P. Carlos
Cardó, SJ
Los enviados
de Juan, acuarela de James Tissot, Museo de Brooklyn, Nueva York
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En aquel tiempo, los discípulos de Juan fueron a ver a Jesús y le preguntaron: "¿Por qué tus discípulos no ayunan, mientras nosotros y los fariseos sí ayunamos?" Jesús les respondió: "¿Cómo pueden llevar luto los amigos del esposo, mientras él está con ellos? Pero ya vendrán días en que les quitarán al esposo, y entonces sí ayunarán".
Antes de este pasaje se ha visto a Jesús y a
sus discípulos comiendo en casa del publicano Leví; ahora los discípulos de
Juan Bautista los sorprenden comiendo en un día de ayuno. Juan los ha enviado a
seguir a Jesús, desde que lo señaló como el que era más grande que él, el Cordero
de Dios que quita el pecado del mundo. Pero estas actitudes de Jesús y lo que
enseña a sus discípulos los desconciertan. Por eso le preguntan: ¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos y tus
discípulos no ayunan?
Jesús responde situando la cuestión en otra
esfera de pensamiento: en la esfera de la revelación del amor salvador de Dios
ofrecido como gracia a todos los que escuchan su palabra y lo siguen. Su
presencia señala el cumplimiento del tiempo mesiánico, la venida del reino de
Dios, el tiempo nuevo de la realización de las promesas hechas por Dios a
Israel, tiempo de la fiesta de la nueva humanidad reconciliada. Se debe, por
tanto, celebrar y hacer fiesta.
Jesús lo dice con el proverbio: ¿Pueden acaso llevar luto los amigos del
novio mientras el novio está con ellos? La situación de una fiesta nupcial
excluye perentoriamente toda forma penitencial. Los profetas previeron este
tiempo y su corazón se llenó de alegría. Recordemos, por ejemplo, a Isaías: “El espíritu de Yahvé está sobre mí porque me ha
ungido; me ha enviado... para alegrar a todos los afligidos de Sión y ponerles
una corona en vez de cenizas, perfume de fiesta en vez de trajes de luto,
cantos de alabanza en vez de un corazón abatido” (Is 61, 1-3)
Llegará un
día en que les quitarán al novio, entonces ayunarán, añade
Jesús, anunciando su final. Les quitarán al novio
cuando sea levantado en la cruz y elevado al cielo. Entre la alegría
primera de su presencia en la tierra y la consumación de la unión perfecta de
la humanidad salvada con Dios en el banquete nupcial del reino, transcurre el
tiempo de la espera. Es tiempo de la vivencia de su presencia interior
resucitada, que alienta la espera de la pascua eterna. De momento queda el
símbolo de su cruz: en los crucificados. Y el signo eficaz de su presencia viva
en el partir el pan.
Esos símbolos nos guían a la práctica de la religión
verdadera, y en particular al ayuno que quiere el Señor, que consiste en partir
el pan con el hambriento, dar casa al sin techo, vestir al desnudo, romper las
cadenas, quebrar todo yugo (Is 58, 6s.). Así nos encontramos con el esposo,
hecho el último y el servidor de todos.
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