P. Carlos Cardó, SJ
Moisés, óleo sobre lienzo de
Jusepe de Ribera (1638), Museo de San Martino, Nápoles, Italia
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En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: "Si yo diera testimonio de mí, mi testimonio no tendría valor; otro es el que da testimonio de mí y yo bien sé que ese testimonio que da de mí, es válido. Ustedes enviaron mensajeros a Juan el Bautista y él dio testimonio de la verdad. No es que yo quiera apoyarme en el testimonio de un hombre. Si digo esto, es para que ustedes se salven. Juan era la lámpara que ardía y brillaba, y ustedes quisieron alegrarse un instante con su luz. Pero yo tengo un testimonio mejor que el de Juan: las obras que el Padre me ha concedido realizar y que son las que yo hago, dan testimonio de mí y me acreditan como enviado del Padre.El Padre, que me envió, ha dado testimonio de mí. Ustedes nunca han escuchado su voz ni han visto su rostro, y su palabra no habita en ustedes, porque no le creen al que él ha enviado.Ustedes estudian las Escrituras pensando encontrar en ellas vida eterna; pues bien, ellas son las que dan testimonio de mí. ¡Y ustedes no quieren venir a mí para tener vida! Yo no busco la gloria que viene de los hombres; es que los conozco y sé que el amor de Dios no está en ellos. Yo he venido en nombre de mi Padre y ustedes no me han recibido. Si otro viniera en nombre propio, a ése sí lo recibirían.¿Cómo va a ser posible que crean ustedes, que aspiran a recibir gloria los unos de los otros y no buscan la gloria que sólo viene de Dios? No piensen que yo los voy a acusar ante el Padre; ya hay alguien que los acusa: Moisés, en quien ustedes tienen su esperanza. Si creyeran en Moisés, me creerían a mí, porque él escribió acerca de mí. Pero, si no dan fe a sus escritos, ¿cómo darán fe a mis palabras?"
Jesús tiene
que defenderse. Un círculo de hostilidad cada vez más estrecho se ha urdido en
torno a él. Los dirigentes han intrigado al pueblo, y han logrado que muchos se
alejen de Él o pongan en duda sus enseñanzas. Se siente obligado a demostrar su
inocencia y la validez de su doctrina. Piensa también, quizá, en sus seguidores
y en las acusaciones que el judaísmo farisaico lanzará contra ellos. Les
exigirán pruebas de validez de su doctrina, y les argüirán que referirse sólo a
lo que él dijo de sí mismo no basta. Jesús lo reconoce: Si me presentara como testigo de mí mismo, mi testimonio no tendría
valor.
Jesús ha
afirmado que posee en su persona al Espíritu divino y ha hecho ver que las
obras que realiza, a impulsos de ese mismo Espíritu, son el criterio que define
lo que hay que hacer, porque en eso consiste la voluntad de Dios; ha declarado
también que todo lo que Él hace y dice es porque Dios, a quien llama Padre, se
lo ha mandado; se ha puesto así por encima de la ley y del sábado, que eran las
instituciones establecidas por Dios para la relación de los hombres con Él; por
consiguiente, él único testigo válido, capaz de garantizar su autoridad y
legitimar su obra, era el mismo Dios.
También Juan
Bautista podía legitimar su misión, pero sería un testimonio humano, sobre el
cual no podría apoyarse para probar su origen divino. Si Jesús lo menciona es
porque todos reconocieron la autoridad del Bautista, lo admiraron como un
profeta y quisieron por algún tiempo
disfrutar de su luz, pero no obedecieron su llamada a la conversión,
rechazaron su invitación a seguir a Jesús, y no hicieron nada por él cuando
Herodes lo encarceló y lo mandó decapitar.
Únicamente
Dios, su Padre, es quien legitima a Jesús y lo hace a través de las obras que
le manda realizar. En ellas Dios se revela del modo más pleno y definitivo,
manifiesta su amor salvador, comunica su vida, se presenta como un Padre que
quiere lo mejor para su hijos e hijas, hace justicia a los oprimidos, busca y
salva a los perdidos, reúne a los dispersos y hace ver que su voluntad al
enviar a su Hijo al mundo no es la de condenar al mundo sino la de salvarlo por
medio de Él. Las obras de Jesús, por tanto, demuestran que Él es el Enviado
definitivo, Palabra y comunicación plena de Dios, presencia humana de Dios, que
encarna en su persona la gloria del unigénito del Padre, lleno de amor y de
verdad.
El Padre ha
hablado ya en favor de Jesús, pero los dirigentes del pueblo mantienen el pecado
de sus antepasados y no han querido oír su voz. Se han cerrado a la imagen del Dios
amor y misericordia que Jesús trasmite. Por eso se han quedado sin conocer al
Dios verdadero.
Ni siquiera
han querido dar fe a la Escritura que, al igual que Juan Bautista, habla de Él
cuando anuncia para el tiempo fijado por Dios, la manifestación de la acción
salvadora que su Enviado vendría a realizar. Las autoridades religiosas, por
más que estudiaron la Escritura, la interpretaron a su modo y se negaron a
acercarse a Jesús para descubrir la vida plena que en ella se anuncia.
Finalmente,
Jesús recuerda algo que es del todo evidente en su modo de proceder: Él no
busca fama, prestigio ni honores de parte de los hombres. Lo único que ha
buscado siempre es el bien de las personas, su realización plena. Él no
necesita la gloria mundana porque en Él brilla la gloria propia del Hijo, que
es el amor y la verdad.
En cambio, los
dirigentes judíos, que no hacen más que apoyarse unos a otros para escalar
puestos de poder, sólo buscan lo que el mundo les puede dar: una gloria carente
del amor y la verdad, terrenal, no divina. No buscar la gloria de Dios que se
realiza en el amor los hace quedar esclavos del egoísmo y del pecado.
La raíz
del pecado está en no tener en sí el amor de Dios. Se pierde así la propia
identidad de hijo y se hace daño a la gente. Quien busca la gloria para sí,
pretende usurpar el lugar de Dios. Quien vive como hijo y empeña su vida en el
amor y servicio a los demás, refleja en su persona la gloria que brilló en todo
su esplendor en la persona de Jesús.
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