P.
Carlos Cardó SJ
Jesús predicando, ilustración de Harold Copping en
La Biblia de Copping (1910)
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Al enterarse Jesús de que Juan había sido arrestado, se retiró a Galilea, y dejando el pueblo de Nazaret, se fue a vivir a Cafarnaúm, junto al lago, en territorio de Zabulón y Neftalí, para que así se cumpliera lo que había anunciado el profeta Isaías: Tierra de Zabulón y Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los paganos. El pueblo que yacía en tinieblas vio una gran luz. Sobre los que vivían en tierra de sombras una luz resplandeció.Desde entonces comenzó Jesús a predicar, diciendo: "Conviértanse, porque ya está cerca el Reino de los cielos".
Y andaba por toda Galilea, enseñando en las sinagogas y proclamando la buena nueva del Reino de Dios y curando a la gente de toda enfermedad y dolencia.Su fama se extendió por toda Siria y le llevaban a todos los aquejados por diversas enfermedades y dolencias, a los poseídos, epilépticos y paralíticos, y Él los curaba. Lo seguían grandes muchedumbres venidas de Galilea, Decápolis, Jerusalén, Judea y Transjordania.
El evangelio de San Mateo presenta el inicio de la actividad
pública de Jesús en Galilea como la aurora del sol que brilla, el alba del
nuevo día. El pueblo que caminaba en tinieblas
vio una gran luz.
El pueblo es Israel, que representa aquí a todos los pueblos que
sufren opresión y, en general, a la humanidad que soporta el mal, el pecado, la
muerte y anhela la libertad de los hijos de Dios. Para este pueblo, para esta
humanidad vino una gran luz. Fue como el amanecer. Una brecha se abrió en el
horizonte humano.
Las tinieblas son la pervivencia del caos primordial, del que Dios
sacó el cosmos con su palabra ordenadora. Los hombres desordenaron el cosmos,
lo volvieron un campo de guerra de unos contra otros, y con su ambición irracional
destruyeron la naturaleza, atentaron contra la vida, atentaron contra su
Creador.
Las tinieblas significan también la esclavitud en Egipto, de la
que Dios hizo salir a Israel su pueblo. Los hombres olvidaron pronto las
acciones de Dios y volvieron a esclavizarse unos a otros, se fabricaron ídolos
a los que entregaron la vida, becerros de oro que toda época se ha forjado:
dinero, poder, gloria, placer…
La venida de Jesús a este mundo oscurecido es anunciada por los
profetas como la luz, principio de la nueva creación, el amanecer del “día de
Dios” que pone fin a la noche del mundo. Y se entabla el duelo permanente entre
la luz y la tiniebla, la verdad y la mentira, la fraternidad y el odio, la vida
y la muerte; duelo que perdura hasta hoy.
Conviértanse,
dice Jesús: vuélvanse a la luz, abran los ojos, es posible un mundo diferente,
de corazones nuevos, de paz y armonía con el prójimo, con el cosmos, con Dios.
Dios sólo espera que nos volvamos a Él. En esto consiste el acto más perfecto
de nuestra libertad. En Jesús podemos sentir a Dios como padre y vivir como
hermanos.
El
reino de Dios está llegando. Jesús nos da motivos para vivir el
presente con ilusión y empeño. El reino ya actúa entre nosotros. Ya ha
comenzado a actuar el amor salvador de Dios en favor de quienes, inspirados por
Él, buscan un mundo justo y fraterno. Aquello que esperamos ya está “aquí”, no
fuera de este mundo y de mi vida, pero todavía hay que esperar su plena
realización. Por eso el reino nos hace vivir intensamente el presente y nos
marca la dirección de nuestra vida.
Entonces,
caminando Jesús por la orilla del mar de Galilea, vio a dos hermanos, Simón
llamado Pedro, y Andrés… y les dijo: Vengan conmigo… Es
una invitación personal la que nos hace Jesús en la persona de esos pescadores
de Galilea. La vida cristiana es la respuesta a esta invitación. Seguirlo
significa convertirse, volverse a Dios, vivir conforme a los valores de su reino.
Seguimos a Jesús para vivir con Él la experiencia que ilumina y da
sentido a la existencia. Esta experiencia no es, ante todo, una doctrina, ni únicamente
una praxis. Jesús despierta en quien lo sigue una relación mucho más profunda y
total: una relación personal con Él, como Señor y hermano. Se le entrega no
sólo la mente y la sensibilidad, sino el corazón, el fondo del alma.
Lo primero que hace Jesús, según el evangelio de Mateo, es llamar,
convocar. Nos llama. Me llama por mi propio nombre para que viva en la verdad
de mi existencia. Escuchar su llamada es sentir y lograr mi verdadero yo,
liberado de lo que me impide ser yo mismo, capaz de empeñar mi vida en la tarea
de realizar en mí y en torno a mí los valores del evangelio.
Y no nos imaginemos cosas extraordinarias. La llamada de Jesús se
siente en la vida cotidiana, por profana que sea: llamó a Simón y a su hermano Andrés cuando estaban pescando, llamó
a Mateo cuando detrás de su mesa de cambista juntaba y
contaba plata. Incluso podemos estar haciendo cosas que van contra Cristo y
contra los cristianos, como hacía Saulo. Hagamos lo que hagamos, la luz se abre
camino y brilla en nuestro interior, desvelando nuestra verdad más profunda. Vente conmigo, me dice.
Y
ellos, dejadas sus redes, lo siguieron.
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