P.
Carlos Cardó, SJ
Parábola
de los viñadores infieles, óleo sobre tabla de Abel Grimmer (1611), Museo del
Prado, Madrid
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En aquel tiempo, Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo esta parábola: "Había una vez un propietario que plantó un viñedo, lo rodeó con una cerca, cavó un lagar en él, construyó una torre para el vigilante y luego lo alquiló a unos viñadores y se fue de viaje.Llegado el tiempo de la vendimia, envió a sus criados para pedir su parte de los frutos a los viñadores; pero éstos se apoderaron de los criados, golpearon a uno, mataron a otro, y a otro más lo apedrearon. Envió de nuevo a otros criados, en mayor número que los primeros, y los trataron del mismo modo. Por último, les mandó a su propio hijo, pensando: ‘A mi hijo lo respetarán’.
Pero cuando los viñadores lo vieron, se dijeron unos a otros: `Éste es el heredero. Vamos a matarlo y nos quedaremos con su herencia’. Le echaron mano, lo sacaron del viñedo y lo mataron.Ahora díganme: Cuando vuelva el dueño del viñedo, ¿qué hará con esos viñadores?" Ellos le respondieron: "Dará muerte terrible a esos desalmados y arrendará el viñedo a otros viñadores, que le entreguen los frutos a su tiempo".Entonces Jesús les dijo: "¿No han leído nunca en la Escritura: La piedra que desecharon los constructores, es ahora la piedra angular. Esto es obra del Señor y es un prodigio admirable?Por esta razón les digo que les será quitado a ustedes el Reino de Dios y se le dará a un pueblo que produzca sus frutos".
La parábola pone
de relieve el amor indulgente y misericordioso que tiene Dios a la humanidad,
representada en su viña: “la plantó... la rodeó con una cerca... cavó...
construyó un lagar...la arrendó... se marchó”. Pero a la bondad de Dios, la
humanidad responde con gestos de envidia, avaricia y hostilidad.
Después de
plantar su viña con tanta solicitud, el dueño del campo la confió a unos
viñadores para que colaboraran en la obra iniciada por él y la cultivaran como
él lo había hecho, con la esperanza de recoger buenos frutos. Los viñadores
representan a los oyentes e interlocutores de Jesús, en particular, a los jefes
del pueblo.
Llegado el
tiempo de la cosecha, envió a sus criados para recoger el fruto, pero la respuesta
de los labradores a los enviados del señor fue de una violencia tremenda: “a
uno lo apalearon, a otro lo mataron, al tercero lo apedrearon”. El señor
envío a más criados, pero los campesinos reaccionaron con igual ingratitud y crueldad.
El dueño de la viña decidió jugarse la última carta que le quedaba: enviar a su
propio hijo, pensando que a él sí lo respetarían. ¡Pero nada de eso! Los
labradores lo arrojaron fuera de la viña, le dieron muerte y decidieron
quedarse con la herencia.
Terminada la
parábola, Jesús interpela a sus oyentes. El recurso literario de
la parábola, busca que los oyentes se involucren en el relato y
den al instante una respuesta. Jesús les pregunta qué hará el señor de la viña
con esos viñadores, pero en el fondo les está preguntando qué juicio se merecen
ellos mismos por lo que están haciendo con él.
Los
espectadores responden diciendo que el delito merece la más severa condena. Es
la misma respuesta que dio David al profeta Natán cuando le habló del pecado
que había cometido. El que ha hecho eso
es reo de muerte, dijo David (2 Sam 12, 5). Matará sin compasión a esos viñadores y arrendará la viña a otros,
dicen los oyentes de Jesús. Así se suele pensar: que Dios puede ser más
violento que los malvados y que la venganza triunfa.
Pero Dios no
es vengativo, no devuelve mal por mal, sino que lo restaura todo con su amor
que salva. En este sentido, la parábola, además del mensaje del llamamiento de
otros pueblos que darán mejores frutos que el pueblo de Israel, señala el núcleo
central de nuestra fe: la entrega del Hijo demuestra el amor incondicional de
Dios por nosotros. En la cruz de Jesús se revela hasta qué horrores puede
llegar la maldad humana y hasta qué extremos de bondad puede llegar el amor de
Dios para vencer el mal con el bien. Nuestro mal descarga toda su carga
mortífera dando muerte al Autor de la vida. Dios se manifiesta como el amor omnipotente
que, resucitando a su Hijo, hace de su muerte fuente de vida eterna.
Los oyentes de la parábola representan al Israel que no aceptó el
mensaje de Jesús, y movido por sus dirigentes terminó dándole muerte. Según la
mentalidad de la época, respaldada por algunos pasajes del Antiguo Testamento, la
consecuencia de eso debía ser la de un castigo divino. Sin embargo, lo que ocurre
más bien es que a su pueblo que lo rechaza, Dios le entrega a su “Hijo
querido”. Por su parte, Jesús, el Hijo, asumiendo como propia la voluntad de su
Padre y poniendo toda su confianza en Él, acepta libremente su pasión, llevando
su amor hasta el extremo.
Por eso los cristianos vemos su muerte no como un simple asesinato
político religioso ni como el resultado de un destino ciego, sino como un
verdadero sacrificio, una entrega de la propia vida, que revela hasta dónde es
capaz de llegar el amor solidario de Dios su Padre, y el suyo propio, para que nadie
se pierda.
Esta adhesión de Jesús a la voluntad salvadora del Padre se
muestra de modo claro en las palabras que
pronunció antes de su pasión, tal como están recogidas en el evangelio de Juan:
“Ahora me encuentro profundamente
angustiado, ¿pero qué puedo decir? ¿Padre, líbrame de esta hora? De ningún
modo; porque he venido precisamente para aceptar esta hora. Padre glorifica tu
nombre. Entonces se oyó una voz venida del cielo: - Yo lo he glorificado y lo volveré
a glorificar” (Jn 12, 27-28).
Y con esta confianza de que el Padre saldría en su favor y pondría
de manifiesto el valor salvador de su entrega por nosotros, Jesús morirá exclamando:
“Todo está cumplido” (Jn 19,30). “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”
(Lc 23,46).
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