P. Carlos Cardó, SJ
Santísima Trinidad, óleo sobre
tabla de Hendrik van Balen (1620), Iglesia de Santiago, Amberes, Bélgica
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En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos (que lo perseguían por hacer curaciones en sábado): "Mi Padre trabaja siempre y yo también trabajo". Por eso los judíos buscaban con mayor empeño darle muerte, ya que no sólo violaba el sábado, sino que llamaba Padre suyo a Dios, igualándose así con Dios.Entonces Jesús les habló en estos términos: "Yo les aseguro: El Hijo no puede hacer nada por su cuenta y sólo hace lo que le ve hacer al Padre; lo que hace el Padre también lo hace el Hijo. El Padre ama al Hijo y le manifiesta todo lo que hace; le manifestará obras todavía mayores que éstas, para asombro de ustedes. Así como el Padre resucita a los muertos y les da la vida, así también el Hijo da la vida a quien él quiere dársela. El Padre no juzga a nadie, porque todo juicio se lo ha dado al Hijo, para que todos honren al Hijo, como honran al Padre. El que no honra al Hijo tampoco honra al Padre.Yo les aseguro que, quien escucha mi palabra y cree en el que me envió, tiene vida eterna y no será condenado en el juicio, porque ya pasó de la muerte a la vida. Les aseguro que viene la hora, y ya está aquí, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que la hayan oído vivirán. Pues así como el Padre tiene la vida en sí mismo, también le ha dado al Hijo tener la vida en sí mismo; y le ha dado el poder de juzgar, porque es el Hijo del hombre.No se asombren de esto, porque viene la hora en que todos los que yacen en la tumba oirán mi voz y resucitarán: los que hicieron el bien para la vida; los que hicieron el mal, para la condenación. Yo nada puedo hacer por mí mismo. Según lo que oigo, juzgo; y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió".
Los judíos han decidido matar a
Jesús por no respetar el sábado y hacerse igual a Dios. Jesús continúa hablando
públicamente de su misión y afirma que Él hace lo que hace Dios, su Padre. Pues el Padre ama al Hijo y le manifiesta
todas sus obras. Jesús reivindica para sí una peculiarísima relación de
amor recíproco con Dios, que le hace situarse ante Él y percibirse a sí mismo
como el Hijo único del Padre, que se hizo hombre por obra del Espíritu divino y
nació de María la Virgen.
Por ese
mismo Espíritu se nos comunica el amor-vida de Dios y la Trinidad santa permanece
en nosotros. Los tres, Padre, Hijo y Espíritu, son idénticos en el ser,
entender, juzgar y obrar. Los tres realizan la misma acción: aman, se manifiestan,
dan vida, envían, oyen, elevan y resucitan. Y son esas las acciones divinas que
Jesús realiza para darnos su vida.
Al mismo
tiempo que Jesús desvela la identidad de Dios, revela también la identidad del
ser humano, por haber sido creado a imagen y semejanza de su Creador. De modo
que de la idea que se tiene de Dios sale la idea que se tiene de la persona
humana. De la identidad de Dios como Padre, que Jesús nos transmite, sale
nuestra identidad de hijos e hijas, y por tanto de hermanos y hermanas entre
nosotros. Jesús nos revela un Dios que no es un ser solitario, sino una comunidad
de personas; correlativamente nos revela que el ser humano, imagen de Dios, no
realiza su vida en solitario sino en amor, fraternidad, solidaridad.
La obra que
el Padre realiza por medio de su Hijo Jesucristo consiste en crear fraternidad
entre sus hijos. Esa obra se convierte en la norma del que sigue a Jesús y
supera el ordenamiento moral establecido en la Ley dada a Moisés. Quien cree en
Él, adhiriéndose en la práctica a su modo de ser y de obrar, tiene vida eterna.
La fe en
Jesús y la aceptación vital de su
mensaje se convierte en el creyente en una forma de vida que tiene una calidad,
un valor de eternidad, que no acabará con la muerte. Quien la asume ha pasado ya de muerte a vida. La muerte
para él será el paso al nivel de vida plena, salvada, resucitada, que sólo
puede darse en Dios. El texto resalta dos prerrogativas exclusivas de Dios:
resucitar/dar vida y juzgar. Esas prerrogativas el Padre se las da al Hijo y
éste las realiza en quien cree en él. Por eso dice: Yo les aseguro que quien acepta lo que yo digo y cree en el que me
envió, tiene la vida eterna; no sufrirá un juicio de condenación, sino que ha
pasado de la muerte a la vida.
Finalmente,
el texto de Juan habla del juicio o
del dictar sentencia. Jesús tiene el
poder de regenerar como hijos de Dios a los que lo acogen y creen en Él.
Asimismo, ha recibido de su Padre el poder de dar vida y resucitar. Por eso,
quien rechaza a Jesús y su palabra, rechaza el don de salvación que Dios ofrece
por medio de su Hijo, se impide ser beneficiario de su voluntad y del poder de
darle vida eterna.
Se puede
decir, entonces, que el juicio, el dar sentencia, no es un acto judicial
como el que los hombres realizamos en nuestros tribunales, sino la
manifestación del amor, cercanía y unión a Dios que hay en los que están a
favor de Jesús o, al contrario, la manifestación del rechazo, distancia y
separación de quienes han obrado en contra de Jesús y de su enseñanza y, por
tanto, en contra de los hermanos.
El juicio se
realiza ahora, en la toma de posición y confrontación de cada uno con la
Palabra de Jesús. Honrar y escuchar al Hijo es salvarse, pasar de la muerte a
la vida plena. A la hora de la muerte caerá el velo y se hará patente la verdad
de cada uno.
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