P. Carlos Cardó, SJ
La curación del ciego, fresco de
autor anónimo (siglo XII), muro lateral de la Basílica Benedittina en Sant’
Angelo in Formis, Capua, Italia.
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En aquel tiempo, Jesús vio al pasar a un ciego de nacimiento, y sus discípulos le preguntaron: "Maestro, ¿quién pecó para que éste naciera ciego, él o sus padres?" Jesús respondió: "Ni él pecó, ni tampoco sus padres. Nació así para que en él se manifestaran las obras de Dios. Es necesario que yo haga las obras del que me envió, mientras es de día, porque luego llega la noche y ya nadie puede trabajar. Mientras esté en el mundo, yo soy la luz del mundo".Dicho esto, escupió en el suelo, hizo lodo con la saliva, se lo puso en los ojos al ciego y le dijo: "Ve a lavarte en la piscina de Siloé" (que significa ‘Enviado’). Él fue, se lavó y volvió con vista. Entonces los vecinos y los que lo habían visto antes pidiendo limosna, preguntaban: "¿No es éste el que se sentaba a pedir limosna?". Unos decían: "Es el mismo". Otros: "No es él, sino que se le parece". Pero él decía: "Yo soy". Y le preguntaban: "Entonces, ¿cómo se te abrieron los ojos?". Él les respondió: "El hombre que se llama Jesús hizo lodo, me lo puso en los ojos y me dijo: ‘Ve a Siloé y lávate’. Entonces fui, me lavé y comencé a ver". Le preguntaron: "¿En dónde está él?". Les contestó: "No lo sé".Llevaron entonces ante los fariseos al que había sido ciego. Era sábado el día en que Jesús hizo lodo y le abrió los ojos. También los fariseos le preguntaron cómo había adquirido la vista. Él les contestó: "Me puso lodo en los ojos, me lavé y veo".Algunos de los fariseos comentaban: "Ese hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado". Otros replicaban: "¿Cómo puede un pecador hacer semejantes prodigios?". Y había división entre ellos. Entonces volvieron a preguntarle al ciego: "Y tú, ¿qué piensas del que te abrió los ojos?". Él les contestó: "Que es un profeta".Pero los judíos no creyeron que aquel hombre, que había sido ciego, hubiera recobrado la vista. Llamaron, pues, a sus padres y les preguntaron: "¿Es éste su hijo, del que ustedes dicen que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?". Sus padres contestaron: "Sabemos que éste es nuestro hijo y que nació ciego. Cómo es que ahora ve o quién le haya dado la vista, no lo sabemos. Pregúntenselo a él; ya tiene edad suficiente y responderá por sí mismo". Los padres del que había sido ciego dijeron esto por miedo a los judíos, porque éstos ya habían convenido en expulsar de la sinagoga a quien reconociera a Jesús como el Mesías. Por eso sus padres dijeron: ‘Ya tiene edad; pregúntenle a él’.Llamaron de nuevo al que había sido ciego y le dijeron: "Da gloria a Dios. Nosotros sabemos que ese hombre es pecador". Contestó él: "Si es pecador, yo no lo sé; sólo sé que yo era ciego y ahora veo". Le preguntaron otra vez: "¿Qué te hizo? ¿Cómo te abrió los ojos?". Les contestó: "Ya se lo dije a ustedes y no me han dado crédito. ¿Para qué quieren oírlo otra vez? ¿Acaso también ustedes quieren hacerse discípulos suyos?". Entonces ellos lo llenaron de insultos y le dijeron: "Discípulo de ése lo serás tú. Nosotros somos discípulos de Moisés. Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios. Pero ése, no sabemos de dónde viene".Replicó aquel hombre: "Es curioso que ustedes no sepan de dónde viene y, sin embargo, me ha abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, pero al que lo teme y hace su voluntad, a ése sí lo escucha. Jamás se había oído decir que alguien abriera los ojos a un ciego de nacimiento. Si éste no viniera de Dios, no tendría ningún poder". Le replicaron: "Tú eres puro pecado desde que naciste, ¿cómo pretendes darnos lecciones?" Y lo echaron fuera.Supo Jesús que lo habían echado fuera, y cuando lo encontró, le dijo: "¿Crees tú en el Hijo del hombre?". Él contestó: "¿Y quién es, Señor, para que yo crea en él?". Jesús le dijo: "Ya lo has visto; el que está hablando contigo, ése es". Él dijo: "Creo, Señor". Y postrándose, lo adoró.Entonces le dijo Jesús: "Yo he venido a este mundo para que se definan los campos: para que los ciegos vean, y los que ven queden ciegos". Al oír esto, algunos fariseos que estaban con él le preguntaron: "¿Entonces, también nosotros estamos ciegos?". Jesús les contestó: "Si estuvieran ciegos, no tendrían pecado; pero como dicen que ven, siguen en su pecado".
El pasaje de la Samaritana del domingo pasado nos hizo reflexionar
sobre el signo del agua; hoy, la curación del ciego nos presenta el símbolo de
la luz. Todos están llamados a la luz de la fe. Cristo es nuestra luz.
El centro de atención del relato no es el milagro de la curación sino
el debate que suscita. Jesús hace barro con saliva, lo pone en los ojos del
ciego, lo manda a lavarse en la piscina y le devuelve la vista. Se levanta un
gran altercado. Unos discuten si es el mismo que antes pedía limosna o es otro
que se le parece; los fariseos no creen que haya sido ciego; no creen que haya
habido un milagro. Interrogan a sus padres, y éstos, muertos de miedo a que los
excomulguen de la sinagoga, reconocen que sí es su hijo y que nació ciego, pero
que no saben cómo ha podido recobrar la vista, que le pregunten a él, que ya es
mayorcito. Por último, se enfrentan al pobre hombre y, después de maltratarlo,
lo expulsan de la sinagoga. Jesús le da alcance y lo lleva a la fe.
