P. Carlos Cardó SJ
En aquel tiempo, después de la multiplicación de los panes, Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca y se dirigieran a Betsaida, mientras él despedía a la gente. Después de despedidos, se retiró al monte a orar.
Entrada la noche, la barca estaba en medio del lago y Jesús, solo, en tierra. Viendo los trabajos con que avanzaban, pues el viento les era contrario, se dirigió a ellos caminando sobre el agua, poco antes del amanecer, y parecía que iba a pasar de largo.
Al verlo andar sobre el agua, ellos creyeron que era un fantasma y se pusieron a gritar, porque todos lo habían visto y estaban espantados.
Pero él les habló enseguida y les dijo: "¡Ánimo! Soy yo; no teman". Subió a la barca con ellos y se calmó el viento. Todos estaban llenos de espanto y es que no habían entendido el episodio de los panes, pues tenían la mente embotada.
El episodio de Jesús que camina sobre
las aguas del lago lo pone Marcos como prolongación del milagro de la multiplicación
de los panes. De hecho, así lo indica la conclusión del relato (51-52): Ellos
(los discípulos) quedaron más sorprendidos todavía, ya que no habían
entendido lo de los panes y su mente seguía cerrada.
Marcos no dice nada de las reaccione de
la gente después de la multiplicación de los panes. Es el evangelista Juan (6,
14-15) el que lo señala: Cuando La gente vio aquel signo, exclamó: – Este
hombre es verdaderamente el profeta que debía venir al mundo. Jesús se
dio cuenta de que pretendían proclamarlo rey. Entonces se retiró de nuevo a la
montaña, él solo. Queda claro, por tanto, que en esta ocasión como en otras
en las que se manifestó el poder del Señor, la gente interpretó
sus acciones en clave mesiánico-política y quiso proclamarlo jefe de un
movimiento nacionalista contra los romanos. Reconocieron a Jesús, pero viendo
en Él la imagen del mesías que se habían formado, y quisieron colaborar con Él
en la misión, pero tal como ellos la habían pensado.
Esa misma dificultad para comprender a Jesús aparece en el
episodio del lago. Ocurre al final de la noche, entre las 3 y las 6 de la mañana.
Los discípulos están en la barca, dirigiéndose a la parte opuesta a Betsaida,
que podría ser la ciudad de Cafarnaúm. De pronto ocurre algo que nos es
transmitido con imágenes sacadas del Antiguo Testamento, que tienen un gran
poder sugestivo. En efecto, en el libro de Job (9, 8), Dios es el único que
extiende los cielos y camina sobre las
olas del mar.
Y en el Salmo 77, el judío piadoso se dirige a Dios diciéndole: Tú abriste un camino sobre el mar, un
sendero sobre las aguas caudalosas. Los judíos saben que ese dominio
supremo del Creador sobre los elementos, en particular sobre las aguas del caos
original, del que sacó la vida (Gen 1,
1-2, 4), y sobre las aguas del Mar Rojo para dar la libertad al pueblo de
Israel (Ex 14, 21-31), se le reveló a
Moisés con un nombre –Yo soy– que le designa como un Dios cercano,
siempre dispuesto a intervenir en favor de su pueblo (cf. Ex 3, 13-14).
Todo esto confluye en la
visión que tienen los discípulos en la barca: ven a Jesús caminando sobre las
aguas, se llenan de espanto creyendo ver un fantasma y Él les dice: Soy yo. No tengan miedo. Sus reacciones
son las que tuvieron cuando se sintieron naufragar en la tempestad (4,39) y
serán igualmente las que tendrán en la experiencia pascual, ante la presencia
del Resucitado (cf. Lc 24,37).
Se ve, pues, que todo en el relato
apunta a la confesión de fe en la divinidad de Jesús. El que camina sobre las
aguas, vencedor de todas las fuerzas del mal, del pecado y de la muerte, está
junto a nosotros en su palabra y en su pan. Pero está como ausente. Por eso
interpretamos su presencia como si fuera un fantasma, y no nos fiamos de su
palabra, no obramos como Él obraba. El Señor nos invita a reconocerlo y a
caminar con confianza, porque quien reconoce su presencia en toda circunstancia
es capaz de superar toda dificultad.
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