lunes, 9 de enero de 2023

Bautismo de Jesús (Mt 3, 13-17)

 P. Carlos Cardó SJ

Bautismo de Cristo, acuarela sobre tabla de Henry Coller, publicada en una edición ilustrada de la Biblia (1948)

Por entonces vino Jesús de Galilea al Jordán, para encontrar a Juan y para que éste lo bautizara.
Juan quiso disuadirlo y le dijo: «¿Tú vienes a mí? Soy yo quien necesita ser bautizado por ti».
Jesús le respondió: «Deja que hagamos así por ahora. De este modo respetaremos el debido orden».
Entonces Juan aceptó.
Una vez bautizado, Jesús salió del agua. En ese momento se abrieron los Cielos y vio al Espíritu de Dios que bajaba como una paloma y se posaba sobre él. Al mismo tiempo se oyó una voz del cielo que decía: «Este es mi Hijo, el Amado; éste es mi Elegido».

La comunidad a la que San Mateo dedicó su evangelio estaba formada en su mayoría por cristianos venidos del judaísmo. Con el relato del bautismo en el Jordán les hace ver que Jesús es el Mesías enviado por Dios, su Padre. Les explica también por qué se bautizó. Y finalmente los ayuda a comprender y valorar el bautismo cristiano.

En el Bautismo aparece lo esencial de la misión que Jesús ha recibido de su Padre, de ser el salvador prometido a Israel y a toda la humanidad. Pero no se trata de un mesías conforme a las expectativas humanas, como lo esperaban los judíos, sino de un salvador que, siendo Hijo de Dios, se hace solidario de nuestra condición de pecadores, sumergiéndose en nuestra misma realidad (bautismo significa inmersión, bautizarse es hundirse en el agua) para darnos una vida nueva.

Jesús, el inocente, pide a Juan ser bautizado como un pecador cualquiera. La razón es que, justamente por no tener culpa alguna, es el único capaz de cargar consigo y borrar el mal cometido por todos. Amando a los culpables hasta dar la vida por ellos, hace que ninguno se pierda (cf. Jn 3,16). Por eso es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.

Juan no lo entiende. Él se fija en la superioridad de Jesús. Tiene que comprender que conviene que Jesús se sumerja en la debilidad y pobreza de nuestra condición humana para que nosotros seamos bautizados en Él, es decir, podamos compartir su vida divina. En el bautismo somos bautizados en su muerte para ser con Él resucitados.

Si Él, el Justo, no muere por nosotros pecadores, no tenemos más remedio que morir solos y nadie nos libra de nuestro mal. Si, en cambio, Él asume nuestro pecado y muere con nosotros, ya nunca estaremos solos: en la vida y en la muerte, siempre estaremos con Él (1 Tes 5,10). Conviene, pues, que se cumpla lo que el Padre ha dispuesto. Conviene a Jesús y nos conviene.

Se abrieron los cielos y vio al Espíritu descender en forma de paloma. La frase evoca la figura del aliento de Dios que aleteaba sobre la superficie del caos original, según el Génesis. Aquí se trata de la nueva creación que se realiza en Jesús, y en la cual renacemos como criaturas nuevas. Asimismo, puede verse una alusión velada a la paloma que trajo la ramita de olivo después del diluvio. En este sentido, se presenta a Jesús como el que nos trae la Paz definitiva.

Pero la relación más importante que puede hacerse es la siguiente: el Espíritu que descendió sobre María para concebir en su seno al Hijo de Dios, es el Espíritu que desciende ahora para consagrar a Jesús y conducirlo a la obra de nuestra redención (cf. Lc 3, 22; 4,1; Hech 10, 38). Por poseer en plenitud ese Espíritu, Jesús se comprenderá a sí mismo como el Hijo del Padre, y se sentirá enviado a realizar la liberación de la humanidad, comenzando por los pobres y oprimidos: “El Espíritu del Señor está sobre mí... me ha enviado a traer la buena nueva...” (Lc 4, 18).

Este es mi Hijo amado en quien me complazco”. La voz del cielo confirma lo dicho por el profeta Isaías acerca del Mesías Siervo que será “luz de las naciones”, las guiará y conducirá, pero no con medios violentos sino pacíficos: “no gritará, no clamará, no voceará por las calles. No quebrará la caña cascada, ni apagará la mecha humeante...” (Is 42,2-3). El Padre se complace en su Hijo que ha aceptado mezclarse entre sus hermanos pecadores. Esta voz del Padre, que volverá a oírse en la transfiguración, nos propone a su Hijo como camino y vida: ¡escúchenlo! 

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