P. Carlos Cardó SJ
En aquel tiempo, Jesús se fue a la otra orilla del mar de Galilea o lago de Tiberíades. Lo seguía mucha gente, porque habían visto las señales milagrosas que hacía curando a los enfermos. Jesús subió al monte y se sentó allí con sus discípulos.
Estaba cerca la Pascua, festividad de los judíos. Viendo Jesús que mucha gente lo seguía, le dijo a Felipe: "¿Cómo compraremos pan para que coman éstos?". Le hizo esta pregunta para ponerlo a prueba, pues él bien sabía lo que iba a hacer.
Felipe le respondió: "Ni doscientos denarios de pan bastarían para que a cada uno le tocara un pedazo de pan".
Otro de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo: ''Aquí hay un muchacho que trae cinco panes de cebada y dos pescados. Pero, ¿qué es eso para tanta gente?".
Jesús le respondió: "Díganle a la gente que se siente". En aquel lugar había mucha hierba. Todos, pues, se sentaron ahí; y tan sólo los hombres eran unos cinco mil.
Enseguida tomó Jesús los panes, y después de dar gracias a Dios, se los fue repartiendo a los que se habían sentado a comer. Igualmente les fue dando de los pescados todo lo que quisieron. Después de que todos se saciaron, dijo a sus discípulos: "Recojan los pedazos sobrantes, para que no se desperdicien". Los recogieron y con los pedazos que sobraron de los cinco panes llenaron doce canastos.
Entonces la gente, al ver la señal milagrosa que Jesús había hecho, decía: "Este es, en verdad, el profeta que habría de venir al mundo". Pero Jesús, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró de nuevo a la montaña, él solo.
La acción se desarrolla en Galilea, región pobre de Palestina. Jesús
atrae a una multitud de personas necesitadas que van tras Él porque han oído o
visto que cura a los enfermos. Después de atravesar con la gente el mar de Tiberiades y subir a un monte, levantó los ojos y, al ver la mucha
gente que acudía, dijo a Felipe: ¿Dónde podremos comprar pan para que coman
estos? Lo decía para tantearlo porque él ya sabía lo que iba a hacer
(vv. 5-6). Jesús se preocupa de la gente y toma la iniciativa. Su diálogo con
Felipe es sólo para demostrar la incapacidad del hombre para resolver el
problema de la vida, representado en el hambre.
¿Dónde podremos comprar pan para que coman estos? Esa
pregunta sigue resonando hoy. Según las estadísticas de la FAO, 800 millones de
personas en el mundo sufren hambre y desnutrición. 11 de cada 100 se encuentran
en esta grave situación. 24.000 mueren cada día por causa del hambre, el 75% de
ellas menores de 5 años. Se han venido haciendo esfuerzos para reducir la
magnitud del problema, es verdad, pero aún falta mucho para remediar esta
tragedia del hambre que duele y avergüenza.
Ante esta situación, el mensaje del Evangelio es un llamado a
compartir. Mientras el mal uso que se hace de los recursos naturales –como nos
lo ha dicho el Papa Francisco en su Encíclica Laudato Si’ sobre “El cuidado de la casa común”– siga haciendo que
tales recursos sean cada vez más escasos, y mientras no esté dispuesto cada cual
a contribuir al cuidado de la naturaleza y a compartir la mesa de la creación
con los demás, la pregunta de Jesús seguirá impactando en nuestros oídos
llamándonos a reflexión y, sobre todo, a ver cómo respondemos.
La respuesta que da Andrés a la pregunta de Jesús, abre el camino a la
solución del problema, como Jesús lo enseñará, dice: Aquí hay un muchacho
con cinco panes de cebada y dos pescados secos, pero ¿qué es esto para tantos?
Querría mostrar su amor repartiendo lo que hay, pero ve que no es suficiente. En
su débil condición y con su escasa provisión de panes de baja calidad (pan de
cebada) y pescados secos –es decir, lo más desproporcionado para la magnitud
del problema– el muchacho representa a la comunidad en su impotencia para
resolver el problema del hambre; pero aunque se tenga poco, hay que repartirlo.
Es lo que enseña Jesús: dar de lo que se tiene. El resto lo hará Jesús y habrá
de sobra.
Viene entonces lo central del relato. Jesús pronuncia la acción de gracias.
Dar gracias es reconocer que algo que se posee es gracia recibida de Dios. La comunidad de Jesús da gracias por el
pan, “fruto de la tierra y del trabajo humano, que recibimos de tu
generosidad”. Se podría decir que el signo (visto en profundidad) son los
bienes de la creación liberados del egoísmo humano, que alcanzan para el
sustento de todos. El milagro es el amor de Dios y de nosotros: el compartir lo
que soy y lo que tengo.
Por todo eso, el signo de los panes tiene un gran simbolismo, que
Jesús explicará en su largo discurso sobre el Pan de Vida (Jn 6, 22-59). Jesús proporciona el pan material e invita a pensar
en el pan que da vida eterna, que es su cuerpo, su vida entregada por nuestra
salvación.
Jesús distribuye el pan. Se
puso a repartirlos (v.11); “los repartes entre nosotros”,
decimos en la Eucaristía. Con su actitud de distribuir el pan, Jesús prefigura la
entrega de su vida (Pan de vida, 6,51s y lavatorio de los pies, 13,5), que se
actualizará en la celebración de la Eucaristía. En ella celebramos la
generosidad de Dios a través de su Hijo, que, en la comunidad multiplica lo que
ésta posee para que todos tengan vida.
Quedaron
todos satisfechos... recogieron doce canastas con las sobras…
(vv. 12.13). La abundancia del signo realizado por Jesús llena de entusiasmo a
la gente, que lo reconoce como “el Profeta” e incluso quieren proclamarlo rey. Pero este
tipo de poder Él lo rechaza. Para dar de comer a la multitud no ha partido de
una posición de superioridad y fuerza, sino de debilidad y escasez de recursos.
Él sólo busca servir y dar la vida. Por eso, Jesús huye, se
aleja de los que pretenden cambiar su misión. Se retira solo, como Moisés
después de la traición del pueblo (Ex 34,
3-4). Sólo en el monte de la cruz Jesús será rey (19,19) y entonces sus
discípulos lo dejarán solo (16,32).
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