P. Carlos Cardó, SJ
Sagrada familia del pajarito,
óleo sobre lienzo de Bartolomé Esteban Murillo (1650), Museo del Prado, Madrid
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Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo. Cristo vino al mundo de la siguiente manera: Estando María, su madre, desposada con José y antes de que vivieran juntos, sucedió que ella, por obra del Espíritu Santo, estaba esperando un hijo. José, su esposo, que era hombre justo, no queriendo ponerla en evidencia, pensó dejarla en secreto.Mientras pensaba en estas cosas, un ángel del Señor le dijo en sueños: "José, hijo de David, no dudes en recibir en tu casa a María, tu esposa, porque ella ha concebido por obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados". Cuando José despertó de aquel sueño, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor.
José es figura
de todo hombre justo que se mantiene abierto a su propio misterio personal y en
él descubre el misterio de Dios; es ejemplo también de creyente que busca y
acoge la voluntad de Dios en su vida aunque ésta contradiga sus puntos de vista.
María estaba prometida a José, vivían el
período del compromiso matrimonial, que duraba de seis meses a un año. La novia
seguía viviendo con sus padres. Pero aquel compromiso exigía fidelidad; la infidelidad
era adulterio y podía ser castigada.
Y resultó que (María) esperaba un hijo por acción del Espíritu Santo. Se subraya que José
no interviene. No es él quien hace germinar en el seno de María al Hijo del
Altísimo, eso sólo puede ser obra de Dios. Sin embargo, la manifestación de un
misterio tan sobrenatural es presentada en el evangelio de la manera más simple
y natural: resultó que ella (su
mujer) esperaba un hijo.
Así se
produjo lo que ningún ser humano podía programar, ni pretender: El Verbo se
hizo carne y habitó entre nosotros (Jn
1,14). María concibe al autor de la vida, engendra a quien la creó y lo incorpora
en la esfera humana.
María la virgen está encinta, no es una estéril como las
matriarcas de Israel (Sara, Ana, Isabel…). Su virginidad, hecha de absoluta apertura y dependencia de Dios, halla
en la fe –como dice el P. Teilhard de Chardin– la
realización de su fecundidad. Su virginidad le hace vivir en Dios de tal
modo que lo que en este ser humano se produce sólo puede tener a Dios por
causa.
José, por su
parte, atraviesa la prueba de la fe, como los grandes creyentes. No sabe qué
hacer ante el plan de Dios que supera lo imaginable y siente la tentación de
retirarse, decide sustraerse. Opta entonces por recurrir a la ley, que permite
dar a la mujer un acta o documento de repudio por el cual el marido alejaba y
daba libertad a la mujer con la que no quería convivir, a fin de que pudiera casarse
con otro y reincorporarse en la vida civil. Por respeto, no porque sospeche de
ella, decide repudiarla en secreto. No quiere para María un repudio público, como
si fuese una adúltera. Y cavila en su interior, sin saber qué hacer,
insatisfecho del recurso legal que ha pensado para salir del paso. Duerme
intranquilo.
Entonces, un
ángel del Señor se le apareció en un sueño. José es un hombre de puro corazón, tiene
a Dios dentro de sí y su palabra le habla en la profundidad de su ser. La
palabra del Señor resuena en su interior, le habla en el sueño, en la hondura
de su ser. No temas aceptar a María,
le dice.
No temas es la primera palabra de Dios al
hombre. El miedo es contrario a la fe. No temas aceptar a la madre y al fruto
bendito de su vientre. Quien rechaza a
la madre, rechaza también al hijo. Y no se puede rechazar el plan de Dios que
incluye la mediación histórica de la mujer bendita entre las mujeres, para
hacer posible su incorporación en nuestra condición humana.
Le pondrás por nombre Jesús, se le ordena al humilde
carpintero José. ¡El hombre va a ponerle nombre a Dios! Adán podía afirmar su
soberanía sobre lo creado poniendo nombre a todas las cosas, pero Dios es
Innombrable. Sin embargo, se ha querido hacer cercano y accesible a nosotros.
Habita en un confín inaccesible y nos llama a la existencia por nuestro propio
nombre, pero permite que un pobre hombre le llame Jesús.
Así se
cumplió lo que había anunciado el Señor
por el profeta: La virgen concebirá y dará a luz un hijo, garantía de la
fidelidad de Dios, que será llamado
Dios-con-nosotros. Se insiste en la cercanía del Dios encarnado. Jesús es
Dios que salva porque es Dios con
nosotros. Yo estaré con ustedes todos los
días hasta el fin del mundo (Mt 28), nos dirá.
José aceptó
el mandato del ángel y recibió a su
esposa. Esta es la gloria de San José. Padre adoptivo es ser padre por decisión libre y amorosa. El padre
adoptivo sostiene y protege al niño, lo educa, le proporciona los medios de que
requiere para crecer en todas sus facultades. Y eso significa años y años de
dedicación, de donación generosa y olvido propio para que el hijo se desarrolle.
Eso es José para Jesús, eso hizo por Él y por eso lo alabamos junto a María y
le pedimos que la paternidad, tan venida a menos en muchas partes por tanto
descuido, irresponsabilidad y traición, sea vivida y ejercida como una de las
más sublimes realizaciones del ser humano.
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