P. Carlos Cardó SJ
El salvador del mundo, temple y oro sobre tabla de Pere Teixidor (1420-1430), Museo Nacional de Arte de Cataluña |
En aquel tiempo, Jesús dijo a los que habían creído en él: "Si se mantienen fieles a mi palabra, serán verdaderamente discípulos míos, conocerán la verdad y la verdad los hará libres". Ellos replicaron: "Somos hijos de Abraham y nunca hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: 'Serán libres'?"
Jesús les contestó: "Yo les aseguro que todo el que peca es un esclavo del pecado y el esclavo no se queda en la casa para siempre; el hijo sí se queda para siempre. Si el Hijo les da la libertad, serán realmente libres. Ya sé que son hijos de Abraham; sin embargo, tratan de matarme, porque no aceptan mis palabras. Yo hablo de lo que he visto en casa de mi Padre: ustedes hacen lo que han oído en casa de su padre".
Ellos le respondieron: "Nuestro padre es Abraham". Jesús les dijo: "Si fueran hijos de Abraham, harían las obras de Abraham. Pero tratan de matarme a mí, porque les he dicho la verdad que oí de Dios. Eso no lo hizo Abraham. Ustedes hacen las obras de su padre". Le respondieron: "Nosotros no somos hijos de prostitución. No tenemos más padre que a Dios".
Jesús les dijo entonces: "Si Dios fuera su Padre me amarían a mí, porque yo salí de Dios y vengo de Dios; no he venido por mi cuenta, sino enviado por él".
La verdad los hará libres. Es una de las frases más certeras de Jesús en el evangelio. Hay que leerla junto con su afirmación: Yo soy el camino, la verdad y la vida (Jn 14,6).
La verdad de la que habla no es la que en lenguaje común empleamos para decir que un pensamiento o una palabra es conforme con la realidad. Tampoco se refiere a la verdad tal como era entendida en el Antiguo Testamento, que hace referencia a aquello que es sólido, estable, seguro, probado y digno de confianza, en lo que uno se puede apoyar, y cuya máxima expresión es la realidad divina, la fidelidad de Dios, y la solidez de roca de su Palabra. Dice David al Señor: Dios y Señor mío, tú eres mi Dios, tus palabras son verdad (2 Sam 7,8), idea que repiten mucho los salmos (cf. Sal 91; 111; 119).
En el evangelio de Juan, la verdad es lo que se nos revela en Jesús, en su historia personal, en su palabra y modo de vida. En él, Palabra del Padre, ha aparecido la revelación total y definitiva de Dios y la revelación de nuestro yo más auténtico. Él es la verdad que nos hace libres porque nos hace vivir como hijos e hijas de Dios.
Ocurre algo semejante con la libertad. No es sólo la capacidad personal de escoger esto o aquello, ni la libertad de autodominio, así en abstracto. En la Biblia, se es libre para orientar la propia vida hacia el bien (expresado en la ley); es sabiduría. Y en el evangelio de Juan, la verdad que libera es Jesús; nos libera del pecado y nos pone en comunión con Dios, en quien hallamos nuestro ser más auténtico. El hombre es libre porque puede desarrollarse como hijo o hija a imagen y semejanza del Dios amor que lo creó. Por lo cual, el principio de la verdadera libertad es el amor que hace al ser humano semejante a Dios. Dicho en forma de lema: libres para amar como somos amados, libres para servir a Dios y a los demás.
Se crece en libertad en la medida en que se crece en el conocimiento interno de la verdad de Dios revelada en su Hijo, que motiva la adhesión personal a él y su seguimiento. Esto equivale en el evangelio a ser de veras discípulos del Señor. Por eso dice Jesús: Si permanecen fieles a mi palabra, ustedes serán verdaderamente mis discípulos; así conocerán la verdad y la verdad los hará libres.
Ser verdaderos discípulos. Jesús sabe que se le puede seguir por diversos motivos, no todos válidos. Sus propios discípulos pueden haberlo hecho por la admiración que les causa, pero eso no basta. Lo que Jesús quiere es una auténtica disponibilidad para dejarse enseñar, de modo que su palabra cale en el interior del discípulo y se traduzca en la práctica. Lo que Jesús enseña al discípulo es una vida, un modo nuevo de pensar y de obrar. Quien lo asume se manifiesta como una persona auténtica, que se guía por el amor y la justicia, siente a Dios como Padre y ve a sus prójimos como hermanos. Adquiere la libertad propia de los hijos.
En contraste, los judíos que rodean a Jesús se reclaman hijos de Abraham, pero no actúan como tales. Abraham es modelo de fe en Dios, pero ellos no son de Dios, pactan con la mentira y, para afirmarse, son capaces de matar: Por eso quieren matarme, les dice Jesús. El árbol se conoce por sus frutos.
En el fondo
está la dificultad que tenía la primera comunidad cristiana con la sinagoga,
cada vez más orgullosa de su saber y de sus tradiciones, cada vez más
intolerante y violenta. El Señor nos libra de toda tendencia al aislamiento que
proviene de encerrarse en ideologías y tradiciones inflexibles. Obrar con intolerancia
y agresividad contra quienes son diferentes, rechazar la verdad por aferrarse
al propio juicio es ser esclavo, dice Jesús. Más aún, a quienes se dicen hijos
de Abraham y de Dios, pero obran con mentira y falsedad, causan división y atentan
contra la vida, Jesús los declara con extrema severidad esclavos del pecado e hijos
del diablo. Eso es el tentador en la Biblia: mentiroso desde el principio,
causante de división y enemigo de la vida.
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