P. Carlos Cardó SJ
Un sábado Jesús pasaba por unos sembrados con sus discípulos. Mientras caminaban, los discípulos empezaron a desgranar espigas en sus manos.
Los fariseos dijeron a Jesús: «Mira lo que están haciendo; esto está prohibido en día sábado».
El les dijo: «¿Nunca han leído ustedes lo que hizo David cuando sintió necesidad y hambre, y también su gente? Entró en la Casa de Dios, siendo sumo sacerdote Abiatar, y comió los panes de la ofrenda, que sólo pueden comer los sacerdotes; y les dio también a los que estaban con él».
Y Jesús concluyó: «El sábado ha sido hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado. Sepan, pues, que el Hijo del Hombre, también es dueño del sábado».
El marco del relato es el
siguiente: los discípulos de Jesús atraviesan un campo y sienten hambre. Recogen
unas espigas de trigo, las restriegan entre las manos y se comen los granos.
Este simple hecho escandaliza a los fariseos: ¡hacen en sábado lo que no está permitido! Jesús aprovecha la
ocasión para defender la libertad y amplitud de espíritu que quiere que tengan
sus discípulos.
La ley está al servicio de la persona humana, no está dada para
oprimir. Por eso, ante la necesidad, la ley cede; no es un absoluto. Para
demostrarlo, Jesús argumenta poniendo el ejemplo de David que entró en el
santuario, tomó los panes consagrados –que sólo podían comer los sacerdotes– y comió
él y sus soldados porque tenían hambre (Cf. 1Sam
21, 2-7). Recordaba así a los fariseos que la necesidad humana estaba por
encima incluso del culto y de lo referente al templo. Puede dejarse el sentido
literal de la ley cuando lo exige una necesidad más elevada. Las normas son
para orientar en las relaciones con Dios y con los demás, pero por encima están
las necesidades vitales.
A partir de esa enseñanza, Jesús pasa a tratar el tema del sábado.
Moisés, inspirado por Dios, había dejado a los israelitas este precepto: Durante seis días trabajarás y harás todos
tus trabajos. Pero el día séptimo es día de descanso en honor del Señor tu Dios.
No harás en él trabajo alguno ni tú, ni tus hijos, ni tus siervos, ni tu
ganado, ni el extranjero que habita contigo. El descanso, por tanto, no
había sido impuesto como una prueba, como un deber riguroso, sino como un
recurso humano para asegurarle a todos, judíos y no judíos, libres o esclavos,
que pudieran tener un día semanal para reparar las fuerzas, estar en familia, y,
sobre todo, honrar a Dios, recordando el descanso que tuvo el Creador al
concluir su obra (Ex 20, 8-11), y
acordándose de que fueron esclavos en Egipto y el Señor los liberó (Dt 5,12-15).
Por su significado y por su contenido de memorial, el sábado pasó
a convertirse en un elemento fundamental de la religión judía, hasta hoy, la espiritualidad
del Shabat. El descanso sabático es
una solemne proclamación de la identidad del judío y de su nación: identidad de
hijos y pueblo de la alianza, que vale no por lo que produce o posee sino por
lo que es. El sábado recuerda a los israelitas que no son simples ciudadanos,
trabajadores, o consumidores. El Shabat no
es una simple costumbre ni un simple medio para el ordenamiento social del
trabajo mediante el descanso obligatorio, sino la afirmación pública y rotunda
de que Israel es el pueblo de Dios, que obra según Dios.
Sin embargo, en tiempos de Jesús la espiritualidad del Shabat había quedado deformada por el
rigorismo y la intransigencia de los rabinos fariseos. El precepto del sábado,
que en su origen había tenido un fuerte sentido liberador, al asegurar a todos
el descanso semanal, y que era día santo para honrar a Dios, se había convertido
en una ley opresora. Jesús no sólo devuelve a la práctica del descanso sabático
su verdadero sentido, sino que con su afirmación: El sábado está hecho para el hombre, pone al sábado en relación y
al servicio del hombre.
Como todas las observancias morales, ritos, celebraciones liturgias
y prácticas religiosas, por medio de las cuales se expresa la fe, tampoco el
sábado es un fin en sí mismo. Todo ello es medio al servicio del ser humano.
Finalmente, la declaración: El
Hijo del hombre es señor también del sábado, debió sonar a los oídos de los
dirigentes del pueblo como una pretensión insoportable. En el evangelio de Juan
aparece claro: perseguían a Jesús porque
hacía obras como éstas (curar a un paralítico) en día sábado, pero Jesús les replicó: Mi Padre no cesa de trabajar
hasta ahora y yo también trabajo. En vista
de esto trataban de matarlo porque no sólo no respetaba el sábado sino que
además decía que Dios era su Padre, y se hacía igual a Dios (Jn 5,19).
Jesús, por tanto, no trasgrede el sábado sino que lo supera,
haciendo lo que hace Dios su padre. En adelante, Jesús es quien transmite la
identidad al nuevo pueblo de Israel y quien realiza la verdadera y plena
liberación. Queda atrás el sábado como signo y recuerdo. Se ha hecho realidad
aquello de lo que el sábado era signo. Se ha inaugurado con Jesús el definitivo
séptimo día, día del encuentro de Dios con sus hijos, sábado eterno, tiempo de
gracia y salvación en que se cumple lo anunciado: Habitaré en ellos y caminaré junto a ellos (Lv 26,12; 2Cor 6,16).
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