P. Carlos Cardó SJ
Entre los fariseos había un personaje judío llamado Nicodemo. Este fue de noche a ver a Jesús y le dijo: «Rabbí, sabemos que has venido de parte de Dios como maestro, porque nadie puede hacer señales milagrosas como las que tú haces, a no ser que Dios esté con él».
Jesús le contestó: «En verdad te digo que nadie puede ver el Reino de Dios si no nace de nuevo desde arriba».
Nicodemo le dijo: «¿Cómo renacerá el hombre ya viejo? ¿Quién volverá al seno de su madre?».
Jesús le contestó: «En verdad te digo: El que no renace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne, y lo que nace del Espíritu es espíritu. No te extrañes de que te haya dicho: Necesitan nacer de nuevo desde arriba. El viento sopla donde quiere, y tú oyes su silbido, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Lo mismo le sucede al que ha nacido del Espíritu».
El texto desarrolla uno de los temas más característicos del
evangelio de Juan, el de la comprensión del misterio de Jesús como revelador de
la verdad de Dios y de la verdad del ser humano. Por sí solo, el hombre no
comprende; necesita la gracia, don de lo alto, que lo hace salir de la inteligencia
carnal o “de aquí abajo” y lo lleva a la comprensión por medio del espíritu. La
condición para ello queda expuesta claramente: hay que nacer de lo alto o de
nuevo, por medio del espíritu. La fe obra en nosotros una regeneración.
Un hombre llamado Nicodemo va a ver a Jesús. Pertenece al partido
de los fariseos (separados), que
promueven la renovación moral del pueblo mediante el cumplimiento estricto de
la ley mosaica, como medio para acelerar la llegada del Mesías y del reino de
Dios. Gozaban de prestigio en el pueblo, al que querían ganar para una vida
separada del mundo impuro.
En los evangelios aparecen como los principales enemigos de Jesús,
pero muchos pasajes fueron interpolados más tarde, porque a partir del año 70
d.C. persiguieron a los cristianos. Fueron los interlocutores críticos más importantes de Jesús, quien tuvo
amigos entre ellos (Lc 11; 14; 19; Mc 15).
Los tomó en serio y ellos a Él, porque Él y ellos tomaban en serio la voluntad
de Dios. Pero rechazó la concepción de la Ley que tenían y entró en conflicto
con ellos (Mc 7,11-13; Lc 11,42).
Nicodemo es identificado, además, como un personaje importante, maestro de Israel, y miembro del Consejo
de los ancianos (Sanedrín). Probablemente, como otros miembros del grupo, ha
quedado impresionado por los signos que Jesús realiza, sobre todo por el de
expulsar los mercaderes del templo y anunciar otra forma de religión, ya no
basada en el templo y en las antiguas tradiciones judías. Toma la iniciativa y va
a Jesús, quiere informarse directamente de la identidad de este nazareno a
quien mucha gente sigue.
Y viene de noche. Se podría pensar que quiere aprovechar
la tranquilidad de la noche, tiempo del descanso y también de la confidencia;
pero lo hace por miedo, para no tener problemas con los de su grupo y en el
Consejo. En el evangelio de Juan, además, la noche está asociada a la tiniebla
y es símbolo de la situación del hombre sin fe, que se opone a Jesús, que es la
luz.
Consciente de su autoridad, toma la palabra, pero el protagonista
es Jesús, que rápidamente conducirá el diálogo, llevándolo por caminos
impensados, que pondrán al fariseo ante su propia incapacidad de comprender.
Rabbí, le
llama Nicodemo, empleando un título honorífico propio de doctores de la ley. Y
añade con tono de autoridad: Sabemos que vienes de parte de Dios como
maestro, porque nadie puede hacer los signos que tú haces si Dios no está con
él. Lo reconoce, pues, como profeta y enviado de Dios, pero en esta
seguridad con que juzga está la razón de su falta de comprensión. Piensa haber
comprendido ya a Jesús porque le han llegado informaciones y las ha
interpretado según sus propios esquemas teológicos, pero no está abierto a la
fuerza de renovación que la noticia sobre Jesús podía haberle transmitido.
Sabe que Jesús viene de Dios, pero a diferencia de la gente
sencilla que lo ha seguido, él no ha pensado acoger su invitación a renovarse.
Es el típico hombre religioso y culto, acostumbrado a interpretar los signos de
Dios, pero eso solo no basta. Profesional de Dios, en el fondo es un impotente:
lo
que nace de la carne es carne, debilidad e inconsistencia (v.6), que
debe dejarse iluminar y cambiar por la palabra. El diálogo subraya su
ignorancia. En Nicodemo está Jerusalén, el pueblo, la humanidad que rechaza a
Jesús, la tiniebla confrontada con la luz.
La incapacidad para salir de este círculo que encierra sobre uno
mismo sólo puede ser superada por la gracia de lo alto, que hace nacer a una
vida verdaderamente libre, propia de los hijos e hijas de Dios. Nicodemo
entiende el nacer de nuevo, simplemente, como el sueño de una vida que se
rejuvenece a sí misma, no como el don que Dios ofrece. Tiene que aprender que no
se entra en el Reino por pura voluntad propia, ni por las ideas y conocimientos
que uno tiene de la religión. Se entra en él por medio del Espíritu, fuerza misteriosa que actúa como el viento que arrebata o
el agua que purifica e infunde vida. Su realidad imprevisible e inasible, infunde
en nosotros una capacidad impensada de conocer el amor de Dios y de actuar
movidos por el mismo amor.
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