P.
Carlos Cardó, SJ
La
llamada de San Mateo, óleo de Hendrick ter Brugghen (1620), Museo de Bellas
Artes, Budapest, Hungría
|
En aquel tiempo, vio Jesús a un publicano, llamado Leví (Mateo), sentado en su despacho de recaudador de impuestos, y le dijo: "Sígueme". Él, dejándolo todo, se levantó y lo siguió.Leví ofreció en su casa un gran banquete en honor de Jesús, y estaban a la mesa, con ellos, un gran número de publicanos y otras personas. Los fariseos y los escribas criticaban por eso a los discípulos, diciéndoles: "¿Por qué comen y beben con publicanos y pecadores?" Jesús les respondió: "No son los sanos los que necesitan al médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores, para que se conviertan".
Jesús realiza un gesto provocador. Llama a un publicano a formar parte
de su comunidad. Un judío decente evitaba el trato con los publicanos, porque eran
considerados pecadores públicos y descreídos por dedicarse al vil oficio de
recaudar impuestos para los romanos y ejercerlo de manera fraudulenta.
La sorpresiva distinción de que ha sido objeto, provoca en el
publicano Leví el deseo de celebrarlo y organiza un banquete. Quiere agradecer
a ese Maestro galileo que haya tenido para con él esa deferencia tan
inesperada, y tan contraria a las costumbres y creencias de los judíos, de
contarlo entre sus discípulos. Naturalmente invita a muchos otros publicanos. Y Jesús acepta la invitación a sentarse a
la mesa con esa gente. Sorprendente.
La expectativa del Reino de Dios como un banquete que reunirá a los justos
y elegidos había cargado de simbolismo el acto natural del comer: no sólo se
celebraba el memorial del éxodo con el banquete del cordero pascual, sino que
el comer juntos solía ser expresión de valores compartidos, alianzas,
amistades. Pero como en la mesa del reino, Dios comía sólo con sus elegidos y los
otros quedaban excluidos, el judío sólo podía sentarse a la mesa con gente
considerada honesta, justa, fieles a su religión. Por eso en la regla de la
comunidad esenia, grupo especialmente excluyente y rigorista, estaba
establecido: Que ningún pecador o gentil,
ni cojo o manco o herido por Dios en su carne tenga parte en la mesa de los
elegidos (regla de Qumram).
Jesús cambia esta mentalidad. Los pecadores no se han de evitar como
apestados. El médico cura a los enfermos. En Jesús, Dios se acerca a los
excluidos, despreciados, no practicantes, traidores –como los publicanos que
trabajaban en favor de los romanos– y pecadores públicos.
La comunidad cristiana toma conciencia. El Dios de Jesús no es el dios
de la sociedad judía puritana, excluyente y discriminador. Es Dios de
misericordia, que ofrece a todos la posibilidad de rehabilitarse. La comunidad
cristiana toma conciencia de lo que es: pecadores que han sido tocados por la
gracia en Jesucristo. Cada uno puede verse en Leví, o entre los invitados al
banquete. Por consiguiente no caben las discriminaciones.
No
necesitan médico los sanos sino los enfermos. No he venido a llamar a justos
sino a pecadores. Pablo dirá: Miren, hermanos, a quienes eligió Dios: no hay entre ustedes sabios, ni
poderosos…, lo débil del mundo escogió Dios… (1 Cor 1, 26).
En la mesa del Señor nos sentamos los pecadores. Es Él quien nos congrega
de toda raza, lengua y cultura. Reúne a todos los hijos e hijas de Dios
dispersos. Y le damos gracias porque nos hace dignos de servirlo en su
presencia. Indignos todos; la gracia es la que nos dignifica.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.