lunes, 28 de enero de 2019

El poder de expulsar demonios (Mc 3, 22-30)

P. Carlos Cardó SJ
Satanás, derrotado, huye de Jesús. ilustración de William Hole (1906) en La Vida de Jesús de Nazareth, ochenta pinturas. Publicada por Fine Art Society, Londres, 1906.
En aquel tiempo, los escribas que habían bajado de Jerusalén decían: "Tiene dentro a Belzebú y expulsa a los demonios con el poder del jefe de los demonios."Él los invitó a acercarse y les puso estas parábolas: "¿Cómo va a echar Satanás a Satanás? Un reino en guerra civil no puede subsistir; una familia dividida no puede subsistir. Si Satanás se rebela contra sí mismo, para hacerse la guerra, no puede subsistir, está perdido. Nadie puede meterse en casa de un hombre forzudo para arrebatarle sus cosas, si primero no lo ata; entonces podrá saquear su la casa. Creedme, todo se les podrá perdonar a los hombres: los pecados y cualquier blasfemia que digan; pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás, cargará con su pecado para siempre".
Se refería a los que decían que tenía dentro un espíritu inmundo.  
Antes de este pasaje, sus parientes habían dicho que estaba loco y pretendieron llevárselo para controlarlo. Ahora, los expertos en religión elaboran contra Él una denuncia más peligrosa para que la gente lo repudie: ¡Tiene a Belzebú!
Pero Jesús no se amedrenta. Obligado a defenderse, reivindica para sí la plena posesión del Espíritu divino, a cuyo poder se deben atribuir las acciones liberadores que realiza y que demuestran, además, que el reinado de Dios ha comenzado. Si yo expulso los demonios con el poder del Espíritu de Dios… es que ha llegado a ustedes el reino de Dios (Mt 12,28).
En la acción de expulsar demonios se concentra de la manera mas gráfica el poder de Dios que actúa en Jesús venciendo al mal. Hoy no se tiene la misma creencia que se tenía entonces acerca de una eventual presencia física y una acción maciza del demonio en el mundo y en las personas, pero no por ello estos textos evangélicos han perdido el valor profundo y el contenido teológico que tienen como testimonios del poder divino de Jesús.
Gracias a Él, las fuerzas temibles del mal y de la muerte han dejado ya de ser invencibles. Jesús exorciza, “desdemoniza” el mundo, liberando al ser humano de todo demonio personal o social, de toda sumisión fatalista a poderes, energías o fuerzas naturales o sobrenaturales que amenazan la vida y, finalmente, de sistemas y estructuras que generan injusticias, odio, exclusión y división en la vida social.
Viene otro que es más fuerte que él y lo vence… Jesús es el más fuerte. Su victoria está asegurada. Si algo está claro en el Evangelio es que con Cristo todo tipo de mal, cualquiera que sea su índole y su poder nocivo en la marcha de nuestra historia, no importa cuán esclavizante y corruptor, sutil y oculto pueda parecer, ha sido derrotado y conquistado definitivamente en la cruz de nuestro Señor Jesucristo. Hablando de ella dice Jesús en el evangelio de Juan: Ahora el Príncipe de este mundo será echado fuera (Jn 12,31).
Con muy mala fe, los maestros de la ley y los fariseos difunden entre la gente que Jesús es un agente de Satanás, cuando no podía ser más evidente que estaba en abierta lucha contra él. Jesús los increpa severamente, haciéndoles ver que incurren en el único pecado imperdonable. La calumnia premeditada que han lanzado contra Él es un insulto al Espíritu Santo, les dice.
El Espíritu de Dios es el que lo mueve a obrar en todo con amor, como el mismo Dios actúa. Quien afirme lo contrario, es decir, que es el espíritu de Satán, espíritu de odio y de violencia, el que mueve a Jesús, niega con mala fe la evidencia e insulta al Espíritu Santo.
Este comportamiento malintencionado, que no es un hecho aislado sino una actitud corrompida, les hace optar obstinadamente contra la verdad por secretas intenciones, cerrar toda posibilidad de cambio y, por ello, toda posibilidad de recibir el perdón. Simplemente no reconocen que hacen mal, niegan tener necesidad de perdón, impiden al Espíritu su obra liberadora.
La misericordia de Dios no tiene límites, pero quien se niega deliberadamente a aceptar la salvación y el perdón que Dios le ofrece, transita un camino de oscuridad que conduce a la perdición. Ésta puede producirse no porque el Señor y su Iglesia no puedan perdonarlo, todo lo contrario, sino porque la persona misma se cierra a la gracia que se le ofrece. 
Obrando así insulta al Espíritu Santo porque rechaza como inútiles sus inspiraciones a la conversión, al reconocimiento del autoengaño (cf. Jn 16, 8-9) y a la acción de su amor que cambia los corazones. 

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