sábado, 1 de enero de 2022

Adoración de los pastores e imposición del Nombre de Jesús (Lc 2, 15-20)

 P. Carlos Cardó SJ

Adoración de los pastores, óleo sobre lienzo de Francisco de Zurbarán (1638), Museo de Bellas Artes de Grenoble, Francia

En aquel tiempo, los pastores fueron a toda prisa hacia Belén y encontraron a María, a José y al niño, recostado en el pesebre. Después de verlo, contaron lo que se les había dicho de aquel niño y cuantos los oían, quedaban maravillados.
María, por su parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón.

Los pastores se volvieron a sus campos, alabando y glorificando a Dios por todo cuanto habían visto y oído, según lo que se les había anunciado.
Cumplidos los ocho días, circuncidaron al niño y le pusieron el nombre de Jesús, aquel mismo que había dicho el ángel, antes de que el niño fuera concebido.

Este texto nos pone con María, José y los pastores para ayudarnos a oír la buena noticia del nacimiento del Hijo de Dios, meditar en sus consecuencias para nuestra vida, y difundirla. 

Los primeros en oír el anuncio del nacimiento de Jesús no fueron el emperador romano ni los jefes del pueblo, sino unos pastores, gente pobre y sencilla. A ellos, los primeros, se les revela que el nacimiento de ese niño no es un acontecimiento privado y sin importancia, sino que atañe a todo el pueblo de Israel y a toda la humanidad. Les anuncio una gran alegría que será para todo el pueblo: Hoy les ha nacido en la ciudad de David un Salvador, el Mesías, el Señor.

Al mismo tiempo, los pastores son también los primeros que se convierten en anunciadores (evangelizadores) de la buena noticia que han recibido. Transmiten el conocimiento que les ha venido de lo alto acerca de este Niño y vuelven a su vida de todos los días con el corazón lleno de alegría. A partir de ahí, todo el que con fe y humildad, como los pastores, se encuentra con la bondad de Dios nuestro salvador y su amor a nosotros (Tito 3, 4), sentirá el impulso de comunicarla. La experiencia del encuentro con Dios es necesariamente comunicativa.

Junto a los pastores, primeros evangelizadores, se destaca la figura de María con lo más característico de su personalidad: su gran fe. María acoge y medita en su interior lo que han dicho los pastores, procura comprender su significado, para apoyar el destino de su Hijo, aunque de momento quizá no logre comprenderlo. Ella, la gran creyente, vivirá meditado en su corazón la palabra de Dios, para referirlo todo a ella y llevarla a la práctica (Lc 8). Y así estará al final, cuando acompañe a su Hijo en la cruz o espere en oración, con la comunidad, la venida del Espíritu (Hch 1,14).

A los ocho días, cuando circundaron al Niño, le pusieron el nombre de Jesús, como lo había llamado el ángel ya antes de la concepción. Con la circuncisión, señal de la alianza con Dios (Gn 17), Jesús se incorpora oficialmente en el pueblo de Israel. Pero este rito, es sólo la ocasión de que se vale Lucas para prestar atención a la imposición del nombre, sobre el cual recae todo el énfasis de su narración. La razón es que el nombre de Jesús fue impuesto por Dios y resume la vocación y misión del Hijo de Dios. Jesús significa: Dios salva. El Dios innombrable de la fe judía, he aquí que tiene un nombre que podemos pronunciar con amor y confianza porque expresa lo que Dios quiere hacer por nosotros: darnos una vida plena, realizada, libre de todo mal, una vida salvada.

Tradicionalmente desde hace 50 años se celebra hoy la Jornada Mundial por la Paz y el Santo Padre dirige un mensaje a todas las naciones. Extraigo algunos párrafos.

«No hay paz sin la cultura del cuidado. La cultura del cuidado, como compromiso común, solidario y participativo para proteger y promover la dignidad y el bien de todos, como una disposición al cuidado, a la atención, a la compasión, a la reconciliación y a la recuperación, al respeto y a la aceptación mutuos, es un camino privilegiado para construir la paz. En muchos lugares del mundo hacen falta caminos de paz que lleven a cicatrizar las heridas, se necesitan artesanos de paz dispuestos a generar procesos de sanación y de reencuentro con ingenio y audacia».

«En este tiempo, en el que la barca de la humanidad, sacudida por la tempestad de la crisis, avanza con dificultad en busca de un horizonte más tranquilo y sereno, el timón de la dignidad de la persona humana y la “brújula” de los principios sociales fundamentales pueden permitirnos navegar con un rumbo seguro y común. Como cristianos, fijemos nuestra mirada en la Virgen María, Estrella del Mar y Madre de la Esperanza. Trabajemos todos juntos para avanzar hacia un nuevo horizonte de amor y paz, de fraternidad y solidaridad, de apoyo mutuo y acogida. No cedamos a la tentación de desinteresarnos de los demás, especialmente de los más débiles; no nos acostumbremos a desviar la mirada, sino comprometámonos cada día concretamente para formar una comunidad compuesta de hermanos que se acogen recíprocamente y se preocupan los unos de los otros».

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