P.
Carlos Cardó SJ
Satanás,
derrotado, huye de Jesús. ilustración de William Hole (1906) en La Vida de
Jesús de Nazareth, ochenta pinturas. Publicada por Fine Art Society, Londres,
1906.
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En aquel tiempo, los escribas que habían bajado de Jerusalén decían: "Tiene dentro a Belzebú y expulsa a los demonios con el poder del jefe de los demonios."Él los invitó a acercarse y les puso estas parábolas: "¿Cómo va a echar Satanás a Satanás? Un reino en guerra civil no puede subsistir; una familia dividida no puede subsistir. Si Satanás se rebela contra sí mismo, para hacerse la guerra, no puede subsistir, está perdido. Nadie puede meterse en casa de un hombre forzudo para arrebatarle sus cosas, si primero no lo ata; entonces podrá saquear su la casa. Creedme, todo se les podrá perdonar a los hombres: los pecados y cualquier blasfemia que digan; pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás, cargará con su pecado para siempre".
Se refería a los que decían que tenía dentro un espíritu inmundo.
Antes de este pasaje, sus parientes habían dicho que estaba loco y pretendieron llevárselo
para controlarlo. Ahora, los expertos
en religión elaboran contra Él una denuncia más peligrosa para que la gente lo
repudie: ¡Tiene a Belzebú!
Pero Jesús no se amedrenta. Obligado a defenderse, reivindica para
sí la plena posesión del Espíritu divino, a cuyo poder se deben atribuir las
acciones liberadores que realiza y que demuestran, además, que el reinado de
Dios ha comenzado. Si yo expulso los
demonios con el poder del Espíritu de Dios… es que ha llegado a ustedes el
reino de Dios (Mt 12,28).
En la acción de expulsar demonios se concentra de la manera mas
gráfica el poder de Dios que actúa en Jesús venciendo al mal. Hoy no se tiene
la misma creencia que se tenía entonces acerca de una eventual presencia física
y una acción maciza del demonio en el mundo y en las personas, pero no por ello
estos textos evangélicos han perdido el valor profundo y el contenido teológico
que tienen como testimonios del poder divino de Jesús.
Gracias a Él, las fuerzas temibles del mal y de la muerte han
dejado ya de ser invencibles. Jesús exorciza, “desdemoniza” el mundo, liberando
al ser humano de todo demonio personal o social, de toda sumisión fatalista a poderes,
energías o fuerzas naturales o sobrenaturales que amenazan la vida y,
finalmente, de sistemas y estructuras que generan injusticias, odio, exclusión
y división en la vida social.
Viene
otro que es más fuerte que él y lo vence…
Jesús es el más fuerte. Su victoria está asegurada. Si algo está claro en el Evangelio
es que con Cristo todo tipo de mal, cualquiera que sea su índole y su poder
nocivo en la marcha de nuestra historia, no importa cuán esclavizante y
corruptor, sutil y oculto pueda parecer, ha sido derrotado y conquistado
definitivamente en la cruz de nuestro Señor Jesucristo. Hablando de ella dice Jesús
en el evangelio de Juan: Ahora el Príncipe
de este mundo será echado fuera (Jn 12,31).
Con muy mala fe, los maestros de la ley y los fariseos difunden entre
la gente que Jesús es un agente de Satanás, cuando no podía ser más evidente
que estaba en abierta lucha contra él. Jesús los increpa severamente,
haciéndoles ver que incurren en el único pecado imperdonable. La calumnia premeditada
que han lanzado contra Él es un insulto al Espíritu Santo, les dice.
El Espíritu de Dios es el que lo mueve a obrar en todo con amor,
como el mismo Dios actúa. Quien afirme lo contrario, es decir, que es el
espíritu de Satán, espíritu de odio y de violencia, el que mueve a Jesús, niega
con mala fe la evidencia e insulta al Espíritu Santo.
Este comportamiento malintencionado, que no es un hecho aislado
sino una actitud corrompida, les hace optar obstinadamente contra la verdad por
secretas intenciones, cerrar toda posibilidad de cambio y, por ello, toda
posibilidad de recibir el perdón. Simplemente no reconocen que hacen mal,
niegan tener necesidad de perdón, impiden al Espíritu su obra liberadora.
La misericordia de Dios no tiene límites, pero quien se niega
deliberadamente a aceptar la salvación y el perdón que Dios le ofrece, transita
un camino de oscuridad que conduce a la perdición. Ésta puede producirse no
porque el Señor y su Iglesia no puedan perdonarlo, todo lo contrario, sino
porque la persona misma se cierra a la gracia que se le ofrece.
Obrando así insulta al Espíritu Santo porque rechaza como inútiles
sus inspiraciones a la conversión, al reconocimiento del autoengaño (cf. Jn 16, 8-9) y a la acción de su amor que
cambia los corazones.
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