lunes, 20 de marzo de 2017

Jesús nace de una madre virgen (Mt 1,18-24)

P. Carlos Cardó, SJ
Sagrada familia del pajarito, óleo sobre lienzo de Bartolomé Esteban Murillo (1650), Museo del Prado, Madrid
Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo. Cristo vino al mundo de la siguiente manera: Estando María, su madre, desposada con José y antes de que vivieran juntos, sucedió que ella, por obra del Espíritu Santo, estaba esperando un hijo. José, su esposo, que era hombre justo, no queriendo ponerla en evidencia, pensó dejarla en secreto.
Mientras pensaba en estas cosas, un ángel del Señor le dijo en sueños: "José, hijo de David, no dudes en recibir en tu casa a María, tu esposa, porque ella ha concebido por obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados". Cuando José despertó de aquel sueño, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor.
José es figura de todo hombre justo que se mantiene abierto a su propio misterio personal y en él descubre el misterio de Dios; es ejemplo también de creyente que busca y acoge la voluntad de Dios en su vida aunque ésta contradiga sus puntos de vista.
María estaba prometida a José, vivían el período del compromiso matrimonial, que duraba de seis meses a un año. La novia seguía viviendo con sus padres. Pero aquel compromiso exigía fidelidad; la infidelidad era adulterio y podía ser castigada.
Y resultó que (María) esperaba un hijo por acción del Espíritu Santo. Se subraya que José no interviene. No es él quien hace germinar en el seno de María al Hijo del Altísimo, eso sólo puede ser obra de Dios. Sin embargo, la manifestación de un misterio tan sobrenatural es presentada en el evangelio de la manera más simple y natural: resultó que ella (su mujer) esperaba un hijo.
Así se produjo lo que ningún ser humano podía programar, ni pretender: El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros (Jn 1,14). María concibe al autor de la vida, engendra a quien la creó y lo incorpora en la esfera humana.
María la virgen está encinta, no es una estéril como las matriarcas de Israel (Sara, Ana, Isabel…). Su virginidad, hecha de  absoluta apertura y dependencia de Dios, halla en la fe –como dice el P. Teilhard de Chardin– la realización de su fecundidad. Su virginidad le hace vivir en Dios de tal modo que lo que en este ser humano se produce sólo puede tener a Dios por causa.
José, por su parte, atraviesa la prueba de la fe, como los grandes creyentes. No sabe qué hacer ante el plan de Dios que supera lo imaginable y siente la tentación de retirarse, decide sustraerse. Opta entonces por recurrir a la ley, que permite dar a la mujer un acta o documento de repudio por el cual el marido alejaba y daba libertad a la mujer con la que no quería convivir, a fin de que pudiera casarse con otro y reincorporarse en la vida civil. Por respeto, no porque sospeche de ella, decide repudiarla en secreto. No quiere para María un repudio público, como si fuese una adúltera. Y cavila en su interior, sin saber qué hacer, insatisfecho del recurso legal que ha pensado para salir del paso. Duerme intranquilo.
Entonces, un ángel del Señor se le apareció en un sueño. José es un hombre de puro corazón, tiene a Dios dentro de sí y su palabra le habla en la profundidad de su ser. La palabra del Señor resuena en su interior, le habla en el sueño, en la hondura de su ser. No temas aceptar a María, le dice.
No temas es la primera palabra de Dios al hombre. El miedo es contrario a la fe. No temas aceptar a la madre y al fruto bendito de su vientre. Quien  rechaza a la madre, rechaza también al hijo. Y no se puede rechazar el plan de Dios que incluye la mediación histórica de la mujer bendita entre las mujeres, para hacer posible su incorporación en nuestra condición humana.
Le pondrás por nombre Jesús, se le ordena al humilde carpintero José. ¡El hombre va a ponerle nombre a Dios! Adán podía afirmar su soberanía sobre lo creado poniendo nombre a todas las cosas, pero Dios es Innombrable. Sin embargo, se ha querido hacer cercano y accesible a nosotros. Habita en un confín inaccesible y nos llama a la existencia por nuestro propio nombre, pero permite que un pobre hombre le llame Jesús.
Así se cumplió lo que había anunciado el Señor por el profeta: La virgen concebirá y dará a luz un hijo, garantía de la fidelidad de Dios, que será llamado Dios-con-nosotros. Se insiste en la cercanía del Dios encarnado. Jesús es Dios que salva porque es  Dios con nosotros. Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo (Mt 28), nos dirá.
José aceptó el mandato del ángel y recibió a su esposa. Esta es la gloria de San José. Padre adoptivo es ser padre por decisión libre y amorosa. El padre adoptivo sostiene y protege al niño, lo educa, le proporciona los medios de que requiere para crecer en todas sus facultades. Y eso significa años y años de dedicación, de donación generosa y olvido propio para que el hijo se desarrolle. Eso es José para Jesús, eso hizo por Él y por eso lo alabamos junto a María y le pedimos que la paternidad, tan venida a menos en muchas partes por tanto descuido, irresponsabilidad y traición, sea vivida y ejercida como una de las más sublimes realizaciones del ser humano. 

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