P. Carlos Cardó SJ
Jesús lee en la
sinagoga, acuarela opaca sobre grafito en papel
tejido gris de James Tissot (entre 1886 y 1894), Museo de Brooklyn, Nueva York
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Muchos han tratado de escribir la historia de las cosas que pasaron entre nosotros, tal y como nos las trasmitieron los que las vieron desde el principio y que ayudaron en la predicación. Yo también, ilustre Teófilo, después de haberme informado minuciosamente de todo, desde sus principios, pensé escribírtelo por orden, para que veas la verdad de lo que se te ha enseñado.(Después de que Jesús fue tentado por el demonio en el desierto), impulsado por el Espíritu, volvió a Galilea. Iba enseñando en las sinagogas; todos lo alababan y su fama se extendió por toda la región.
Fue también a Nazaret, donde se había criado.
Entró en la sinagoga, como era su costumbre hacerlo los sábados, y se levantó para hacer la lectura.
Se le dio el volumen del profeta Isaías, lo desenrolló y encontró el pasaje en que estaba escrito: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para llevar a los pobres la buena nueva, para anunciar la liberación a los cautivos y la curación a los ciegos, para dar libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor.Enrolló el volumen, lo devolvió al encargado y se sentó.
Los ojos de todos los asistentes a la sinagoga estaban fijos en él.
Entonces comenzó a hablar, diciendo: "Hoy mismo se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír".
El
evangelio de hoy tiene dos partes. La primera es el prólogo de la obra de Lucas
(1,1-4). La segunda, cuatro capítulos después, narra los inicios de la
actividad pública de Jesús en Nazaret (4,14-21).
El
prólogo indica que el escrito está
dedicado a un cierto Teófilo, que no sabemos bien si es un personaje
real o ideal. Algunos comentaristas lo consideran una persona histórica, un ayudante de Lucas en su
tarea evangelizadora. Lo más acertado es decir que se trata de una figura
simbólica, el discípulo de todos los tiempos.
“Teófilo”
significa “amado de Dios” o “amante de Dios”. El discípulo de Jesús, que recibe
su mensaje, sabe que es amado de Dios y desea llegar a amar realmente a Dios. Se
puede decir que Lucas dedica su evangelio al cristiano que quiere llegar a ser
un adulto en su fe, consciente de la responsabilidad que le atañe en el mundo.
A
ese cristiano, lo quiere conducir a vivir una experiencia similar a la de los
discípulos de Emáus, es decir, a escuchar al Señor, a reconocerlo “al partir el
pan” y hallarlo presente en la comunidad, cuyos miembros dan testimonio de que
“verdaderamente el Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón” (24,34).
Lucas
declara que su intención al escribir su evangelio es componer un relato de
los hechos que se han verificado en torno a Jesús de Nazaret. Hablará de
Jesús en forma narrativa, empleando
las tradiciones transmitidas por los que primero fueron testigos oculares y
luego predicadores de la Palabra.
Por consiguiente, lo que está en el evangelio no
son fantasías del autor, sino testimonios recogidos tal como fueron transmitidos
por los que convivieron con Jesús y luego los dieron a conocer a las primeras
comunidades cristianas. El evangelista comprueba todo exactamente desde
el principio y lo presenta de manera ordenada, para que los lectores puedan
conocer y entender mejor a Jesús. Es la finalidad: que conozcan la solidez de
las enseñanzas recibidas.
En la segunda parte del texto de hoy se relata el
acontecimiento que da inicio a la vida pública de Jesús.
Nos dice que Jesús, como era su costumbre, asistió un sábado a la sinagoga de
su pueblo y que se levantó para hacer la lectura. Le dieron un texto del
profeta Isaías y lo explicó aplicándolo a su propia persona. Hizo ver a sus
oyentes que él era el Mesías esperado, portador del Espíritu de Dios, que lo
había ungido para anunciar la buena
noticia a los pobres, para anunciar a
los cautivos la libertad y conseguir la libertad a los oprimidos.
Muchos al oírlo se
admiraron de “las palabras de gracia” que salían de su boca; vieron que
en ellas se realizaban las promesas de Dios, proclamadas por los antiguos
profetas. Al igual que aquellos primeros testigos, también la comunidad
cristiana primitiva experimentaba en su quehacer diario la gracia de Dios,
sentían que el mismo Jesús resucitado seguía acompañando a los suyos.
Para
ellos y para nosotros –a quienes se dirige el Evangelio– las palabras de Jesús
son una constante llamada a la vida, al amor y a la felicidad, que Dios quiere
para todos, aunque a veces sea por caminos insospechados.
Para
nosotros hoy, el mensaje de este evangelio mantiene plena vigencia: en Cristo
se cumplen las promesas de Dios, se realizan las aspiraciones de todo ser
humano. Jesús proclama la llegada del reino de Dios. Nos dice que ha llegado
una etapa nueva en las relaciones de Dios con los hombres, en la que Dios
ofrece una alianza basada en el amor, que reclama por parte de todos un amor
nuevo.
En
esto consiste la buena noticia: en que somos hijos e hijas de Dios y debemos,
por tanto, comportarnos como hermanos y hermanas, obrando con la fuerza y
motivación del amor, que es el Espíritu de Dios. Y este amor, que es lo más
grande, no pasará jamás.
Asimismo,
estamos llamados a trabajar por la causa de Jesús, que hoy como ayer tiene el
mismo contenido y los mismos destinatarios: llevar la buena noticia a los
pobres y a cuantos sufren. El sufrimiento sigue presente y seguirá a lo largo
de la historia hasta el final. Para ello contamos con el Espíritu de Jesús, que
se encuentra en nosotros como lo estuvo también en Él.
Ese
Espíritu vivificador nos garantiza el éxito de la empresa, a pesar de los
obstáculos que encontremos para su realización y a pesar de las cortapisas e
incoherencias que pongamos los trabajadores en la viña del Señor. Ese es
nuestro consuelo y esa es nuestra
confianza.
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