P. Carlos Cardó SJ
La parábola del sembrador, ilustración de Jan
Luyken (1685) para la Biblia del Navegante, Museo Belgrave Hall Leicester,
Inglaterra
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En aquel tiempo, Jesús se puso a enseñar otra vez junto al lago, y se reunió una muchedumbre tan grande, que Jesús tuvo que subir en una barca; ahí se sentó, mientras la gente estaba en tierra, junto a la orilla.Les estuvo enseñando muchas cosas con parábolas y les decía:"Escuchen. Salió el sembrador a sembrar. Cuando iba sembrando, unos granos cayeron en la vereda; vinieron los pájaros y se los comieron. Otros cayeron en terreno pedregoso, donde apenas había tierra; como la tierra no era profunda, las plantas brotaron enseguida; pero cuando salió el sol, se quemaron, y por falta de raíz, se secaron. Otros granos cayeron entre espinas; las espinas crecieron, ahogaron las plantas y no las dejaron madurar. Finalmente, los otros granos cayeron en tierra buena; las plantas fueron brotando y creciendo y produjeron el treinta, el sesenta o el ciento por uno".
Y añadió Jesús: "El que tenga oídos para oír, que oiga".Cuando se quedaron solos, sus acompañantes y los Doce le preguntaron qué quería decir la parábola.Entonces Jesús les dijo: "A ustedes se les ha confiado el secreto del Reino de Dios; en cambio, a los que están fuera, todo les queda oscuro; así, por más que miren, no verán; por más que oigan, no entenderán; a menos que se arrepientan y sean perdonados".Y les dijo a continuación: "Si no entienden esta parábola, ¿cómo van a comprender todas las demás? `El sembrador’ siembra la palabra. ‘Los granos de la vereda’ son aquellos en quienes se siembra la palabra, pero cuando la acaban de escuchar, viene Satanás y se lleva la palabra sembrada en ellos. ‘Los que reciben la semilla en terreno pedregoso’, son los que, al escuchar la palabra, de momento la reciben con alegría; pero no tienen raíces, son inconstantes, y en cuanto surge un problema o una contrariedad por causa de la palabra, se dan por vencidos. `Los que reciben la semilla entre espinas’ son los que escuchan la palabra; pero por las preocupaciones de esta vida, la seducción de las riquezas y el deseo de todo lo demás, que los invade, ahogan la palabra y la hacen estéril. Por fin, los que reciben la semilla en tierra buena’ son aquellos que escuchan la palabra, la aceptan y dan una cosecha: unos, de treinta; otros, de sesenta; y otros, de ciento por uno".
A pesar de la oposición de sus
parientes, que se lo han querido llevar por creerlo loco, y de los expertos de
la religión, que han dicho de Él que está endemoniado, Jesús retoma la
actividad a orillas del lago de Galilea. Se junta tanta gente que tiene que
subirse a una barca y predicar desde allí. Enseña con parábolas que todos
entienden, concretamente de la faena de la siembra, que todos conocen.
Pero la parábola tiene su
misterio: subraya la pérdida que sufre el sembrador de tres cuartas partes de
su semilla para contrastar con el fruto, paradójicamente abundante, de treinta
y sesenta por uno, y hasta de ciento por uno al final, lo cual resulta
extraordinario.
En Palestina, según los
entendidos, lo máximo que se conseguía en una cosecha era el 7,5 por ciento; las
tierras no eran buenas y el agua escasa. Como la parábola tiene que ver con el
reino de Dios, quedaba claro que Jesús quería hacer ver que el establecimiento
de la justicia, la paz y la fraternidad, propias del plan de Dios, tendría un
desarrollo difícil, con logros débiles y
precarios hasta alcanzar el triunfo pleno del amor salvador de Dios al final de
la historia.
Este “misterio” del desarrollo
lento pero irreversible del reino de Dios será revelado a los discípulos y, por
su predicación, será anunciado a todas las naciones para que todos, judíos y
cristianos, lleguen a ser buena tierra y formen el único cuerpo de Cristo. Así
explicó Jesús su parábolas a los discípulos y Pablo desarrollará la idea del
“misterio” del reino refiriéndolo en definitiva a la incalculable riqueza que es conocer a Jesucristo y hacerse merecedor
de la salvación que Él trae (Ef 3, 5-8.18).
Jesús explica la parábola a los suyos, es decir, a los que están a
su alrededor junto con los doce apóstoles. No son sus parientes sino los que se
han hecho discípulos suyos. Los de fuera son los que no tienen
disposición para creer y seguirlo. Estos por más que miren y oigan no verán ni
entenderán, a no ser que se conviertan.
El mensaje del reino no puede
quedarse únicamente como una doctrina que se escucha (y se aprende), debe
recibirse con fe y adhesión libre de modo que suscite una actitud de cambio
personal progresivo, con la consiguiente superación de dificultades,
resistencia e incomprensiones propias o venidas del exterior.
El campo en el que se realiza la
labor del anuncio del reino es el mundo, la humanidad, y es también la comunidad
cristiana y la disposición de cada persona para acoger la palabra evangélica. La
explicación alegórica de la parábola hace referencia a cuatro situaciones que
pueden darse en la comunidad. En este sentido, es una exhortación a los
cristianos para que se mantengan perseverantes en la escucha y práctica del
mensaje a pesar de las dificultades interiores o exteriores que vendrán:
superficialidad, inconstancia, preocupaciones mundanas, atracción de la
riqueza, engaños…
Pero para que no se lea la
parábola en clave moralista o induzca a un voluntarismo egocéntrico, hay que
recordar que la auténtica escucha de la palabra y su consecuente fecundidad y
fruto dependen siempre de la adhesión vital a la persona
de Cristo, portador y realizador del reino. Sólo la relación cordial con el
Señor, que permite conocerlo internamente para más amarlo y servirlo, hace
posible la fidelidad aun en medio de las adversidades.
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