P. Carlos Cardó SJ
Tiempo después, Jesús volvió a Cafarnaún. Apenas corrió la noticia de que estaba en casa, se reunió tanta gente que no quedaba sitio ni siquiera a la puerta. Y mientras Jesús les anunciaba la Palabra, cuatro hombres le trajeron un paralítico que llevaban tendido en una camilla. Como no podían acercarlo a Jesús a causa de la multitud, levantaron el techo donde él estaba y por el boquete bajaron al enfermo en su camilla.
Al ver la fe de aquella gente, Jesús dijo al paralítico: «Hijo, se te perdonan tus pecados».
Estaban allí sentados algunos maestros de la Ley, y pensaron en su interior: «¿Cómo puede decir eso? Realmente se burla de Dios. ¿Quién puede perdonar pecados, fuera de Dios?».
Pero Jesús supo en su espíritu lo que ellos estaban pensando, y les dijo: «¿Por qué piensan así? ¿Qué es más fácil, decir a este paralítico: Se te perdonan tus pecados, o decir: Levántate, toma tu camilla y anda? Pues ahora ustedes sabrán que el Hijo del Hombre tiene en la tierra poder para perdonar pecados».
Y dijo al paralítico: «Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa».
El hombre se levantó, y ante los ojos de toda la gente, cargó con su camilla y se fue. La gente quedó asombrada, y todos glorificaban a Dios diciendo: «Nunca hemos visto nada parecido».
La fama de
Jesús se extendió por toda la Galilea (1,28) y la gente acudía a Él (1,45),
llevándole sus enfermos para que los curase. A la casa a la que llega, acuden
tantos que ya nadie puede acercarse a Jesús. Aparece de pronto un paralítico llevado
entre cuatro. Como no pueden entrar, se las ingenian y abren un boquete en el
techo para hacer descender por allí al enfermo y ponerlo a los pies de Jesús.
Había allí
sentados unos maestros de la ley. Estos profesionales de la religión, expertos
en interpretar la Palabra de Dios, resultarán siendo los verdaderos
paralíticos. Viven inmovilizados en los conocimientos que han adquirido, no
quieren cambiar, no aceptan la presencia de Dios que les habla en Jesús.
Por su parte,
el paralítico y sus amigos, que no tienen nombre ni dicen una palabra, aparecen
en el texto de Marcos como figuras representativas. El paralítico personifica a
aquellos que no pueden moverse por sus medios, han perdido su libertad de movimientos
y yacen como muertos. Sus amigos simbolizan a quienes se esfuerzan por superar
las dificultades que impiden llegar hasta Jesús. Jesús les alaba su fe: la
confianza en Dios que demuestran. Ambas actitudes, la del paralítico y la de
sus amigos, pueden darse en una misma persona, en mí.
Asimismo, la
curación física y el perdón de los pecados podrían representar las dos caras de
una misma moneda. La parálisis física alude a la invalidez que padece el
espíritu humano cuando pesa sobre él un pasado vergonzoso, una vida desordenada,
una culpa no resuelta. Por el perdón, el pecado pierde su carga mortífera y el
hombre puede rehacer su vida, construirse una existencia reconciliada con Dios,
con los demás y consigo mismo.
Las palabras
de Jesús, Tus pecados te quedan
perdonados, chocan con la mentalidad de los maestros de la ley. Se
revuelven en sus asientos, pero no hablan, no se atreven a decir lo que piensan;
juzgan y condenan en su interior, eso sí. Reflejan el efecto que tienen en las
personas las ideologías, las doctrinas inducidas, las formas erróneas de pensar
que se difunden y llegan a formar una conciencia colectiva. Las mentes de estas
personas quedan condicionadas, como programadas para pensar sólo en una
dirección. No piden explicaciones, sólo juzgan y condenan lo diferente, porque
lo que han introyectado no se cuestiona y lo que no concuerda con su modo de
pensar lo consideran blasfemia,
ofensa a Dios.
En el caso de
los maestros de la ley, ellos saben bien que el poder de perdonar pecados es
atributo de Dios sólo. Pueden dirigirse a Él y pedírselo, pero nadie puede
estar seguro de haber quedado libre de su culpa. Pero he aquí que Jesús se
atreve a darle al paralítico esta seguridad: sus palabras le aseguran la cancelación
de sus culpas, como sólo Dios podía hablarle. Esto es lo que les escandaliza. Interpretan
el gesto de Jesús como una pretensión insoportable. A sus ojos, Jesús usurpa el
poder divino, insinúa que Dios está en él y que sus palabras son del mismo
Dios.
Jesús intuye
lo que están pensando. Los reprende y defiende su posición. La argumentación es
clara: quien es capaz de levantar a un paralítico, de hacerle cargar su camilla
y de enviarlo caminando a su casa, demuestra que puede hacer “lo más difícil”
porque Dios está con Él. Por tanto, tiene también poder de dar a la persona una
nueva vida. Curarlo de la parálisis y liberarlo de la carga de su pasado son
los dos efectos de la obra liberadora que Jesús realiza por el Espíritu que
habita en Él.
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