, que en Oriente equivale a la edad del noviazgo; pero está enferma de muerte. Esta niña-mujer, por ser, además, hija de Jairo, jefe de la sinagoga, podría simbolizar al pueblo de Israel, que la Biblia presenta como la esposa de Yahvé.
Mientras Jesús va a casa de Jairo, aparece en escena la mujer que sufre de hemorragias. Tiene una enfermedad que hacía impura a la mujer desde el punto de vista legal (Lev 15, 19-24) y tenía que permanecer apartada el tiempo que durara su hemorragia porque volvía impuro lo que tocaba. Humillada física y moralmente, la pobre mujer sólo puede acercarse a Jesús desde atrás, sin dejarse ver, sin poder tocar.
Experiencias similares pueden darse en el camino de la fe: sucede algo lamentable y la persona se siente alejada, inhabilitada para la vida cristiana. Su fe entonces sólo logra expresarse como el deseo de que Dios la tenga en cuenta, como dice el salmo 80: Vuelve a nosotros tu rostro y seremos salvos.
¿Quién me ha tocado?, pregunta Jesús, al sentir que la mujer le ha rozado el manto. No es un reproche, es una invitación: la fe interior de la mujer tiene que hacerse pública. Y es lo que hace ella con un gesto cargado de sentimiento: asustada y temblorosa… se postró ante él y le contó toda su verdad. Contarle toda su verdad es poner su vida en manos del Señor, reconocer que no hay nada oculto entre los dos, y dejar que Él disponga las cosas según su voluntad. Por eso Jesús, después de tranquilizarla, le dice con afecto: Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz, estás liberada de tu mal.
Todavía estaba hablando, cuando vienen a anunciar al jefe de la sinagoga que su hija ha muerto: ¿Para qué seguir molestando al Maestro? Jairo ya había expresado su fe, pero el anuncio que le traen hace que le sobrecoja el miedo a la muerte, la sensación de impotencia frente a lo irremediable. Pero Jesús lo reanima: No tengas miedo, basta con que sigas creyendo.
Lo que viene después es una predicación en acción sobre el sentido cristiano de la muerte. Jesús le quita dramatismo, le arranca su aguijón (como dice san Pablo en 1Cor 15,55), la reduce a un sueño: la niña no está muerta, está dormida. El mensaje de su victoria sobre la muerte ha de ser comunicado a “los que se afligen como quienes no tienen esperanza” (1 Tes 4,13), y que en el relato aparecen simbolizados en el tumulto, el llanto y los gritos en la casa mortuoria.
Jesús, entonces, tomó la mano de la niña y la sacó del sueño, con palabras llenas de ternura: Talita Kumi (que significa: Muchacha, a ti te hablo, levántate). Conviene advertir que el mandato de Jesús, ¡Levántate! ¡Ponte de pie!, significa también ¡Resucita!, y es el verbo que se emplea en los relatos de la resurrección: “Cuando resucite (cuando sea levantado), iré delante de ustedes a Galilea” (14,28). “Ha resucitado, no está aquí” (16,6).
La niña se levantó y se puso a caminar. Y ellos se quedaron llenos de estupor, con el mismo sentimiento que tendrán las mujeres ante el sepulcro vacío (16,8): temor y desconcierto. Y les mandó que le dieran de comer. Porque todavía queda camino por andar...  A lo que Dios hace en nuestro favor, corresponde nuestra colaboración.
Todos podemos vernos en situaciones extremas en las que ya nada se puede hacer. Las palabras de Jesús a Jairo: No tengas miedo, basta con que sigas creyendo, nos ayudarán a no dejarnos dominar por el miedo y la desesperación. Sabremos infundir ánimo a quien lo necesita. Procuraremos, además, que “que la Iglesia sea un recinto de paz, de justicia y de amor para que todos encuentren en ella un motivo para seguir esperando”.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.