Ante todo podemos apreciar la misericordia del Señor. Busca al
ciego, lo cura y luego lo vuelve a buscar en su desgracia social, cuando se ha quedado solo, cuando ni sus padres
lo han defendido y las autoridades lo han expulsado de la sinagoga. Jesús no
abandona al que está solo e indefenso, se pone a su lado para levantarlo, por
eso: “Sabiendo que lo habían expulsado (es
decir, que había sufrido por su causa),
le dice: ¿Crees en el Hijo del Hombre? Él respondió: ¿Y quién es Señor para que
crea en él? Jesús le dice: Soy Yo el que habla contigo. Y el ciego cayendo de
rodillas lo adoró y dijo: Creo, Señor”.
En el curso del relato se ven las etapas que sigue el ciego en su
itinerario hacia la fe. A cada pregunta que le hacen, responde con una
confesión de Jesús:
* A la primera pregunta: “¿cómo
has conseguido ver?”, el ciego atribuye la curación a “ese hombre que se llama Jesús”, y que no sabe dónde
está (vv. 10-12).
* Los fariseos le replican: “Ese
hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado”. El ciego, da un paso
adelante en su fe y dice: “Es un profeta” (vv. 13-17).
* Los judíos lo insultan y acusan a Jesús de ser un pecador. El
ciego se defiende como puede, hasta con ironía: “les he dicho cómo me ha abierto los ojos y no me han creído; ¿no será
que ustedes también quieren haceros discípulos suyos? Eso es lo raro, que Uds.
no saben de donde viene, y, sin embargo, me ha abierto los ojos. Dios no
escucha a los pecadores, sino al que es religioso
y hace su voluntad. Si éste no viniera de Dios, no tendría ningún poder”
(vv. 24-34).
Ante esa nueva confesión del ciego: que Jesús le ha devuelto la
vista, que no puede ser un pecador sino un hombre
que viene de Dios, lo expulsan de la sinagoga, hacen de él un proscrito, un
excluido.
De comienzo a fin, los evangelios presentan a Jesús como un “signo de contradicción”, una “bandera discutida”: unos lo aman y otros
lo rechazan; se está con Él o se está contra Él. De su persona humana brota una
irradiación irresistible que impulsa a muchos a irse tras Él. Otros, en cambio,
como los fariseos, no ven nada.
El problema es de siempre. Todos sabemos que nuestra visión puede
alterarse. Podemos ver de manera defectuosa o incompleta la realidad de las
cosas. En la 1ª lectura (1 Samuel 16),
se dice que estos defectos de visión son muchas veces porque “el hombre mira las apariencias, pero el
Señor mira el corazón”.
Hay quienes tienen enturbiado el corazón por las pasiones,
egoísmos y malas intenciones, pero afirman que ven. No buscan la luz, se
aferran a sus errores. De ellos dice Jesús: “si fuesen ciegos, no serían culpables;
pero como dicen que ven, su pecado permanece”. Por eso son numerosos los ciegos
a los que Jesús no puede curar. Advertidos de ello, nosotros sabemos que cualquiera
que sea nuestra ceguera o nuestra miopía, si tenemos la honestidad de reconocerla
y nos acercamos al evangelio, una luz nos brillará. El Señor nos dirá: “Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no
andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (8,12).
Como todas las acciones que Jesús realiza en favor de los
enfermos, la curación del ciego es un relato fuertemente simbólico. No se sabe
exactamente por qué Jesús hace barro con su saliva, se lo pone en los ojos al
ciego y lo manda lavarse en la piscina. Una interpretación sugerente de ese gesto
afirma que se trata de una evocación del origen del ser humano, es un símbolo
plástico de la ceguera existencial del ser humano desde su origen del barro de
la tierra y que Cristo ha venido a iluminar. “¡Me da lástima el hombre de ojos de barro, porque solamente ve lo
visible!” (Nikos Kazanzakis).
Asimismo, la curación de la ceguera aparece vinculada a la piscina
llamada “de Siloé”, que significa “del
Enviado”, uno de los títulos de
Jesús, enviado del Padre para salvarnos. Además, es una curación que se realiza
por el baño regenerador, en referencia al “baño bautismal”. A este respecto cabe
recordar que uno de los nombres con que los primeros cristianos llamaban al Bautismo
era el de sacramento “iluminador”. Por eso, el relato repite hasta tres veces: “el
ciego fue, se lavó y volvió con vista”.
El relato culmina con esta confesión de fe que hace el enfermo
curado al encontrarse de nuevo con Jesús: “Creo,
Señor. Y cayendo de rodillas lo adoró”.
El itinerario cuaresmal que estamos recorriendo nos invita a este
encuentro iluminador con Jesús, a volvernos a Él. En esto consiste la verdadera
“conversión”: “Despierta, tú que duermes
y Cristo será tu luz” (Ef 4,14). Esta iluminación, en fin, debe verse. Los
cristianos, dice la carta a los Efesios (primera lectura de hoy) son luz en el
Señor y deben comportarse como tal, dejando ver sus obras buenas, su rectitud y
su verdad (Ef 5, 8-9).
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