P. Carlos Cardó SJ
En aquel tiempo, los pastores fueron a toda prisa hacia Belén y encontraron a María, a José y al niño, recostado en el pesebre. Después de verlo, contaron lo que se les había dicho de aquel niño y cuantos los oían, quedaban maravillados.
María, por su parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón.
Los pastores se volvieron a sus campos, alabando y glorificando a Dios por todo cuanto habían visto y oído, según lo que se les había anunciado.
Cumplidos los ocho días, circuncidaron al niño y le pusieron el nombre de Jesús, aquel mismo que había dicho el ángel, antes de que el niño fuera concebido.
Este texto nos
pone con María, José y los pastores para ayudarnos a oír la buena noticia del
nacimiento del Hijo de Dios, meditar en sus consecuencias para nuestra vida, y
difundirla.
Los primeros en oír el anuncio del nacimiento de Jesús no fueron
el emperador romano ni los jefes del pueblo, sino unos pastores, gente pobre y
sencilla. A ellos, los primeros, se les revela que el nacimiento de ese niño no
es un acontecimiento privado y sin importancia, sino que atañe a todo el pueblo
de Israel y a toda la humanidad. Les
anuncio una gran alegría que será para todo el pueblo: Hoy les ha nacido en la
ciudad de David un Salvador, el Mesías, el Señor.
Al mismo tiempo, los pastores son también los primeros que se
convierten en anunciadores (evangelizadores) de la buena noticia que han
recibido. Transmiten el conocimiento que les ha venido de lo alto acerca de
este Niño y vuelven a su vida de todos los días con el
corazón lleno de alegría. A partir de ahí, todo el que con fe
y humildad, como los pastores, se encuentra con la bondad de Dios nuestro salvador y su amor a nosotros (Tito 3,
4), sentirá el impulso de comunicarla. La experiencia del encuentro con Dios es
necesariamente comunicativa.
Junto a los pastores, primeros evangelizadores, se destaca la
figura de María con lo más característico de su personalidad: su gran fe. María
acoge y medita en su interior lo que han dicho los pastores, procura comprender
su significado, para apoyar el destino de su Hijo, aunque de momento quizá no
logre comprenderlo. Ella, la gran creyente, vivirá meditado en su corazón la palabra
de Dios, para referirlo todo a ella y llevarla a la práctica (Lc 8). Y así estará
al final, cuando acompañe a su Hijo en la cruz o espere en oración, con la
comunidad, la venida del Espíritu (Hch
1,14).
A
los ocho días, cuando circundaron al Niño, le pusieron el nombre de Jesús, como
lo había llamado el ángel ya antes de la concepción.
Con la circuncisión, señal de la alianza con Dios (Gn 17), Jesús se incorpora oficialmente en el pueblo de Israel.
Pero este rito, es sólo la ocasión de que se vale Lucas para prestar atención a
la imposición del nombre, sobre el cual recae todo el énfasis de su narración.
La razón es que el nombre de Jesús fue impuesto por Dios y resume la vocación y
misión del Hijo de Dios. Jesús significa: Dios
salva. El Dios innombrable de la fe judía, he aquí que tiene un nombre que
podemos pronunciar con amor y confianza porque expresa lo que Dios quiere hacer
por nosotros: darnos una vida plena, realizada, libre de todo mal, una vida
salvada.
Tradicionalmente desde hace 50 años se celebra hoy la Jornada
Mundial por la Paz y el Santo Padre dirige un mensaje a todas las naciones.
Extraigo algunos párrafos.
«No hay paz sin la cultura del cuidado. La cultura del cuidado,
como compromiso común, solidario y participativo para proteger y promover la
dignidad y el bien de todos, como una disposición al cuidado, a la atención, a
la compasión, a la reconciliación y a la recuperación, al respeto y a la
aceptación mutuos, es un camino privilegiado para construir la paz. En muchos
lugares del mundo hacen falta caminos de paz que lleven a cicatrizar las
heridas, se necesitan artesanos de paz dispuestos a generar procesos de
sanación y de reencuentro con ingenio y audacia».
«En este tiempo, en el que la barca de la humanidad, sacudida por
la tempestad de la crisis, avanza con dificultad en busca de un horizonte más
tranquilo y sereno, el timón de la dignidad de la persona humana y la “brújula”
de los principios sociales fundamentales pueden permitirnos navegar con un
rumbo seguro y común. Como cristianos, fijemos nuestra mirada en la Virgen
María, Estrella del Mar y Madre de la Esperanza. Trabajemos todos juntos para
avanzar hacia un nuevo horizonte de amor y paz, de fraternidad y solidaridad,
de apoyo mutuo y acogida. No cedamos a la tentación de desinteresarnos de los
demás, especialmente de los más débiles; no nos acostumbremos a desviar la
mirada, sino comprometámonos cada día concretamente para formar una comunidad
compuesta de hermanos que se acogen recíprocamente y se preocupan los unos de
los otros».
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