lunes, 14 de enero de 2019

Síntesis de la predicación de Jesús (Mc 1, 14-15)

P. Carlos Cardó SJ
Predicación de Juan Bautista en el desierto, óleo sobre lienzo de Massimo Stanzione (1634 aprox.), Museo del Prado, Madrid
Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar la buena noticia de Dios. Decía: "Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio." Pasando junto al lago de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que eran pescadores y echaban las redes en el lago.Jesús les dijo: "Venid conmigo y os haré pescadores de hombres."
Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron.
Un poco más adelante vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca repasando las redes.
Los llamó, dejaron a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros y se marcharon con él.
Después del arresto de Juan, Jesús se fue a Galilea proclamando la buena noticia de Dios. En su vida humana, en sus palabras, acciones y gestos más característicos, Jesús hace presente a Dios. Dios habla y actúa en Él, su palabra y sus obras son de Dios.
Por eso, la predicación de Jesús no será un conjunto de sermones morales ni de explicaciones filosóficas o teológicas. Más que su doctrina o enseñanza, lo que ofrece es su persona. Quien se deja influir por ella y establece una relación personal con Él siente la acogida de Dios, y su amor salvador. En Él, todo el anhelo de la humanidad por una vida segura y feliz, antes y después de la muerte, hallan su cumplimiento.
Los hebreos esperaban esta realización plena del ser humano como el cumplimiento de las promesa de Dios para un futuro indeterminado e incierto. Jesús dice: El tiempo se ha cumplido. Es decir, el tiempo de la espera ha concluido, ya hoy puede el ser humano encontrarse con Dios y realizarse en la verdad profunda de su ser. Los profetas anunciaban el futuro; en Jesús el futuro se ha hecho presente. Por eso, ya no hay tiempo que perder: ha llegado el momento decisivo.
El reino de Dios está cerca, afirma Jesús. Ningún profeta se había atrevido a decir una cosa así. Jesús asegura que ya Dios está actuando para establecer su reinado en el mundo. Dios da la fuerza para cambiar el propio corazón y une los corazones para la organización de un mundo justo y fraterno.
Pero la condición para que la fuerza de Dios triunfe en cada uno es la conversión personal. Conviértanse, dice Jesús. Sólo el cambio de mente, sentimientos y actitudes hará posible un mundo diferente, de paz y armonía con el mundo y con Dios. Es como nacer de nuevo para la vida que Jesús vive y ofrece.
Crean en el Evangelio, añade Jesús como resumen de lo anterior. Creer no es un acto puramente intelectual, ni una simple actitud moralista. Creer es adherirse a la persona de Jesús, seguirlo, desear parecerse a Él y arriesgarse a comprometerse con Él hasta el final.
Esta adhesión a la persona de Jesús es lo que hace que el evangelio y la vida cristiana sea algo muy superior a una bella doctrina que uno aprende, a una hermosa causa por la que uno lucha, a una hermosa realización estética que uno admira. Jesús despierta en quien lo sigue una relación mucho más profunda y total: se le entrega no sólo la cabeza y la sensibilidad, se le entrega el corazón, el fondo del alma.
Entonces, pasando Jesús junto al lago de Galilea, vio a, Simón y a su hermano Andrés… y les dijo: Vengan conmigo… El llamamiento de los primeros discípulos viene a demostrar en qué consiste “creer en el evangelio”. Es una invitación personal la que nos hace Jesús en la persona de esos pescadores de Galilea.
Síganme, nos dice, dándole a nuestra vida un dinamismo nuevo. La iniciativa no parte de uno mismo, sino de Jesús. No es un camino que uno se inventa, sino el camino de Dios entre los hombres. La vida cristiana es la respuesta a esta invitación. Seguir a Jesús es vivir con Él la experiencia que ilumina y da sentido a la existencia.
Me llama a ser del único modo que vale la pena ser en este mundo. Escuchar su llamada es lograr mi propia identidad. En adelante, la propia vida se convierte en seguirlo e imitarlo, obrar según sus criterios, sentir su alegría, soportar sus sufrimientos, para triunfar con Él. Si con él morimos, viviremos con él; si con él sufrimos, reinaremos con él; si lo negamos, también él nos negará; si somos infieles, él permanece fiel, porque no puede contradecirse a sí mismo (2 Tim 2,11-13).
Y se le sigue aquí y ahora. No imaginemos cosas extraordinarias. La llamada del Señor la sentimos en nuestra propia Galilea, en nuestra vida cotidiana, por profana o prosaica que nos parezca. Hagamos lo que hagamos, llega a nosotros su palabra que nos cambia, desvelando nuestra verdad más profunda. 
Y ellos, dejando inmediatamente sus redes, lo siguieron.

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