lunes, 23 de enero de 2023

El poder de expulsar demonios (Mc 3, 22-30)

 P. Carlos Cardó SJ

El Espíritu Santo, óleo sobre lienzo de Conrado Giaquinto (1750), colección privada

Mientras tanto, unos maestros de la Ley que habían venido de Jerusalén decían: «Está poseído por Belzebú, jefe de los demonios, y con su ayuda expulsa a los demonios.»
.Jesús les pidió que se acercaran y empezó a enseñarles por medio de ejemplos: «¿Cómo puede Satanás echar a Satanás? Si una nación está con luchas internas, esa nación no podrá mantenerse en pie. Y si una familia está con divisiones internas, esa familia no podrá subsistir. De igual modo, si Satanás lucha contra sí mismo y está dividido, no puede subsistir, y pronto llegará su fin. La verdad es que nadie puede entrar en la casa del Fuerte y arrebatarle sus cosas si no lo amarra primero; entonces podrá saquear su casa. En verdad les digo: Se les perdonará todo a los hombres, ya sean pecados o blasfemias contra Dios, por muchos que sean. En cambio el que calumnie al Espíritu Santo, no tendrá jamás perdón, pues se queda con un pecado que nunca lo dejará.»
Y justamente ése era su pecado cuando decían: Está poseído por un espíritu malo.

Antes, sus parientes habían dicho que estaba loco y querían llevárselo para controlarlo. Ahora, los expertos en religión elaboran contra Él una denuncia mucho más peligrosa para que la gente lo repudie: ¡Tiene a Belcebú! Pero Jesús no se amedrenta. Obligado a defenderse, reivindica para sí la plena posesión del Espíritu divino, a cuyo poder se deben atribuir las acciones liberadores que Él realiza y que demuestran, además, que el reinado de Dios ha comenzado. Si yo expulso los demonios con el poder del Espíritu de Dios… es que ha llegado a ustedes el reino de Dios (Mt 12,28).

En la acción de expulsar demonios se concentra de la manera mas gráfica el poder de Dios que actúa en Jesús venciendo al mal. Hoy no se tiene la misma creencia que se tenía entonces acerca de una eventual presencia física y una acción maciza del demonio en el mundo y en las personas, pero no por ello estos textos evangélicos han perdido el valor profundo y el contenido teológico que tienen como testimonios del poder divino de Jesús.

Gracias a Él, las fuerzas temibles del mal y de la muerte han dejado ya de ser invencibles. Jesús exorciza, “desdemoniza” el mundo, liberando al ser humano de todo demonio personal o social, de toda sumisión fatalista a poderes, energías o fuerzas naturales o sobrenaturales que amenazan la vida y, finalmente, de sistemas y estructuras que generan injusticias, odio, exclusión y división en la vida social.

Viene otro que es más fuerte que él y lo vence Jesús es el más fuerte. Su victoria está asegurada. Si algo está claro en el Evangelio es que con Cristo todo tipo de mal, cualquiera que sea su índole y su poder nocivo en la marcha de nuestra historia, no importa cuán esclavizante y corruptor, sutil y oculto pueda parecer, ha sido derrotado y conquistado definitivamente en la cruz de nuestro Señor Jesucristo. Hablando de ella dice Jesús en el evangelio de Juan: Ahora el Príncipe de este mundo será echado fuera (Jn 12,31).

Con muy mala fe, los maestros de la ley y los fariseos difunden entre la gente que Jesús es un agente de Satanás, cuando no podía ser más evidente que estaba en abierta lucha contra él. Jesús los increpa severamente, haciéndoles ver que incurren en el único pecado imperdonable. La calumnia premeditada que han lanzado contra Él es un insulto al Espíritu Santo, les dice.

El Espíritu de Dios es el que lo mueve a obrar en todo con amor, como el mismo Dios actúa. Quien afirme lo contrario, es decir, que es el espíritu de Satán, espíritu de odio y de violencia, el que mueve a Jesús, niega con mala fe la evidencia e insulta al Espíritu Santo. Este comportamiento malintencionado, que no es un hecho aislado sino una actitud corrompida, les hace optar obstinadamente contra la verdad por secretas intenciones, cerrar toda posibilidad de cambio y, por ello, toda posibilidad de recibir el perdón. Simplemente no reconocen que hacen mal, niegan tener necesidad de perdón, impiden al Espíritu su obra liberadora.

La misericordia de Dios no tiene límites, pero quien se niega deliberadamente a aceptar la salvación y el perdón que Dios le ofrece, transita un camino de oscuridad que conduce a la perdición. Ésta puede producirse no porque el Señor y su Iglesia no puedan perdonarlo, todo lo contrario, sino porque la persona misma se cierra a la gracia que se le ofrece. Obrando así insulta al Espíritu Santo porque rechaza como inútiles sus inspiraciones a la conversión, al reconocimiento del autoengaño (cf. Jn 16, 8-9) y a la acción de su amor que cambia los corazones. 

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