P. Carlos Cardó, SJ
Sagrada familia y santos, óleo de
Jerónimo Jacinto de Espinosa (siglo XVII), Museo de Bellas Artes, Valencia,
España.
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En aquel tiempo, Pedro le dijo a Jesús: "Señor, ya ves que nosotros lo hemos dejado todo para seguirte". Jesús le respondió: "Yo les aseguro: Nadie que haya dejado casa, o hermanos o hermanas, o padre o madre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, dejará de recibir, en esta vida, el ciento por uno en casas, hermanos y hermanas, madres e hijos y tierras, junto con persecuciones, y en el otro mundo, la vida eterna. Y muchos que ahora son los primeros serán los últimos, y muchos que ahora son los últimos, serán los primeros".
¡Qué difícil es entrar en el reino de Dios!
Le es más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar
en el reino de Dios. Estas palabras de Jesús, como aquellas otras
que dijo a propósito del matrimonio: Lo
que Dios ha unido, que no lo separe el hombre (Mc 10,9), atemorizan a los discípulos. Si
tal es la situación del hombre con respecto a su mujer, mejor es no casarse (Mt 19, 10), dijeron
en aquella ocasión. Entonces ¿quién podrá
salvarse?, piensan en ésta, lo cual quiere decir: ¿cómo vamos a
sobrevivir?, ¿tendremos seguridad o nos espera la miseria?
Como siempre, Pedro se hace el
portavoz del grupo e interpela a Jesús: Nosotros
lo hemos dejado todo y te hemos seguido. Aduce méritos, reclama derechos.
No se pone antes a sopesar el grado de su renuncia, si en realidad lo han
dejado todo, y si su seguimiento de Jesús es auténtico o está mezclado con
motivaciones no evangélicas.
Viene
entonces la respuesta de Jesús, misteriosa, compleja, que puede prestarse a
malas interpretaciones. Les aseguro que
todo aquel que haya dejado casa o hermanos o hermanas o madre o padre o hijos o
tierras por mí y por la buena noticia, recibirá en el tiempo presente cien
veces más en casas, hermanos, hermanas, hijos y tierras, junto con
persecuciones, y en el mundo futuro la vida eterna.
No es que
Jesús borre con una mano lo que ha escrito con la otra. Y sería absurdo manipular
estas palabras para justificar el triunfalismo, las riquezas o el afán de lucro
en la Iglesia. La respuesta de Jesús no va dirigida directamente a Pedro y al
grupo, sino en general a todo aquel que lo siga, y está formulada como un
principio general, que los discípulos de todos los tiempos tendrán que comprobar
si se aplica a ellos, si cumplen las condiciones, y si experimentan realmente
el amparo de Dios o no, y por qué.
Recibirán cien veces más si rompen toda atadura
material o familiar que les impida adherirse a Cristo y colaborar con Él en la
misión de propagar su evangelio. Con esta libertad y desasimiento, la persona
se hace plenamente disponible para acoger el don que supera todas sus
expectativas.
La promesa
de compensación por la renuncia es espléndida: cien veces más, aquí y después
de esta vida, en padres y hermanos, porque el discípulo pasa a formar parte de
la comunidad de los que son de Cristo,
en la que rige la norma del amor fraterno. Asimismo, por los bienes materiales
dejados, encontrará el céntuplo en casas y campos. Una vida mejor en lo
referente a relaciones interpersonales y sociales, así como en el acceso a los
bienes materiales que se hace posible con el compartir fraterno.
Todo ello se
da en la nueva familia, que vive los valores del Reino (cf. Mc 4,11) y hace posible en cierto modo
lo que ocurrió en la multiplicación de los panes, cuando los panes de la
comunidad, puestos a disposición de los demás, alcanzaron para que todos
comieran hasta saciarse. Es también lo que procuraban realizar los primeros
cristianos, cuando, como parte de la celebración de la fracción del pan, en
memoria del Señor, distribuían los bienes entre todos según las necesidades, lo
tenía todo en común y no había pobres entre ellos (Hech 2, 44-45; 4, 34).
En esas
“casas” encuentra el discípulo centuplicado lo que ha dejado por Cristo y el evangelio,
en esa nueva “familia” de los verdaderos hermanos y hermanas de Jesús que escuchan
y llevan a la práctica su palabra, se enriquecen porque dan y comparten,
encuentran afecto y abundancia, no opresión y desigualdad. Pero por eso mismo,
porque su estilo de vida contradice radicalmente la vida de los que no son de Cristo, estas comunidades
sufren incomprensiones y rechazo, pudiendo llegar a ser perseguidas. Los discípulos
deben dar por supuesto que el anuncio de los valores del evangelio, trae
consigo hostilidad contra ellos de parte de quienes los niegan.
La paradoja
del evangelio de la renuncia que enriquece, el darse uno mismo para encontrar
su mejor yo, hacerse el último y el servidor de todos porque es la forma más
auténtica de ser el primero, puede sonar a una imposible utopía, pero es en
definitiva el horizonte que impulsa y atrae a quienes buscan la transformación del
mundo en justicia e igualdad para todos, condición para poder participar de la
vida plena que Cristo ha ganado para los que lo siguen.
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