P. Carlos Cardó, SJ
La tentación en el monte, témpera
de Duccio di Buoninsegna (1308-11), Frick Collection, Nueva York
|
En aquel tiempo, Jesús fue conducido por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el demonio. Pasó cuarenta días y cuarenta noches sin comer y, al final, tuvo hambre. Entonces se le acercó el tentador y le dijo: "Si tú eres el Hijo de Dios, manda que estas piedras se conviertan en panes". Jesús le respondió: "Está escrito: No sólo de pan vive el hombre, sino también de toda palabra que sale de la boca de Dios".Entonces el diablo lo llevó a la ciudad santa, lo puso en la parte más alta del templo y le dijo: "Si eres el Hijo de Dios, échate para abajo, porque está escrito: Mandará a sus ángeles que te cuiden y ellos te tomarán en sus manos, para que no tropiece tu pie en piedra alguna". Jesús le contestó: "También está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios".
Luego lo llevó el diablo a un monte muy alto y desde ahí le hizo ver la grandeza de todos los reinos del mundo y le dijo: "Te daré todo esto, si te postras y me adoras". Pero Jesús le replicó: "Retírate, Satanás, porque está escrito: Adorarás al Señor, tu Dios, y a él sólo servirás". Entonces lo dejó el diablo y se acercaron los ángeles para servirle.
En el primer domingo de Cuaresma, la liturgia pone ante nuestros
ojos la imagen de un Jesús que tuvo que combatir como nosotros contra las
atracciones del mal. Jesús fue tentado realmente, no aparentemente tentado
como afirmaron algunos herejes. Quiso someterse a la tentación para estar cerca
de los que son tentados y para que nada de la existencia humana quedara sin ser
asumido por Él, verdadero Dios y verdadero hombre.
Aun cuando su conciencia humana estuvo iluminada y sostenida en
cada momento por la acción del Espíritu divino –que le hacía vivir por completo
unido a Dios como su Padre–, Jesús tuvo que resolver la disyuntiva de optar por
el poder y el éxito según el mundo, o por el camino de cruz que su Padre le
ofrecía para realizar la salvación de sus hermanos; y esta disyuntiva fue para Él
una verdadera prueba, una lucha interior que le obligaría a clamar al final: Padre, todo te es posible, aparta de mi este
cáliz; pero no se haga mi voluntad sino la tuya. Esta es la tentación que
acompañó a Jesús hasta la cruz. Las tentaciones en el desierto describen los
componentes de esa constante tentación que tuvo que enfrentar.
Dice el texto que el
espíritu condujo a Jesús al desierto para que el diablo lo tentara. Pasar
por el desierto, enfrentar la tentación es estar en una prueba, vivir una crisis.
Desierto, tentaciones y pruebas forman parte de la vida humana. No son catástrofes;
son situaciones en las que se ponen de manifiesto las propias vulnerabilidades,
pero también lo mejor de cada uno. Enfrentadas y sostenidas en la fe, las
crisis y tentaciones pueden ser fuente de nuevas posibilidades; por ellas se consolida
nuestra identidad y personalidad, aunque siempre implican un riesgo y pueden
producir algún desgaste.
Para seguir a Jesús necesariamente hay que pasar por la tentación
y la prueba que purifica el corazón de todo apego a la posesión, al éxito, a
los placeres o a cualquier otra realidad terrena que lleva a olvidar los
valores del evangelio. Seguir a Jesús es vivir un proceso de liberación
interior de nuestras contradicciones e inconsecuencias.
Jesús ayunó cuarenta días y
cuarenta noches antes de que el diablo lo tentara. Simbólicamente el número
evoca los cuarenta años del pueblo de Israel en el desierto. Es como decir: un
largo período. Lo importante es que con Jesús, nuevo Moisés, se da el éxodo a
la verdadera y plena libertad.
Después de haber ayunado, tuvo
hambre; y ahí fue
cuando el diablo lo tentó. La tentación siempre se engancha al hambre, a la
necesidad, cualquiera que sea. Por eso, las tentaciones tienen siempre una
apariencia de bien. En el caso de Jesús, del tentador le dice: ¡Si eres el Hijo de Dios! Es como decirle:
¿Acaso no es bueno que te manifiestes como Dios de tal manera que nadie pueda
dudar de ti? Los peores males se han cometido en aras de las mejores causas.
Hasta en nombre de Dios y de la religión, se han cometido y se cometen
atrocidades.
1ª tentación: Si eres el Hijo de Dios, manda que estas piedras se conviertan en panes.
La tentación consiste en hacer de la obra salvadora un proyecto económico para el
propio beneficio. Es como si el tentador dijera: “pon todo en función de tu
ganancia personal y verán que eres Dios”. El pan y el dinero con que se
adquiere se convierten en lo que más vale en la vida. Nos ocurre a nosotros cuando
ponemos lo económico, dinero y bienes materiales, como el principio absoluto en
la organización de nuestra vida personal, familiar o social. De la absolutización
del bienestar material surgen las luchas y discordias, las injusticias y
opresiones.
Fácilmente olvidamos que los bienes materiales no son un fin sino
un medio, que tienen una finalidad a la que deben orientarse y que, finalmente,
se acaban. El amor al dinero es la raíz
de todos los males; algunos, por codiciarlo, se han apartado de la fe y se han
ocasionado a sí mismos muchos males (1 Tim 6,10). El hombre, pues, pretende
autodeterminarse con lo que gana, aunque sea sin tener en cuenta a los demás y a
Dios. En el caso de Jesús: la tentación consiste en usar los medios mesiánicos para
el servicio de sí mismo.
2ª tentación: Tírate abajo, porque está escrito: Dará órdenes a sus ángeles para que
te lleven en brazos… Es la tentación central: hacer que Dios haga lo que a
mí me plazca, en vez de hacer su voluntad. Querer que Dios nos escuche, en vez
de escucharlo. ¡Escúchame, Dios mío!, solemos decir, y está bien pedirlo. Pero
qué poco decimos: ¡Señor, habla, que tu siervo escucha! Buscamos un Dios a
nuestro servicio. En el caso de Jesús la tentación fue establecer una relación
interesada con Dios para que le ayude a someter al mundo con medios
espectaculares, que seduzcan en vez de convencer, que dominen en vez de
suscitar una respuesta amorosa y libre y, encima, teniendo a Dios como aliado.
3ª tentación: Todo esto te daré si te postras y me adoras. Es la tentación del
poder. Dominar con el poder. Ante esta tentación, Jesús reacciona de inmediato,
no entra en diálogo con el tentador. ¡Apártate
de mi Satanás! Lo mismo le dirá a Pedro, cuando éste intente desviarlo de
su camino de cruz: Apártate de mí Satanás
(ponte detrás, Tentador), que me pones
obstáculo. Tú no piensas como Dios,
sino como los hombres (Mt 16,23). Jesús, en cambio, nos revelará en qué
consiste la verdadera libertad: en poner la vida al servicio de todos, sin
dominar a nadie, para que nadie viva oprimido o dominado.
Que el Espíritu del Señor nos guíe en nuestro camino cuaresmal y
aprendamos a salir victoriosos de nuestras tentaciones, sabiendo discernir en
cada circunstancia cuál es la voluntad de
Dios, lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto (Rom 12,2). Que nuestras
prácticas penitenciales, concretamente el ayuno, nos recuerden que la vida es
un don, no proviene del alimento sino de Dios creador. Así reconoceremos
agradecidos que Dios es vida y que nuestro pan de cada día es un don que Él nos
hace.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.