miércoles, 2 de enero de 2019

Todos ustedes son hermanos (Mt 23, 8-12)

P. Carlos Cardó SJ
Lavatorio de los pies, boceto al óleo para pintura del altar de la iglesia de Vicelin en Neumünster, pintado por Detlev Conrad Blunck (1831), Museo Flensburg, Schleswig-Holstein, Alemania
Jesús les dijo: “Lo que es ustedes, no se dejen llamar maestro, porque no tienen más que un maestro, y todos ustedes son hermanos. No llamen Padre a nadie en la tierra, porque ustedes tienen un solo Padre, el que está en el cielo. Ni se dejen llamar jefes, porque n o solo es quien los conduce: el Mesías. El más grande entre ustedes se hará el servidor de todos. Porque el que se ensalce, será humillado, y el que se humille, será ensalzado".
Los fariseos y doctores de la ley buscaban ocupar los primeros lugares en las ceremonias y hacían que la gente se dirigiera a ellos con saludos solemnes y títulos honoríficos de padre, maestro (o doctor), jefe... Detrás de esta costumbre social estaba la ambición y la soberbia, que les hacía creerse por encima de los demás en materia de fe religiosa y de moral: se presentaban como los auténticos creyentes, los más virtuosos, los más fieles a la ley divina. Sin embargo, la realidad era que, tras esa fachada de ejemplaridad, encubrían costumbres y modos de vivir reprensibles.
La reprobación que hace Jesús de los fariseos, el evangelio de San Mateo la proyecta a quienes en la comunidad cristiana los imitan. También en la Iglesia se daban –y se siguen dando– gestos y actitudes de ambición y soberbia en personas que han sido puestas al servicio de la comunidad. Sus maneras de presentarse y de tratar a los demás se parecen más a las de los fariseos y doctores de la ley que a las de Jesús, y contradicen los valores de la igualdad y fraternidad que el Señor estableció para las relaciones entre los miembros de su comunidad. No se dejen llamar maestro, porque uno solo es su maestro y todos ustedes son hermanos. Ni llamen a nadie padre en la tierra; porque uno sólo es su Padre: el del cielo. Ni se dejen llamar jefes, porque n o solo es quien los conduce: el Mesías.
Naturalmente, no se trata de tomar las palabras del evangelio en su literalidad e intentar suprimir los términos “maestro, padre, jefe”. De hecho Pablo se llama “padre” de los corintios (1 Cor 4,15) y “doctor y maestro de los gentiles” (1 Tim 2,7; 2 Tim 1,11).  Lo que hay que suprimir, porque es inadmisible en la Iglesia, es cualquier pretensión de superioridad dentro de ella.
En la comunidad todos son iguales hijas o hijos del mismo y único Padre, todos aprenden y se subordinan al mismo y único jefe que es Cristo. Si no se reconoce la igualdad y la fraternidad de todos por la confesión de un único Dios y Padre, no hay Iglesia, no hay fe cristiana. Si Jesucristo y su palabra no están por encima de toda enseñanza y de toda persona que enseñe o gobierne, no hay Iglesia, no hay fe cristiana. No tiene cabida la veneración y sujeción absoluta a ningún poder humano; eso sólo se debe a Dios y a Jesucristo.
Jesús quiere para sus discípulos otro modo de ser muy diferente y un trato franco, cercano y fraterno. Él nos ha revelado que Dios es nuestro Padre, nosotros somos sus hijos y todos somos hermanos. Filiación y fraternidad son inseparables: es bueno lo que ayuda a vivirlas, y es malo lo que lo impide. Lo evangélico es la humildad, no el orgullo; la modestia, no la vanidad; la sencillez, no la ostentación; el servicio y la cercanía fraterna, no el dominio y el afán de poder. 
Por otra parte, nadie duda que sea necesario “cuidar la imagen”. Esto tiene su lado positivo porque uno ha de ser honesto y parecerlo; pero el exceso puede llevar a vivir dependiendo del qué dirán o procurar siempre caer bien, o cuidar las apariencias externas con olvido de lo esencial. Dios nos llama a ser fieles y a vivir en la verdad del servicio. Seamos con sencillez lo que debemos ser a los ojos de Dios y de la gente, y atribuyámosle a Él la gloria de lo bueno que hacemos o tenemos.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.