viernes, 7 de enero de 2022

Curación de un leproso (Lc 5, 12-16)

 P. Carlos Cardó SJ

La resurrección de Lázaro, óleo sobre lienzo de Salvatore Rosa (siglo XVII), Museo Condé de Chantilly, Francia

En aquel tiempo, estando Jesús en un poblado, llegó un leproso, y al ver a Jesús, se postró rostro en tierra, diciendo: "Señor, si quieres, puedes curarme".
Jesús extendió la mano y lo tocó, diciendo: "Quiero. Queda limpio". Y al momento desapareció la lepra. Entonces Jesús le ordenó que no lo dijera a nadie y añadió: "Ve, preséntate al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que Moisés prescribió. Eso les servirá de testimonio".

Y su fama se extendía más y más. Las muchedumbres acudían a oírlo y a ser curados de sus enfermedades. Pero Jesús se retiraba a lugares solitarios para orar.

Los milagros de Jesús son signos del poder de Dios que salva en Jesús y de la irrupción del reino de Dios por medio de Él. En este sentido, la curación de un leproso era particularmente significativa porque era comparable a la resurrección un muerto. Según la ley de Moisés (Levítico 13-14), los leprosos eran impuros que volvían impuro a quien los tocaba, igual que cuando se tocaba un cadáver. Inhabilitados para la vida social, tenían que vivir en despoblado y gritar: “¡Impuro, impuro!”, a la distancia, para que la gente no se les acercase.

Uno de estos enfermos cayó rostro en tierra y le suplicaba: Señor, si quieres, puedes limpiarme. No puede ser más expresivo el texto: caer rostro en tierra es la postura de máximo abatimiento de una persona: el mal lo doblega hasta el suelo; es expresión también de total abandono en la providencia, la única que puede resolver la situación imposible.

Y Jesús extendió la mano, lo tocó y le dijo: Quiero, queda limpio. 

Lucas resalta la resolución inmediata de Jesús; sin vacilación alguna toca al enfermo y lo cura. En ese gesto ve el evangelista la eficacia de la súplica y hace ver también hasta donde era capaz de llegar Jesús a la hora de salvar a una persona dada por perdida. El “tocar” aparece muchas veces en los evangelios: Jesús tocaba a los niños, a los enfermos, incluso a los impuros leprosos y a los muertos. El tocar no sólo transmite salud, sino la reincorporación religiosa y social, porque el enfermo era un impuro excluido de la comunidad. Y aquel que según la ley era un inmundo, excluido del pueblo de Dios, queda libre de su impureza, su carne se regenera, recobra la dignidad perdida y se vuelve apto para ir a presentarse a los sacerdotes y testimoniar contra ellos.

Los sacerdotes eran los custodios y garantes de la ley mosaica; de ahí que tuvieran ellos que testificar la curación y permitir la reintegración del enfermo. Eso los hacía sentirse depositarios del poder de determinar lo que era lícito o ilícito y distinguir quién era puro o impuro, justo o pecador. Con la venida de Cristo queda destruido todo muro de separación entre los hombres porque Dios, el único Santo, se ha mostrado solidario de todos, amigo y defensor del débil, del marginado, del tenido por perdido en este mundo. 

Con su actuación Jesús hace presente el reino de Dios y muestra en la práctica cómo obra Dios, porque Él hace lo que el Padre le dicta y reproduce en su obrar el comportamiento liberador de Dios. Para ello, Jesús no duda incluso de obrar contra prescripciones establecidas en la ley, como el acercarse y tocar a un leproso. Obrando así, manifiesta una comprensión radicalmente nueva de Dios, una nueva imagen de Dios y una nueva moral.

Jesús deja traslucir simbólicamente el comportamiento de Dios con aquellos que, según la mentalidad religiosa de su tiempo, eran los perdidos y quedaban fuera del pueblo escogido de Dios. Y con esta nueva concepción de Dios, justifica su propio modo de obrar. Es como si dijera: Dios es así, hago bien en obrar como Él. Más aún, Dios no sólo inspira el comportamiento de Jesús, sino que Dios está realmente en Jesús y actúa en Él: busca a los perdidos, los sana, los libera, los sienta a su mesa, les muestra toda su ternura y bondad.

En Jesús, los que se sienten perdidos ven que se les abre una nuevo porvenir, los que se sienten en las últimas ven que vuelven a la vida, los que han perdido su dignidad se revisten de honor, “los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la buena noticia” (Lc 7,22). Por eso, Jesús es el revelador de Dios, el que nos lo hace cercano, a nuestro alcance (Jn 1, 18: y nos lo da a conocer). En Jesús todos pueden leer quién es Dios y como actúa. Su vida está determinada a todos los niveles por la misericordia y el amor.

Termina el texto haciendo una alusión a las dos constantes que se repiten de continuo en la actuación de Jesús y que son como dos facetas de su misión: Se congregaban multitudes para oírle y para que los sanara de sus enfermedades. Pero él se retiraba a los lugares solitarios a orar.

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