P. Carlos Cardó SJ
Dios Padre transportado por los ángeles, óleo sobre lienzo de Charles de Lafosse (Siglo XVIII), Museo de Bellas Artes de Dunkerque, Francia |
Jesús dijo a los judíos: "Mi Padre trabaja siempre, y yo también trabajo". Pero para los judíos esta era una razón más para matarlo, porque no sólo violaba el sábado, sino que se hacía igual a Dios, llamándolo su propio Padre. Entonces Jesús tomó la palabra diciendo: «Les aseguro que el Hijo no puede hacer nada por sí mismo sino solamente lo que ve hacer al Padre; lo que hace el Padre, lo hace igualmente el Hijo. Porque el Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que hace. Y le mostrará obras más grandes aún, para que ustedes queden maravillados. Así como el Padre resucita a los muertos y les da vida, del mismo modo el Hijo da vida al que él quiere. Porque el Padre no juzga a nadie: él ha puesto todo juicio en manos de su Hijo, para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo, no honra al Padre que lo envió. Les aseguro que el que escucha mi palabra y cree en aquel que me ha enviado, tiene vida eterna y no está sometido al juicio, sino que ya ha pasado de la muerte a la vida. Les aseguro que la hora se acerca, y ya ha llegado, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oigan, vivirán. Así como el Padre dispone de la vida, del mismo modo ha concedido a su Hijo disponer de ella, y le dio autoridad para juzgar porque él es el Hijo del hombre. No se asombren: se acerca la hora en que todos los que están en las tumbas oirán su voz y saldrán de ellas: los que hayan hecho el bien, resucitarán para la vida; los que hayan hecho el mal, resucitarán para el juicio. Nada puedo hacer por mí mismo. Yo juzgo de acuerdo con lo que oigo, y mi juicio es justo, porque lo que yo busco no es hacer mi voluntad, sino la de aquel que me envió».
Los judíos han decidido matar a Jesús por no respetar el sábado y hacerse igual a Dios. Pero él sigue hablando públicamente de su misión y afirma que él hace lo que hace Dios, su Padre. Pues el Padre ama al Hijo y le manifiesta todas sus obras. Con estas palabras, reivindica para sí una peculiarísima relación recíproca con Dios, que le hace situarse ante él y percibirse a sí mismo como su Hijo único, que se hizo hombre por obra del Espíritu divino. Por ese mismo Espíritu se nos comunica el amor-vida de Dios y la Trinidad santa permanece en nosotros. Los tres, Padre, Hijo, Espíritu son idénticos en el ser, entender, juzgar y obrar. Los tres realizan la misma acción: aman, se manifiestan, dan vida, envían, oyen, elevan y resucitan. Y son esas las acciones divinas que Jesús realiza para darnos su vida.
Al mismo tiempo, que Jesús desvela la identidad de Dios, revela también la identidad del ser humano, por haber sido creado a imagen y semejanza de su Creador. De modo que de la idea que se tiene de Dios sale la idea que se tiene de la persona humana. De la identidad de Dios como Padre, que Jesús nos transmite, sale nuestra identidad de hijos e hijas, y por tanto de hermanos y hermanas entre nosotros. Jesús nos revela un Dios que no es un ser solitario, sino una comunidad de personas; correlativamente nos revela que el ser humano, imagen de Dios, no realiza su vida en solitario sino en amor, fraternidad, solidaridad.
La obra que el Padre realiza por medio de su Hijo Jesucristo consiste en crear fraternidad entre sus hijos. Esa obra se convierte en la norma del que sigue a Jesús y supera el ordenamiento moral establecido en la Ley dada a Moisés. Quien cree en él, adhiriéndose en la práctica a su modo de ser y de obrar, tiene vida eterna.
La fe en Jesús y la aceptación vital de su mensaje se convierte para el creyente en una forma de vida que tiene una calidad, un valor de eternidad más allá de la muerte. Quien la asume ha pasado ya de muerte a vida. La muerte para él será el paso al nivel de vida plena, salvada, resucitada, que sólo puede darse en Dios. El texto resalta dos prerrogativas exclusivas de Dios: resucitar/dar vida y juzgar. Esas prerrogativas el Padre se las da al Hijo y éste las realiza en quien cree en él. Por eso dice: Yo les aseguro que quien acepta lo que yo digo y cree en el que me envió, tiene la vida eterna; no sufrirá un juicio de condenación, sino que ha pasado de la muerte a la vida.
Finalmente,
el texto de Juan habla del juicio o
del dictar sentencia. Jesús tiene el
poder de regenerar como hijos de Dios a los que lo acogen y creen en él.
Asimismo, ha recibido de su Padre el poder de dar vida y resucitar. Por eso,
quien rechaza a Jesús y su palabra, rechaza el don de salvación que Dios ofrece
por medio de su Hijo, se impide ser beneficiario de su voluntad y de su poder
de darle vida eterna. Se puede decir, entonces, que el juicio, el dar sentencia,
no es un acto judicial como el que los hombres realizamos en nuestros
tribunales, sino la manifestación del amor, cercanía y unión a Dios que hay en
los que están a favor de Jesús o, al contrario, la manifestación del rechazo,
distancia y separación de quienes han obrado en contra de Jesús y de su enseñanza
y, por tanto, en contra de los hermanos. El juicio se realiza ahora, en la toma
de posición y confrontación de cada uno con la Palabra de Jesús. Honrar y
escuchar al Hijo es salvarse, pasar de la muerte a la vida plena. A la hora de
la muerte caerá el velo y se hará patente la verdad de cada uno.
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