P. Carlos Cardó SJ
Negación de San Pedro, óleo sobre cobre de Carl Heinrich Bloch (1873), capilla del castillo de Frederiksborg, Hillerød, Dinamarca |
En aquel tiempo, cuando Jesús estaba a la mesa con sus discípulos, se conmovió profundamente y declaró: "Yo les aseguro que uno de ustedes me va a entregar". Los discípulos se miraron perplejos unos a otros, porque no sabían de quién hablaba. Uno de ellos, al que Jesús tanto amaba, se hallaba reclinado a su derecha. Simón Pedro le hizo una seña y le preguntó: "¿De quién lo dice?" Entonces él, apoyándose en el pecho de Jesús, le preguntó: "Señor, ¿quién es?" Le contestó Jesús: "Aquel a quien yo le dé este trozo de pan, que voy a mojar". Mojó el pan y se lo dio a Judas, hijo de Simón el Iscariote; y tras el bocado, entró en él Satanás.
Jesús le dijo entonces a Judas: "Lo que tienes que hacer, hazlo pronto". Pero ninguno de los comensales entendió a qué se refería; algunos supusieron que, como Judas tenía a su cargo la bolsa, Jesús le había encomendado comprar lo necesario para la fiesta o dar algo a los pobres. Judas, después de tomar el bocado, salió inmediatamente. Era de noche.
Una vez que Judas se fue, Jesús dijo: "Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorificado en Él. Si Dios ha sido glorificado en Él, también Dios lo glorificará en sí mismo y pronto lo glorificará.
Hijitos, todavía estaré un poco con ustedes. Me buscarán, pero como les dije a los judíos, así se lo digo a ustedes ahora: 'A donde yo voy, ustedes no pueden ir'. Simón Pedro le dijo: "Señor, ¿a dónde vas?" Jesús le respondió: "A donde yo voy, no me puedes seguir ahora; me seguirás más tarde". Pedro replicó: "Señor, ¿por qué no puedo seguirte ahora? Yo daré mi vida por ti". Jesús le contestó: "¿Conque darás tu vida por mí?
Yo te aseguro que no cantará el gallo, antes de que me hayas negado tres veces".
En medio de la comunidad de Jesús puede actuar la traición. Judas es uno de los Doce. La traición no viene de fuera, está dentro, entre los amigos: ¡uno de ustedes! Está el mundo de arriba, de Dios, de la verdad y de la luz, y está el mundo de abajo, del maligno, mundo de la mentira y de la oscuridad. Y el hecho es que este mundo que se opone a Cristo influye y actúa en la comunidad.
La traición de Judas suele suscitar muchos interrogantes. ¿Impotencia de Dios ante la libertad del hombre? ¿Es inevitable el mal? La respuesta es que Dios no puede dejar de respetar la libertad humana, por la cual su criatura es imagen y semejanza suya. Pero queda claro que sólo cuando se rechaza a la luz, viene la tiniebla. Sólo cuando Judas, con el mal uso de su libertad, decide abandonar al Señor, entra el diablo en él. Jesús no se inmuta, sigue dueño de la situación, porque la luz vencerá a la tiniebla, aunque ésta tenga “su hora” y su poder. Dios se dejará vencer en la cruz de su Hijo para triunfar. Sólo así puede librarnos de la muerte, máximo poder y aparente triunfo del mal.
Otra pregunta que el texto puede plantear tiene que ver con la posibilidad de la perdición y la salvación. Parece no haber alternativa, o una cosa o la otra. Pero somos salvados precisamente porque estábamos perdidos. Y esa es nuestra fe: Estábamos incapacitados de salvarnos, pero Cristo murió por los culpables… Dios nos ha mostrado su amor ya que cuando aún éramos pecadores, Cristo murió por nosotros (Rom 5, 6.8). Judas encarna la posibilidad de la perdición, de la que Jesús salva. Judas es la realidad que nos cuesta admitir: el pecado del mundo del que somos partícipes y que puede echar a perder nuestra vida. Pero este mundo perdido es amado por Dios.
La fidelidad del amor de Dios por todos sus hijos e hijas se muestra en Jesús: Ama a Judas y da la vida por él. No puede no amarlo (no puede odiarlo) porque es el amor de Dios encarnado, y dejaría de ser Dios, sería un simple hombre. Por eso, la traición de Judas equivale en el evangelio de Juan a la glorificación del Hijo, es decir, a la revelación máxima del poder salvador del amor.
Jesús ama al discípulo: muestra de ello es el darle el trozo de pan mojado en la salsa, en gesto de amistad y cercanía. Pero con el bocado entró Satanás en Judas y Jesús lo exhorta a actuar. Los discípulos no entienden. Judas sale y es la noche. Lo envuelve la tiniebla. Como a los Doce cuando se fueron en barca después de lo de los panes…Fuera de la comunidad de Jesús sólo hay noche.
El pasaje de Judas saca al discípulo de la presunción de salvarse por sus propios méritos, y lo libra también de la angustia de perderse. Hace ver que la salvación es un amor que no se niega a nadie, ni a quien lo niega y traiciona. Dios nos ama porque somos sus hijos.
Pedro pregunta: ¿A dónde vas, Señor? Ni siquiera al final del largo recorrido con
el Maestro ha comprendido que su partida responde al plan de Dios; sigue en el
nivel de los pensamientos de los hombres. Intuye, no obstante, que algo malo le
puede suceder y exclama, en un arranque más de su carácter impulsivo: ¿por qué no puedo seguirte? Yo daría la vida
por ti. Y Jesús le anuncia sus
negaciones. Pedro debe entender que el seguimiento de Jesús –cuya cúspide es el
martirio– no depende de las fuerzas humanas. Como Judas, Pedro debe deponer la
presunción de salvarse por sus propios méritos. A la luz de la resurrección,
vuelto de sus pruebas, Pedro reconocerá que lo que salva no es el dar la vida
por el Señor, sino que el Señor haya dado su vida por nuestra salvación. Cuando
haya conocido verdaderamente su amor, estará listo para seguirlo hasta el final
y nadie podrá arrancarlo de su mano.
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