domingo, 27 de enero de 2019

Homilía del III Domingo del Tiempo Ordinario - Inicio de la actividad de Jesús (Lc 1,1-4; 4,14-21)

P. Carlos Cardó SJ

Jesús lee en la sinagoga, acuarela opaca sobre grafito en papel tejido gris de James Tissot (entre 1886 y 1894), Museo de Brooklyn, Nueva York

Muchos han tratado de escribir la historia de las cosas que pasaron entre nosotros, tal y como nos las trasmitieron los que las vieron desde el principio y que ayudaron en la predicación. Yo también, ilustre Teófilo, después de haberme informado minuciosamente de todo, desde sus principios, pensé escribírtelo por orden, para que veas la verdad de lo que se te ha enseñado.(Después de que Jesús fue tentado por el demonio en el desierto), impulsado por el Espíritu, volvió a Galilea. Iba enseñando en las sinagogas; todos lo alababan y su fama se extendió por toda la región.
Fue también a Nazaret, donde se había criado.
Entró en la sinagoga, como era su costumbre hacerlo los sábados, y se levantó para hacer la lectura.
Se le dio el volumen del profeta Isaías, lo desenrolló y encontró el pasaje en que estaba escrito: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para llevar a los pobres la buena nueva, para anunciar la liberación a los cautivos y la curación a los ciegos, para dar libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor.Enrolló el volumen, lo devolvió al encargado y se sentó.
Los ojos de todos los asistentes a la sinagoga estaban fijos en él.
Entonces comenzó a hablar, diciendo: "Hoy mismo se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír".
El evangelio de hoy tiene dos partes. La primera es el prólogo de la obra de Lucas (1,1-4). La segunda, cuatro capítulos después, narra los inicios de la actividad pública de Jesús en Nazaret (4,14-21).
El prólogo indica que el escrito está dedicado a un cierto Teófilo, que no sabemos bien si es un personaje real o ideal. Algunos comentaristas lo consideran una persona histórica, un ayudante de Lucas en su tarea evangelizadora. Lo más acertado es decir que se trata de una figura simbólica, el discípulo de todos los tiempos.
“Teófilo” significa “amado de Dios” o “amante de Dios”. El discípulo de Jesús, que recibe su mensaje, sabe que es amado de Dios y desea llegar a amar realmente a Dios. Se puede decir que Lucas dedica su evangelio al cristiano que quiere llegar a ser un adulto en su fe, consciente de la responsabilidad que le atañe en el mundo.
A ese cristiano, lo quiere conducir a vivir una experiencia similar a la de los discípulos de Emáus, es decir, a escuchar al Señor, a reconocerlo “al partir el pan” y hallarlo presente en la comunidad, cuyos miembros dan testimonio de que “verdaderamente el Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón” (24,34).
Lucas declara que su intención al escribir su evangelio es componer un relato de los hechos que se han verificado en torno a Jesús de Nazaret. Hablará de Jesús en forma narrativa, empleando las tradiciones transmitidas por los que primero fueron testigos oculares y luego predicadores de la Palabra.
Por consiguiente, lo que está en el evangelio no son fantasías del autor, sino testimonios recogidos tal como fueron transmitidos por los que convivieron con Jesús y luego los dieron a conocer a las primeras comunidades cristianas. El evangelista comprueba todo exactamente desde el  principio y lo presenta de manera ordenada, para que los lectores puedan conocer y entender mejor a Jesús. Es la finalidad: que conozcan la solidez de las enseñanzas recibidas.
En la segunda parte del texto de hoy se relata el acontecimiento que da inicio a la vida pública de Jesús. Nos dice que Jesús, como era su costumbre, asistió un sábado a la sinagoga de su pueblo y que se levantó para hacer la lectura. Le dieron un texto del profeta Isaías y lo explicó aplicándolo a su propia persona. Hizo ver a sus oyentes que él era el Mesías esperado, portador del Espíritu de Dios, que lo había ungido para anunciar la buena noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad y conseguir la libertad a los oprimidos.
Muchos al oírlo se admiraron de “las palabras de gracia” que salían de su boca; vieron que en ellas se realizaban las promesas de Dios, proclamadas por los antiguos profetas. Al igual que aquellos primeros testigos, también la comunidad cristiana primitiva experimentaba en su quehacer diario la gracia de Dios, sentían que el mismo Jesús resucitado seguía acompañando a los suyos.
Para ellos y para nosotros –a quienes se dirige el Evangelio– las palabras de Jesús son una constante llamada a la vida, al amor y a la felicidad, que Dios quiere para todos, aunque a veces sea por caminos insospechados.
Para nosotros hoy, el mensaje de este evangelio mantiene plena vigencia: en Cristo se cumplen las promesas de Dios, se realizan las aspiraciones de todo ser humano. Jesús proclama la llegada del reino de Dios. Nos dice que ha llegado una etapa nueva en las relaciones de Dios con los hombres, en la que Dios ofrece una alianza basada en el amor, que reclama por parte de todos un amor nuevo.
En esto consiste la buena noticia: en que somos hijos e hijas de Dios y debemos, por tanto, comportarnos como hermanos y hermanas, obrando con la fuerza y motivación del amor, que es el Espíritu de Dios. Y este amor, que es lo más grande, no pasará jamás.
Asimismo, estamos llamados a trabajar por la causa de Jesús, que hoy como ayer tiene el mismo contenido y los mismos destinatarios: llevar la buena noticia a los pobres y a cuantos sufren. El sufrimiento sigue presente y seguirá a lo largo de la historia hasta el final. Para ello contamos con el Espíritu de Jesús, que se encuentra en nosotros como lo estuvo también en Él.
Ese Espíritu vivificador nos garantiza el éxito de la empresa, a pesar de los obstáculos que encontremos para su realización y a pesar de las cortapisas e incoherencias que pongamos los trabajadores en la viña del Señor. Ese es nuestro  consuelo y esa es nuestra confianza.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.